226. ¿Libertad?
Lorenzo siguió al hombre de la VHX por blancos corredores y tuvo que aguantar las ganas de atacarlo por detrás. Pero la curiosidad por ver aquel barco que lo llevaría afuera del Reino y la posibilidad de convertirse en un monstruo vencieron su sed de sangre. Se repetía que ya habría más posibilidades de acabar con él, quizás cuando fuera un caído pudiera hacerlo.
Atravesaron una puerta que dio lugar al exterior, el sol le cegó la mirada y lo sorprendió. Hacía tanto que no lo veía que casi se había convertido en una criatura mítica. Poco a poco, descubrió un ambiente rural de vegetación salvaje y un camino de tierra que se alejaba.
—¿Dónde estoy? —preguntó Lorenzo.
—En el Instituto número 3 de la VHX, en una isla cercana al Páramo Verde —le contestó el hombre de la VHX.
Lorenzo giró la cabeza, descubrió un edificio de color blanco sin ninguna marca distintiva y sin ninguna ventana. Aquel había sido su hogar involuntario durante un largo período de tiempo.
—Vamos, vamos al barco —dijo Lorenzo, con ganas de alejarse de aquella prisión. Sentía la libertad cercana a él, ya casi la podía saborear, pero la pregunta era cuál sería la naturaleza de dicha libertad. Y si sería capaz de echar a un lado su humanidad.
Caminaron en silencio por el sendero de tierra rodeado por malas hierbas, asfixiante naturaleza de olor pesado que rodeaba a los dos hombres. Lorenzo pensaba en su posible conversión en un monstruo y la destrucción de lo poco que le quedaba de humanidad.
El camino se abrió a la costa, en un pequeño muelle de un solo pantalán en cuyo final se encontraba un barco. Allí había otras personas: cinco guardias que portaban en las manos armas de fuego y los otros tres reclusos: Leuco, Silvia y Hugo: tenía el rostro pálido y los ojos cargados de ojeras. Al ver que se acercaba al hombre de la VHX se acercó a él y le dijo:
—No puede ser, no puede ser que ese sea el barco. ¿Nos vamos a tener que montarnos ahí?
—¿Hay algún problema? ¿No es de tu gusto? A mí me parece una embarcación de primera —dijo el hombre de la VHX, que sacaba del bolsillo un caramelo de un color rojo intenso.
—No me jodas, este barco no es normal. No nos dijiste nada de que nos íbamos a montar en una mierda como esa —dijo Silvia, mirando con desprecio al sonriente hombre.
—Es un monstruo, ¿verdad? El barco es un monstruo —dijo Leuco.
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