245. Eunuco

 Ni se lo pensó, Lorenzo se lanzó en dirección a Seren apuntándole con la espada ya esperando ver como se hundía en la carne de la bruja y deseando escuchar sus gritos de dolor. Eso no sucedió, la mujer esquivó el ataque con facilidad y sin dejar de sonar en su rostro una risa burlona.

Aullando, el Hijo del Sol volvió a atacar a la bruja, pero de nuevo el filo de su espada silbó en el aire. La impotencia era real y dolorosa, como una patada en los testículos. Pues Seren, sin el menor problema, había logrado esquivar el ataque con la mayor de las felicidades y la sonrisa se acentuaba en el rostro matizado de la crueldad de un verdugo.

—No te rías de mí —dijo Lorenzo.

Se lanzó de nuevo al ataque, pero en todas las ocasiones el filo de la espada cortaba el aire y ni siquiera rozó ni un milímetro de la carne brujeril. Al final, acabó cansado tanto mental como físicamente. Pero el odio perduraba en su interior y las ganas de matar a aquella imbécil mujer había aumentado.

A su alrededor se extendía el bosque tranquilo, en paz pese al espectáculo de la tentativa violenta. Pero ni el canto de los pájaros ni el aplauso de las hojas era capaz de llegar a Lorenzo, ya que él se había cerrado a todo menos a las insoportables ansías de sangre.

—¿Por qué no te mueres? —le espetó Lorenzo y Seren se rio, cada risa era un golpe en su moral, cada risa lo desesperaba más y lo hacía sentir menos hombre. Había matado a su mujer sin problemas, ¿por qué aquella miserable desconocida le provocaba tantos problemas?

—Tú no tener lo necesario para matar a mí —le dijo Seren y se carcajeó de nuevo.

Sentimientos irreconciliables de impotencia estallaron en el interior de Lorenzo y provocaron lágrimas de copiosa vergüenza. Si no era capaz de matar a una mujer, ¿qué clase de hombre era, qué clase de monstruo? La rabia lo inundó y volvió a atacar, pero de nuevo todo falló, todo era fracaso en aquel día miserable de una vida inmunda.

Deseaba de todo corazón o haber muerto en la oscuridad o haberse convertido en un monstruo en el Mar de Sangre. Pero de alguna manera, logró esquivar ambos peligros solo para verse arrojado a una existencia de eunuco. Él no se merecía eso, era injusto y cruel, después de todo lo que había vivido lo mínimo que se merecía era irse con dignidad. Eso era lo que gritaba en silencio Lorenzo.

Fue en estos momentos de pura desesperación cuando por causalidad se encontró con algo que podría ayudarlo. Una energía morada que revoloteaba en su interior y que muy poca gente era capaz de conseguir alcanzar. La magia de las maldiciones, peligrosa energía que picaba al tocarla y con el poder de romper la realidad de una manera severa. 

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