296. Llorona

 Aquello sollozo terrible dejó helada a Muma, cuyos ojos no se apartaban de la puerta de la cocina que lentamente se abría y mostró algo que no debería de estar moviéndose. Era el cadáver seco de una mujer, una momia que se movía a trompicones, imágenes de fotografías en una rápida sucesión. Se movió de una manera antinatural en dirección al fallecido Enrique a la vez que los sollozos continuaban, desazonados, tristes, escabrosos, terribles, conmovedores...

—Yo a esta me la cargó también —dijo Huesos y ya tenía la espada desenvainada, en donde las energías moradas y blancas bailaban sin llegar a tocarse nunca.

La mano de Muma se cerró sobre la muñeca del esqueleto impidiendo que continuase con su avance mortífero. Este giró la cabeza para observar con sus ojos llameantes a la rubia.

—¿Se puede saber por qué me estás parando? ¿Tú has visto a esa cosa? Eso tiene que ser malo, pero malo de verdad. Es antinatural que exista algo así —dijo mirando a la mujer llorona y se estremeció.

—¿Pero qué me estás hablando tú de antinatural si eres un esqueleto? —clamó Muma y la mandíbula se le descolgó a Huesos.

—Pues eso es cierto, pensándolo así será mejor dejarla en paz. Además, no me parece que sea de las que les gustan matar. Solo llorar, que cosa más deprimente. Yo me largo de aquí, pero ya —dijo el esqueleto y se guardó la espada en la vaina, después caminó con rapidez a la puerta de salida.

Antes de salir de la pizzería, Muma miró por última vez a la mujer llorona. Se preguntó quién era y cómo acabó en aquella situación, la razón de que se lamentase así por la muerte de Enrique.

Salió y el sol le besó la frente, era agradable, pero la muerte de Enrique y la mujer llorando la habían dejado con bastante mal cuerpo. Si Nuna se moría, ella actuaría de una manera semejante, ¿pero haría ella lo mismo? ¿O solo era un lío amoroso el cual olvidaría en escasos días?

Observó a Huesos, tenía la brújula en la mano y la estudiaba.

—¿Cuánto tiempo tardaremos en encontrar a Zaltor? —dijo Muma y le dio una patada a una piedra.

—¿Cómo quieres que lo sepa si sé lo mismo que tú? Hay que seguir la brújula y a mí tanto me da el tiempo que tarde: estoy muerto y los muertos tienen paciencia.

Muma frunció el ceño.

—¿Por qué estamos haciéndole caso a una brújula que nos dio Zaltor? Lo único que estamos haciendo es ir hacia donde quiere él. Y mira a dónde nos llevó —dijo mirando la pizzería, de la cual manaban lloros de una tristeza bañada en la desesperación.

—¿Y qué quieres hacer? —preguntó Huesos y Muma le arrebató la brújula de las manos, la tiró al suelo y le dio unos cuantos pisotones que terminaron rompiéndola.

—¡Esto es lo que pienso hacer, que le den por culo al puto Zaltor! 

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