~ Sexta parte
5 milímetros de color
Tomando por los brazos a Roselyn, la lanzó a un lado con fuerza.
Ella rodó por la cama y un estruendo se oyó cuando cayó en la alfombra. Jack se puso de pie y alcanzó a tomar su pantalón del piso antes de salir corriendo de la recámara, dejando atrás los quejidos de la mujer que pronto se recompondría.
Su corazón iba tan rápido como sus pies mientras atravesaba el corredor que desembocaba en una amplia sala de estar cuya única luz era proporcionada por la luna que se vislumbraba a través de los ventanales. Esquivó los sillones de cuero y llegó a la puerta, pero dos cosas pasaron simultáneamente en el instante en que su mano envolvió el pomo.
En primer lugar, la puerta no se abrió.
En segundo, el aire silbó cuando un cuchillo vino volando hacia él, clavándose en la madera del marco a un lado de su rostro.
Jack volteó y se la encontró saliendo del pasillo, aún desnuda. Su expresión fue por un momento seria, gélida y determinada, pero luego se transformó en algo atroz: sonrió hermética, de la forma en que lo hacían los depredadores al arrinconar a su presa. El labial escarlata imitó la sangre que mancha el hocico de los animales tras despedazar el botín obtenido en una tarde de caza.
El hombre se giró por la cintura y sacó el cuchillo de la puerta, pero en cuanto volvió a mirar la sala ella había desaparecido. Algo extraño pasó entonces.
La mano que sostenía el arma blanca del asesino a sueldo tembló.
Al instante en que sintió el temblor recorriendo su brazo y sacudiendo sus dedos, bajó el cuchillo. Sin apartar la mirada del corredor se metió dentro de sus pantalones para luego apegar la espalda a la puerta. Un sudor que no tenía nada que ver con el sexo le corría la frente, ¿qué estaba mal con él? ¿Qué diablos estaba mal con el mundo?
Un homicida no pasa a ser víctima de un segundo al otro.
Un centenar de preguntas iban y venían por su cabeza, comenzando con cómo Roselyn supo su nombre y si sabía más acerca de él. Probablemente lo habría investigado. Era evidente que sabía a qué se dedicaba. Esto lo hizo pensar que ella era consciente de que McKlint lo enviaba con un propósito. Dedujo que, por lo ansioso que estaba este último por deshacerse de su esposa, no debía ser la primera vez que intentaba eliminarla. Jack se preguntó a cuántos se les habría prometido dinero por borrarla del mapa, y también cuántos habían quedado con vida tras eso, porque era obvio que la lucha sería pareja.
Miró el cuchillo en su mano. Era de remate, de alrededor de veinte centímetros de largo, con una hoja de acero 440 y un espesor de casi 5 milímetros. Jugó con él entre sus dedos y supuso que el mango era de madera de olivo. Amaba las armas blancas, era un coleccionista. Sin embargo, cuando ese cuchillo casi se enterró en su rostro, sintió miedo.
Era un nuevo sentimiento para él. Una parte de este se quedó consigo, fusionándose con el odio y la ira emergente que sentía hacia McKlient. Ese bastardo nunca le dijo que ya había enviado gente para que matase a su esposa y que nadie lo había conseguido.
Lo había enviado directo a la boca del lobo con la esperanza de que él pudiera hacer lo que otros no.
—¡Roselyn! —llamó, despegándose de la seguridad de la puerta y dando unos pasos en el living. La costosa alfombra de piel cepilló con suavidad sus pies descalzos—. Sé lo que lo crees que he venido a hacer, pero no es cierto. No voy a hacerte daño.
El mutismo fue lo único que obtuvo a cambio.
Jack no podía culpar a Rose por quererlo muerto cuando su esposo le estuvo enviando un asesino tras otro, como si fuesen postales que ella se negaba a recibir y terminaba rompiendo, aunque se interrogó acerca de por qué no había alertado a la policía de esto y por qué permitió dejarlo entrar en el departamento y tener relaciones con ella sabiendo a lo que se atenía.
Un pensamiento que iba decorado con una pequeña dosis de locura le atravesó la mente: ¿y si Roselyn disfrutaba matar, tanto como él lo hacía, a esos tipos que iban tras ella?
—Todos dicen lo mismo cuando les quito la máscara. —Se burló, acompañada del repiqueteo de sus tacones. Jakov Blake no pudo creer que se había tomado el tiempo de ir a ponerse esos artefactos de tortura a los que llamaba zapatos—. Y todos terminan de la misma forma al finalizar la función.
Un ruido le caló los huesos a Jack. No necesitaba ver el hecha para saber que tenía una.
La mujer salió de las sombras del corredor caminando como si la sala se hubiera convertido en una pasarela. Se había puesto la camisa de Jack, que al no tener botones dejaba al descubierto una franja vertical de piel. Podía ver el principio de la curvatura de sus senos, su ombligo y su feminidad parcialmente depilada, que hace un hora atrás estaba recorriendo con cada uno de sus dedos e incluso la lengua.
Y luego estaba el hacha, no hay que olvidarse de eso, siendo arrastrada mientras desfilaba. La imagen era tétrica y sensual, la mezcla perfecta entre luz y oscuridad.
—Me contrataron para deshacerme de ti —reconoció Jack apretando el cuchillo hasta que palidecieron sus nudillos—, tuve la intención de cumplir con mi prometido hasta que me contaste sobre tu marido.
—Sumaste dos más dos y dio cuatro, te felicito.
Qué sarcasmo más encantador.
—Él pensó que podía estafarme. No me dijo que recibiría el pago dentro de unos meses y tampoco dijo que no era la primera vez que enviaba a alguien para hacer de tu verdugo. —Estaba siendo sincero, pero Roselyn no se tragaba ninguna palabra si no era con un Martini o buenos argumentos—. Cambié de parecer, ahora quiero a otra víctima.
—Solo dices esas cosas porque eres consciente de que no puedes salir de aquí, que estás atrapado conmigo. —Siguió avanzando y el hacha la persiguió mientras sus ojos se estrechaban con un rencor latente—. Pareces un hombre inteligente, esperaba alguna excusa más elaborada y creíble de tu parte.
—Si te estoy decepcionando al menos es con la verdad, no con un pretexto.
Ella se quedo quieta.
—Pruébalo.
Al principio él no supo cómo, pero se percató de que la mirada de Rose había caído en el cuchillo al cual se aferraba. Lo meditó por un momento. Como experto en el campo del trato con víctimas, sabía que era una mala idea, que nunca se puede confiar en el asesino. Él jamás hubiera depositado ni un gramo de buena fe en sí mismo, ¿entonces por qué lo haría en Rose? No creía que por ser mujer vacilaría, confiaría o tendría algo de compasión. Jack no la tenía nunca, y una persona a la que han intentado matar varias veces tampoco.
—Pruébalo —presionó otra vez.
Jack lo hizo. Dio un paso al frente y con lentitud se puso en cuclillas, atento a cada uno de los movimientos de la mujer. Depositó el cuchillo en el piso y por un segundo, por instinto, no quiso moverse. Alejarse del arma podía ser lo más inteligente o lo más estúpido que habría hecho en sus casi treinta y cinco años de vida.
Sin embargo, se alejó.
Roselyn sonrió complacida.
Y, seguidamente, lo atacó.
Levantó el hacha y tiró de su brazo hacia atrás antes de lanzarla con todas sus fuerzas hacia el hombre, quien de un rápido movimiento se tiró a un lado y rodó por las baldosas de mármol de la cocina. Se oyó un rápido y estruendoso sonido en cuanto el acero astilló y se clavó en la pared.
El corazón de Jack se precipitó contra sus costillas mientras su mirada iba del hacha hacia la morena, y luego al cuchillo que aún seguía en el piso. Sin pensarlo se lanzó hacia él, al igual que Roselyn, pero en cuanto se estiró para tomarlo ella dejó caer su taco aguja sobre su mano, haciendo que el sicario apretara los dientes ante el punzante dolor. Creyó oír algunos de sus huesos crujir cuando ella giró el tacón y presionó con más fuerza, disfrutando ver al hombre retorcerse a su merced.
—¿Sabes cuál es tu problema? —inquirió posicionando los brazos en jarras, como si fuese una madre regañando a su hijo por hacer travesuras—. Como cada hombre con el que me he topado, confías plenamente ante un aletear de pestañas postizas y una mujer medio desnu... —Las palabras de Rose fueron reemplazadas por un jadeo en cuanto Jakov Blake rodeó su tobillo con su mano libre y tiró de él.
—Si piensas matar a alguien no te pares a dar un discurso —dijo agitado.
La morena cayó con brusquedad sobre su espalda, golpeándose la cabeza contra el suelo. Jack aprovechó para alcanzar el cuchillo y ponerse de pie. Su mano buena, la derecha, sangraba y la acunó contra su pecho mientras observaba con una desesperación extraña la puerta cerrada.
Evaluó todas las opciones que tenía en una fracción de segundo y terminó corriendo a través de la sala y el pasillo hasta llegar a la habitación principal. Cerró la puerta tras de sí y maldijo al ver que no tenía pestillo. Retrocedió como un cordero asustado del lobo, el cual curiosamente estaba tardando en llegar.
—Mierda —escupió rascándose con el mango del arma la sien—. Mierda en todos malditos colores.
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