203. Muma no se entera de la misa la mitad
Aquellas breves y nerviosas palabras seguidas de una fugaz sonrisa pusieron un poco nerviosa a Muma. ¿Por qué Nuna no se mostraba más alegre con aquel reencuentro, por qué no le decía que ella también le era importante? Pero las inquietudes poco duraron en aquel día feliz, feliz por haber liberado a Seren y por haber recuperado a Nuna.
El día se deslizó con una agradable suavidad, Muma y Nuna fueron invitadas a comer con el resto del pueblo, de población escasa porque apenas eran unas cincuenta personas. La comida comunal tuvo lugar en el claro del bosque, en una larga mesa que estuvo presidida por Seren, vestía ya con una túnica negra, aunque daba la impresión de que eso no le gustaba demasiado.
—¡Hoy es gran día para todos y todas! Hemos recuperado a nuestra hermana Seren, lo cual hasta esta misma mañana parecía algo imposible. Pero gracias a Muma ahora vuelve a estar entre nosotras —decía Alberta, la cual presidía la cabecera de la larga mesa, con una copa en la mano y una sonrisa en la cara que alejaba un poco su seriedad habitual.
Las brujas y brujos levantaron sus copas llenas de vino y brindaron por un nuevo futuro lleno de esperanza. Había cierta electricidad en el ambiente y daba la impresión de que algo realmente grande iba a suceder.
La comida consistió en platos que Muma relacionaba con su tierra: pulpo a feira, lacón con grelos, empanada de bonito, tortillas de patatas... Eso le proporcionó la idea de un día festivo y le gustaba, pues era casi como estar de vuelva a su tierra sin la incomodidad de hacerlo de verdad.
—¿No es genial? Ahora que estás conmigo podemos seguir viajando sin ninguna preocupación —dijo Muma, ruborizada por el consumo de vino.
—¿Tú realmente crees eso? —preguntó Nuna, apenas había probado bocado y permanecía inmersa en una seriedad que no le pegaba en absoluto.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Este mundo está loco, Muma... Seguramente pase cualquier cosa y venga... metidas de nuevo en un lío... —suspiró ella, con la mirada clavada en el pedazo de cielo que los árboles que rodeaban el claro dejaban a la vista.
—Puede, ¿pero no es divertido? —preguntó Muma, sonriendo y esperando que la boquita de Nuna lo hiciera también, sus esperanzas fueron ceniza.
—Ya, antes lo pensaba, pero ahora... ¿No crees que lo mejor sería volver a nuestro mundo, eh? —preguntó Nuna.
—¿Hablas en serio? ¿Para qué? Aquí tenemos un restaurante, uno sobre una tortuga. Podemos ir a dónde queramos, hacer lo que queramos, ¿por qué volver?
—Por lo menos allí no corro el peligro de convertirme en una coneja, ¿sabes? —dijo Nuna.
—¿Pero tú que crees que pasará si vuelves con esas orejas de conejo que tienes? —preguntó Muma y, en un impulso, intentó acariciar una, pero antes de que sus dedos tocasen el pelaje, Nuna se levantó de la silla.
—¡¿Tú no te enteras de nada, verdad?! —preguntó con frialdad y se alejó con rapidez.
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