3. Aaron Kensington.


Aaron Kensington tenía veintinueve años de edad, y llevaba siendo el beta de la manada de Mountain Valley poco más de siete años. Danny había hecho muchas preguntas durante los veinte minutos que duró el recorrido fuera del bosque, pero el beta nada más había contestado dos de ellas; aparentemente, no lo creía digno de confianza para comenzar a soltarle información comprometedora referente a la manada.

–Ésta es –dijo en un susurro, deteniéndose a pocos pasos del caminito de tierra.

Más allá de un par de altos árboles se podía apreciar la estructura de una sencilla casa de madera; tenía dos plantas y una chimenea. Aaron alzó una ceja, hizo un gesto al omega y siguió caminando. Probablemente quería echar un vistazo, hasta los momentos Danny podría ser un intruso intentando infiltrarse en la manada.

– ¿Eres nuevo aquí? –le preguntó, en ese tono de voz indiferente.

Danny suspiró, no parecía caerle muy bien al beta, aunque casi nunca le caía bien a las personas  que recién conocía; dejó su mochila sobre los escalones del porche y asintió distraídamente, cruzándose de brazos. Tenía frío, solo quería entrar a su nueva casa, darse un baño con agua caliente y acostarse con el cobertor hasta el cuello.

–Mis padres y yo nos acabamos de mudar, llegamos ayer mismo.

El beta asintió.

– ¿Qué hacías en el bosque tú solo?

Danny tomó asiento en los escalones de madera, llevando sus rodillas hasta arriba y abrazándolas con sus brazos.

–Estaba explorando. Quería saber si el bosque estaba lo suficientemente lejos de los humanos para poder cambiar.

Aaron se cruzó de brazos, recostándose contra la pared de madera.

–El bosque es territorio de la manada, puedes sentirte seguro de estar allí. Deja que tu lobo salga a jugar si así lo deseas, pero te lo advierto, omega, si haces daño a cualquier otro lobo te las verás conmigo. No somos muy tolerantes con los bravucones.

Danny se sintió irritado al escuchar lo último siendo dicho en un tono de burla, pero lo dejó ir, tantos años de haber soportado lo mismo le habían hecho aprender a no darle importancia. ¿Qué tanto daño podría hacer un omega de quince años que apenas superaba el metro y medio de estatura? Ninguno.

–Es muy amable, pero no me gustaría interferir en las actividades de la manada. Me mantendré alejado del bosque de ahora en adelante. Gracias por informarme, beta Kensington –dijo, levantándose, y con una ligera inclinación procedió a darse vuelta.

La voz de Aaron le hizo detenerse, con la llave a medio camino de la cerradura.

–Puedo hablar con tus padres si así lo deseas, para que no tengas problemas.

Danny ladeó la cabeza, sin comprender.

–Eres un cachorro de omega, ¿no te regañarían por llegar tarde a casa, con las ropas hechas jirones y oliendo fuertemente a alfa en celo? Ciertamente da mucho que pensar.

El joven le obsequió una media sonrisa, encogiéndose de hombros.

–Mis padres no estarán en casa por un par de horas más, y créame cuando le digo, beta Kensington, que si hubiese sido abusado sexualmente por un alfa en medio del bosque ni se habrían dado cuenta.

                           ***

Danny se dejó caer sobre su cama con el cabello húmedo, y soltó un grito que quedó ahogado por el colchón. Tenía puesto su pijama preferido, que consistía en un enorme camisón de manga larga color púrpura y su ropa interior; también tenía calcetines de arco iris. Se arrastró bajo el cobertor hasta llegar arriba, y se recostó contra la cabecera de madera de la cama.

–Eres un idiota –se dijo a sí mismo, recordando la conversación con el beta de la manada.

Dejó sus gafas sobre la mesilla de noche y miró el reloj digital que descansaba allí; marcaba las nueve treinta de la noche. Sus padres casi nunca estaban en casa, papá solía quedarse hasta tarde en la tienda trabajando, y mamá cenaba con sus amigas o salía al cine con papá; que solo llevaran un día en la ciudad no parecía ser un impedimento. Nunca lo era. Danny sabía que en menos de una semana, papá se iría de viaje a buscar clientes potenciales en otras partes del país y mamá estaría metida en casa de las vecinas, dejándolo solo, como siempre.

Los Holmes eran buenos padres, se recordaba Danny con una punzada de culpabilidad, cada vez que pensaba de esa manera. Habían quienes tenían padres drogadictos o alcohólicos, quienes tenían padres abusadores e incluso padres que preferían poner a sus hijos a trabajar y los explotaban; Danny era muy afortunado. Sus progenitores simplemente no eran muy fanáticos de estar en casa las veinticuatro horas al día, eran algo olvidadizos y bastante liberales.

Pero bueno, la vida no podía ser perfecta, ¿o sí?

                          ***

Media hora después su estómago comenzó a gruñir, así que Danny salió del cálido lugar que tenía bajo el cobertor, se puso las gafas y bajó las escaleras en busca de algo de cenar. Afortunadamente, su madre le había dejado algo del almuerzo en un recipiente de cristal en el refrigerador; Danny metió el recipiente en el microondas y esperó pacientemente a que pasaran los dos minutos.

–Delicioso –musitó, deleitándose con el aroma de la pasta.

Le agregó algo de queso por encima, sacó una lata de refresco de cola y se sentó a la barra. Al terminar su cena, Danny lavó los platos, apagó las luces y volvió a su cama. Cuando entró a su cuarto tembló de frío, por lo que corrió a cerrar la ventana y se metió bajo el cobertor; allí dejó salir un suspiro de satisfacción, pues estaba más cálido de lo que recordaba.

–Tienes que cerrar la ventana, omega, cualquiera podría meterse en tu casa y no te darías cuenta.

Danny dio un grito muy poco masculino, se incorporó en la cama y arrastró el cobertor, cubriendo su pequeño cuerpo. Sentado en el alféizar de la ventana, con las largas piernas recogidas y los ojos azules brillantes, se encontraba Aaron Kensington; se había cambiado la ropa y olía a que recién se había duchado.

– ¡Beta Kensington! ¿Puedo saber qué demonios está haciendo en mi habitación? –exclamó el omega, con voz inestable.

Aún se encontraba sobresaltado. El hombre se encogió de hombros, restándole importancia.

–Dejaste la ventana abierta.

Danny alzó una ceja, cruzándose de brazos. Estaba decididamente enojado.

– ¿Y eso le da derecho a meterse en mi casa?

Aaron suspiró, mirando por la ventana en cuanto se escuchó un aullido poderoso seguido por muchos otros; era el alfa llamando a su manada.

–No tenía nada mejor que hacer y tú parecías necesitar algo de compañía.

Danny abrió la boca pero la volvió a cerrar, el enfado esfumándose. Simplemente había tenido un largo día y quería irse a dormir. Sin embargo, había algo en el beta Kensington que le atraía, así que por supuesto que no lo iba a dejar pasar.

– ¿Y qué le hace pensar que su compañía me resultaría agradable?

El beta Kensington se puso en pie y le dirigió una mirada divertida a Danny; éste se sonrojó, sin saber muy bien porqué.

–Tienes una boca rápida, Danny Holmes. Cuidado, podría meterte en problemas.

Danny se puso en pie, negándose a ser acorralado, pues Aaron estaba acercándose a él con una sonrisa ladeada en el rostro.

– ¿Está amenazándome?

El omega estaba de pie en medio de la habitación, con los brazos cruzados y una mirada ceñuda en su joven rostro. El beta imitó su posición durante un segundo, antes de soltar una carcajada divertida y rodar los ojos.

–Cálmate, cachorro, solo estaba bromeando. Lo lamento si te asusté o te sentiste amenazado, me disculpo.

Su tono de voz era honesto y sincero, por lo que Danny dejó de estar a la defensiva pero aún así siguió alerta; Aaron seguía acercándose.

– ¿Cuanto tiempo lleva aquí? –preguntó torpemente, tomando sus gafas de la mesilla de noche.

El beta estaba a menos de un metro de él, por lo que ya estaba comenzando a verlo borroso; Danny tenía un ligero problema para ver de cerca, si alguien se acercaba tanto a él le era prácticamente imposible ver los detalles pequeños con claridad. Y el beta Kensington era alguien a quien Danny quería observar con mucha claridad.

–No mucho, pero aún así el suficiente. ¿Te molesta que esté aquí?

Danny negó con la cabeza, arrugando la nariz, para ser un beta, Aaron Kensington tenía un muy buen olor; como a tierra mojada y a aire de montaña. Era un olor delicioso, y eso a Danny le molestaba, pues no se suponía que el aroma de un simple beta lo afectara de aquella manera. Alzó el rostro para mirarlo a los ojos y se sorprendió de encontrarlos oscurecidos, brillantes y de un color verdoso: su lobo estaba manifestándose.

–Solo no me gusta que husmeen entre mis cosas –murmuró en voz baja, alejándose de él para imponer algo de distancia.

Caminó hacia su nueva estantería, frunciendo el ceño, pues los libros se encontraban visiblemente removidos. Los arregló por orden alfabético nuevamente, sin decir una palabra, estremeciéndose al sentir una presencia tras él.

–Me ha dado curiosidad –susurró el hombre, cerca de su oído, inclinándose sobre él.

Danny sintió un pecho duro presionarse contra su espalda, y tuvo que aclararse la garganta para evitar soltar un ronroneo. Había algo mal con él. Se alejó del beta otra vez, dejándose caer sobre el colchón; inhaló profundamente en su almohada y frunció el ceño.

– ¿También te has metido en mi cama? –preguntó en voz alta, indignado. – ¡Dijiste que no llevabas mucho tiempo aquí!

Aaron se encogió de hombros, sonriente como el gato que se comió el canario, y se dejó caer junto a él, a escasos centímetros de su rostro. Danny se maldijo a sí mismo, ¿cuando había pasado de tratarlo formalmente a tutearlo como si fuera un viejo amigo suyo? Había perdido la concentración en un momento de debilidad.

–Tardaste demasiado cenando, y pensé en mantener la cama caliente para ti. Por cierto, hace un frío terrible, ¿no tienes calefacción o algo?

Danny rodó los ojos, tratando de ignorar el temblor de sus manos y el calor que se acumulaba en sus mejillas. Cuando volvió a hablar lo hizo en su tono de voz usual, pues estando tan cerca los dos no había necesidad de gritar.

–Mi madre ha dicho que llamaría al técnico, pero supongo que no vendrán hasta el lunes en la mañana.

Su voz era poco más que un murmullo tembloroso, pues sentía la mirada penetrante del beta fija en su rostro.

– ¿Por qué me miras? –le preguntó, con las mejillas tan rojas que pensó que iban a estallarle.

El beta no titubeó.

–Tu cabello es muy rizado.

Danny asintió, soltando una pequeña carcajada.

–Sí, bueno, eso es algo que no se puede arreglar. Siempre ha sido así, te sorprenderías si te contara la cantidad de peines que mamá ha roto intentando desenredarlo.

Aaron asintió distraídamente, prácticamente comiéndoselo con la mirada. Danny pensó en decirle que saliera de su casa, pero no quería ser grosero, y además era buena compañía; decidió ignorar los sentimientos extraños dentro de él por otro rato.                

–Me gustan tus ojos –dijo Aaron, y Danny los abrió de par en par.

– ¿De verdad? –preguntó, incrédulo, pestañeando varias veces.

Aaron asintió, mirándole fijamente.

–Son del color del chocolate con leche, grandes y expresivos, rodeados de pestañas cobrizas –describió, y luego bajó la voz. –Realmente preciosos.

Danny se quedó boquiabierto, aunque rápidamente logró disimular su asombro. La mayoría de personas que conocía describían sus ojos como simplemente marrones, pero Aaron sabía que eran del tono del chocolate, y más increíble aún, le parecían preciosos.

–Gracias –murmuró, ruborizado.

Aaron sonrió, pero la sonrisa no duró mucho tiempo plasmada en su rostro; el alfa de la manada aulló nuevamente, ésta vez clamando por su beta. En un segundo el hombre estaba de pie en medio de su habitación, y cuando Danny pudo reaccionar, ya se encontraba con la mitad del cuerpo fuera de la ventana. Se levantó de su cama y corrió hacia la ventana, sin saber muy bien qué demonios hacía.

– ¡Espera un momento!

Aaron se detuvo, estaba sentando sobre la ventana, con sus largas piernas colgando hacia el vacío. Aunque sólo estuvieran a cuatro metros del suelo, Danny sintió vértigo; Aaron le sonrió como si supiera perfectamente lo que estaba pensando.

–Gracias –murmuró con reticencia, fijando su mirada en el beta.

–Descuida, cuando necesites que alguien caliente tu cama, allí estaré.

Le sonrió de medio lado, y saltó hacia el vacío. Danny soltó un pequeño grito, asomándose por la ventana inmediatamente, escuchó el rasgarse de las prendas, el crujir de los huesos y una risa lobuna. El pelaje rubio del lobo brilló con la luz de la luna, Danny lo observó trotar en su patio delantero antes de alzar la cabeza y aullar; luego desapareció entre los árboles.

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