5. Adaptándose.
El golpeteo de la lluvia contra el tejado de la casa era un sonido reconfortante, le recordaba a su vieja casa en Inglaterra, en donde había nacido y pasado los primeros años de su vida. Había sido mucho más grande que esa, por supuesto, construida en medio de una agradable villa con vistas al extenso bosque de la manada. Su madre aún no se acostumbraba al clima frío y despiadado del país, nunca lo decía en voz alta pero Danny y sus hermanos podían notarlo en sus pequeños gestos. Cuando torcía la boca; se quejaba de tener que usar tantas capas de ropa o simplemente esbozaba esa mueca desaprobatoria. La familia de Annie había ido a conocer el país, y en un viaje a Londres que Tom realizó con sus amigos, ambos se toparon e inmediatamente quedaron enganchados del otro. La boda había sido realizada unas pocas semanas después del cortejo, y desde entonces, la joven y divertida omega proveniente de Florida se había vuelto parte de la manada de su alfa.
De pronto, la ventana se abrió de golpe y una ráfaga de aire frío entró en la habitación. Danny se envolvió aún más en su jersey gris, helado hasta los huesos. Miró al hombre rubio, lanzándole una mirada llena de exasperación.
–Podrías simplemente entrar por la puerta, ¿sabes? Como la gente normal. Sólo digo.
De pie frente a su ventana, con la ropa empapada y el cabello rubio apelmazado, se hallaba Aaron Kensington. Él le obsequió una sonrisa de medio lado antes de quitarse la chaqueta mojada y lanzarla sobre el suelo.
Danny rodó los ojos.
– ¿Y dónde quedaría toda la diversión, cachorro?
Danny dejó salir un bufido, volviéndose a concentrar en el libro de texto que tenía delante. Estaba sentado en su escritorio de madera, en pijama y con algo de música reproduciéndose en el estéreo. Aaron alzó una ceja mientras él se llevaba la mano derecha a la boca y mordisqueaba la tapa del resaltador amarillo que sostenía.
– ¿Qué estás haciendo? –preguntó, luciendo realmente curioso.
Danny giró la cara para verle directamente a los ojos, luego miró su escritorio repleto de libros, lápices y papeles, y le volvió a mirar.
–Deberes –dijo, con algo de sarcasmo en la voz.
Resultaba bastante obvio. Aaron alzó la otra ceja, apretando los labios. Danny suspiró y le puso la tapa al resaltador que estaba usando. Miró su teléfono, que indicaba poco más de las ocho de la noche, y cerró los libros de texto. Cuando se giró para encarar al hombre se dio cuenta de que éste estaba sentado en el borde de su cama, rebuscando algo entre su mochila.
–Eres un nerd –le dijo, sosteniendo una bolsa plástica en su mano.
Danny lo miró, Aaron era muy sincero. Le conocía no hacía mucho tiempo, pero se había dado cuenta de que el beta era un hombre que casi siempre decía lo que sentía sin pensarlo. En otras palabras, era un bocazas sin filtros.
Se encogió de hombros.
–Claro que no, sólo no tengo nada mejor que hacer.
Tomó asiento sobre la cama, junto a él, y aceptó la bolsa de plástico, que seguía caliente. Abrió el recipiente de comida china, y sonrió, aceptando los palillos que el beta le tendía. Aaron le lanzó una mirada divertida mientras le observaba comer.
–Es sábado por la noche, eres un adolescente y estás en casa. En pijama. Haciendo los deberes –reclamó, poniendo énfasis en cada frase.–Definitivamente eres un nerd, Danny Holmes.
–Cree lo que quieras, pero tengo casi un mes de clases que recuperar, y cuanto antes me ponga al día, mejor.
El beta, que le observaba comer en silencio desde hacía cinco minutos enteros, reaccionó. Alzó la mirada y le taladró con esos claros ojos azules, Danny se sintió ligeramente intimidado.
–Se me había olvidado que el año escolar comenzó en septiembre. ¿Por qué tus padres decidieron mudarse tan repentinamente? –le preguntó Aaron, curioso.
Danny tomó el último bocado de arroz, cerró el contenedor de polietileno arrojando los palillos dentro y le dio un trago a su soda antes de hablar.
–No hay una razón en específico, a mis padres no les agrada estar en un lugar durante mucho tiempo –contó Danny, reteniendo un bostezo. –Desde que tengo cinco años ha sido así.
***
– ¿Por qué?
Él se encogió de hombros, se había hecho esa misma pregunta durante años y nunca le habían dado una respuesta lógica.
–Nos hemos mudado quince veces en los últimos diez años –replicó, antes de ponerse en pie.
Tiró la basura en la papelera del baño y cuando regresó, Aaron ya se encontraba desvistiéndose para entrar a la cama.
Danny se sonrojó y miró hacia la pared, y solo cuando hubo escuchado el primer gruñido del lobo se permitió volver la vista. Aaron Kensington, el beta de la manada de Mountain Valley estaba en su forma de lobo, sobre su cama, dando vueltas sobre el colchón antes de echarse sobre él. Había estado haciendo lo mismo durante toda la semana: llegando a su casa de improvisto con algo de comida rápida, desnudándose en medio de su habitación para transformarse en lobo y echándose sobre su cama toda la noche. Al parecer, el Alfa Williams le había dado la orden de que se quedara cerca de él, vigilándole en todo momento para que no le sucediese nada malo; el beta parecía estárselo tomando muy a pecho. Como resultado, Danny tenía un guardaespaldas. Se acostó junto a él, acurrucándose contra la enorme forma del lobo, y se envolvió en una manta gruesa de lana. Trató de despejar la mente para poder irse a dormir, pero no pudo evitar repasar los acontecimientos de la última semana en su cabeza.
El encuentro lleno de adrenalina con el Alfa Williams, las respuestas burlonas de Aaron Kensington, el primer día de escuela, el grupo de omegas que lo habían acogido como uno más de sus amigos. Jake, Liam y Ben. La impactante hermosura de Jake, los impresionantes ojos azules de Ben y el carisma natural de Liam. Danny sonrió, recordando todos los buenos momentos que había pasado con ellos en su primera semana de clases. Jake tenía exactamente el mismo horario que él, pero ambos compartían una gran cantidad de clases con los otros chicos. Liam bromeaba durante las aburridas clases de Cálculo e intentaba causar la mayor cantidad de problemas durante el resto de ellas, era un diablillo travieso. Jake era muy inteligente, lo notó enseguida, aunque no tomaba muchos apuntes y pasaba casi todas sus horas sonriéndole compasivamente los chicos que trataban de ligar con él. Ben le contó, entre susurros disimulados en el cuarto período del día miércoles, que muchos alfas lo invitaban a salir e incluso algunos le ofrecían cortejarlo, pero Jake nunca tenía nada serio con ninguno. Al parecer, tras años de citas fallidas y de no hacer conexión con ningún alfa, se había dado por vencido en eso de encontrar a su pareja. Oh, y Ben, el tímido y callado chico omega, que siempre estaba dispuesto a compartir con Danny información útil sobre sus amigos pero que no permitía que nadie se acercara a saber quién era él en realidad. Era un misterio, y Danny quería descubrirlo, sobre todo porque sabía que, en el fondo, Ben estaba sufriendo por algo. Quizás era el temor que veía en sus ojos, o la inseguridad que lo caracterizaba o incluso la manera en la que siempre parecía incómodo en su propio cuerpo; Danny sabía que necesitaba a alguien que escuchara sus problemas, pero el chico no parecía querer ayuda. Por el momento, se conformaría con estar allí para él y tratar de incluirlo más en su vida, tras eso reuniría a Jake y a Liam y les contaría sus sospechas, y luego, tal vez, podrían hacer algo al respecto.
El hocico rosado del lobo le olisqueó la mano, Danny pasó sus dedos entre el pelaje suave y rubio de Aaron y se quedó profundamente dormido en cuestión de segundos.
***
– ¿Siguen en pie los planes de esta noche? –preguntó Ben, en su tono de voz usual, suave como un susurro.
La campana resonó en sus oídos, indicando el final del período libre. La profesora de literatura, Linda Fray, estaba de permiso por maternidad. Al parecer, su alfa no quería que siguiera trabajando, por lo que el subdirector Pfeiffer les había pedido disculpas y prometido que buscaría un profesor de reemplazo cuanto antes.
Liam se levantó de su asiento con una mueca en el rostro, sosteniendo su espalda con una mano.
– ¡Por supuesto que sí! –exclamó, rodando los ojos.
Danny guardó su bloc de dibujo en la mochila, junto a sus lápices de colores. Se colgó la mochila a la espalda y siguió a sus nuevos amigos hacia la cafetería de la escuela, suspirando.
Ya llevaba dos semanas enteras viviendo en Mountain Valley, un pequeño asentamiento de cambiaformas lobo y algunos humanos, y no había vuelto a ver al Alfa Williams desde el asalto en el bosque. Por un lado era un alivio, ya que según Aaron el hombre se lo había "pedido", y Danny no sabía absolutamente nada de él. Podría ser un viejo treinta años mayor que él, con la cabeza calva y una enorme barriga cervecera. Pero por otro lado, se sentía francamente decepcionado. Danny tenía el presentimiento de que el Alfa Williams era un hombre joven y apuesto, y por como había olido aquella vez en el bosque, sabía que aquél era su alfa. Lo único que no tenía sentido era que lo ignorara, pues por lo general, cuando un alfa quería emparejarse con un omega comenzaba el proceso de cortejo cuanto antes.
Ya habían pasado dos semanas desde su encuentro con el Alfa Williams, dos semanas desde que Aaron le había dicho que él era el omega que el Alfa Williams había escogido, y no lo había visto ni siquiera una vez. Era muy frustrante.
–Oye, Danny, deberías venir con nosotros.
El pelirrojo alzó la mirada, encontrándose con los ojos claros de Jake a pocos centímetros de los suyos. Tomó una bandeja roja y se puso tras Liam y Ben en la fila para comprar el almuerzo.
–Eh, ¿yo? ¿Con vosotros? ¿A dónde? –preguntó, algo perdido.
Había estado sumergido en sus pensamientos, sin prestar atención a lo que sus amigos habían estado hablando. Jake rodó los ojos, Ben frunció el ceño y Liam se limitó a contestarle.
–A nuestro lugar especial. Todos los viernes en la noche nos reunimos en el bosque, corremos y jugueteamos durante un rato y luego nos damos un baño. Solía darme unos buenos chapuzones antes de quedar embarazado –resopló, llenando su bandeja con un montón de comida.– pero ahora no puedo ni atarme los cordones de los zapatos.
Liam pagó su almuerzo y el de Ben, quien solo cogió una manzana verde y una botella de agua, y entonces fue el turno de Danny. Éste no sabía que escoger, pues frente a él había todo un banquete de comida de lujo, mientras que en las anteriores escuelas a las que había asistido sólo habían recipientes con masas deformes que sabían horroroso.
–Prueba la ensalada de pollo, está para chuparse los dedos –le susurró Jake, notando su indecisión.
Danny estaba muy hambriento como siempre, así que eligió el recipiente de la ensalada de pollo, un sándwich de pan de centeno y algo de jugo. Pagó por su almuerzo y esperó a Jake para ir a sentarse juntos en la mesa más alejada del bullicio. Al parecer, el ruido estresaba a Liam y el estrés era malo para los bebés. La bandeja de Jake contenía dos rebanadas de pizza, una porción de patatas fritas y una coca cola; también había un buen trozo de tarta de chocolate a la que Liam le estaba haciendo ojitos.
Jake frunció el ceño, alejando la tarta del omega embarazado.
–Ni lo sueñes, Liam.
El omega hizo un puchero, abriendo mucho los ojos y amenazando con derramar un par de gordas lágrimas. Jake cedió, suspirando. El omega rubio sonrió, dándole un beso a su amigo en la mejilla y procediendo a acabar con el contenido se su propia bandeja en menos de cinco minutos. Cuando Liam terminó su almuerzo, lamiendo algo de mantequilla de cacahuete de un pepinillo, Danny sentía ganas de vomitar.
Miró su ensalada de pollo con lástima, realmente estaba buena.
–Hay días peores, te acostumbrarás –dijo Ben, compadeciéndolo.
Danny le sonrió, comiendo lentamente mientras escuchaba la conversación que fluía entre Jake y Liam. Ben se acomodó la corbata con los dedos, era de un profundo color azul marino que hacía resaltar sus ojos claros. Danny pensó en Aaron.
– ¿Danny, está todo bien?
Él asintió enérgicamente. La campana volvió a sonar, indicando el final del almuerzo, y el grupo de omegas se apresuró a llegar a clase. Se quedaron de pie en medio del pasillo, pues Liam y Ben tenían una hora de química y otra de geografía mientras que Jake y Danny tenían historia y luego español.
El omega embarazado se giró hacia él.
–Vendrás con nosotros –afirmó, en un tono de voz mandón.
Danny balbuceó negativas absurdas, pero Jake le puso una mano sobre el hombro y Ben le dedicó una mirada compasiva. Liam era líder.
–Oh, calla. Ahórrate las excusas, estaremos en tu casa a las cuatro treinta. Lleva un traje de baño, y ropa extra.
***
A las cuatro treinta y dos, estaban tocando el timbre de su casa. Danny metió su teléfono celular en el bolsillo de los pantalones y bajó rápidamente las escaleras. Llevaba jeans claros, una camiseta roja y un suéter grueso por encima, y la mochila de la escuela colgada sobre el hombro. Había tomado una siesta corta tras llegar a casa, luego había echado un traje de baño y algo de ropa de repuesto en su mochila y había tomado una ducha corta. Todavía tenía el pelo húmedo.
–Hey –saludó Ben, girando un llavero entre los dedos.
Danny se quedó observándolo, pues la familia de Ben tenía más dinero que los padres de Danny, Jake y Liam juntos. Traía el cabello largo suelto, escondiendo la mitad de su rostro tras una sedosa cortina azabache, jeans oscuros de diseñador y una chaqueta de cachemira sobre una camiseta sencilla.
Danny echó una mirada al bonito Audi aparcado frente a su casa, y alzó una ceja.
– ¿Dejaste al señor Grey dentro del coche? –preguntó, cerrando la puerta con llave.
Ben esbozó una sonrisa de medio lado, poniendo los ojos en blanco.
–Chantajeé a Miles para que se quedara en casa.
Eso explicaba la ausencia del anciano alfa. Danny se había dado cuenta del alcance de la fortuna de los Kensington cuando Ben le había ofrecido llevarlo a casa después de la escuela y se había topado con una llamativa limosina negra en el estacionamiento. Miles, el alfa anciano de sonrisa amable, era su chofer.
Cuando subió al coche saludó a Jake con un beso en cada mejilla, y estiró la mano para acariciar el vientre de Liam, quien ocupaba el asiento del copiloto. El omega rubio iba demasiado ocupado disfrutando de una barrita de cereales, por lo que ni se inmutó. Ben se abrochó el cinturón de seguridad y comenzó a conducir de nuevo.
– ¿Así que lleváis mucho tiempo haciendo esto? –preguntó, dejando la mochila en el piso alfombrado del auto.
Jake, ataviado con su horrible bufanda de franjas, asintió con la cabeza. Le dedicó una sonrisa. Ben conducía en silencio, a una velocidad ligeramente más baja que la permitida; cada vez el automóvil se alejaba más de la carretera, Ben había tomado un camino de tierra que conducía al bosque.
–Fue en una de las excursiones a las que Liam nos arrastró, a principios del primer año si no estoy mal. En octubre, creo.
El omega rubio negó con la cabeza, dándole un trago a su botella de agua.
–Era noviembre, lo recuerdo claramente.
Jake rodó los ojos y continuó con el relato.
–Estábamos caminando como un grupo de pequeños cachorros perdidos, alejándonos cada vez más de los límites del territorio de la manada. Pero aquél terco, determinado a lograr que nos comieran los osos, seguía avanzando, cada vez más al norte.
Liam puso los ojos en blanco, Danny lo pudo apreciar por el espejo retrovisor. Ben dibujó una sonrisa ladeada en su pálido rostro.
–Llegamos al pie de una de las montañas un poco antes de que anocheciera. Entramos a una especie de cueva y lo descubrimos; pasamos ahí la noche entera, muertos de miedo. A la mañana siguiente salimos, aún asustados, y comenzamos a pensar en formas de regresar a casa. Un enorme hombre nos frunció el ceño, obviamente molesto porque un grupo de cachorros entrometidos irrumpiera en el santuario. Y entonces pasó.
Danny se quedó esperando lo que Jake diría a continuación, pero los segundos se convirtieron en minutos y el omega no dijo ni una palabra más.
– ¿Y entonces pasó qué?
Liam le dirigió una hermosa y amplia sonrisa por el espejo retrovisor.
–Entonces conocí a mi alfa.
Multimedia: Aaron Kensington en su forma de lobo.
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