217. Carnaval de monstruos

Las noches eran sufrimiento plagado de pesadillas.

Grandes rostros deformes de caras inhumanos, ojos llenos de dolor y placer que vertían gemidos y berridos, blanco mórbido de inquietante locura, bocas contorsionadas en risas crueles o deformes gritos de dolor, pezuñas que arañaban el suelo y garras que crujían las paredes, colas largas que dolían como látigos

Era el festival de los monstruos y Lorenzo se encontraba justo en el medio rodeado de una monstruosidad casi humana de cuerpos apelmazados y el olor a sudor cubriéndolo todo. Apenas respiraba en aquel espacio opresivo de cuerpos deshumanizados, de partes sueltas y sin sentido, con brazos que surgían de pechos y piernas, de cabezas en donde colgaban genitales flácidos, de ojos ciegos y estúpidos que cubrían espaldas y bocas abiertas congeladas en gritos de horror, risas, carcajadas crueles y mudos gestos vacíos de significado, de odio, de todo.

Bajo un cielo de sangre, sin nubes y sin sol, sobre suelo de duro y agrietado y a su alrededor, las ruinas olvidadas de otrora poderosa ciudad, ya de nombre olvidado y vaciado de lo humano, siendo substituido por el carnaval de monstruos. Casas grises de ventanas rotas, puertas desaparecidas que daban a lugares oscuros en donde formas indescriptibles se movían alejándose de la luz y esperando la caída de la noche, terror inaudito nacía en Lorenzo al observar esto e intentar comprender que clase de criaturas se escondían en la oscuridad, pero era incapaz de distinguir y en realidad sabía que era mejor no saber.

Lorenzo se miró las manos y descubrió garras, piel dura, escamosa gris y fea. Él también era un monstruo, era uno más en aquella manda que recorría sin descanso la calle de la ciudad en busca de algo y nada era lo que encontraba. Pero lo tenía en la punta de la lengua, a punto de saber qué era lo que quería, desde siempre, desde ese día en que descubrió el cadáver de un gato y comprendió qué era lo importante o, mejor dicho, que nada lo era. Nada importaba en esta realidad perecedera y absurda, solo una cosa: la muerte, ¿todos aquellos monstruos la buscaban al igual qué él? ¡Oh, muerte, muerte, muerte, Santa Muerte! ¿Por qué no vienes a por mí? ¿Por qué me ignoras una y otra vez?

El sonido de uno desafinado instrumento de viento rompió la tortura de sus pensamientos y las lágrimas que a punto estaban de estallar de sus ojos. Alzó la mirada y descubrió sobre los tejados particulares criaturas que tocaban largas flautas utilizando como viento el que salía torpedeado de sus orondos anos. Era curioso que no contaban con pecho ni cuello ni cabeza, solo piernas y brazos largos y flacos, así como grandes culos musicales.

Lorenzo despertó de la pesadilla, tumbado en la blanca cama de su celda solitaria, en un lugar sin sonidos y solo pensamientos. Pensó en su mujer y lamentó no haberse encontrado la muerte con la espada que había terminado con la vida de ella. 

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