292. Piano
De pronto, las luces del local se apagaron haciendo que la oscuridad dominase y eso pese a que era de día. Poco podía ver una Muma en la alerta de quien se huele una trampa, pero lo único que cayó sobre ella fue la música de un piano. Las teclas se pulsaban solas o quizás el pianista era invisible o directamente un fantasma.
—¿Qué estás pasando aquí? —preguntó Muma y pensó en salir corriendo en dirección a la puerta, pero se quedó ante la vana idea de que quizás todo aquello era normal y podía disfrutar de una buena comida.
La puerta de la cocina se abrió y un foco cayó sobre una figura humana. Sus pies vestían unos mocasines de un reluciente color de oscuridad del cual surgían largas piernas de espantapájaros que terminaba en cintura de paquete marcado. Sobre el torso, una americana de negrura con escuálidas líneas blancas y el rostro se encontraba oculto tras un sombrero de elegancia dudosa.
—¿Quién eres tú? —le preguntó Muma, pero no obtuvo más respuesta que el chasquear de los dedos que seguía el ritmo de la música de piano.
En la mano de Muma, surgió una esfera de color negra, ya preparada para lanzarse al hombre recién llegado en cuanto hiciera algo que supusiera una amenaza.
El hombre caminó en su dirección, moviéndose al ritmo de la música. Sobre la mano, llevaba una bandeja tapada y Muma supuso que allí estaría su pizza. O quizás era una trampa y un enano con una ballesta se escondía para cuando, nada más levantar la tapa le disparase entre ceja y ceja.
—Nada más que el camarero, nena —dijo el hombre y Muma odió que la llamara así.
Pero se aguantó las ganas, todavía quedaba la posibilidad de que aquello no fuera una trampa y hubiera una pizza de verdad esperando para ser devorada.
—No me llames nena, desgraciado —escupió Muma y eso provocó una carcajada en el camarero.
—¡Oh, la gatita tiene garras! Así me gustan las mujeres, salvajes, impredecibles, insaciables... —decía el hombre y Muma bufó, apenas aguantando las ganas de lanzarle la esfera negra o darle una soberana bofetada.
—¿Puedes darte un poco de prisa? Tengo hambre —le dijo Muma, un poco hastiado por los rítmicos movimientos del hombre a través del suelo ajedrezado. Daba la sensación de se movía siempre en un mismo lugar, sin avanzar ni un solo paso.
—Mi nombre es Enrique, nena. No solo soy el camarero de esta pizzería, sino también el chef estrella. Espero que te guste mi pizza —dijo el chef-camarero posando sobre la mesa la bandeja tapada y después comenzó a alejarse caminando hacia atrás.
—Menudo imbécil... —murmuró, levantó la tapa precavidamente.
No se encontró con ningún enano, sino con una pizza. Pero pronto descubrió que no era una normal: el queso formaba la cara de Zaltor.
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