201. Nuna ha vuelto

 ¡Y cuándo la energía oscura se desvaneció, Nuna se encontraba delante! ¡La hermosa humana de la cual se había enamorado completamente! ¡Tal y cómo había venido al mundo y era una imagen tan bella que copiosas lágrimas se escurrieron por las mejillas de Muma!

—¡Nuna! —aulló la boca hipopótamo lanzándose sobre ella y rodeándola en un gran abrazo.

—¡Muma! —chilló la coletas aceptando con todas las ganas del mundo aquel gran abrazo.

Cuando se separaron, las manos continuaba entrelazadas las de una con las de la otra y comenzaron a bailar como si no tuvieran a nadie como testigo, pues en esos momentos no existía nada más en aquella isla que Muma y Nuna.

—¡Pensé que nunca te iba a volver a ver! —gritó Muma, nada más pararse las dos, jadeando con fuerza, ya con el sudor saliendo, cansadas y más que contentas, a punto de explotar de pura felicidad.

—¡Y yo que nunca dejaría de ser una coneja! —clamó Nuna.

—¿Te acuerdas de algo?

Unos segundos de corta meditación.

—Algo, pero... ¡Es muy raro eso de ser una coneja! No pensaba con palabra, sino con imágenes... y solo pensaba en comer y dormir y cosas así. Me gustaba cuando me acariciabas —dijo Nuna, sonriendo bobamente.

—¡Pues me llevó un montón de tiempo que volvieras, Nuna! Tienes que tener cuidado y no ir comiendo caramelos que te den los dholorianos —dijo Muma, con tono de reproche, pero poco o nada podía estar cabreada, porque era maravilloso tener de nuevo a su novia consigo —. Pero ahora ya no importante, estando contigo, todo está genial...

Se acercó a ella, buscando en los labios en el ansiado beso que encontró y de nuevo se fundió con ella. De nuevo sentía el deseo, pero de esta vez no pegajoso, sino puro y sin vergüenza, con ganas de hundirse en él y no escaparse.

Al separarse, se quedaron unos momentos en silencio, cogidas de la mano y mirándose en los ojos, deseando de alguna manera que aquel momento de felicidad perfecta durara para siempre, pero solo fueron unos segundos y la realidad volvió a moverse alejándose de aquel punto.

—Nuna... Creo que puede que haya un pequeño problema... —comentó Muma, no estando demasiado segura de cómo contárselo.

En seguida, la sonrisa de Nuna se le cayó del rostro. No le gustaban los problemas, le gustaban los días ociosos de rascar barriga y no hacer nada.

—¿Qué...? ¿Cómo que un problema...? —murmuró y ahí se dio cuenta de que había tres mujeres de espectadoras: una iba completamente desnuda, la otra era una anciana y la última de madura edad, con el aspecto serio de una profesora de secundaria.

—La transformación... creo que ha dejado unas pequeñas marcas en ti... efectos secundarios supongo... —informó Muma.

—Efectos... ¿Secundarios? Pero si soy una humana —dijo mirándose los brazos, eran los de siempre, largos, terminados en manos y con cinco dedos en cada una de ellas.

—Quizás deberías mirarte en un espejo... 

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