256. Soy un héroe

 —¿Pero de qué estás hablando tú, loca bruja? Tengo una mujer. Si no la tuviera, ¿por qué me enviaron a la cárcel? Si eres tan lista, responde a eso ahora mismo —exigió el esqueleto cruzándose de brazos y las llamas que surgían de sus cuencas oculares se volvieron más fieras.

—¿Acaso sabes cómo se llama tu mujer? —preguntó Muma, sin devolverme la mirada a Lorenzo porque buscaba algo en aquella habitación, algo que sospechaba, pero no encontraba.

—¡Estefanía! ¿O era Graciela? ¿Amanda? ¿Jessica...? ¿Ana? ¡Oh, no! Tanto tiempo ha pasado desde su muerte que los recuerdos sobre ella se están desvaneciendo de mi memoria... Ni recuerdo cómo nos conocimos ni nuestro primer beso. ¡Ni la primera vez que nos acostamos! ¡Ni la boda ni nada! Solo este brutal acto de violencia que cometí porque quería dejarme... Creo que fue eso... o quizás no cocinaba rico... —comentó el esqueleto a la vez que observaba aquella cama en dónde (olvidados) momentos de pasión se habían encadenado hasta el último de ellos: la muerte por hierro. Y mientras la melancolía inundaba a Lorenzo, Muma intentó salir de la habitación, pero el pomo de la puerta no se movió ni un centímetro.

—No recuerdas nada porque ella no existió —dijo Muma ganándose una mirada airada.

—Tú qué sabrás, bruja. ¡Tú que sabrás sobre mi mujer! Que no recuerda nada sobre ella excepto su asesinato no quiere decir que no existiera. ¿Sabes qué? El haberme convertido en un esqueleto fue lo que causó que la olvidara, ¡esto no es nada más que tu culpa! ¡Tú devolviste a la vida a Seren y por eso yo volví! —rugió el Hijo del Sol y desenvainó la espada, en dónde fluctuaba energía morada y blanca. Se acercó a Muma, quien de forma inútil intentaba abrir la ventana tras la cual llovía en la ciudad gris.

—Culpa tuya por ponerle una maldición con esa condición. Bien podías haberlo hecho de una manera que no significase que volvieras a la vida —decía la boca hipopótamo en una última tentativa de abrir la ventana que terminó en un nuevo fracaso.

Ahí fue cuando Lorenzo atacó, pero la espada chocó contra energía blanca que emanó de la corona.

—¡Diablos! —soltó el esqueleto y por el rebote, el arma se le escapó de sus manos y se estrelló en el techo.

—¿Qué pasa? —preguntó dándose la vuelta y viendo como los ojos llameantes de Lorenzo observaban la espada, mezcla de decepción y tristeza.

—Intenté matarte, pero parece que estás bien protegida. ¡Y mira dónde acabó la espada! Desde luego, hoy no es mi día —contestó a la vez que negaba con la cabeza.

—La espada... —murmuró Muma y descubrió que realmente no se encontraba clavada en el techo sino en otro sitio. Grietas de color negro salían del lugar del impacto formando ríos —. Oh, puede que al intentar matarme hayas solucionado el misterio de tu mujer inexistente.

—Entonces soy un héroe —dijo Lorenzo. 

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