220. Cine

Lorenzo y Leuco se encontraban en el cine de la prisión. A veces, guardias vestidos de blanco y con rostros inciertos que eran de una igual impasibilidad, conducían a los prisioneros allí para que vieran una película. Si es que se les podían llamar de aquella manera, pues de ninguna manera se les podían calificar de convencionales los productos audiovisuales que eran expuestos en la sala de cine.

Eso lo averiguó Lorenzo cuando mostraron en la gran pantalla el campo en dónde habían levantado la casa en donde pasó su infancia. Pero en vez de la gran construcción de su memoria en la película no era nada más que una cabaña abandonada por el tiempo. Bajo un día gris en donde el sol no se atrevía a brillar, sumido en un ambiente de suciedad y abandono.

Emoción de tristeza retorcida nació en Lorenzo, impotencia y arrepentimiento, el deseo de regresar a los tiempos dorados de juventud para comenzar de nuevo y tomar mejores decisiones. Decisiones que no lo llevaran a matar a su mujer, ¿aunque no volvería a hacer lo mismo, cometer los mismos errores, asesinar otra vez a aquella desagradecida que quería abandonarlo?

Como siempre, los asientos se encontraban en su gran mayoría desiertos porque solo eran ocupados por él y tres reclusos más, daba la sensación de que en aquella cárcel no había más presos. Lorenzo a menudo se preguntaba si realmente estaban en una prisión o aquel laberinto de corredores blancos y ausencia de ventanas era algo incluso más siniestro.

Hugo se sentaba en la tercera fila y siempre observaba la pantalla con la boca abierta y los ojos perdidos, desatascando la mente en las imágenes que se sucedían. Tres filas más atrás se encontraba Silvia, cruzada de brazos y cabeceando, con los ojos cerrados o a punto de cerrarse. No podía tener menor intereses en la película y puede que esta fuera la mejor manera de actuar, no permitiendo que las imágenes elegidas tuvieran el poder de afectarte.

Lorenzo y Leuco se sentaban uno junto al otro, en la parte trasera, y al principio el segundo había mostrado una alegría casi infantil al descubrir que iban a ver una película.

—Me gusta mucho ir al cine, suelo ir con mi hija siempre que puedo —decía con la mirada clavada en la pantalla blanca y Lorenzo sintió pena por él, aunque era una mezclada con desprecio.

—No es esa clase de película.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Qué no es una película para niños? Eso ya me lo suponía... Que aquí somos todos adultos —dijo Leuco.

—No me refería a eso, lo que nos muestran aquí son películas especiales hechas precisamente para cada uno de nosotros. No sé cuál es su objetivo, pero más o menos lo intuyo.

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