310. A fin de cuentas era un dios y ella nada más que una mortal
Ante la posibilidad de la muerte, toda la seguridad se desinfló y solo quedó un viejo asustado por su propia vida. No había nada de divino en la manera en que el dios comenzó a subir las escaleras con una mano sobre su barriga, sintiendo como la infecta magia de la rara espada impedía que se curase e incluso lo debilitaba poco a poco. De hecho, el dios comprendió que había una posibilidad de que aquello mismo acabara en su muerte.
—¡Mierda, mierda, mierda! —gritaba el dios escalón tras escalón, con el terror a morir impregnando cada molécula de su ser. Pero todavía podía salvarse: necesitaba ir a ese lugar, allí donde solo él podía entrar y si lograba llegar a tiempo aquella herida fatal no sería nada más que un mal recuerdo.
Muma veía como el dios corría y sintió una fría satisfacción, pero no era suficiente. Lo mataría y sabía que no sentiría ningún remordimiento. De hecho, ya había matado a gente contra la cual no tenía nada personal: Sansón y lady Dadiva. Si le perdonaba la vida a Zaltor, sería un insulto para esos dos.
Levantó la pistola, apuntó al viejo, que ya había llegado a la cima de las escaleras, y disparó. La bala se estrelló en la espalda del dios que, dando un grito ahogado, se derrumbó en el suelo. Muma volvió a apretar el gatillo, pero no salió ninguna bala y al mirar el tambor se dio cuenta de que ya no había ninguna más. Ahora era un objeto inútil, así que lo lanzó a un lado.
—Mejor así, te mataré con el machete. Así será más personal —dijo y continuó ascendiendo por las escaleras, descubriendo que el disparo no había sido suficiente como para parar a Zaltor porque este se levantó y caminó al interior del templo dorado.
Eso no preocupó a Muma, pues se encontraba segura de que Zaltor sería incapaz de escapar. Su presa se quedaba sin energías poco a poco, hecho evidenciado por las manchas de sangre que dejaba a su paso. Más pronto que tarde, sería capaz de darle con el machete hasta robarle hasta las últimas gotas de sangre.
Muma llegó al final de las escaleras y siguió los charcos de sangre hasta el interior del templo. Estaba vacío, con la excepción de una enorme estatua que representaba al barbudo dios. Pero gruñó al descubrir que no había ni rastro de este: el rastro de sangre continuaba hacia una pared y allí terminaba.
El miedo inundó a Muma, pues pensó que quizás se había teletransportado a otro lugar alejándose de ella para siempre jamás. Siguió el rastro de sangre hasta la pared, sintiendo una amarga decepción en el estómago. Era posible que hubiera hecho eso, a fin de cuentas era un dios y ella nada más que una mortal. Quizás había sido necio pensar desde un principio que podría tener éxito y, por lo menos, alegrarse de que hubiera salido con vida del enfrentamiento.
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