2. Explorando el territorio.
Era sábado, así que la madre de Danny esperó hasta el mediodía para retirar violentamente el cobertor y abrir la ventana de par en par, despertándolo. El joven lloriqueó, sentía mucho frío, pero su madre era persistente y el viento de aquella infernal ciudad demasiado cruel. Aunque los hombres lobo tuvieran más calor corporal que los humanos, esto no los hacía intolerantes al frío; Danny deseó cambiar a su forma de lobo, su pelaje rojizo le mantendría a salvo de congelarse.
–Arriba, dormilón. Está haciendo un día precioso, ¿no quieres ir a la ciudad conmigo? Tengo un montón de cosas que comprar, ¡oh, e incluso podríamos pasar por el ayuntamiento! He oído que hay un grupo de lectura de señoras todos los jueves, quizás pueda entrar...
Su madre siguió y siguió, y siguió hablando, Danny entró al baño y se dio una buena ducha con agua caliente antes de enfundarse en unos vaqueros viejos y su jersey de lana favorito. Era color azul y, según su madre, hacía que resaltara el color chocolate de sus ojos.
Se sentó en un taburete alto, balanceó sus piernas en el aire como hacía siempre mientras devoraba sus tostadas con mantequilla. Su madre seguía hablando, se había puesto perfume y una bufanda roja que combinaba con su abrigo. Esperó pacientemente junto a la puerta a que Danny le respondiera, aunque éste sabía que al cabo de un par de minutos se le agotaría la paciencia y terminaría yéndose con o sin él.
–Ve tranquila, me quedaré aquí todo el día viendo televisión o algo.
Annie rodó sus ojos azules, tomando las llaves de su coche que recién había llegado, y abriendo la puerta.
–Tu padre volverá a las seis, quizá yo demore un poco más. Avísame si vas a salir, y ten cuidado si vas al bosque, todavía no sabemos si hay humanos en los alrededores, podría ser peligroso.
–Te quiero, mamá.
–Yo también te quiero hijo, cuídate.
***
Cuando terminó de lavar la vajilla, Danny volvió a su habitación y se calzó las botas de montaña que había comprado cuando sus padres le dieron la noticia de que se irían a vivir tan al norte del país. Se puso un abrigo color crema, metió las llaves y el móvil en la mochila y se la colgó a la espalda; era una costumbre que tenía, siempre que salía lo hacía con su mochila a la espalda. Nunca se sabía, era mejor prevenir que lamentar.
El caminito de tierra que partía de la entrada de la casa se alargaba por unos veinte metros hasta llegar a la carretera principal, Danny la cruzó con seguridad y se internó en el espeso bosque. Caminó un par de minutos, y cuando se aseguró de estar lo bastante adentro del bosque, soltó la mochila e inhaló profundamente. El aire de montaña inundó sus pulmones, fresco y reconfortante; su lobo interior aulló de alegría. Le encantaba el aire fresco, no el contaminado con el cuál prácticamente tenía que subsistir en las ciudades que hasta ahora había visitado.
El chico se quedó en medio del claro en el que estaba, observó a su alrededor y no vio nada más que enormes pinos y rocas grises. Las hojas de los árboles estaban comenzando a tomar una tonalidad rojiza, típica de la estación en la que se encontraban; a Danny le gustaba mucho el otoño, aunque su estación preferida hubiese sido siempre el invierno. Una ráfaga de aire frío le erizó los vellos de la nuca, por lo que se hundió más en su abrigo de cachemira y cerró los ojos durante un momento; los sonidos del bosque eran tan familiares que si dejaba su mente en blanco podría imaginarse sentado en su vieja casa a las afueras de Londres. Las hojas de los árboles se mecían con la suave brisa, los pájaros cantaban ocultos tras las ramas de los pinos y, si afinaba el oído, podía escuchar el correr de un pequeño riachuelo no muy lejos de donde estaba parado.
Un par de hojas secas desperdigadas en el suelo crujieron, alertándolo de que ya no se encontraba solo en aquél lugar. Danny abrió los ojos de par en par cuando un gruñido poderoso cortó la atmósfera pacífica del bosque, se giró lentamente hacia atrás, con el corazón palpitándole aceleradamente.
***
El lobo medía casi lo mismo que él en cuatro patas, notó Danny con horror. Estaba a menos de diez metros de él, así que en dos saltos estuvo frente suyo, con las fauces abiertas y mostrando sus colmillos; Danny se relajó un poco cuando vio que la cabeza del lobo apenas y le llegaba al torso, debía medir 130 cm a lo mucho. El alfa dejó salir otro aullido territorial que dejó al joven temblando, entonces se separó de él y comenzó a dar vueltas a su alrededor de manera amenazante. Danny se dio el lujo de observarlo, su pelaje era de un tono marrón oscuro que iba aclarándose conforme llegaba a las patas, en donde parecía tener el pelo color castaño; pero lo que más le llamó la atención no fue su pelaje brillante, ni su olor a café recién hecho y hierbabuena, ni siquiera su gran tamaño pese a ser un alfa, sino los ojos. Esos orbes color esmeralda en los que podría haberse perdido para siempre; si no hubiese estado a punto de ser atacado, Danny habría corrido hacia su mochila y sacado sus lápices de color.
Una voz resonó en su cabeza, grave y autoritaria.
«Intruso»
Danny se apresuró a negar con la cabeza, sabía que debía explicar su comportamiento rápidamente antes de que el alfa decidiera hacer justicia y desgarrarlo con sus dientes. Los alfas solían ser muy territoriales, lo que significaba que Danny debía haber penetrado el territorio de la manada; ésta acción era gravemente castigada con un montón de penas, de las cuales la más misericordiosa sería una muerte rápida. El lobo se puso en dos patas, mostrándole los colmillos y gruñendo de nuevo, Danny gritó y dio un paso atrás. Podía sentir como su cuerpo expulsaba las feromonas, apestaba a miedo; los ojos del alfa brillaban. El tono de su voz cambió completamente, cuando volvió a hablar en su cabeza, Danny lo escuchó sorprenderse.
«Omega»
Entonces sus ojos brillaron, recostó su enorme cuerpo al del joven y ambos cayeron al duro suelo. Danny gritó a todo lo que dieron sus pulmones, cayó al suelo bajo el peso de aquél enorme lobo y se pegó en la cabeza con algo duro. El alfa se alzó sobre él, con los colmillos a escasos centímetros de su rostro, y Danny pensó que ese sería su fin. Moriría a los quince años de edad, sin haber conocido a su alfa, sin haber aprendido a conducir y sin haber hecho el amor. El lobo gruñó, lanzándole un zarpazo a su pecho; Danny sintió como su precioso abrigo color crema se rasgaba bajo las garras de la bestia.
– ¡No, por favor! –sollozó, cerrando los ojos.
El alfa inclinó la cabeza y enterró el hocico en su cuello, justo en el punto en donde se encontraban las glándulas que regulaban su olor.
«Omega», repitió el alfa, en una voz más tranquila, casi dulce.
Danny abrió los ojos de par en par cuando sintió como la rasposa lengua del lobo se paseaba por su pálida piel; el alfa atacó su cuello una vez más, provocando que el joven soltara un pequeño gemido. Danny se cubrió la boca, con las mejillas ruborizadas, e intentó salir de debajo del enorme animal. El lobo, entretenido jugueteando con su cuello, inmediatamente le inmovilizó las muñecas con una de sus enormes zarpas; gruñó nuevamente, pero ésta vez no fue un sonido amenazante, sino más bien como de molestia.
–Ugh, no... –se quejó el joven, cuando el lobo comenzó a darle lengüetazos en el rostro.
Le empapó los lentes de las gafas, e incluso le llenó de saliva la boca. El lobo comenzó a lamer y olisquear todo su cuerpo, y cuando Danny intentó darle un manotazo éste se alzó sobre él, taladrándole con sus ojos brillantes.
«Omega»
No lo pudo evitar, Danny gimió, inclinando su cabeza hacia la derecha mientras dejaba expuesta su garganta para él. De la boca del lobo salió un sonido gutural de satisfacción, éste se inclinó con una mirada ciertamente depredadora y rozó la frágil piel con sus afilados colmillos; Danny apretó los párpados, pensando que el lobo le mordería. En cambio, el alfa lamió la piel expuesta, desde el cuello hasta la garganta, y comenzó nuevamente su tarea de olisquearlo. Paseó la lengua, por todo el torso del joven, que estaba expuesto debido al abrigo desgarrado, y cuando llegó a la entrepierna del omega, hundió el hocico e inspiró con fuerza. Danny gimió en voz alta, tirando del pelaje del lobo. Definitivamente iba a arruinar sus pantalones. El alfa siguió olisqueando sin vergüenza, e incluso le dio un par de lengüetazos antes de llevar sus garras hasta la hebilla del cinturón y empezar a pelearse con los botones de sus vaqueros.
Danny no recordaba si el gemido que soltó en ése momento fue de gusto o de disgusto, él realmente estaba perdido en el aroma del alfa.
Pero entonces una voz masculina se escuchó a la distancia, y el lobo gruñó, cubriendo el cuerpo del omega con el suyo. Danny observó como del mismo sitio del cual había salido el lobo marrón salía un hombre joven y apuesto; no tendría más de treinta años, e iba descalzo y sin camisa. Arrastraba una mochila azul, jadeante y sudoroso; entonces se dirigió al lobo de nuevo.
–Jefe, por favor.
El lobo marrón gruñó nuevamente, enseñándole los colmillos al sujeto; Danny advirtió, por su olor, que era un simple beta. Éste, sin embargo, solo atinó a rodar los ojos y sentarse sobre una roca plana. Sacó un par de tenis y algo de ropa de la mochila que arrastraba y procedió a calzarse y a vestirse.
–Vamos, jefe, no está pensando con claridad. Usted no es así, y si le dejo seguir con esto, mañana va a odiarse a sí mismo. Mire, está asustando al pobre omega.
Como si sus palabras surtieran un efecto mágico, el lobo detuvo su comportamiento agresivo y observó a Danny con sus ojos verdes; agachó las orejas, y emitió un sonido bajo, lamiendo con suavidad el rostro del joven. Danny arrugó la nariz, intentando deshacerse de los mimos del animal; al ver que este no se movía dejó escapar un ruido exasperado. El hombre estaba de pie, ahora ataviado con una chaqueta de corte militar y botas de montaña; por primera vez desde que llegara, fijó su mirada en el omega. Tenía el pelo color rubio cenizo, ojos azules y unos labios delgados; era guapo.
–Demonios, se ve muy joven. Eh, omega, ¿qué edad tienes?
Danny, intentando que el lobo mantuviera su lengua alejada de sus partes bajas, le dio una mirada exasperada antes de contestarle.
–Quince, tengo quince años.
El hombre dejó salir un silbido, sus ojos azules ampliándose y su mirada tornándose más seria.
–Quince años. ¿Escuchó eso, jefe? Es un niño, mejor deténgase ahora mismo.
Danny se revolvió, aliviado, en cuanto el lobo se quedó muy quieto sobre él y de un salto se le quitó de encima. Le dio una última lamida a su cuello, soltó un gruñido en dirección al hombre rubio y desapareció entre los árboles. Tardó un poco en levantarse del suelo, ya que sentía las piernas dormidas y los pantalones asquerosamente húmedos; se odió a sí mismo y a su naturaleza de omega. Se giró hacia el otro hombre, limpiando los cristales de las gafas con el puño de su abrigo.
–Gracias por eso, pensé que moriría allí abajo.
El viento azotó con fuerza y el joven tembló, el abrigo y el suéter que se había puesto debajo habían quedado reducidos a jirones mugrientos tras el ataque. El hombre rubio se encogió de hombros, sacó una prenda de ropa de la mochila azul y se la lanzó.
–No es nada, mi jefe jamás te habría hecho daño. Él es un buen alfa, pero tú eres un omega y él está en pleno celo. Si yo no hubiese llegado, te habría desgarrado esos bonitos vaqueros y ya tendría su nudo enterrado muy dentro de ti; probablemente estarías preñado ahora mismo.
Danny se sonrojó, desdoblando la chaqueta de cuero negro y poniéndosela sobre los hombros; no se sorprendió cuando, al inhalar profundamente, dio con el olor del alfa en ella. De pronto sentía que tenía que haberse puesto algo mejor que sus pantalones viejos y desgastados, pero a juzgar por el estado de ellos ahora mismo, se sentía aliviado de haber dejado los vaqueros de quinientos dólares que recién se había comprado en casa.
–Oh, eso... Eso es comprensible –dijo en voz baja, tomando su mochila del suelo y colgándosela a la espalda. –Es decir, nunca he estado cerca de un alfa en celo...
El hombre rubio dejó salir una carcajada, acercándose a él.
–Eso es bastante obvio. Pareces bien cuidado, unos padres responsables no dejarían que un cachorro estuviera cerca de un alfa en celo. Y menos siendo omega.
Danny se habría enojado por ser tratado de esa manera, pero sabía de qué se trataban los celos: sexo, sexo, sexo, y más sexo. En todas las escuelas a las que había asistido, fueran públicas o privadas, habían habido un par de alfas que se lo comían con la mirada y le hacían proposiciones de pasar un celo juntos. Pero él jamás había aceptado, pese a tener necesidades como las de cualquier omega en pleno desarrollo. Para Danny pasar un celo con un alfa no sólo significaba tener sexo desenfrenado, sino tomar los votos sagrados y las responsabilidades que ellos conllevaban. Él compartiría su celo con el alfa con el cual estuviese dispuesto a enlazarse; mientras tanto, sufriría esos tres días del mes en soledad.
El hombre rubio se aclaró la garganta, sacándolo de sus pensamientos.
–Te acompañaré a tu casa, oscurecerá dentro de poco y no me hace gracia que estés por estos lados del bosque sin compañía.
– ¿Por qué, es peligroso? –preguntó el omega, interesado.
El hombre rubio se encogió de hombros.
–No exactamente, pero ésta es la parte del bosque más alejada del territorio de la manada. Suelen haber lobos de otras manadas que vienen a cazar o sólo a generar problemas. Andando, niño, que se hace tarde –dijo, echando a andar.
El beta era alto, por lo que en menos de tres zancadas cruzó el claro, dejando al joven atrás. El omega corrió tras él.
–Mi nombre es Danny, no niño.
El hombre rubio se encogió de hombros, dándole una media sonrisa.
–Sigues siendo un niño, Danny.
El beta tenía razón: estaba oscureciendo, el bosque se le hacía mucho más frío y tenebroso sin la radiante luz del sol para iluminarlo.
– ¿Quién eres tú?
–Mi nombre es Aaron Kensington.
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