214. Dorada infancia estropeada

 Se encontraba en un prado semejante al de su presente, pero en este el sol lucía en todo lo alto en un día feliz, sin nubes ni preocupaciones en el horizonte. Gozaba de la felicidad pura de la infancia, en donde todo es eterno y nada muere. Corría, reía y jugaba, con otro chico cuyo rostro sonriente era gemelo del suyo.

Cerca de ellos, una presencia poderosa los observaba con la benignidad dibujada en el rostro de sonrisa tenue y persistente. Ella era su diosa inmortal, ella era su madre, ella era lo que más quería del mundo y aquel reencuentro lo llenó de dicha, pero desgraciadamente para él, no sería una duradera.

—¡Lorenzo! ¡Godofredo! ¡No os alejéis demasiado, pronto será hora de comer! —anunció la madre, se encontraba a escasos metros de una cabaña pequeña en donde vivía la familia sumida en una felicidad que parecía irrompible.

Lorenzo, recordó el esqueleto, recordando como en un acto de rebeldía vacua corría en dirección al bosque mientras su hermano pequeño se quedaba parado mirándolo con una expresión boba en el rostro.

Rompía aquella orden por el afán de libertad, aunque era en realidad algo inocente. Solo alejarse un poco, quizás para preocupar a mamá y no ser como Godofredo, que siempre estaba cerca de la falda de ella, temiendo lo que el mundo le podía ofrecer.

Se acercó al bosque de húmeda oscuridad y árboles gigantescos que se inclinaban sobre él y se estremeció. La luz del sol parecía no llegar allí y se descubrió pensando en temibles monstruos que se escondía entre los troncos de los árboles. Aumentó el deseo de darse la vuelta y regresar junto a su madre, pero el deseo de aventura pudo con la cobardía y se acercó más y más.

Al poco llegó a su nariz un olor desagradable y dulce, la sed de desobediencia hizo que lo siguiera hasta encontrar la fuente de la peste entre las raíces de un anciano árbol.

Era el cadáver de un gato, con la barriga hinchada y las cuencas oculares a rebosar de gusanos. Lorenzo se lo quedó mirando con la boca abierta, fascinado por aquella muestra de muerte que se le estampaba en la cara sin previo aviso. Tembló y abrió la boca para llamar a su madre, pero de ella no salió nada más que un corto gemido de escasa duración.

Algo cambió en él al ver ese cadáver, algo que todavía no fue capaz de comprender, pero con el paso de los años se afianzaría en su psique. Todo muere, poco importa lo que hagas, al final estarás muerto y tu vida carecerá de importancia.

—Sí... Todo muere, pero... aun así sigo vivo... —dijo Lorenzo mirándose las manos descarnadas, todavía sin comprender cómo había sido que llegó a convertirse en un esqueleto animado. Pero en sus recuerdos se encontraba la solución y, a pesar de que le daba algo de miedo, no le quedaba otra que continuar recordando. 

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