246. La maldición

 Tenía el poder de la maldición en sus manos y en frente suya a su enemiga. Al mirarla de nuevo, la vio transformada porque al tener en sus manos la energía morada el mundo desvelaba la parte oculta al mero ojo. Magias blancas emanaba continuamente de Seren, estallidos de rayos puros que le dañaban los ojos.

Al verlo, Lorenzo se dio cuenta de que la naturaleza de aquella bruja distaba mucho de ser humana, pero lejos se encontraba de acobardarse ante aquel descubrimiento si no que todo lo contrario. Hizo que el deseo de matarla aumentara y la rabia fluía agresiva a través de sus venas. Había jugado con él y lo lamentaría profundamente, lo conseguiría aunque fuera lo último que hiciera.

Sabía por qué no pudo matarla, era imposible que él en aquel momento fuera incapaz de que su espada se clavara en su cuerpo destrozándole los órganos vitales. Era como un ratón intentando acabar con la vida de un elefante, pero la situación había cambiado a su favor en cuanto tuvo entre sus manos aquella maravillosa energía morada.

El futuro se deslizó a través de sus ojos y descubrió que no había ninguna posibilidad en que fuera capaz de arrebatarle la vida, por lo menos no con aquella espada común ni con aquel cuerpo de humano. Pero lo que sí era posible era atraparla y sumirla en un sueño que en poco se diferenciaría de la verdadera muerte. Con un único ataque, sería capaz de anclar a Seren al árbol que tenía detrás.

Para conseguir sellar a Seren en el árbol, gastaría su propia vida y eso le gustaba a Lorenzo. No quería seguir viviendo una vida que hacía tiempo que había perdido el sentido, pero comprendió instintivamente que las maldiciones no pueden ser eternas y que debería dejar una posibilidad de que Seren se librase de aquel encierro en sueño.

La condición sería que si Seren despertaba, él regresaría a la vida. Y ya en el futuro, se encargaría de acabar con ella de una vez por todas. Ciertamente, a Lorenzo no le hacía gracia la perspectiva de volver a vivir y prefería la muerte sin retorno. Pero ante todo, antes prefería el sufrimiento y el dolor de los demás. Y si regresaba a la vida, se encargaría de que el mayor número de personas posible también sufriera.

Energía morada cubrió la hoja de su espada y una sonrisa siniestra se dibujó en el rostro del Hijo del Sol. Al ver esto, el gesto alegre y burlón desapareció del rostro de Seren, pero nada pude hacer contra Lorenzo, quien gritó cuando se lanzó contra ella:

—¡Muere, bruja!

La espada se le clavó en el pecho, pero antes de que el sueño cerrase sus ojos levantó la mano y una columna de magia salió disparada de su palma. Engulló la cabeza de Lorenzo, robándole la carne y la vida. Los ojos de Seren se cerraron, el sueño la dominaba y no sabía cuanto tiempo tardaría en despertarse de nuevo. 

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