𝐂apítulo ⅩⅩⅩⅤ: mi motivación
Su bata estaba abierta e Hiccup estaba de su lado. Fishlegs realizó tanto tiempo este procedimiento, que ahora podía permitir que el castaño acompañara a la rubia en este momento.
Tenía su prenda abierta para observar cómo actuaban las contracciones y cada que su estómago se contrae, Hiccup se sentía otra vez estúpido. Astrid sudaba a montones. Su vientre no era tan grande. Ella estaba bastante delgada.
—Para mí que esta pancita es puro bebé —confesó Fishlegs, con sus manos sobre éste —. Tu peso no ha incrementado demasiado. Estarás relativamente delgada después del parto.
—Fishlegs... —inició Astrid, con una sonrisa falsa —. ¡Eso no me importa! ¡¿Cuándo sale este bebé?!
— ¡Ay! ¡Pero no te enojes! —Se ocultó tras Hiccup —. Tu dilatación va bien. Vuelvo en media hora —Salió del cuarto.
Hiccup miraba a la nada. Estaba perdido en su mente. Astrid desde su silla comenzó a abotonar su bata y con su mano, tomó a Hiccup por la barbilla y lo hizo verla.
— ¿Pasa algo? —preguntó, preocupada. Quería concentrarse en él antes que las contracciones fueran peores.
—Tengo miedo —aceptó, rascándose la cabeza —. Con Zephyr lo hiciste tu sola. Y lo hiciste excelente —sonrió, tocándole la mejilla —. Pero Dios, no es la primera vez. Odio verte con estos dolores. No sé si seré la mejor ayuda...
—No, no te vayas —suplicó, tomándolo de las manos —. Solo quédate conmigo y toma mi mano —se levantó y se acurrucó en su torso.
Hiccup apoyó su barbilla en el aromático cabello de Astrid y la abrazó por la cintura. Se quedaron un buen rato así, hasta que Astrid se separó tras sentir una fuerte contracción y retorcerse camino al suelo.
—Ay... —quejándose en el suelo. Hiccup rápidamente se agachó con ella.
— ¿Todo bien?
—Sí, solo fue otra... —sonrió.
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Los tiernos llantos sonaron. Definitivamente, este pequeño fue la cereza distintiva del pastel. Zephyr le había dado un susto a su mamá pues, cuando nació, no emitió un solo llanto. Pero nació perfecta.
Este nuevo ser venía perfecto, pero un poco pequeño. Y en efecto, las predicciones de Fishlegs fueron acertadas. Astrid estaba con una inflamación mínima.
Lo primero que sintió este pequeñín fue los brazos de su padre. Hiccup estaba maravillado. El bebé era tan blanco y por su cabecita salían pocos, pero relucientes cabellos dorados.
—Es un Asccup —bromeó, mostrándoselo a su mujer.
Astrid negó, sonriendo débilmente.
—Ya tengo el nombre de nuestro bebé —manifestó, dándole un beso en la cabeza a la criatura. Hiccup la contempló con atención —. Qué te parece... ¿Nuffink?
—Mhm... —meditó, mirando al bebé —. Pero, eso significa... nada. ¿Por qué llevaría ese nombre? —dudó, triste.
—Recuerdo que aquí en Berk decían que cierto chico nunca sería nada —contaba, prestándole atención a su hijo —. Ese chico no era nada, sí; era noble, creativo, inteligente, amigable, lindo, empático, cariñoso, aventurero... Y no era nada para nosotros porque éramos unos egoístas, descerebrados, apresurados, cabezas de carnero... Ese chico era nada para nosotros porque los dioses sabían que el día que nosotros despertáramos de ese error, sería porque aprenderíamos cosas maravillosas de este muchacho.
—Y... ¿aprendieron algo? —consultó, intrigado.
—Uff... muchísimo —garantizó —. Nos enseñó que no hay seres muy grandes o pequeños, solo soñadores iguales. Y cuando hay sueños, hay acciones para hacerlos realidad —se recargó en él, todavía observando a su bebé y acariciando su cabeza —. Nos trajo su mundo y nos enseñó a vivir en él, y convivir con ellos. Y a mí, me enseñó lo que era amar intensamente cada día...
Justo en ese momento, él la miró. Y ella también le regaló la vista de sus grandes y azules ojos. Ahora no había nada que los cubriera. Reflejaban la sinceridad pura de su alma y solo veía lo mismo que él sentía: amor.
Se acercó con lentitud para sellar todo lo que debía decirle con un tierno beso. Tomó su labio inferior y subió a su labio superior de una manera muy tierna y continuó sintiendo placer en todos sus sentidos. Ella había colocado sus manos en su cuello y se aferró. Pero pronto, un llanto separó el carnal y exquisito beso para percatarse que los muy insensatos habían comprimido su espacio vital.
Tan solo juntaron sus frentes y sonrieron a la par. Su necesidad de estar juntos casi asfixiaba a su lindo bebé. Y este, se acercó hacia los pectorales de Hiccup, posiblemente buscando el seno de su madre donde succionaría su leche.
—Uy, creo que te buscan —declaró, simpáticamente. Astrid enrojeció.
Hiccup le pasó al nene y ella se le quedó viendo.
—Quieres que le dé de comer aquí... ¿contigo? —preguntó, apenada.
—No es como que no te conozca entera, cariño...
Y hacía mucho que no la llamaba así. Concluyó en que tenía razón. Nadie mejor que él conocía la desnudez de su cuerpo.
Procedió a retirar su bata desde el hombro a su pecho y el bebé inmediatamente encontró su fuente de alimento. Hiccup divisó esta escena con mucha ternura, hasta que prestó demasiada atención en los pechos llenos de leche de Astrid. Estaban muy grandes y esto lo puso nervioso.
Sabía que en un largo tiempo esos pechos eran exclusivos para el bebé y no para su uso personal. Debía sacar esos pensamientos degenerados ya mismo. ¡Pero que complicado era!
—Mejor los dejo solos... —habló, tembloroso y abochornado.
Prácticamente corrió hasta la salida, dejando a Astrid muy confundida.
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Sus planes estaban cien por ciento arruinados. Sus ojos no dejaban de producir lágrimas. Todo el pueblo ya se enteró del grandioso nacimiento del bebé de Hiccup.
Dio un último vistazo por la ventana. Hiccup y Astrid estaban felices. Incluso, contagiaba mucho de eso. Y el pequeño era sumamente tierno. No lo podía negar.
Su corazón finalmente le dio una decisión. No era capaz de separar esta familia. Y su consciencia no podía cargar con las atrocidades que alguna vez pensó, y con los secretos que Daven le confesó.
Le dio una última sonrisa, sin que él la viera. Y se emprendió su aventura a las cuevas más profundas del bosque.
Eran las últimas lágrimas que derramaba con él. Eran los últimos suspiros hacia él.
Limpió su cara con rudeza y colocó la cuerda en una de las gruesas ramas de los árboles que ocultaban esas cuevas.
Era una decisión difícil, sin vuelta atrás. Pero sin Hiccup, nunca sería capaz de amar su vida. Nunca aprendería a amarse a sí misma porque, nadie más la quería. Y sabía que el amor de su vida podría vivir plenamente si ella se quitaba del camino.
—Adiós, Hiccup. Que seas muy feliz —se despidió, sonriente.
Y sus sentidos dejaron de percibir. Su corazón paró de latir. Y ella dejó de existir.
Uff, dos días seguidos uwu. Espero les guste este capítulo. Sé que puede ser exagerado, pero así lo quería yo X'D.
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