27. Corazón Roto
Seiya
Vi que Hyoga que entró a la mansión con una mirada triste, quise preguntarle si todo estaba bien con Shun pero no me dijo nada y derechito se encerró en la habitación.
Creo que la situación ha empeorado demasiado, me siento muy de ver cómo ellos dos que tanto se han amado ahora se están lastimando, Ikki se acercó a mí mientras hablábamos del tema.
Entiendo que él este molesto con Hyoga por lo que dijo sobre Shun pero en momentos así lo mejor sería darles ánimo a cada uno para que puedan resolver sus problemas de pareja y que esto no pueda perjudicar a sus hijos en tan poco tiempo.
De pronto oímos que llamaban a la puerta y Tatsumi fue de inmediato a ver, nos enteramos que Shun venía inconsciente en los brazos de Algol cosa que nos preocupó tanto a mi como a Ikki.
—¡¡Shun!! ¿Qué le pasó? — cuestionó mi pareja mientras cargaba en sus brazos a su hermana para luego colocarla en el sofá.
—No tengo la menor idea Fénix, la encontré tirada cerca de la cascada que está por el bosque — Algol le respondió, se mostraba preocupado de ver a mi cuñada sin poder reaccionar.
Al ver esto llamamos de inmediato a Shiryu para que comprobara si todo estaba bien con Shun o si algo malo le había pasado, al terminar nos dijo que ella estaba bien y que solo había sufrido un pequeño desmayo, no obstante, no podíamos dejar de preocuparnos por ella.
Llamé a Hyoga para que se la llevara a la habitación y en unos segundos bajó hacia la sala donde estábamos observando a Shun.
—¡Mi amor! ¡Despierta! — dijo angustiado mientras tocaba la frente de Shun. —Preciosa... ¡¿Qué te pasó!?
La cargó entre sus brazos para llevársela a la habitación, vio a Algol y le comenzó a reclamar.
—¿Tú que haces aquí? ¡¡Te dije que te largaras!!
—Mira Cisne, en vez de quejarte conmigo agradeceme porque que fui yo quien encontró a tu esposa tirada en el suelo — Algol le contestó e imitó su enojo.
—Lo único que te agradeceré de por vida es que no vuelvas a aparecer aquí, ¡ya me tienes harto!
Hyoga exclamó muy furioso, Ikki y Shiryu le pidieron que no siguiera complicando más las cosas y que se marchara a la habitación con Shun en sus brazos.
Algol quiso ir tras ellos pero me interpuse en el camino y le dije que no siguiera metiéndose en la vida de ellos a lo que este solamente me respondió con un gesto de disgusto.
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Hyoga
Mientras los bebés dormían en la cuna puse Shun en la cama y con leves palmaditas en su mejilla le suplicaba que despertara, me preguntaba quién quiso hacerle daño pero gracias a Zeus que poco a poco iba reaccionando. Al abrir sus ojos no pude evitar llorar de alegría de que esto no paso a graves consecuencias.
Le dije una y otra vez que me perdonará por la discusión que tuvimos hace minutos atrás, mis manos se posaron una sobre su cadera y la otra sobre su mentón, mi boca se acercaba a la de ella con tal de recibir un beso como muestra de disculpa de su parte.
Pero... A cambio de ello recibí un empujón acompañado de una fuerte palmada en mi mejilla.
—¿Qué haces? ¿Por qué me besas la mano? ¡Tú no eres Algol!
—¡¿QUÉ?!
Le mire muy asombrado mientras sobaba mi mejilla, ¿me acaba de decir que yo no era Algol?
¿Qué diablos está pasando?
—¡Estas loca! ¿Cómo se te ocurre compararme con ese infeliz?, Que acaso no te das cuenta de quién soy yo y quién es él — me enoje demasiado.
—Pues ese infeliz que dices es el hombre a quien amo, a ti ni siquiera te conozco — me dijo con tanta frialdad, yo estaba más confuso y más molesto.
—Deja de decir estupideces Shun, tú no lo amas a él... ¡Me amas a mi! — repliqué.
—Te equivocas Cisne... Yo solo amo a un caballero y su nombre es Algol de Perseo, que te quede claro.
¿Acaba de... Decirme cisne?
—Shun, ese infeliz te hizo algo verdad. Dímelo y juro que ahora mismo me las va a pagar — ella no me dijo nada, se puso de pie y quiso salir de la habitación hasta que yo me puse frente a la puerta evitando que lo hiciera.
—¡Quitate de la puerta!
—¡No!
—¡Dejame ir!, Si no lo haces juro que lanzare mi tormenta nebular en tu contra — me estaba amenazado sin embargo volví a negarle el paso.
—No pienso quitarme de aquí Shun, no hasta que me digas lo que ese bastardo te hizo — le dije nuevamente.
Ella enfureció y una fuerte brisa recorrió todo su cuerpo, iba en serio lo que estaba diciendo, estaba por responderle de la misma manera pero no podía hacerlo... Es mi esposa y jamás me atrevería a levantarle la mano.
Como pude la abrace a la fuerza evitando que lanzara su más grande ataque, me empujaba y me arañaba la con tal de que la dejara en paz. Insistí una y otra vez que me dijera lo que le había pasado pero con una mordida en mi brazo ella logró safarse.
No podía negar que eso me dolió hasta tal punto de hacerme sangrar, sin embargo no le iba a dejar pasar y comenzó a darme uno que otro golpe en el estómago.
—¡Dejame ir! ¡Dejame ir con él!
—¡Jamas! ¡Tú eres mi esposa!
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