202. ¿Amor?
—Un espejo dices... ¿Y de dónde se supone que voy a sacar un espejo? —preguntó Nuna, arrugando la nariz en un pequeño gesto de molestia, uno que estropeó un poquito la feliz reunión de abrazos, danzas, gritos y besos.
—Eh... Yo tener uno... si la magia funcionar... —dijo Seren y levanto los brazos hacia delante, sus dedos comenzaron a contonearse como si fueran los pertenecientes a un jovenzuelo que toca primera teta.
Un chispazo azul, humo y de pronto surgió un espejo en las manos de Seren, cuyo rostro no podía demostrar mayor felicidad después de realizar esa proeza. Adriana y Alberta se lanzaron una mirada significativa que, por azares del destino, Muma fue capaz de descubrir y notar que allí se decían muchas cosas, desafortunadamente ignoraba de qué se trataba. Aunque eso produjo una ligera inquietud en su barriga, el sentimiento de que algo grande iba a suceder en aquella isla y ella no podía saber si se trataba de algo bueno o malo.
Seren le dio el espejo a Nuna y ella se miró ávida de ver cuáles eran aquellos efectos secundarios, pero se llevó un chasco al ver que sus dientes delanteros no se había vuelto más prominentes ni le habían nacido bigotes de conejo.
—¿Qué pasa, Muma? Pero si soy la misma de siempre.
La susodicha la miró con incredulidad.
—¿Pero tú te has mirado la cabeza o qué? —le lanzó la pregunta a la cara y Nuna le echó la lengua.
—Pero qué cabeza ni que niño... ¡Oh, no! —chilló al descubrir que de su cabellera sobresalían dos largas orejas de conejo de color negro —. ¡¿Pero cómo pudo pasar esto!? ¡Esto es...! Esto es... ¿Esto es...? Pues no me importa tanto —dijo la coletas y, al mismo tiempo, el hechizo del espejo se desvaneció en una polvareda azul.
—¿Cómo que no te importa? —le preguntó Muma, un tanto confusa por las idiosincrasias de Nuna.
—¿Acaso a ti te importa? ¿Ahora que soy en parte coneja ya no te gusto? —preguntó y dio un pequeño saltito que a Muma le pareció adorable.
—¿Y ese salto...?
—¡Estoy molesta contigo porque ya no te gusto porque ahora soy medio coneja! —clamó Nuna y volvió a dar otro saltito.
Muma se acercó a ella, posó ambas manos sobre las mejillas de Nuna y posó gran beso en aquellos labios que tanto había añorado. Al separarse, una gran sonrisa cubría el rostro de la boca hipopótamo.
—Me da igual cómo seas, con tal de que seas tú... Con orejas de coneja, de cerda, de gata, de perra... me da la mismo, yo te quiero y siempre te querré...
—¿Eh...? —exclamó Nuna —. ¿De verdad...?
—¡Claro que sí! ¡Tú eres lo más importante para mí! —chilló Muma, embargada por una gran alegría.
—Oh... sí... —dijo Nuna y tales breves palabras fueron acompañadas de una trémula sonrisa nerviosa.
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