El tipo de rojo (Maximiliano Federico)
El calor inundaba el gran Buenos Aires, y aunque la navidad estaba por llegar, jamás había nevado en aquella ciudad. No era tampoco lo que pudiese llamarse muy navideña, apenas unas decoraciones de luces multicolor y carteles de neón anunciaban un muy casual "Felices Fiestas" que cubría a los negocios y edificios, que rodeaban a la avenida Jujuy por la que Jonatan recorría esa noche del 24 de diciembre, en la que había presenciado algo que lo perseguiría el resto de su vida. Curiosamente, el efecto de las luces estereoscópicas avivaron los recuerdos de lo que había pasado hace apenas unas horas en el boliche de cromañón.
—Vení, Jony, te quiero presentar a unos amigos —le dijo Marcos agarrándolo del brazo con fuerza, casi arrastrándolo entre un gran tumulto de gente que gritaba por la aparición de la banda. "Callejeros", les decían. Iba a tocar esa noche por el festejo navideño.
—¡Para un poco que hay mucha gente! —respondió Jonatan ante la brusquedad de su (hace muy poco) amigo, intentando seguir su ritmo entre la oscuridad y la poca luz multicolor de la pobre decoración navideña que esta les proveía, pasando literalmente casi por arriba del montón de personas que inundaban el lugar que, aunque parecía bastante grande, estaba "hasta explotar" de gente desesperada por estar más adelante para ver a sus ídolos.
Los integrantes de la banda no tardaron mucho en aparecer y más gritos inundaron el local.
—¡Feliz Navidad, gente! Bueno, todavía no es navidad, pero igual no falta mucho, ¿no? ¿Qué les parece si empezamos por algo alegre?
Un grito sonó en respuesta de las personas y la banda empezó a tocar una canción llamada "Ilusión". Entre el montón de gritos, el grupo de amigos intentó mantener una conversación coherente mientras bailaban y reían de forma fallida. Las preguntas no tardaron en aparecer, claro, pero solo alcanzó a responder una de ellas.
—Ché, ¿y ustedes dónde se conocieron?
—En Once tomando el tren, me agarró dolor de cabeza en el que me desmayé y casi me caigo a las vías. Marcos me salvó la vida.
—Yo le llamé a la ambulancia —aclaró Marcos con cierto orgullo tomando el contenido de una lata de cerveza—. Pero no hablemos de eso que hoy venimos a festejar. María, ¿sabés dónde se metió Juliana?
—Creo que se fue a la planta de arriba. Mira allá, de acá la veo, mira si todavía tienen problemas, no la molestes y deja que tome aire que después de cómo discutieron antes de salir no parece que se sienta bien —protestó María de forma molesta. Marcos se quedó callado, como siempre, sabía que tenía razón, pero su orgullo le llevó a responder de forma violenta.
—¿Pero por qué no cerrás un poco la boca Mari que vos no sabes nada?
María iba a responder, pero antes de que la discusión pudiese ponerse peor, Juan, otro de los amigos de Marcos, agregó:
—A ver, calmémonos un poco, que venimos a pasar la navidad juntos. Vos, Marcos, cálmate y deja de ser tan boca suelta que después te arrepentís de lo que decís. ¿Y si mejor subimos todos y de paso estamos cerca de los baños?
Y así fue, los minutos pasaron, más lento de lo que debería haber sido, y cada uno terminó por irse por su propio camino. Cercanos igualmente, la música sonaba y el griterío de los fans solo sabía aumentar cada vez que una nueva canción empezaba. Pero había algo que ponía cada tanto a Jonatan nervioso, una sensación de peligro constante en la espalda, un sudor frío, la sensación de que lo observaban desde algún lugar, y el color rojo de una camisa apenas vista en la multitud se relacionaba con ese sentimiento de que algo no estaba bien.
Un ruido, y luego el derrape de unas ambulancias que casi lo atropellan, interrumpen sus pensamientos. Haciéndose a un lado a tiempo, observó la calle tranquilo y casi sin inmutarse observó alejarse al vehículo a toda velocidad, por el crucé en dirección por donde había estado caminando casi por quince minutos. Su caminata siguió casi con cautela disimulada, se sentía observado, paranoico, y de vez en cuando no podía evitar el ver cosas donde no estaban desde que había salido del local bailable. Pasó apenas un minuto y más ruidos se escucharon, la calle tembló y dos camiones de bomberos pasaron donde (hace un pequeño fragmento del tiempo) se habían ido las ambulancias. Resonando sus sirenas, desaparecieron de forma rápida. Un olor a combustión plástica llegó entonces a la nariz de Jonatan, y una estela de humo negro se vio en el cielo, en dirección cercana a Plaza Miserere y la Avenida Rivadavia. Las náuseas no tardaron en llegar y le recordó entonces, casi de forma inmediata, al olor de la pólvora de las bengalas que se tiraban de vez en cuando dentro de cromañón...
"—Quedamos en presencia de la ausencia del dolor..."
Unos últimos acordes de guitarra se escucharon por parte del grupo musical tras esa estrofa, dando fin a la sexta canción de la noche. Allá abajo, donde había más personas cerca, bailando a la luz navideña del local, alzaron una bandera ondeándola donde se veía escrito "Aguanté Callejeros, carajo". Todo acompañado de gritos e adoración por parte de algunas adolescentes que se encontraban cerca del escenario. Jonatan, por segunda vez, se llevó las manos a la boca y unas arcadas procedieron de él, más bengalas se vieron entonces entre el público.
—¿Por qué mierda tiran bengalas? ¿No estaban prohibidas? —se quejó. El olor a pólvora le daba náuseas, lo enfermaba, y el humo gris de estas inundaban la mitad del sitio casi sin importarle a nadie.
Nadie pareció oír su pregunta entre el comienzo de la nueva canción, que empezó un poco después. Miró a Marcos desde lejos, no estaba bailando, no se estaba divirtiendo, en vez de eso se le notaba preocupado, se movía de acá para allá, como si buscara a alguien o se escapara de algo. Las náuseas aumentaron y no tardó mucho en correr en dirección al baño, empujó la puerta y al entrar una sensación de déjà vu lo invadió. No se veía nada y en un intento por encontrar un interruptor de luz, tanteó las paredes en silencio hasta encontrarlo. Las luces parpadearon un par de veces hasta encenderse con un pequeño pitido, en cuanto lo hicieron quedó a la vista de forma inesperada un hombre vestido de camisa roja, unos vaqueros y una máscara de Papá Noel de donde se salía de forma desordenada un cabello largo. El susto fue poco comparado con lo de después y, de manera milagrosa, Jonatan no murió de un infarto. Únicamente cayó al piso de cerámica blanco, se apoyó contra la pared. La persona no se movió hasta después de un segundo del acto, levantó la mano saludando con los dedos y avanzó de forma tranquila hasta la puerta, desapareciendo tras la misma.
Jonatan se levantó como si nada hubiera pasado y no se molestó en seguirlo, o en hacer algo, no hizo nada, simplemente caminó hacia uno de los cubículos del baño y, antes de haber llegado siquiera abrir la puerta, un pequeño hilo de sangre se deslizo tras esta llamando su atención. Se alejó asustado, lo pensó un momento y volvió acercarse para abrir la puerta.
—¿Qué es esto? —se cuestionó y empujó con la mano muy lentamente la puerta de madera.
Ahí, expectante, observó el cuerpo teñido de sangre de Juliana, pálida, y con un agujero de bala entre los ojos. Tardó un momento en salir del shock.
—¡Dios...! —fue lo que dijo antes de vomitar en un costado del baño, miró el cuerpo mientras se limpiaba la boca y salió corriendo de ahí.
La culpa ciega que sentía aumentaba cada vez más, las inquietudes lo seguían y las experimentaba en las sombras de los altos edificios como monstruos. El protuberante recuerdo lo hizo estremecerse, tal vez fue algo que hubiese preferido olvidar, se sentó entonces en la vereda y se llevó las manos a la cara. Se sentía mareado, con malestares y dolores de cabeza, ya no sudaba solo por el calor del verano, se sentía muy cansado y quería pegarse un tiro para no tener que recordar de nuevo. Hizo una llamada con su Motorola, abrió la tapa y marcó unos números.
—Hola, Marcos, mira no me siento bien. No, no pasó nada con eso, tranquilízate que no llamé a la policía, solamente quería preguntarte si puedo ir a tu casa. Estoy cansado, no puedo con lo que paso hoy.
Un "sí" sonó en respuesta del otro lado del celular, decidió desviarse hacia la avenida Belgrano, sintió por momentos un sentimiento de tristeza, de lastima, similar a cuando había visto a Marcos llorando frente al cuerpo de su novia en el baño... Pero había una diferencia en eso, Marcos casi no lloró, lo vio sonreír por un segundo.
La música seguía sonando afuera de esa pequeña sala, y retumbaba con violencia, como pequeños golpes silenciosos. Donde segundos antes, por jugadas del destino, Jonatan se habría encontrado con el cuerpo de lo que había sido la novia de su mejor amigo, ahora se encontraba arrodillado en el piso blanco y agrietado, intentando encontrar una explicación en su cabeza. Suspiraba de vez en cuando con fuerza, pero por los sonidos que producía era difícil saber si estaba llorando o riendo. Se levantó del piso en pleno estado de rabia, de bronca, pero manteniéndose en silencio. María se encontraba detrás de él, casi pegada a la puerta. Sin una expresión clara, rompió el silencio de forma brusca, sin medir palabras.
—¿Por qué la mataste hijo de puta? —No pudo decir más, porque Marcos se dio la vuelta dispuesto a darle una cachetada, pero Jonatan se puso en medio, intentando defenderla a duras penas, se encontraba mareado y casi no podía mantenerse en pie.
—Escúchame, Marcos, no hagas algo de lo que después te arrepientas como siempre, hay que ver que podemos hacer.
—Llamemos a la policía —sugería María, asustada, sin poder mantenerse tranquila, parecía que en cualquier momento iba a gritar como al principio, cuando Juan tuvo que callarla.
—¿Vos me estas cargando, Marí? ¿Sabés a quién va a ser al primer que lo van a meter preso? A mí, porque acá de todos ustedes soy yo el más sospechoso, y sabes perfectamente por qué.
—¿Tan importante sos? ¿Viste cómo está esté boliche? Cualquiera pudo haber sido.
Juan intervino.
—No, solamente podríamos haber sido uno de nosotros. Éramos los únicos que estábamos cerca de los baños en ese momento, además ella estaba con nosotros antes de que desapareciera como hace una media hora, y solamente nosotros sabíamos que había ido. No es como si un asesino serial estuviese acá, las casualidades no existen.
—¿Estás sugiriendo que maté a mi propia novia? —dijo Marcos acercándose a Juan.
—No, estoy sugiriendo que fuimos alguno de nosotros. Busquemos algo que nos diga quién fue. No dejen que nadie entre. Si descubrimos que no fue nadie, vamos a ver qué hacer, mientras tanto no se va nadie.
El tiempo empezó a correr, casi a contrarreloj. La habitación era pequeña y no había mucho que buscar, el descubrimiento comenzó con unos casquillos de balas. Marcos intentaba preguntar disimuladamente a la gente que se encontraba fuera, para intentar reunir información, pero nada parecía dar resultado.
—Encontré algo, parece que es un botón de una camiseta, pero hay algo raro en los casquillos, son 9mm —mencionó Jonatan después de escuchar el ingresar de Marcos tras la puerta.
—¿Qué pasa con eso? —preguntó
—Son modelo de la policía. Ché, Juan, ¿tu papá no era policía?
—Era, está retirado, no supongas cosas donde no hay. —Dio unos pasos hacia atrás y se acomodó su gorra, intentando calmar la situación y disimular.
La vista de Jonatan empezó a fallar, y un calor innatural empezó a cubrirlo. En Juan veía al tipo de rojo con su máscara, y de nuevo volvía a ser Juan. Se sentía con fiebre. Estaba, quizá, alucinando, pero sabía que si revisaban su camisa encontrarían que le faltaba un botón, lo sabía. ¿O no? Todo parecía no tener sentido y a la vez sí. ¿Cómo habían llegado a esa conclusión tan estúpida? Parecía como si de un momento a otro hubieran saltado a ese momento del tiempo, sin entender nada. Tal vez solo buscaban un culpable. No podía llamarse lo que hicieron como una investigación. No tenían el tiempo suficiente, o los recursos siquiera y, sin embargo, ahí estaban, cometiendo la mayor estupidez que hayan cometido en sus vidas. Eran idiotas, ¿o solo era la tensión y el estrés del momento? Culpando a alguien con pruebas inservibles, muy pocas palabras disponibles para contar algo que pudiese tener más sentido. Ni tres mil palabras serían suficientes...
Sus pensamientos se aclararon y los malestares desaparecían lentamente, el ver a personas caminar por la calle haciendo las últimas compras antes de las doce, preparándose por recibir la navidad, lo tranquilizaba de cierta manera. No lograba recordar de buena manera lo que pasó, solo cuando Marcos se tiró encima de Juan y en su pantalón descubrió un arma, el arma con la que habían matado a Juliana y Juan haciéndose el desentendido. Pero algo que si recordó con exactitud casi magistral, fueron los fogonazos del arma tras ser disparada por Marcos sobre Juan... Y sobre María tras intentar escapar. El disparo casi fue inaudible con el sonar de la música. Recordó la promesa de Marcos sobre no hablar con la policía, recordó salir hacia a la calle y Marcos intentando hablar con él, diciéndole que era incapaz de matar a Juliana, que la amaba, que todo había sido un accidente, luego dejó de escuchar en cuanto vio al tipo de rojo mirándolo. Este se perdió entre las luces multicolor y la multitud que seguía afónica de tanto gritar por una canción más. Recordó un pequeño fragmento de la última canción que tocarían en la noche antes de advertir sobre que dejasen de encender las malditas bengalas por que iban a prenderse fuego, "distinto" se llamaba.
Llegó a la casa de Marcos, conocía el camino casi de memoria y no le fue problema llegar. Marcos abrió la puerta esta vez con una botella de alcohol. No parecía borracho, o a lo mejor era muy bueno para disimularlo. Lo invitó a pasar y a sentarse. La casa era lo más navideño que había visto en toda la noche, un hermoso árbol navideño estaba al lado de la heladera y en la mesa no faltaban cosas dulces para comer.
—Mi mamá se fue a último momento a la casa de mi tía, ya había dejado todo preparado, agarra lo que quieras —le insinuó Marcos.
Pero no pudo hacerlo, no tenía hambre, faltaban solo minutos para Navidad. Se volvió a sentir perseguido, y su cara palideció al ver en el respaldar de la silla una camisa roja que le faltaba un botón. Y una máscara de Papá Noel bajo el árbol de Navidad.
—Fuiste vos —susurro Jonatan.
Encontró entonces un cierto sentido, él no mató a nadie, tampoco Juan o María. Tendría que haber sido él simplemente, pudo matar a dos personas.
Marcos escuchó lo que dijo, pero intento fingir que no.
—¿Dijiste algo? —preguntó volteando la cabeza.
Jonatan se levantó bruscamente de su silla, y sacó un arma de su cintura, la apuntó hacia Marcos.
—¡Fuiste vos siempre! —El mundo otra vez le daba vueltas, y volvió a mirar al tipo de rojo, esta vez en Marcos.
—Jonatan, por favor, baja la pistola, yo no maté a nadie. Acordarte que descubrimos que Juan fue el asesino, si maté a María fue por necesidad, iba a denunciarme si no la agarraba y no podía permitirme tampoco que gritara.
—Vos sos el tipo de rojo... —volvió a decir Jonatan, cada vez notaba más cansancio en sus ojos.
—¿Qué tipo de rojo? —gritó, confundido, sin saber de lo que Jonatan hablaba.
—El que nos estuvo siguiendo toda la noche, en el baño, en el baile... ¡en todos lados! —Acomodó el gatillo, dispuesto a disparar.
—¡¿Sos pelotudo o qué te pasa?! ¡Yo estuve con ustedes siempre, imposible que fuera así! Además, ¡yo nunca vi a nadie con rojo! Escúchame, por favor, acordarte que fue Juan.
—No... ¡fui yo!
Otra vez sentía que su mundo se caía abajo, volvió a ver a las sombras, bailando y danzando a su alrededor. Marcos se quedó quieto, sin saber qué decir. Un frasco de plástico se cayó de su bolsillo, este tenía el título en grande y decía "Antipsicóticos".
Marcos entonces aprovechó la distracción de Jonatan y arremetió contra él, quitándole la pistola e invirtiendo los papeles, ahora era Marcos el que apuntaba y amenazaba.
—¡Quédate quieto! No sabes lo que estás diciendo, ¿qué haces? ¡Te dije que te quedes quieto!
Pero Jonatan no hizo caso, estaba fuera de sí, e intentó abalanzarse sobre Marcos quien con habilidad lo esquivó y empezó un forcejeo del arma.
Un disparo sonó en la casa, el cual fue confundido con los primeros fuegos artificiales de la Navidad del 2004. Faltaba un minuto para las doce, pero algunos ya empezaban a hacer uso de la pirotecnia. Jonatan cayó al suelo, casi sin moverse. La sangre se escapaba por la comisura de su labio y se ahogaba con ella.
—¿Qué me hiciste hacer? ¡Jonatan! ¡Despertate!
Marcos empezó hablarle, asustado, pero él ya había dejado de oír, solo tenía oído para esos fuegos artificiales, los últimos que oiría. Volvió a mirar al tipo de rojo, esta vez a través de la ventana. Lo miraba y blandía la cabeza en forma de negación. Por un momento creyó que le hablaba, por un momento creyó que le dijo "Feliz Navidad, Jony".
Y todo entonces se apagó con las doce...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top