277. La catástrofe última

 Matto cogió el papel del diablo y lo leyó, toda la amabilidad que antes había en su rostro se dispersó como si nunca hubiera existido. La boca se le movía mientras leía los (terribles) crímenes que Muma había cometido. Esta se removía en su asiento, lamentando profundamente no haber robado el libro del asiento delantero del coche, pues de haberlo hecho ahora podría estar en un lugar mejor.

—¿De verdad esta eres tú? ¿Tú eres la mujer de la boca de hipopótamo? —preguntó Matto con tono serio y grandes ganas le dieron a Muma de mentir, mentir con descaro para fugarse de aquella situación.

Pero al final asintió con la cabeza, las mentiras son como bolas de malabarismo y una es fácil de controlar, pero a medida que metes más y más en el espectáculo, la cuestión se complica hasta desatarse en la catástrofe última.

De todas formas, y por lo que recordaba, la recompensa que colgaba sobre su cabeza era una mínima. Puede que el tal Matto lo considerase como una simple travesura y no le diera mayor importancia. Al fin y al cabo, ¿qué había hecho ella más que seguir el ritmo provocado por los latidos de su corazón?

—Un millón de créditos... —dijo Matto y miró a Muma con una frialdad de las nieves.

Durante unos instantes, ella no supe de qué estaba hablando porque un millón de créditos debía de ser mucho dinero. Y lo que había hecho ella no merecía ni de lejos tal ridículamente alta recompensa.

—¿Un millón de créditos? —repitió cual loro y tembló ante la comprensión de algo terrible que se acercaba con lentitud, pero inexorablemente.

—La recompensa que dan por ti son de un millón de créditos, Muma. Y aun así, te personas en mi establecimiento como si fueras alguien libre de culpa —dijo Matto y Muma se alegró de que en aquella isla la violencia no estuviera permitida porque daba la sensación de que él quería hacerle daño.

El miedo nunca es un bueno consejero y tampoco es que la furia sea mejor, pero hay poder en la roja sensación. Poder y energía que pueden ser usadas para lograr objetivos inmediatos, a pesar de que dichos objetivos tengan los pies de barro y en la mayoría de ocasiones acaben rompiéndose.

—¡¿Cómo que un millón de créditos?! ¡Eso es completa y absolutamente imposible! ¡La última vez que miré uno de esos papeles fascistas tenía quinientos créditos y a partir de ese momento no he hecho nada malo! ¡Exceptuando liberar a ese esqueleto! —gritó Muma señalando a un Huesos, la mandíbula de este se le descolgó de forma cómica.

—¿Pero qué...? ¡Eso fue algo bueno, desde que me liberaste no he hecho nada malo! ¡Intenté matarte y también pensaba en cargarme a todos los que vivían en esa isla de brujas! ¿Pero desde cuándo la intención de matar es un delito?

—Muma, tú intentaste asesinar a la reina de Asli —dijo Matto. 

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