235. Esperanza
La montaña era en realidad un monstruo que poco a poco sacaba la cabeza de debajo del agua. Oscuridad pura y dura, concretada en un tamaño que se adivinaba demasiado grande para ser cierto, tanto que Lorenzo se olvidó de respirar durante unos segundos que fueron como años. Y el deseo irrefrenable de convertirse en algo como aquel monstruo, de querer ser tan inmenso y tan terrible y tan inhumano. Ojos desperdigados por aquella mole inmensa se abrieron poco a poco, y el Hijo del sol temió que se fijara en el barco, en ellos, que intentaran matarlos y fastidiara su plan de convertirse en un monstruo.
Eso no sucedió, la montaña monstruosa ni siquiera se fijó un segundo en el barco, pues este no era nada más que una hormiga y sus tripulantes ni siquiera existían. Lorenzo se quedó observando, fascinado por aquel engendro que se escapaba de la escala humana y se deslizaban hacia algo que se encontraba muy por encima. Algo superior en todos los sentidos, algo en lo que él también deseaba convertirse.
Lo que era bien cierto es que Lorenzo no se contentaría con la pasividad de aquella criatura. No se limitaría a quedarse en ese mismo lugar observando el mar, sino que usaría toda la agresividad que bullía en su interior para traer la destrucción total al Páramo Verde.
Los mataría a todos, ese era su mayor deseo, matar a todas las personas que vivían allí. Niños, niñas, hombres, mujeres, viejos, viejas... Los mataría a todos, destrozaría sus cuerpos y sorbería sus órganos. Disfrutaría viendo como los demás monstruos cometían masacras en casas, pueblos, ciudades y escucharía con gran placer la sinfonía de gritos, sollozos, súplicas, aullidos. Y no se contentaría con la humanidad, extinguiría todas las especies de animales y quemaría uno y cada uno de los bosques. No pararía hasta que todo el Páramo Verde fuera un yerno desolado solo habitado por monstruos.
Los monstruos, los monstruos merecían el mundo, los monstruos eran mejores que los humanos, los monstruos se habían librado de las emociones y vivían el momento. Sin pensar en el pasado, sin preocuparse en el futuro, solo reacción a lo que sucedían, reacciones violentas, agresivas, sangrientas...
Aunque al final ellos también tendrían que morir, Lorenzo imaginaba sangrientas guerras entre monstruos que durarían siglos. El mundo se convertirían en una excelente vorágine de violencia que terminaría cuando ni siquiera hubiera más monstruos con vida.
Así, al final el silencio podría volver a la realidad y con ello la verdadera paz. Lorenzo deseaba con ansias ese futuro dorado y haría todo lo posible por conseguirlo. Lo primero que debía hacer era convertirse en un monstruo, ¿pero cómo se conseguía eso?
Debido a la maldición, la gente desesperada se rompía y su cuerpo y mente se transformaba. Pero para desgracia de Lorenzo, no había ni una pizca de desesperación, sino todo lo contrario. Él sentía una fuerte esperanza por un mundo en el cual solo existía desesperanza.
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