293. Cuchillo
—¡Espero que disfrutes de la pizza! —chilló el Zaltor formado por queso y se rompió en risas continuas, enloquecidas, taladros en los oídos de la Muma.
Ella ni lo pensó, cogió el cuchillo y apuñaló entre ojo y al ojo al Zaltor de la pizza. Un borbotón de roja salsa de tomate salió de la herida manchando la camisa blanca de Muma.
—¿Qué pasa? ¿Has perdido el apetito? Deberías comerme, estoy delicioso
—le dijo Zaltor relamiéndose los labios de queso y, de un manotazo, Muma tiró aquella porquería al suelo.
Ahí fue cuando estuvo segura de que iba a matar sí o sí a aquel dios mezquino. Ya no había lugar para las dudas, pues de verdad sería insoportable ponerse al servicio de aquel hijo de la grandísima puta.
—¡¿No me puedes dejar comer en paz?! ¡Por favor, un poco de seriedad! —gritó Muma, observaba los restos desperdigados de la pizza por el suelo de ajedrez esperando una respuesta. Pero Zaltor había enmudecido, dejando solo lugar para la música del piano y una inminente amenaza.
—No deberías de haber hecho eso, nena. Mi comida es demasiado deliciosa como para tirarla por los suelos. —El cocinero Enrique había aparecido en la puerta de la cocina y Muma tuvo ganas de liarse a bofetadas, pero en la mano del trajeado cocinero había aparecido un cuchillo de un afilado peligroso.
—¿Piensas apuñalarme? No creo que le vaya a gustar a Zaltor, quiere que me una a él —dijo Muma y Enrique se quitó de la cabeza el sombrero que antes le había ocultado el rostro.
Hubiera sido mejor que permaneciera en las sombras, pues aquella cara no era demasiado agradable de ver. No era la delgadez de cadáver aquella barba que nacía a trompicones, sino sus dos grandes ojos que la miraban fijamente como si no solo la estuviera desnudando con la mirada, sino que también se imaginaba cortando su cuerpo para cocinar su carne.
—¿Tú crees que Zaltor querría a alguien que se muere de un solo cuchillada? No, no, no. Mi dios no quiere inútiles, para la guerra santa que arrasará la existencia solo desea lo mejor de lo mejor. ¿Tú lo eres, nena? —le preguntó Enrique.
—Soy mejor que tú, por lo menos —dijo con desprecio Muma y en la mano conjuraba energía negra procedente de su Corona de Margaritas.
—Veo que sabes usar magia —dijo Enrique al fijarse en la negrura que amasaba la mano izquierda de Muma —. Pero creo que yo te ganaré, soy capaz de lanzar cuchillos con la velocidad de una bala. Vamos, ponme a prueba, nena.
La punta del cuchillo apuntaba a Muma y una gota de sudor corrió por la mejilla de ella. No sabía quién de ellos sería más rápido: si ella lanzando la esfera negra o él arrojándole el cuchillo.
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