272. Melancolía persistente
—Ey, Muma. ¿Estás bien? —le preguntó Huesos, él también había salido del encierro del coche y ahora se encontraba al otro lado del vehículo. Observaba a la mujer con sus ojos, pequeñas llamas relucientes en el medio de imperante oscuridad.
—No, no estoy bien. ¿Y quién crees que tiene la culpa? —preguntó cortante, atacando con su propia mirada azul la chispa de luz en los ojos del esqueleto. Ante la provocación, aquellas raras pupilas se empequeñecieron hasta el punto de la casi extinción.
—¿Yo? Yo... Lamento mucho lo que he causado, Muma. Tú no tienes culpa de nada, de hecho te estoy agradecido porque me has devuelto a la vida... a la no vida como mínimo. Gracias —le soltó Huesos y Muma bufó desviando la mirada la cuesta que se alejaba de ella rumbo al mar, de brillantes reflejos y extensión que se le era negada.
En aquellas mismas aguas, bajo el mismo sol, navegaba Nuna, pero poco importaba ese dato, ya que por el momento le era tan inalcanzable como si estuvieran separadas no solo por el espacio, sino el tiempo.
—Está bien, de todas formas poco me sirve estar amargada... —murmuró Muma, con el deseo de despejar la melancolía de encima de ella, pero a pesar de las tentativas la sensación persistía.
—Por lo menos acabamos en bueno sitio, oye. Que es agradable y todo, de donde yo vengo la cosa no es tan así. ¿Sabes a lo que me dedicaba? Era un mata monstruos, me cargaba a todo lo que no fuera humano: una vez hasta me peleé contra una serpiente gigante, ¿me estás escuchando? —preguntó Huesos al vislumbrar en el rostro de Muma la ausencia, la mirada perdida en aquel mar amplio y que esos momentos solo era testimonio de su falta.
Pero el romperse y hacerse daño es pan de cada día para el ser humano, lo importante es juntar los pedazos estrados y recomponerlos de la mejor manera posible. Todo eso para continuar viviendo, para continuar hacia delante y ser capaz de sonreír de nuevo.
—Sí, sí... que te cargaste una serpiente gigante. ¿Qué eras, un exterminador o qué? —preguntó Muma, de vuelta a la realidad y decidiendo que lo mejor sería apartar a Nuna a un rincón de su mente.
—¡Sí, sí! ¡Esa es la palabra! Pero con más fama, oye. Hijos del Sol nos llamábamos y la gente, más o menos, nos adoraba. Tenía un hermano que también lo era, pero cuando dejó a su mujer preñada decidió dejarlo y... —Las palabras de Huesos se cortaron al ambiente de conversaciones quedas traídas por el soplar del viento.
—¿Y qué? —preguntó Muma, de alguna manera creía percibir tristeza en el esqueleto, ¿pero cómo? El tono de la voz que pasó de animado a apagado, el súbito corte del torrente de palabras y el como las llamas de los ojos se convirtieron en pequeños puntos.
—Como que me cabreé con él y dejé de hablarle...
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