206. La triste realidad

 El calor caía sobre Muma, el sol lanzaba sus rayos y el sudor nacía, pequeñas gotas en la frente y el corazón acelerado pensaba en la posibilidad real de seguir aquella ruta que terminaría en Ambrosía. ¿Por qué? Existía Nuna y el amor que le procesaba era gigantesco, ¿pero era eso cierto? Cerca de ellas dos, las brujas y brujas charlaban entre ellos animadamente, risas y carcajadas, sonrisas y estallidos de alegría alérgica se sucedían sin pausa ni descanso, ambiente festivo que contrastaba con lo taciturno que dominaba a Nuna. En la mesa de largas proporciones la celebración se desarrollaba con jolgorio y no tenía pinta ninguna de terminarse sino que daba la sensación de que se prolongaría hasta altas horas de la madrugada y puede que más allá. Ambrosía era alegría, una sonrisa tranquila en su cara y una mirada que desprendía picaresca y aventura mientras Nuna era una agria sensación que se le atoraba en la garganta, una mirada llena de dureza y una boca que se negaba a formar la más mínima sonrisa y solo servía para decir estupideces como que quería volver al mundo real. ¿Por qué? Allí no había nada para ella, sus amigos no eran nada más que sombras grises de los que fácilmente podría prescindir y la única familia que le importaba, sus padres, ya no eran nada más que nada, pues habían desaparecido hacía ya mucho tiempo. ¿Solo por ella regresaría? ¿Era su amor tan grande como para realizar semejante cosa, como para sacrificar aquel mundo lleno de alegría y color? ¿Un lugar en dónde era la dueña de una tortuhogar que tenía sobre su caparazón un restaurante? Pero si de verdad amaba a Nuna, daba igual dónde estuviera, ¿no era eso cierto? ¿Pero no se podía decir lo mismo de ella? Muma se estremeció, desde los pies hasta la cabeza, cuando comprendió que era bastante posible que Nuna no sintiera lo mismo por ella. No había amor, quizás ligero afecto, que bien se lo podía llevar cualquier golpe de viento. Solo era una más, un capricho, una muesca en el cinturón y tan pronto estaban juntas, tan pronto se separarían para siempre jamás convirtiéndose en recuerdos que pronto dejarían de usarse. Y quizás lo que también era cierto es que ella no la quería, solo era un complemento más en aquella aventura que estaba teniendo lugar. Al final resultaba que la triste verdad era la siguiente: no eran nada más que dos desconocidas que no tuvieron tiempo a conocerse y pronto ya ni se verían, ya no se hablarían, ya no serían nada más que nada. Darse cuenta de eso fue triste para Muma, las ganas de llorar aumentaron en ella y se sintió desvalida e indefensa, perdida... y comprendía que todo aquello era inevitable. 

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