244. Máscaras
Lorenzo siguió a Seren a través de bosque tranquilo, de agradables colores y aroma, adornando el ambiente con el continuo canto de pájaros felices, lo que le daba aura de paz, paz que no encontraba rescoldo en Lorenzo. Sus ojos ya no veían nada de la belleza del mundo, la sangre fría le recorría las venas y en su mente solo había pensamientos de insecto.
Miraba a la bruja Seren y en lo único en que podía pensar era en matarla. Matarla y luego matar a todos los habitantes de aquella paupérrima isla, matar también los árboles y matar a los animales, matar a todo hasta que solo se respirase muerte. Y por último matarse a sí mismo, dejar únicamente como tumba una árida isla en dónde nunca nacería nada más.
Pronto llegaron a los pies de un árbol y la bruja se dio la vuelta, insultándolo con una sonrisa burlona. La rabia ardía en Lorenzo y apenas había en su cerebro lugar para pensamientos normales. Bullían los otros cuál avispas enfadadas en el interior de un avispero, con el único deseo de picar, picar, picar y picar.
—Dime lo que sabes —exigió Lorenzo, tenía la espada en la mano y no se había dado cuenta de que la desenvainara.
Nada más pudiera tener control de sus propios actos comenzaría la matanza y era cierto que ya no se contentaría con acabar su propia vida. Solo había en su interior odio y deseo de muerte.
—Ser yo, hacer magia para impedir que tú hacer daños a ti mismo. Yo ver que tener ganar de matarte y eso ser malo —explicó Seren.
Las ganas de gritar oprimieron la garganta de Lorenzo, pero logró contenerse. Hasta pudo sonreír, con la naturalidad de alguien que no está pensando en destriparte.
—Pero ahora no tengo ganas de morir, ¿podrías quitarme tu magia?
La sonrisa de Seren se ensanchó con malignidad.
—Pero tú querer matar, ¿no? A mí y a todos los de la isla —dijo con una voz suave y el Hijo del Sol ya no aguantó más las ganas. Descartó de un manotazo la careta de persona que llevaba puesta y gritó:
—¡Sí, te mataré y mataré a todos los que están en esta isla! ¡Es lo único que quiero hacer! ¡¿Así que podrías liberarme de una vez y dejar que te mate, zorra estúpida?!
—Oh, tú convencer a mí. Yo hacer eso —dijo la bruja y chasqueó los dedos.
Inmediatamente, Lorenzo sintió como si algo dejara de abrazarlo. Pronto comprendió que había recuperado la libertad y sabía que podía volver a matar. Eso lo puso contento, una alegría malsana y enfermiza, y se dijo que ya nunca más ocultaría su verdadero ser con máscaras. Era un monstruo y se comportaría como tal.
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