255. El peor recuerdo

 —¡Oh, no! ¡De todos los lugares a los que podía haberme enviado este hechizo del demonio tenía que ser este! ¿Por qué, por qué tiene que ser así? ¿Qué he hecho yo para merecer esto? —se preguntaba el esqueleto ante la visión que se expandía delante de él: una habitación, una cama, un cadáver de mujer y un idiota barbudo con una espada en la mano manchada de sangre. Ese era el recuerdo al que Lorenzo y Muma habían sido catapultados.

—¿Ese eres tú? —preguntó Muma observando el rostro barbudo del Lorenzo carnudo.

—En mis tiempos mozos. Más o menos, no sé cuánto tiempo pasó, pero creo que no fue ni un año. Y mira cómo estoy ahora: en los huesos —soltó Lorenzo y estalló en una crujiente carcajada a la cual Muma no acompañó de ninguna manera.

—¿Y esa...? —preguntó observando la mujer muerta.

—Mi bendita mujer, la tuve que matar porque la maldita quería dejarme. ¿Te lo puedes creer, amiga mía? ¡Yo, un Hijo del Sol, uno de los buenos y...! ¿No te afecta ver un cadáver? —preguntó Lorenzo al observar al rostro imperturbable de la Muma.

Ella se encogió de hombros.

—No, creo que es porque ya he visto cosas chungas. Como una tipa que perdió un brazo cuando me intentó tocar.

—Eres rara, ¿lo sabes? Bien rara, normalmente la gente reacciona de alguna manera al verse delante de un muerto. No como tú, con esa cara de palo... rara más que rara —terció el esqueleto.

—Hay algo extraño aquí... Es como, no sé, como si algo no estuviera bien —comentó Muma, decepción sintió Lorenzo al ver cómo el haberla llamado rara no surtió ningún efecto en la mujer. Y esta, en vez de cabrearse, observaba a su alrededor buscando ese aire extraño que su nariz había captado.

—Es el escenario de un crimen, ¡por supuesto que es raro! ¿Cómo no iba a serlo? Aunque quizás raro no sea la palabra... ¿Macabro, descorazonador, cruel? —se preguntaba Lorenzo rascándose el mentón.

Muma se acercó al reloj y sintió que podía hacer algo con él para resolver el misterio de aquella habitación. Era una picazón que no venía ni de la lógica ni de la razón, sin un susurro inaudible que abría un camino a territorios ignotos. Cogió el minutero y comenzó a moverlo en dirección contraria a las agujas del reloj.

—¡¿Eh?! ¡¿Se puede saber qué has hecho?! —preguntó Lorenzo.

—¿Yo? —dijo Muma y se dio la vuelta, sorprendiéndose al ver cómo en la cama ya no había mujer y el Lorenzo del pasado ya no tenía una espada en la mano.

—¿Dónde está mi mujer muerta? Se ha ido, ha desaparecido... —sollozó el esqueleto, con la pasión de alguien que ha perdido a un ser querido.


 —Creo que sé lo que pasa... ¡Sé lo que pasa! ¡Tú nunca has tenido una mujer! ¡Ese cadáver pertenecía a una persona que nunca existió! —rugió Muma, sintiéndose extasiada al cabalgar la razón de una manera poco ortodoxa.

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