Infinitesimal

•𝖊𝖓 𝖊𝖘𝖙𝖊 𝖋𝖆𝖓𝖋𝖎𝖈:

Los Todoroki siendo una familia disfuncional, Shoto nerd de la física y astronomía, Bakugo softeado, un montón de referencias al espacio exterior.

Nada qué ver con Neighbour, este es tiernito.


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Hay un lago. No tan lejos de donde vivo, pero tampoco tan cerca. Voy allí en bicicleta cuando alguien no llega de humor a casa. Muchas veces es mi padre, muchas otras es Touya, últimamente Natsuo se ha contagiado y sospecho que Fuyumi no tardará, por más que ella intente mantenerse tranquila.

Mamá ya nunca está de humor, en eso me parezco a ella.

Voy a ese lago a recordarme lo diminuto que soy y lo diminuta que es toda mi familia. Es algo deprimente, pero también muy reconfortante de algún modo. Es un lago gigantesto y de aguas oscuras en las que nadan unos lindos peces blancos. Me engulle entero y yo floto en el agua helada, sintiendo que me hundo, aunque tenga medio cuerpo al aire.

Se siente como nadar en el espacio, entre miles de estrellas que me acarician los pies con sus escamas brillantes.

Es una clase de paz distinta. Me recuerda que un montón de peces no equivalen ni a un grano de una estrella real. Que este lago no abarca ni un punto en un mapamundi y que, del mismo modo, todo el planeta está lejos de ser una manchita borrosa en una fotografía de la Vía Láctea.

Es impresionante porque eso me da posibilidad de ser imaginario.

Me recuerda que, cuando mi padre azota la entrada y la casa se desmorona en un parpadeo, el universo no cambia de posición ni un milímetro. Cuando Touya llega apestando a marihuana, intoxicándonos a todos a nuestra muerte, ningún dios gira a mirar el montón de cuerpos asfixiados. Cuando Natsuo y Fuyumi explotan por dentro una y otra vez hasta convertirse en una ceniza que se barre a sí misma, a unos cuantos años luz de aquí no se oye el estruendo en absoluto.

En pocas palabras, nada cambia, porque no somos nada. No le importamos a Marte, mucho menos a Neptuno. Y eso me reconforta. Si no soy nada no puede pasarme nada.

Después abro los ojos, las estrellas de verdad miran mi torso desnudo desde el firmamento. Estoy mojado y entumido. Mi piel es clara, pero seguro ahora se ve azulada, medio de frío y medio de reflejar la luz burlona de la luna.

Lo siento todo con detalle. El movimiento del agua, el viento frío que acaricia todo lo que no tengo bajo el agua, mis dedos congelados y arrugados. Escucho los árboles menear sus ramas y, al fondo, en medio de toda mi serenidad:

—¡Chico, chico! —grita una señora—. ¡¿Estás vivo, muchacho?!

Ha pasado varias veces. A estas alturas debería entender que sí, lo estoy. Por desgracia lo estoy. Por desgracia siento todo y escucho todo. Esa comodidad de sentirme imaginario se ve obligada a esfumarse mientras me enderezo y nado a la orilla para irme corriendo.

Vestirme e irme corriendo a la misma casa derrumbada, intoxicada y con cenizas de mis hermanos intentando recogerse a sí mismos.

Ahora, de vuelta desde mi ensoñación, regreso a ser un humano, uno con bajas posibilidades de escapar de su realidad por más diminuta e insignificante que ésta sea para los colosos más allá de la exósfera.

Regreso a ser un estúpido cualquiera que no puede hacer nada más que quejarse inútilmente de las cicatrices que ser humano le ha traído a su alma. Y a su cuerpo también porque, literalmente, tengo una poseyendo la mitad de mi cara.

Me visto rápido sin siquiera secarme bien antes. La tela se pega a mi piel y la sensación es horrible, pero al llegar a la orilla me percaté de mi celular vibrando como loco. Era Fuyumi. El reloj cambiaba los minutos como diciendo que me apresure, que me quedé soñando despierto más tiempo del que debería.

La voz de la señora se sigue escuchando, pero no me molesto en poner atención a lo que dice. Me subo a la bicicleta lo más rápido que puedo y respondo el teléfono con mi dedo todavía arrugado.

La voz de Fuyumi me grita que está preocupada, son casi las 10:30 y yo sigo en quiensabedonde, como ella le dice al lago.

—Voy en camino —la interrumpo y con el mismo dedo cuelgo la llamada, guardo el celular en mi bolso y me concentro en sujetar el manubrio para no caer.

A pesar de que pedaleo rápido, no me siento apresurado en absoluto. Llegar a casa pronto o mañana me tiene sin cuidado. Aunque mi padre me espere con sus puños de King Kong preparados, aunque Touya esté muriendo de sobredosis o Natsuo y Fuyumi tengan las cabezas en el bote de basura mientras sus cuerpos deambulan por ahí.

Tal vez eso es porque no quiero llegar en realidad.

Sin embargo, nadie me atropella en el camino, ningún asesino me intercepta y ningún tornillo de mi bicicleta se zafa cuando voy junto al barranco. Entonces me toca soportar lo que me espera en casa una noche más.

No malentiendan esto, no es que sea suicida —eso creo—, no quiero morir todavía, sólo quisiera tener una excusa para no llegar a casa y que nadie me regañe al otro día. Pero como no la tengo, pongo el teléfono en silencio y abro con cuidado la puerta frontal con mis propias llaves.

Me quito los zapatos y piso casi de puntitas para no hacer ruido. Quiero llegar directamente a mi habitación, cerrar la puerta con seguro y ponerme mis audífonos con música a todo volumen para que nadie tenga más remedio que dejarme en paz.

Fuyumi vería mis zapatos y sabría que estoy de vuelta, sin la necesidad de decirle nada ni hacerme notar ante toda la familia.

Bueno, no toda mi familia lo notaría, porque veo a Touya tirado en el sillón, dormido, o quizás inconsciente, o muerto. Quién sabe.

Mi plan se ve frustrado cuando llego al pasillo y Fuyumi está ahí, casi llorando. Al fondo, el viejo está recargado en la puerta de la habitación de mi madre. Está borracho y está asustando a Fuyumi, porque la mira como advirtiéndole que, si su madre no abre, ella será la victima de su furia, hasta que me acerco y me fulmina con la misma amenaza.

Le mantengo la mirada y tomo a Fuyumi de la mano.

—Ya llegué —le digo en voz baja—. Tranquila.

Mi padre se reincorpora y se gira a la puerta de mamá, levanta su enorme puño y lo azota contra la madera de la puerta del cuarto de mamá una y otra vez.

—¡Abre la maldita puerta, Rei! —le grita— ¡Ahora!

Nadie abre y nadie contesta, pero sabemos que está ahí porque la luz se asoma por abajo de la puerta, al igual que su sombra, la que se mueve tranquila como si no hubiera un hombre de dos metros, ebrio, matando su puerta a golpes y amenazando con hacer lo mismo con sus dos hijos despiertos si no abre pronto.

A veces me parece realmente asombroso como mi padre puede tumbar edificios enteros con un pisotón, pero el cuarto de mamá pareciera ser siempre la excepción. Ella tiene una fuerza incluso mayor que la de él, porque puede mantener su cuarto de pie sin sudar una gota, puede soportar el peso de sus gritos y su aliento alcohólico sin siquiera poner atención e incluso se las arregla para que un rayo de luz salga de esa habitación, iluminando, aunque sea un poco, el piso que su familia ha llenado de ceniza.

Pero muchas otras veces pienso que es una mujer egoísta. ¿Por qué si es tan fuerte sólo sostiene los cimientos de su cuarto y permite que el resto de la casa se caiga a pedazos? ¿Por qué no abre la puerta para que esa luz ahuyente las cenizas de todas las esquinas? Sólo deja salir un poco de esa fuerza, la suficiente para hacernos saber que la tiene, y ya.

Tal vez sólo se está escondiendo porque se siente culpable. Es cobarde y huye de todos los problemas con los que podría ayudarnos.

Intento no juzgarla demasiado porque prácticamente yo hago lo mismo. Ir al lago y desentenderme del mundo es mi forma de cerrar la puerta y no dejar que la desgracia vaya más allá. La diferencia es que yo no tengo la fuerza de sostener el lago en caso de terremoto. Se desbordaría y los peces quedarían moribundos en el fondo seco si mi padre llegara a encontrarme ahí.

Él sigue golpeando y gritoneando hacia la puerta de mi madre, siendo totalmente ignorado, como siempre.

Me canso de esperar a que se rinda y se largue, entonces jalo la mano de Fuyumi hacia mi cuarto y cierro la puerta con seguro, como planeaba inicialmente.

Me siento en la alfombra mientras busco mis audífonos debajo de la cama, los coloco sobre mis orejas y los conecto a mi celular mientras mi hermana se sienta frente a mí, mirando mis paredes en la oscuridad como si no hubiera estado nunca aquí.

—¿Dónde está el póster de Marte? —apenas la escucho a través de los audífonos.

—Se rompió —le miento. En realidad, lo llevé doblado en la mochila para revisarlo en la escuela, unos tipos lo llenaron de yogurt y tuve que tirarlo.

—¿Quieres uno nuevo? Puedo conseguirlo en la librería —me dice y me doy cuenta de que tanto yo como ella misma somos muy crueles con Fuyumi Todoroki, la que vive para todos menos para ella.

—Deja de pensar en mí —le digo—. Deja de pensar en todos los demás un segundo. Si puedes comprar un póster de Marte en la librería también puedes comprarte un nuevo tapiz.

Ella me sonríe, pero está muy triste. Tal vez no esperaba que supiera que cuando intenta controlarse para no lanzar nada, prende las uñas a la pared de su habitación hasta que el tapiz se le va en ellas.

Le devuelvo la sonrisa como puedo, no soy un experto en evitar que los demás rompan en llanto, más bien, pareciera que yo soy el principal causante de lágrimas a mi alrededor. Eso no me hace sentir muy cómodo.

—¿Puedo quedarme aquí contigo, Shoto? —me pregunta, luego de que la puerta de mi madre volviera a ser torturada.

—Seguro —le respondo. Supongo que dormir sola es lo último que quiere ahora, cuando poco a poco se va convirtiendo en parte del club de los heridos y malhumorados.

Se suelta el cabello y suspira de alivio como si la liga que lo sujetaba tuviera apresado su cuerpo entero.

Se ve muy bonita así, se parece mucho a mamá y su personalidad es encantadora. Si tan solo no hubiera nacido en una familia tan hecha mierda, seguro habría sido la chica más feliz del mundo, pero lamentablemente, sus ojos están húmedos todo el tiempo y sus sonrisas salen temblorosas y obligadas.

Siempre pienso que sería increíble que encontrara pronto a alguien que la ame y la cuide, se casen y así ella pueda irse a ser hermosa y feliz sin preocupaciones. Aunque, conociéndola, sacrificaría cualquier relación con tal de no dejarnos solos. Carga mucho peso y yo no sé cómo aminorarlo.

—¡Por cierto, Shoto! —me asusta porque alza la voz de repente— ¡Estás empapado!

—No lo estoy tanto —le digo, pero es cierto que tengo frío y mi cabello está todo húmedo y desordenado —. Ya me sequé un poco.

—¡Ve a bañarte ahora, Shoto! —se levanta y me señala la puerta del baño con un dedo. Su otra mano en la cintura como si fuera mi jefa. No tengo opción más que obedecerla.

—Bien, ya voy —me levanto también y le pongo mis audífonos en las orejas para que escuche algo de música en lo que tomo una ducha.

Ella se ríe. Es lindo cuando lo hace en serio.

De repente me dan unas ganas inmensas de que ella fuera mi madre. Si yo no hubiera nacido en esta familia y ella tampoco, yo habría sido muy feliz como su hijo, así mi madre no sería una poderosa pero cobarde mujer, y estoy seguro de que Fuyumi sabría escoger a un mejor padre.

Pero como hermana es maravillosa también, estoy satisfecho.

Lavo mi cuerpo y mi cabello con algo de flojera, preferiría ir a dormir de inmediato, pero esto también se siente muy bien. No es agua helada como la del lago y eso le quita poder de hacerme reflexionar, pero puedo callar mi cerebro un rato antes de acostarme.

Salgo del baño una vez que me puse la pijama e intenté secar un poco mi cabello —que ya está muy largo— y vi a Fuyumi sentada en la cama, ya con su propia pijama puesta y revisando algo en su celular muy concentrada.

Noté que esa pijama le quedaba muy bien todavía, a pesar de que hace años que no la usaba. Supongo que no creció mucho desde la última vez.

Cuando éramos más chicos guardábamos pijamas nuestras en los cuartos de los demás porque de vez en cuando hacíamos pijamadas. Nos escondíamos los cuatro en una sola habitación y comíamos golosinas cuando papá estaba muy enojado o cuando mamá enfermaba y no quería que estuviéramos con ella mucho tiempo. Teníamos estas pijamas para no tener que salir del cuarto, sólo nos cambiábamos y nos dormíamos acurrucados en el suelo, cuando todavía usábamos futones en lugar de camas.

Con el tiempo nos distanciamos y tiene mucho que no hacíamos una pijamada como esas. Ahora somos sólo dos, pero está bien. Por suerte Fuyumi sigue cabiendo en la pijama que dejó aquí. Touya y Natsuo las estarían reventando. Tal vez las que yo dejé en sus cuartos también me impedirían respirar y moverme, he crecido desde entonces.

Me meto bajo las cobijas y espero a que ella haga lo mismo. Pero parece que no se ha dado cuenta de que ya estoy ahí.

Unos diez minutos después apaga el celular y por fin se mete a la cama.

Nos deseamos buenas noches y apago la luz.

Luego de un rato siento que me abraza, muy, muy fuerte. Seguro cree que estoy dormido, porque entierra la cara en mi espalda y llora, cuidando no hacer tanto ruido, pero sus dedos se aferran a mi camiseta y escucho unos cuantos jadeos amortiguados, así como su aliento caliente.

Lo reprime mucho, y Fuyumi no es ninguna llorona. Ella llora cuando las cosas la sobrepasan y eso no es tan fácil porque su alma es enorme, pero últimamente ha estado haciendo eso de llorar en las noches, se levanta con los ojos hinchados y dice que es por dormir boca abajo.

Me debato un rato entre seguir fingiendo estar dormido o darle algo de consuelo. Decido lo segundo porque eso es lo que ella hace por mí.

Giro en la cama y el abrazo de vuelta, ella ahoga su llanto.

—Fuyumi —le digo—. Lamento preocuparte, volveré temprano de ahora en adelante —ella asiente—. Molestaré a Touya para que también lo haga —asiente de nuevo—. Eres la mejor de los cuatro, Fuyumi.

Llora más fuerte hasta que se queda dormida.

Al cabo de un rato me entran unas ganas tremendas de orinar. Con cuidado me levanto de la cama sin despertar a mi hermana y salgo de mi cuarto.

En el sofá están Natsuo y Touya viendo algún documental sobre teorías de alienígenas en la televisión. Bueno, Natsuo está viendo y Touya hace lo que puede por mantener la atención y no dormirse de nuevo.

¿Los extraterrestres existen? —pregunta la voz de la televisión— No hay ninguna prueba que lo confirme, pero sí muchas teorías conspirativas que lo respaldan.

«Qué burrada», pienso.

Por supuesto que existen. Yo mismo estoy enamorado de uno.


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Al día siguiente me subí en la bicicleta para ir a la escuela. Fuyumi amaneció lo suficientemente bien como para prepararme un sándwich que pudiera comer más tarde, hasta lo metió a una bolsa con mi nombre y una cara sonriente. Eso me hizo feliz a mí también.

Lo llevaba en la mochila, junto con la esperanza de que las mañanas felices de Fuyumi se volvieran algo habitual. Y también llevaba una pluma con la tinta chorreada que nunca saqué, aunque manchara todas mis cosas.

La mañana estaba nublada ese día, y el viento hacía que mis brazos desnudos se erizaran de frío. Las cosas empeoraron cuando las chispas de agua empezaron a caer sobre ellos y todavía me faltaba un buen tramo para llegar.

Pedaleé más rápido, ataqué con velocidad cuantas curvas pude, pero nada fue suficiente para evitar llegar hecho sopa.

Me faltaba poco, muy poco, un par de metros y podría refugiarme bajo un techo.

No noté que la lluvia generó un lodazal en la entrada, la bicicleta se resbaló y caí sobre todo este lodo mugroso y lleno de lombrices.

Mierda, por lo menos no había nadie ahí para verlo.

—Joder ¿Intentabas impresionarme? —sí había alguien. Y era él.

La cara se me puso caliente a más no poder. Esta era una vergüenza descomunal, masiva e intergaláctica.

Bakugo es prácticamente el chico del que estoy enamorado, y él lo sabe, y es más o menos mi amigo, y ahora se está riendo porque presenció mi caída ridícula en primera fila.

—Ya —me dice y alcanzo a ver cómo levanta mi bicicleta del suelo mojado y sucio—. Haré de cuenta que es parte de tu espectáculo.

No le digo nada porque estoy demasiado avergonzado. En la escuela no soy tan seguro como lo soy en mi cabeza, y mucho menos cuando se trata de Katsuki Bakugo, el alienígena que estudia conmigo. A veces sólo me escondo, en situaciones como estas, por ejemplo.

Me levanto, resbalando un poco con el lodo todavía. Mi pantalón y mi camisa están ahora manchados con lodo y mi mochila estaba mojada. Sólo esperaba que el sándwich de Fuyumi no hubiera sufrido daños

—Perdón —le digo a Katsuki. No sé bien por qué me dio por disculparme.

—¿Por qué?

—¿Por caerme así frente a ti? —sonó más como una pregunta. Tal vez inconscientemente esperaba que él me dijera por qué me estaba disculpando. Los aliens deben saber leer mentes.

Se me quedó viendo incrédulo —tal vez no puede leer mi mente después de todo—, luego sonrió un poco y levantó su mano hasta mi hombro. Dejó dos palmadas ahí y me dijo:

—Idiota.

Después sólo siguió su camino para entrar a la escuela. Se me había olvidado que estaba lloviendo. Yo creo que puede controlar el clima porque cuando estoy con él siempre está soleado.

Muevo los pies para seguirlo, pero me interrumpe.

—La bici, bastardo.

—Ah. Claro —y vuelvo por ella como un estúpido. Es el efecto Katsuki.

Ahora sí, lo sigo, por accidente lo sigo demasiado porque su clase es diferente a la mía.

A esto es a lo que me refiero cuando digo que Katsuki es un alien. Me abduce todo el tiempo por diversión, usa frases ingeniosas y parece siempre tener una reacción razonable para todo, como si estuviera miles de años avanzado en el tiempo.

—¿No se te hará tarde, bobo? —me pregunta. Parpadeo un par de veces antes de darme cuenta de lo que me está diciendo.

¿Lo ven? Es impresionante. Incluso es hermoso. Ser tanto debería ser un pecado.

Asiento con la cabeza y me doy la vuelta para ir a mi propia clase, entonces oigo que me dice otra cosa:

—Oye, tu espalda está llena de alguna mierda negra.

La maldita pluma chorreada.

Me veo en necesidad de darme una palmada en la frente.


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Mi lugar favorito después de mi lago es el jardín trasero de la escuela. Principalmente porque ahí suelo reunirme con Katsuki.

Cualquier lugar podría ser mi favorito si lo comparto con él, y es cosa de sus poderes abductivos. Tal vez es una estrategia macabra para que no me queje ni me resista cuando me lleve a su nave espacial. Es muy efectivo.

Lo espero sentado en la orilla del pasillo, todavía bajo el techo para no mojarme más, porque sigue lloviendo. Escucho sus pasos acercándose y noto sus poderes de control de clima funcionando. Hasta las flores se ven más coloridas.

No soy precisamente el más parlanchín, con él lo soy un poco, lo justo para no ser molesto. Me gusta porque a pesar de eso parece estar interesado en lo que le cuento. O bueno, no, me gusta porque es un extraterrestre.

—Ya llegué, idiota —me saluda y yo hago un ademán con la cabeza para corresponder el saludo.

Saco la bolsa con mi nombre, que ahora tiene la tinta corrida, porque sí, se mojó un poco cuando me caí luego de ir bajo la lluvia por un rato.

Parto el sándwich en dos y le extiendo una mitad. Él la toma y se sienta a mi lado. No dice nada, sólo empieza a comer la mitad de mi sándwich mientras mira a la nada, entonces es mi turno de llamarle la atención.

—Mi hermana me preparó el sándwich —le comento.

Él lo mira, pasa su bocado y luego dirige su mirada a mí.

—Le quedó bueno —responde y sigue comiendo.

—¿Sabías que compartir comida especial con alguien especial hace que esa persona se enamore de ti? —es el tipo de cosas que le digo para que no se le olvide que me gusta mucho.

Vuelve a pasar el bocado, luego me sonríe con una arrogancia digna de un ser tan poco mundano. Le hizo gracia.

—Pues no te creo un carajo.

—Sí, lo acabo de inventar —le confieso. No era nada fácil engañarlo, menos con algo tan bobo.

Cuando nos juntábamos así yo podía sentir algo similar a meterme al lago y flotar por ahí por horas. El efecto Katsuki era poderoso, él era un ser muy poderoso, tan poderoso como mi madre manteniendo edificios de pie, y tan poderoso como mi padre para derrumbarlos.

Es uno de mis motivos para creer que era alguna clase de alienígena. Simplemente no podía ser posible que un humano similar existiera, tan indiferente a lo que los demás le dijeran, tan ajeno a las desgracias que traía ser un miserable punto diminuto en un mar de miserables puntos diminutos.

Estar con él era recordarme que las cosas hermosas todavía existen y que las almas tienen capacidades exorbitantes de cambiar las cosas a su alrededor. No la mía, por supuesto, mi alma apenas puede mantenerse en una pieza, pero la de Katsuki era monstruosa y seguro tenía una forma diferente a todas las demás porque él es tan magnífico que es imposible que sea un humano común y corriente. Es imposible que pertenezca a mi misma especie.

—Deja de mirarme así, bastardo —me dice, dándole el último bocado a su mitad del sándwich—. Tu hermana se decepcionará si no le das ni un jodido mordisco.

Me di cuenta que me había abducido de nuevo y por eso no había probado mi sándwich, por estarlo mirando.

—Es tu culpa —le digo y pone una cara indignada por un momento, para luego sonreír un poco—. Eres demasiado bello, es impresionante.

Se pone progresivamente colorado.

Es uno de los momentos en los que parece que no tiene una reacción cool, porque se aleja de mí, se acerca, se vuelve a alejar, y luego grita:

—¡Cállate, cabrón! —seguido de un golpe en la cabeza. Un golpe que no es un golpe porque no me hace daño realmente. Me sobo la cabeza por reflejo.

Luego bufa, no está realmente molesto, sino que tal vez avergonzado. Se levantó del piso con los puños apretados y se fue por donde llegó.

—¡Nos vemos mañana! —me despedí de él antes de que se alejara demasiado.

Desde atrás pude ver su cuello poniéndose rojo también y luego empezó a correr lejos de donde mis ojos pudieran notar más de su crisis.

Me comí mi mitad del sándwich. Me sentía feliz porque poco a poco estoy entendiendo el arte de hacer que Katsuki se ponga rojo. Es interesante porque no tengo que hacer nada más que decir lo que pienso, fuera de eso soy un estúpido.

La lluvia paró, las flores no dejaron de verse coloridas y el sol salió. Es el efecto Katsuki, un efecto que tiene el poder de impactar al mundo.


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Al otro día me encontré con Katsuki cuando estaba saliendo del baño y él estaba por entrar. Ese día estaba siendo muy frío y era una tortura para mí, quien perdió su suéter hace dos semanas, pero él traía el suyo puesto y se veía incluso más congelado que yo.

—Hola, Katsuki —lo saludo.

—Hey —cuando me miró de vuelta el frío dejó de afectarme en absoluto, incluso sentí como que mi sangre se calentaba debajo de mi piel.

—¿Quieres que espere a que salgas? —a este punto dejó de importarme demostrar mi insaciable interés en estar con él, y parece que a él también porque me contestó:

—Haz lo que quieras —eso en su lengua materna significa «Claro, ¿por qué no?».

Me recargué en el pilar de la puerta y me dispuse a esperarlo. No había nadie más en el baño, así que intenté hablar un poco.

—¿Sabías que Venus es más caliente que Mercurio? Aunque Mercurio esté más cerca del Sol.

—¿En serio? —escucho desde adentro—. Obvio que lo sabía.

Sonrío.

—Sí, y por irónico que suene, Mercurio es un planeta bastante frío. No tiene realmente una atmósfera, entonces no puede retener el calor del sol. Pero la atmósfera de Venus es casi puro dióxido de carbono, ¡incluso las nubes son de ácido! Es un planeta para puros tipos rudos.

—Mierda, ya lo creo —me responde mientras sale del baño y va a lavarse las manos.

Me gusta hablar con él porque siempre me pone atención. No necesito callarme y él tampoco necesita hacerlo cuando habla conmigo, creo que hacemos buen equipo.

Se me ocurre que él también es bastante rudo. Y que Venus es el planeta del amor por la relación de su nombre con las diosas del amor y la belleza. Entonces descubrí el acertijo: Katsuki viene de Venus.

—Vienes de allá, ¿cierto? —no puedo evitar preguntar.

—Para nada —me responde totalmente convencido, pues está al tanto de mi gusto por llamarlo alien—. Yo vengo del putísimo Urano.

Qué cosa tan más fuera de lugar. No puede ser que alguien como él venga de Urano.

—No es posible —fui honesto.

—¿Y por qué no, eh?

—Porque Urano es el planeta más congelado de todos.

—¿Y eso qué?

—Que tú eres demasiado caliente.

Me di cuenta muy tarde de que eso había sonado mal, pues Katsuki se puso todo rojo y me empezó a gritar un montón de cosas. Luego se agachó sobre el lavabo y se mojó la cara hasta que estuvo un poco más tranquilo.

—Perdón, no quise decir eso —intenté disculparme, pero él me detuvo salpicándome con el agua que colgaba de sus dedos.

—Vuelve a tu maldita clase —me dijo mientras salía del baño para ir a su propio salón.

Lo iba a hacer, pero antes de eso mi boca se movió sola:

—¿Por qué Urano?

Katsuki se detuvo un segundo y medio giró a mi dirección.

—Es el más alejado de la Tierra, ¿no? —asentí— Eso es suficiente para mí.


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La siguiente vez que nos reunimos en el jardín fue un día muy ventoso. Esa vez fui más listo y llevé una chamarra para no lamentar tanto la pérdida de mi suéter. Me senté ahí a ver como las flores y los árboles se sacudían cada que el viento silbaba y soplaba sobre ellos.

Esperé a Katsuki, ya no faltaba mucho para que terminara el receso y él no aparecía. Le mandé mensajes incluso para que no tardara mucho, pero no los había leído.

Entonces escuché que alguien se acercaba, cuando faltaban 10 minutos para que se acabara el tiempo.

Definitivamente era él, envuelto en un enorme abrigo que casi le tapaba toda la cara. Era muy friolento y eso podía confirmarme que no era un ciudadano de Urano. Pero ya no le iba a dar muchas vueltas a eso.

Llegó refunfuñando y se sentó junto a mí, un poco más cerca que de costumbre, tal vez buscando que mi cuerpo lo cubra un poco del viento.

—Joder —soltó entre dientes mientras sacaba una mano del bolsillo de su abrigo gigantesco.

Su guante anaranjado sostenía una bolsita sujeta con un listón rosa pastel. Era muy linda y desprendía un olor delicioso.

Me las acercó sin mirarme, tenía las mejillas rojas, pero no pude adivinar si por vergüenza o por frío.

Las mías se empezaron a poner iguales mientras tomaba la bolsa, sentí una necesidad de esconder mi cara en mi chamarra como él lo estaba haciendo, porque Katsuki me estaba regalando una bolsa de galletas.

Hasta se me olvidó preguntarle por qué había tardado tanto.

—Más te vale que te las comas todas —me dijo con la voz amortiguada por la tela de su abrigo. Asentí con la cabeza y abrí la bolsa.

Tenían forma de estrellas y caras de alien. Sentí que mi corazón podría explotar ahí mismo y generar el nuevo Big Bang.

—Katsuki. Gracias —le dije—. ¿Las hiciste para mí?

Casi vuelve a salir corriendo, pero sujeté su abrigo para que no lo hiciera. Se estaba volviendo bueno en escapar de las situaciones que le hacen sentir cosas.

—¡Sí, claro! —sarcasmo—. ¡No te sientas tan especial, Todoroki! Sólo preparé demasiadas y te traje las sobras.

Mentiroso. Era un mentiroso. Y sus mentiras me hacían feliz porque significaban lo contrario.

Las hizo para mí y le daba pena dármelas, por eso tardó más y por eso tienen formas tan especiales.

De verdad podría explotar ahora mismo, reducirme a gas y polvo, pero tan feliz que me convertiría en nebulosa. Katsuki es lo mejor del mundo.

Abrí la bolsa, saqué una galleta y la comí, una de alien porque me recordaban a él. Eran de nuez y estaban deliciosas. Hasta me daba lastima pensar que se terminarían en algún momento.

Le ofrecí, pero me rechazó.

—¡No quiero! —me dijo y apartó su mirada—. ¡Son tuyas, cómetelas!

—Pero quiero compartirlas contigo.

Sacudió la cabeza de lado a lado, era terco.

—Por favor —le pedí de nuevo—. Tengo guardada la esperanza de que lo de compartir comida especial contigo para que te enamores de mí funcione.

Otra vez se puso colorado, pero mantuve su abrigo en mi mano para que no se fuera corriendo. Ya no quería que lo hiciera. Me estaba enamorando más de él y ya era un poco muy imposible sólo dejarlo escapar cuando se sintiera amenazado por sí mismo.

Se resignó y tomó una galleta de estrella.

—No va a funcionar, bastardo —me dijo—. No esperes demasiado, ¿oíste?

Me encogí de hombros.

—No pierdo nada intentando.

Comimos un par de galletas más hasta que sonó la campana indicando que debíamos volver a clases, pero era muy difícil romper el momento, así que con el corazón latiendo a mil y con la cara más roja que Marte, me decidí a pasar un brazo alrededor de sus hombros, esperando que entendiera el mensaje: «No hay que irnos todavía».

Su cuerpo se sobresaltó un poco, pero no se movió más allá de eso.

—Debemos regresar —me dijo en voz baja cuando se pasó el bocado de galleta que tenía en la boca.

—Dos minutos más —le pedí.

Su respuesta fue recargarse en mi hombro lentamente, casi con duda, nervioso.

Su plan era conducirme a la muerte.

Mi cabeza dio mil vueltas, estalló, chocó contra mil cosas, saqué humo y chispas, sufrí un corto circuito y en cualquier segundo iniciaría un incendio, porque Katsuki Bakugo estaba recargado en mi hombro y mi pecho sentía al suyo palpitando tan rápido como el galope de diez caballos. Seguro el mío estaba peor.

—Ya no tengo frío —susurró luego de unos segundos.

Respiré profundo para no besarlo.


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Al llegar a casa, se veía todo mucho más brillante que como lo dejé en la mañana. Creo que todo era sólo mi impresión, ese brillo era el que yo sacaba después del día que tuve. Un día maravilloso a lado de Katsuki.

Eso debía ser. Era imposible que la casa brillara por sí sola, menos cuanto escucho las voces serias de mis hermanos. Voces que no tenían un brillo.

Touya estaba en la cocina hablando de no sé qué con Fuyumi, pero se veían muy serios los dos. Quise llamar su atención, así que tiré la mochila al suelo y los saludé.

—Ya llegué —les dije—. ¿Qué pasa?

—¡Shoto! —Fuyumi pareció asustada—. Llegas temprano.

—Hoy no fui a quiensabedonde —no dejé que cambiara de tema—. ¿De qué hablaban?

—De nada, enano —me respondió Touya. Es la primera vez que me dirige la palabra como en un mes—. Ve a hacer tu tarea o algo.

Sólo lo miré mal, una mirada que le doy desde que era pequeño. La famosa mirada que le das a tu estúpido hermano mayor.

Luego miré a Fuyumi, preguntándole si realmente era algo así de privado, que sólo los mayores podían opinar al respecto.

—Ve, Shoto. No te preocupes —me dice ella, entonces tomo mi mochila de nuevo y me voy de ahí. Si no quepo en la conversación no me voy a meter a fuerza.

Me tiro sobre la cama recordando que ahora tengo algo más interesante que hacer. Mi estómago da un vuelco.

Saco el celular de uno de mis bolsillos y le empiezo a escribir un mensaje a Katsuki.

Mis dedos tiemblan y escribo varias palabras mal. Tengo que eliminar y volver a escribir el mensaje varias veces porque no me convencía por completo y, además, no quería tener faltas de ortografía.

Tardé como diez minutos en redactarlo y otros cinco en decidirme a enviarlo.

Pulso el botón de una vez por todas y me sorprendo al ver como casi automáticamente él se conecta y empieza a escribir una respuesta.

Ni él ni yo somos mucho de mensajear a otros, pero esto era algo que me creía incapaz de preguntarle en persona.


Oye. Quisiera llevarte a un lugar. ¿Quieres acompañarme?

¿Cuándo?

Mañana. ¿Está bien?

Bueno. Más vale que sea cool

Lo será.


Él siguió en línea un rato más, y quería seguir hablando con él, de cualquier otra cosa, pero mi celular me interrumpió antes de terminar de escribir un siguiente mensaje y se apagó por falta de batería.

Había olvidado recargarlo como en dos días, y como no lo uso demasiado no me di cuenta antes. Ahora maldecía eso porque esta vez tenía muchas ganas de hablar con él.

Busqué el cargador hasta hallarlo en uno de los cajones de mi buró, lo conecté en el primer enchufe que vi —uno debajo de mi cama— y lo dejé cargar ahí mientras corrí por mi laptop, la cual estaba enterrada bajo una montaña de ropa limpia que no he guardado (sí, mi uniforme enlodado está en la montaña de ropa porque ya lo lavé, pero la mancha de tinta sigue ahí).

Saqué la laptop con cuidado de no tirar ninguna prenda y la encendí. Tenía como la mitad de batería, pero también la enchufé para que no se le ocurriera apagarse a media conversación con el rubio de mis sueños.

Inicié sesión y me sorprendí al ver que él me había enviado ocho mensajes desde que mi teléfono murió. Mi corazón empezó a latir más rápido mientras abría el chat y leía estos mensajes.


¿Y qué lugar es?

Mientras no sea una puta piscina o algo

No es que no sepa nadar

Porque sí sé

Pero no quiero hacerlo, ¿bien?

Eres un maldito nerd. ¿Es un museo?

¿Te gustan esas cosas?

A mí sí. Algo


Sonrío al ver los mensajes. Me preocupé un poco al leer que no sabe nadar, pero no hay problema porque el lago no es tan profundo por lo menos si no te alejas más de 20 metros de la orilla.

Y yo le puedo enseñar a nadar si confía lo suficiente en mí. Sería genial hacerlo.

Luego me pregunta si lo llevaré a un museo. Lo consideraré para la próxima vez.


Sí, me gustan mucho

Hasta que contestas, inútil

¿Entonces es un museo?

Lo siento, mi celular murió. Estoy en la lap

No es un museo

Cómo te gusta hacerte el misterioso

¿Te parece?

Sí, y lo odio


Era divertido hablar con él por mensaje. Usar frases cortas y tener la facilidad de que, si nos avergonzamos o nos ponemos nerviosos, el otro no puede notarlo.

Era más fácil, pero personalmente prefiero hablar con él cara a cara. Mirarlo y aguantarme las ganas de besarlo es parte de la experiencia.


No te preocupes, es un lugar especial

Aunque tal vez haya que resolver el asunto de la natación

QUÉ

TE DIJE QUE SÍ SÉ NADAR, IDIOTA

SÓLO NO QUIWRO HACERLO

Por supuesto

MALDITO

NO IRÉ CONTIGO

:(

Anda

Es especial

NO

JÓDETE

Ven por favor

¿Sabías que Venus es el planeta más visible desde la Tierra?

Desde ahí podremos verlo

Y mañana es luna nueva. Se verá increíble

Por favor

¿Yo que gano?

Podrás ver tu hogar en todo su esplendor

No me interesa

Te dije que soy Uraniense

Y yo te dije que no te creo


De repente no quería ir porque no sabe nadar. Insisto, enseñarle sería un enorme, enorme placer.

Debí suponer que no sería tan fácil, pero di la batalla por ganada cuando aceptó ir en un inicio. ¿Qué le digo ahora para que se arrepienta de arrepentirse y me acompañe al lago?

No tengo idea.

Tal vez sólo deba decir lo que pienso, como siempre. Suele funcionar.


Por favor, Katsuki

Me gustas mucho

Quiero llevarte

Es un lugar muy importante para mí

Y tú también lo eres

Acompáñame

No haremos nada que no te guste

Aunque puedo enseñarte a nadar, si me dejas

¿Vienes?


Se estaba tomando su tiempo en responder. La desventaja de no ver su cara me estaba molestando, porque moría de ganar de verlo ahora y saber qué pensaba.

Si vendrá conmigo, o si no lo hará. La única forma de saber ahora es con un mensaje suyo.

Me quedé con los ojos pegados a la pantalla esperando que las bolitas de que está escribiendo aparecieran en ella, pero no lo hicieron.

En su lugar un recuadro gigante de videollamada me asustó y la colgué por reflejo.

Volvió a aparecer el recuadro. Volví a rechazarla.

«¡¿Qué mierda haces, Shoto?! ¡Contesta la jodida llamada!», me regañé a mí mismo, pero me desobedecí otras diez veces.

Katsuki llamaba, yo colgaba. Él llamaba de nuevo, yo volvía a colgar.

¡Es que esto me tiene muy nervioso!

Mi cara se calentaba y casi me daba un ataque al corazón cada vez que las opciones de responder y rechazar la videollamada aparecían en la pantalla.

¿Cómo se supone que responda a algo así?

Y ya sé que estuve hablando sobre ver su cara y toda esa mierda, pero al momento entendí que no creo ser capaz de soportarlo. Me sobreestimé.

¿Por qué no podía sólo escribir su respuesta y enviarla en un mensaje?

¿Es tan necesaria la videollamada?

Una vez más la invitación a unirme a la llamada apareció frente a mí.

Respiré profundo.

Me mentalicé.

«Yo puedo con esto» me dije.

Y colgué.

—¡No!

¡Demonios!

Ahora las bolitas de mensaje sí estaban ahí, y poco tiempo después, el mensaje de Katsuki, todo en mayúsculas y con un montón de signos de exclamación.


¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡RESPONDE LA PUTÍSIMA LLAMADA, CABRÓN!!!!!!!!!!!!

¿QUIERES MORIR, MIERDA? (!!!!!!!!!!!!!!!)

CONTESTA AHORA

LO SIENTO


Otra vez la invitación se hizo ver por encima de todos sus agresivos mensajes —no lo culpo para nada por ellos—.

Ahora sí, agarré aire y di clic sobre el botoncito verde. Cerré los ojos un momento.

¡Maldito estúpido! —lo escuché decir— ¡¿Por qué carajo no contestabas?!

Abrí los ojos con algo de cuidado, realmente me sentía muy nervioso y seguro estaba rojo. Nunca había tenido una videollamada con nadie.

Su cara estaba muy cerca de su cámara. Estaba todo rojo, rojísimo, hasta brillaba. Estaba tan enojado conmigo por no haber respondido antes. Le quité la inspiración que llevaba para decirme si sí iría conmigo o no, y eso era algo de lo que yo también me molestaba.

—Perdón —le solté todavía con algo de miedo—. Es que entré en pánico.

Si algo había aprendido en este tiempo es que, si soy cien por ciento sincero con él, puedo calmar su ira, y puedo hacerlo perder un poco la cabeza. Es casi una ciencia. Es como si estuviera estudiando para ser un Katsukólogo o algo así.

Doctor Shoto Todoroki, especializado en Katsukología. La ciencia del comportamiento de los aliens rubios.

Ja. Qué estupidez.

Pánico mis cojones —por su tono de voz, había funcionado. Ahora no tiene tantas ganas de matarme como antes.

Me acerqué un poco más a la pantalla inconscientemente. Todavía quería saber su respuesta.

—Es la verdad —le dije—. ¿Pero irás conmigo?

Torció los labios en su típico gesto pensativo.

Iré, bastardo —casi pego un brinco—. No lo vayas a olvidar o te mataré.

—¡Gracias! ¡No te preocupes! —cada vez me iba acercando más a la pantalla como obedeciendo al magnetismo que sus piezas desprendían. O al magnetismo de Katsuki, un perfecto atractor de Shotos.

Ambos nos quedamos en un silencio por unos cuantos segundos. Era extraño porque él tenía la cámara muy cerca de sus narices. Tenía su cara en una pantalla de quince pulgadas en alta definición. Ahí estaban sus ojos y sus labios, y una pequeña gota de sudor y se sentía tan cerca que por impulso me empecé a acercar y acercar.

Quería verlo todo con detalle, cada poro de su piel, cada vaso sanguíneo que resaltara en sus mejillas por lo pálido que era, cada pestaña, cada vello diminuto.

Como sea. Sólo era eso. Iré a hacer tare- ¡Ah, carajo! ¡¿Qué haces?! ¡Estás muy cerca, imbécil!

Entré en razón y me alejé tan rápido de la pantalla que casi me caigo de espaldas con todo y la silla de mi escritorio.

Si antes la cámara del celular de Katsuki estaba muy cerca de su cara, ahora la tenía totalmente pegada. Ni un milímetro de distancia. Se le había caído el teléfono encima, mil y un maldiciones salieron de su boca mientras se levantaba de su cama y se cubría el rostro.

Estaba tan avergonzado como yo cuando me caí frente a él y me llené de lodo, lluvia y tinta negra.

¡Oh, mierda! —fue su última palabrota y luego colgó la llamada.

Yo me quedé quieto, procesando lo que acababa de ocurrir.

Fue un montón.

Katsuki era el extraterrestre más alucinante del universo entero. Una completa locura.

Me eché a reír. Sin control.

Carcajadas como no las soltaba hace... ¡años!

¡Era como magia! ¡Estupendo!

¡Katsuki es estupendo!

¡Estoy enamorado de Bakugo!

¡Y se le cayó el teléfono en la cara!

¡Y yo casi me beso con la pantalla de mi laptop!

¡Y le colgué mil veces!

¡Y mañana lo llevo al lago!

¡Que belleza!

La risa no paraba. No había forma de detenerla.

Es un ataque de felicidad, y de un enamoramiento como ningún otro en la galaxia.

Me dolía la panza y me lagrimeaban los ojos.

Por un momento todo mi cuarto se llenó de luz y no se me pasó por la cabeza que mi padre ya podría haber llegado, que Touya y Fuyumi estaban grises en la cocina, ni que mi mamá sigue sin querer compartirnos de su fuerza.

Mientras reía sentí que yo también era fuerte. Y eso es maravilloso porque no creo haberme sentido fuerte jamás en toda mi vida.

Tocaron la puerta tres veces. La interrupción me salvó de morir ahogado en risa.

—¿Shoto? —preguntó mi hermana a través de la puerta—. ¿Está todo bien?

Respiré un par de veces para calmar mi ritmo y recuperar el oxígeno. Uff.

—Sí. Sí, Fuyumi. Estoy bien —le contesté—. Solo... vi un video divertido.

—¡Oh! —vaya, está sorprendida—. ¡Pues tendrás que mostrármelo, Shoto! ¡No te había escuchado reír desde que tenías cinco!

Luego de eso oí sus pasos alejarse.

Tenía razón. No me había reído desde hace muchísimo tiempo.

Tenía que agradecer por esto a Katsuki.

Me incorporé y le escribí lo último del día.


Gracias. Gracias

Nos vemos mañana


༒༒༒


Para cuando las clases terminaron, yo ya me había dado cuenta de que no llevaba mi celular conmigo. Lo había dejado debajo de la cama y ese no es precisamente el lugar donde dejas las cosas que no debes olvidar, como lo es el teléfono.

Fuera de eso, me reuní con Katsuki en el receso y le dije que lo esperaría en la entrada para irnos al lago en mi bicicleta. Le dije que no intentara llamarme porque sería inútil y que no se preocupara, que no se me iba a olvidar esperarlo —por alguna razón estaba muy preocupado por que lo dejara plantado, pero eso es totalmente imposible—. Esta vez no nos quedamos más tiempo del debido porque nos regañaron a ambos cuando lo hicimos.

Me paré con mi bicicleta en la entrada para que él pudiera reconocerme rápido.

Estaba muy nervioso. Tal vez el lago no le gustaría, o quizás pensaría que soy un idiota por llevarlo aun sabiendo que no sabe nadar.

Intenté mantener la calma. Si aceptó venir es por algo y a nadie en su sano juicio no le gustaría el lago.

Cuando vuelvo a levantar la vista lo veo saliendo de su salón junto con un chico bajito de cabello verde. Le hago una seña para llamar su atención, pero bajé la mano cuando una chica me vio moviendo la mano y sonriendo como idiota. Me dio mucha vergüenza. Nunca había esperado a alguien a la salida que no fuera Natsuo cuando estábamos en primaria.

Aunque bajé mi lamentable señal, él me notó, se despidió de su amigo y empezó a caminar en mi dirección. Me acomodé un poco el cabello para estar seguros.

—Hola —lo saludé.

—Hey.

Caminó como rodeándome, me sentí un poco intimidado.

—¿Ya nos vamos o qué? —al parecer sólo estaba esperando a que me subiera a la bicicleta.

—Ah. Claro —otra vez me tiene como estúpido.

Me monté en el asiento de la bicicleta y sostuve bien el manubrio para que Katsuki se pudiera subir sin ningún problema.

Sus manos apresaron mis hombros y mi espalda entera sintió un escalofrío.

—Ya, avanza —me avisó cuando estuvo listo.

Pasé saliva y, como me dijo, comencé a pedalear.

Al igual que con la mayoría de cosas que he estado haciendo por él y con él últimamente, hacía mucho tiempo que no llevaba a nadie más en mi bicicleta.

Había olvidado como se sentía el peso extra en las subidas, y aún más en las bajadas. Los dedos de Katsuki me apretaban los hombros un poco más en las curvas y a veces me quitaba una de encima para quitarse el cabello que el viento le había llevado a la cara.

—¿No está muy lejos, bastardo? —me preguntó luego de varios minutos de no escuchar nada más que la cadena de la bici haciendo su trabajo.

—Un poco —le contesté—. Pero ya estamos cerca.

—Debo estar en mi casa a las 9, ¿oíste?

—No te preocupes.

El reloj de mi muñeca marcaba el cuarto para las cuatro de la tarde. Era tiempo más que suficiente.

Volví a revisar el reloj cuando llegamos al sendero que cruzaba una parte pequeña de bosque antes de llegar al lago.

Los dedos de Katsuki se volvieron a tensar cuando el terreno cambió a una bajada llena de irregularidades.

—¡Shoto, carajo! —gritó cuando no vi una piedra y la bicicleta dio un gran salto.

Ni me dio tiempo de pensar en que me había llamado por mi nombre, porque ya estaban sus brazos alrededor de mi cuello.

Y tampoco pude pensar en eso porque luego los movió a mi cara y me tapó la vista.

—¡Casi me caigo, idiota!

—¡Katsuki! —lo llamé, pero no me escuchaba porque sus brazos también cubrían mi boca.

—¡Ten cuidado, mierda!

—¡Katsuki!

Dios sabe que puse el doble de fuerza en mis brazos para controlar el manubrio. Sabe que hubiera frenado si la bajada no se hubiera empinado y ahora llevábamos mucha aceleración. Y que, si Katsuki no me tuviera todo rodeado de sus brazos, habría podido ver que al final de la bajada había una gran rama estorbando el camino.

Supe que Katsuki llevaba los ojos cerrados porque no me decía nada, apretaba sus brazos alrededor de mi cabeza y murmuraba palabrota tras palabrota.

Yo con trabajos podía respirar, y cuando la llanta delantera se atoró en la rama y los dos salimos disparados hacia adelante, por fin respiré.

Pero tampoco me dio tiempo de respirar. Katsuki volvió a atrapar mi cuello, y lo apretó con tanta fuerza que me costaba creer que su plan no era matarme ahí mismo.

—¡Maldición, Shoto! —fue lo último que escuché antes de aterrizar de lleno sobre el agua del lago.

Mi cara quedó enterrada en el lodo del fondo, y la de Katsuki estaba clavada en mi nuca.

Sus brazos se relajaron un poco, pero yo seguía sin poder respirar porque tenía la cara bajo el agua.

No me podía mover. Katsuki estaba sobre mí, todo tenso, montado en mi espalda como si fuera un niño pequeño queriendo jugar al caballito.

¡No tengo aire en los pulmones!

—¡Rayos! —exclamó. Y de una vez por todas, dejó de aplastarme la garganta con ambos brazos y se quitó de encima de mí para que pudiera sacar el cuerpo del agua.

Jadeé un par de veces recuperando el aire.

—Katsuki... Casi muero —le solté con mi primer aliento.

Se me quedó viendo con los ojos muy abiertos.

—Me oriné entero —dijo, y ahora yo lo miré con los ojos muy abiertos.

¿Lo decía en serio?

—¿De verdad? —me daba un poco de miedo que fuera real, porque, ¿qué haríamos con su ropa meada?

—No, creo que también me cagué.

—¡¿Qué?! ¡¿Hablas en serio?!

Asintió con la cabeza.

Estaba muy serio.

Sólo me le quedé viendo. ¿Qué le puedo decir?

¿Que todo estaría bien? No es un bebé

¿Le digo que no importa, que lo sigo queriendo?

Estaba muy ocupado pensando en qué hacer ahora. ¿No estaba enojado?

Entonces la expresión de Katsuki empezó a cambiar. Poco a poco sonrió, y luego se tiró sobre el lago, riendo tal como yo me reí ayer luego de lo que sea que haya pasado en la videollamada.

No entendía muy bien. ¿Había sido una broma? No se había meado ni cagado encima.

Sí, eso es. Una broma.

Eché un vistazo a mi bicicleta, luego a mí mismo, luego a Katsuki. Estábamos hechos un desastre total. Con el cabello mojado y sucio, el uniforme lleno de lodo —sentí un déjà vu—, y él estaba deshaciéndose de risa, salpicando sobre ambos el agua de mi lago.

Hoy era un día soleado. Y luego de procesar todo el escenario sentí como se me enchinaba la piel. La de él reflejaba los rayos del sol y su cabello parecía de oro. Mi cuerpo entero se deshizo en miles de esos peces blancos del lago, que se sacudían eufóricos y nadaban por todos lados incapaces de mantenerse quietos en un sitio.

Como si todo yo me hubiera recargado de sol, me tiré al agua de nuevo, y me quedé boca arriba, sintiendo la dualidad entre la frescura del agua y la calidez del sol sobre nosotros.

La risa de Katsuki era como música para mis oídos. Me sentí muy bien, muy pleno. Debía tener cuidado, porque si me hubiera relajado un poco más, corría el riesgo de que mi alma se separara de mi cuerpo.

—¿Qué pasa, eh? —me preguntó una vez terminó de reír—. ¡Eso estuvo cabrón! ¡Ríete un poco, maldito amargado!

El bienestar que me embargaba no me dejaba pronunciar palabra, pero tampoco me permitía mentir ninguna de mis acciones.

Me giré a mirarlo con la sonrisa genuina que sólo me salía cuando estaba con él. Estiré una mano y le aparté un mechón de cabello que estaba goteando muy cerca de su ojo.

Creo que encontré un nuevo botón de calma, porque apretó los labios, dejó de mirarme, y luego se cubrió la boca con una mano.

Por debajo de esa mano escuché:

—¿Qué haces? —muy bajo, pero lo alcancé a escuchar perfectamente.

Se levantó del agua y caminó hacia donde yacía mi pobre bicicleta descansando del golpe. La levantó y la recargó contra un árbol. No parecía que le hubiera pasado nada.

Luego se sentó frente a ese mismo árbol y se quitó la mochila de los hombros (!).

—Demonios —masculló mientras sacaba una a una sus libretas mojadas y las abría para que se secaran con el sol.

Me levanté rápido e hice lo mismo con las mías. El efecto Katsuki me había hecho olvidarme por completo de que todavía llevaba cosas mojadas encima que no debieron mojarse en primer lugar. Incluso Katsuki.

Quería que entrara a nadar conmigo, pero este no era el plan.

—Perdón, Katsuki —me disculpé mientras sacaba mis cuadernos—. Estás empapado.

—No te disculpes, idiota. Fue divertido.

Me alegré por escuchar eso.

Observé como se acostaba sobre el pasto y abría los brazos y las piernas hasta quedar como una estrella.

Respiró profundo y lento un par de veces. Lo entendía. Yo hacía lo mismo, pero abierto como estrella en el agua, no en el suelo.

—No está mal este lugar —dijo después de que yo me hubiera colocado en la misma posición a su lado.

—Es mi lugar favorito.

—Creo que veo por qué.

Me reí bajito.

Era impresionante tenerlo aquí después de soñar tanto tiempo despierto con eso.

Parecía que el lago se había arreglado para recibirlo, porque se veía incluso más hermoso de lo que lo recordaba. O quizá fuera mi impresión, porque siempre que venía estaba deprimido y dispuesto a olvidarme de mi existencia y de la de los demás, pero ahora deseo más que nada estar consciente de mi vida, porque quería que todo lo que pasara junto a Katsuki fuera real y palpable.

Giré de nuevo a verlo, tan concentrado en las nubes, con la luz del sol reflejándose en su piel, cabello y ojos. Se veía divino.

Recordé que cuando lo vi por primera vez pensé que se trataba de un ángel, luego lo traté más y me di cuenta de que era demasiado raro y grosero para ser un ángel, pero sin duda era un extraterrestre.

Mis dedos estaban muy cerca de los suyos en la posición que estábamos. Los estiré un poco sólo para rozar con los suyos.

Tenerlo aquí le daba libertad a mi cerebro de pensar en muchas cosas, y estaba fuera de mi control.

Pensé en sostener su mano, en abrazarlo contra el pasto suave, en besar su boca, y acariciar su piel mojada cuando aceptara entrar a nadar conmigo.

Aceptaría si me pidiera desnudarme aquí y ahora, y aceptaría si me pidiera que no volviera a mi casa y nos quedáramos a vivir aquí para siempre.

Aceptaría que me pidiera subir a su nave espacial y escapar a Urano, aunque tuviera que volver de carrera a mi casa por un par de chamarras, guantes y gorros. O a Venus y sólo debería comprarme una máscara antigases y una buena sombrilla de playa.

Cualquier cosa, Katsuki. En serio, cualquier cosa.

No le quité la vista de encima e insistí con lo de los dedos. Los míos rozaban con los suyos, disimuladamente tal vez, pero mi cara lo decía todo.

Cada vez que lo tocaba, él apretaba más los labios y cerraba los ojos, se empezaba a sonrojar un poco, pero puede ser por el calor.

Como fuera, no desistí, hasta que fue él el que buscó el contacto de nuestras manos, y giró su cabeza para que no pudiera ver su cara. Me hizo sonreír.

Puse más empeño en mi movimiento y esta vez atrapé sus dedos entre los míos, entrelazándolos.

Me senté con ayuda de mi otro brazo e intenté ver su rostro. Me incliné sobre él sin soltar su mano e incluso apretó más sus dedos con los míos, pero evitaba verme. Se cubrió la cara con el brazo que no tenía sujetado.

—Katsuki —lo llamé para ver si lograba que se descubriera.

Él se ocultó potro poco.

—Katsuki —intenté de nuevo, pero seguía sin mirarme ni dejarme mirarlo yo a él—. Katsuki.

Yo seguía inclinado sobre su cuerpo, esperando. Mi cuerpo estaba de su lado derecho y mi brazo libre estaba apoyado a su lado izquierdo. No se había ido rodando porque no podía.

Y de repente, sin ningún aviso, se quitó el brazo de la cara y con él me jaló por el cuello hasta que perdí el equilibrio y caí sobre su pecho. Levanté la mirada y ahí estaba lo que tanto quería ver.

Su cara estaba ardiente y tenía los labios y las cejas apretados en pura emoción.

Sentí que empecé a hacer la misma expresión sin darme cuenta. No soltamos nuestras manos, entonces mientras más nos mirábamos el uno al otro, más apretábamos los dedos entrelazados y también nos estaban sudando un poco las palmas, pero hicimos lo posible por ignorarlo.

—Katsuki —volví a llamarlo como antes.

—¿Qué?

—Te ves preciosísimo.

Me empujó.

Cuando dije que ya no quería dejarlo escapar de las situaciones que le hacían sentir cosas hablaba en serio, así que no dejé que quitara su mano de la mía y no dejé que se alejara más de lo que ya se había alejado.

—¿Qué tienes? —le pregunté mientras luchábamos y nos llenábamos de pasto.

Él no me respondió, sólo forcejeaba contra mí, pero nunca soltó mi mano, ni siquiera hizo el intento de abrir los dedos.

Yo no estaba haciendo demasiado tampoco. Sólo no quería que se alejara, quería que se quedara y me dijera por qué era así conmigo.

Así de extraño e inexplicable. Porque siempre reaccionaba de una forma tan razonable hasta que le decía que me gustaba, o que era lindo, o lo tomaba de la mano. En esos momentos parecía que se descomponía o algo.

Sólo quería saber si era porque yo también le gustaba.

O si le gustaba gustarme.

O si simplemente esa era la forma normal de reaccionar en un extraterrestre.

Pero no me lo parecía, no me parecía lógico.

Si yo le desagradara, no pasaría conmigo los descansos, no se despediría de sus amigos para subirse a mi bicicleta, no me hornearía galletas, no me haría una videollamada sorpresa para decirme que sí aceptaba salir conmigo, no se recargaría en mi hombro, y no aguantaría un regaño por llegar tarde a clase.

En general, no haría nada de lo que está haciendo. No haría nada de lo que siempre hacemos.

Y eso me está volviendo loco.

—¡Katsuki! —lo llamé de nuevo, ahora más fuerte. Se dejó de mover, entonces hablé—: Katsuki. ¿Qué tienes?

—¿De qué rayos hablas? —su voz salió en un murmuro, casi puro aire.

—Dime qué tienes —me acerqué a él otra vez, y ahora no se resistió—. ¿Es que me quieres? ¿O no lo haces?

—Deja de decir estupideces —de nuevo, hablo con puro aire, un suspiro.

Me acerqué hasta quedar sobre su pecho de nuevo. Metí la mano que no tenía la suya bajo su espalda para abrazarlo, y guardé mi rostro entre su cuello y su hombro. Olía tanto a él, aunque ahora también oliera al agua del lago.

—No puedo más, Katsuki —fue mi turno de suspirar las palabras—. Me encantas. Me gustas mucho —a cada palabra mis dedos se aferraban más a él—. Necesito. Por favor. Necesito que me digas qué sientes. Dime qué te hago sentir, Katsuki.

Estoy al borde del delirio.

Tenerlo debajo de mí, abrazado, acorralado. No era suficiente si él no estaba dispuesto a abrazarme y acorralarme también.

Quiero que me quiera. Y es una locura si lo hace porque él es, en efecto, lo que se conocía como inalcanzable.

Una de sus manos subió hasta mi espalda, hizo el intento de clavarse ahí, pero luego subió a mi cabello, y sentí que Dios me había volteado a ver por primera vez en lo que llevo de vida.

—Eres un absoluto imbécil, Shoto —me dijo por fin—... Hablas como si yo fuera superior a ti de algún modo. Y me dices el tipo de cosas que le dirías a una maldita deidad. No lo soy, Shoto. Soy humano, como tú. No soy un alien, y no vengo de Venus, ni de Urano, aunque me gustaría —tomó aire. Pensé que quería llorar—. Dices cosas vergonzosas de repente, con una cara tan seria que me haces preguntarme si no serás tú el jodido extraterrestre que no sabe una mierda sobre tratar con la gente. Y me sueltas datos científicos, como si los supieras de toda la vida y hubieras esperado el momento de encontrarme para liberarlos uno por uno.

—¿No te gusta?

—¡Déjame terminar, maldición!

—Claro, lo lamento.

Volvió a agarrar aire.

—El punto es que soy un cobarde de mierda, y que desde que te conocí escapé de ti y mantuve la distancia, pero se me salió de las manos porque me vi volviendo a buscarte, y me vi esperando encontrarte en la calle, y me vi anotando las mierdas que me contabas, hasta que la jodida distancia empezó a desaparecer —respiró profundo—. Y, a pesar de que te dije que darme de tu sándwich o compartirme de tus galletas no haría que me enamorara de ti, creo que están surtiendo efecto... Y eso es vergonzoso como el carajo.

Ahora yo me estaba planteando huir, y comencé a entender por qué él tenía la necesidad de irse cada vez que yo le repetía que me gustaba y que era lindo y todas esas cosas.

Él mantenía los ojos cerrados, pero poco a poco los fue abriendo hasta encontrarlos con los míos.

Nos miramos a los ojos, y recordé lo que dijo de que yo lo veía como una deidad o algo por el estilo.

No quería que se sintiera mal por eso, pero necesito que alguien me explique cómo dejar de adorarlo, si cuando hablaba movía mi mundo y cuando me miraba me provocaba un huracán de emociones.

Cuando venía al lago pensaba que ni yo ni nadie somos nada para las estrellas, ni para los dioses; que todos somos tan diminutos que, nos pase lo que nos pase, nada cambiaría y nadie lo notaría.

Pues Katsuki me daba la impresión de que a él lo notarían. Si Katsuki llora, la luna se opaca; si Katsuki grita, habrá un terremoto; si Katsuki ríe, el viento solar nos da la más bella aurora boreal; si Katsuki muriera, toda la galaxia estaría de luto por un millón de años.

Si Katsuki se enamora, ¡Oh! ¡¿Qué pasará si Katsuki se enamora?!

Me levanté de su pecho. Apoyé la mano a lado de su cabeza y la otra parecía que había estado tanto tiempo mezclada con la suya que ahora eran una sola, así que, por más que quisiera, no la podría soltar. No es que quiera hacerlo, de cualquier modo.

—No escapes ahora, por favor.

Cerró los ojos con mucha fuerza, y se quedó quieto como una estatua mientras yo estaba completamente poseído por mis sentimientos, los que se posicionaban sobre mi espalda para que el peso me hiciera bajar hasta estar pegado a él por la boca.

Estaba funcionando, entonces yo también apreté los ojos para no acobardarme.

Bajé, bajé, hasta que mis labios tocaron los suyos.

Fue como descubrir una nueva reacción físico-química.

De repente dejé de ser yo mismo para ser un dios.

Dejé de ser yo mismo para serlo todo.

No pude identificar si mi alma y mi cuerpo se habían separado, o si hoy, más que nunca, mi alma y mi cuerpo se pertenecían mutuamente.

Si había muerto y renacido, o si jamás había estado tan vivo.

Su cuerpo se fue destensando poco a poco. Apretó mi mano, Su otro brazo rodeó mi espalda y se sujetó de ella.

Estábamos eufóricos, extasiados, alterados de aquí a la luna.

Ni él ni yo sabíamos cómo se debía dar un beso, pero nos inventamos algo. Nos movimos como pudimos, nos abrazamos de formas extrañas, ni nuestras manos ni nuestros labios se separaron por un segundo.

Nos fusionamos hasta ser inseparables. Cambiamos nuestra estructura, evolucionamos y avanzamos en el tiempo hasta haber pasado por cada estado de la materia y finalmente desintegrarnos en un sólo montón de polvo.

«Conque esto pasa cuando Katsuki se enamora»

Tal vez el Big Bang también comenzó siendo un beso.

Fue muy único. El beso más extraño del mundo, porque no habíamos dado uno nunca. Pero estuvo genial, increíble, maravilloso. No hubiera preferido un beso experimentado. No podría haber sido mejor que este.

Durante el beso yo también era un extraterrestre. Ninguno de los dos estaba en la Tierra. Ambos llamamos la atención del universo. No éramos invisibles ni imaginarios.

Movimos toda la Vía Láctea a nuestro favor, y eso que sólo fue un beso. Si llegáramos más allá, seríamos capaces de destruir y reescribir el universo.

—Las cosas no se pueden tocar en realidad —le suelto por impulso cuando nos separamos un poco para tomar aire—. Los electrones se repelen entre sí, entonces la sensación de tocar algo sólo viene de la repulsión entre los átomos.

Me mira un poco confundido.

—¿Y qué con eso?

—Que creo que acabamos de romper esa ley de la física —le explico—. Sentí los núcleos de nuestros átomos juntarse muy claramente.

Me sonrió.

—¿De verdad? —me preguntó y yo asentí con la cabeza—. ¿Es eso grave, nerd?

Esta vez negué.

—Cuando los núcleos de los átomos se juntan pueden desintegrarse o fusionarse en un átomo más grande. Creo que nos fusionamos.

—Con razón nuestras manos se pegaron —se rio.

—La energía que liberan los átomos al fusionarse puede ser usada como alimento para las estrellas. Seguro acabamos de alimentar a muchas.

Le hacía gracia que dijera tanta estupidez.

—Entonces hay que alimentarlas a todas —apretó mi espalda de nuevo. Toda la vergüenza de la que habló antes parecía haberse esfumado.

—Pero son muchísimas. Hay miles de millones de ellas.

—Eso ya lo sé —me jala más hacia él. Estamos muy cerca de nuevo—. Ponte a trabajar. Las estrellas tienen hambre.

Y nos besamos de nuevo.

Hasta dejar llenas a todas las estrellas en el cielo.


༒༒༒


Al final estuvo de acuerdo en aprender a nadar.

Nos quitamos los uniformes y los colgamos en las ramas de un árbol para que se secaran mientras estábamos en el lago. Le enseñé a flotar en el agua y a no desconcentrarse cuando los peces le rozaran la piel.

Aprende muy rápido, así que en poco tiempo estábamos haciendo carreras.

De vez en cuando nos deteníamos a ver el cielo. Para eso de las seis y media de la tarde ya estaba anocheciendo y se empezaron a ver la luna y las estrellas.

—Mira —le dije señalando al cielo—. La estrella más brillante a lado de la Luna es Venus.

Él lo miró, luego me volteó a ver a mí y me preguntó:

—¿Por qué estabas tan convencido de que soy de Venus?

—Es tu planeta —le respondí—. Planeta de tipos rudos, ¿recuerdas? Además, es el planeta del amor y la belleza, tú eres ambos. Y lo que dije sobre que eres muy caliente...

Se puso rojo por milésima vez en el día, y yo también.

—No lo decía en ese sentido, pero supongo que no es una equivocación tampoco —añadí—. Urano es genial también. Deberíamos mudarnos para allá algún día.

—Sí. Pero sólo nosotros —fue mi turno de sorprenderme y ponerme rojo—. Cuando digo que me gustaría vivir allá es porque en Urano nadie nos estaría jodiendo. Tal vez soy de Venus, pero quiero vivir en Urano contigo.

—Queda muy lejos.

—¿No es eso perfecto? El puto paraíso.

Le sonreí porque me parecía el mejor plan del mundo.

Me acosté en el agua y le mostré todas las estrellas y planetas que alcancé a identificar. Las constelaciones que se formaban con ellas y le conté los mitos que recordaba al respecto.

Él me ponía atención a lo que decía, pero también me estaba mirando mucho. Tal vez era porque estaba mostrándole el cielo en ropa interior, tal vez le daban risa mis calzoncillos con dibujos de astronautas —regalo de Fuyumi—, tal vez ya se había aburrido de escuchar mis cosas de siempre.

Cerré la boca y giré a verlo también. Conecté mi mirada con la suya intentando adivinar qué cosa era, y me encontré con sus ojos rojos, tan brillantes bajo la luz de la luna que parecían de fuego.

Ahí encontré las únicas dos estrellas que me importaban. Ni siquiera necesitaba un cielo si tenía sus ojos frente a mí de esa forma, porque sus ojos parecen un par de gigantes rojas, con la diferencia de que las gigantes rojas reales son frías, y sus ojos son demasiado ardientes de lo apasionados que lucen.

Tal vez lo malo de que sus ojos fueran gigantes rojas es que, al ser estrellas grandes, tienen menos tiempo de vida, y sus ojos deberían ser eternos. ¿Qué haría el universo sin los ojos de Katsuki Bakugo?

—¿Preferirías que tus ojos vivieran muchísimos años, pero que no dieran mucha luz durante todo ese tiempo o que murieran pronto, pero brillaran muchísimo? —le pregunto para conocer su opinión.

—¿A qué te refieres, bastardo?

—A que tus ojos son como estrellas rojas. Yo diría que gigantes, pero entre más grandes las estrellas viven menos. En cambio, las enanas viven mucho tiempo, pero no emiten mucha luz.

Él puso esa expresión de orgullo que tan bien le queda y me contesta:

—No me importaría vivir un solo día con tal de impactar para siempre.

Y me quedó claro que entonces sus ojos no son gigantes rojas, sino supergigantes rojas. Aún más grandes y luminosas, viven poco tiempo, pero explotarían en una Supernova impresionante como ninguna.

Volvemos al hecho de la temperatura.

—Igual me molesta un poco que tus ojos sean estrellas rojas, porque las grandes son frías y, te juro que tus ojos son muy calientes. Sin intención de hacer algún comentario inapropiado.

Se ríe con ganas.

—¡Debes dejar de decir esas cosas, idiota! —sí, yo creo que sí—. ¿Qué estrellas son calientes entonces, cerebrito?

—Las azules, supongo.

—Tú tienes una de esas aquí —señala mi ojo izquierdo—. Y también eres muy caliente. Con todo el afán de hacer un comentario inapropiado.

Literalmente siento que mi cara se pone caliente. Lo abrazo sólo por el placer de hacerlo.

—¡Quítate! —me salpica con el agua que cada vez se siente más fría.

Le regreso el agua y el la devuelve de nuevo. Sin querer iniciamos un juego muy divertido, y muy frío también, pero si la alegría es más grande, no hay frío que realmente congele.

Él se muere de risa cada vez que me atina en la cara, y yo, ya me he reído más en dos días de lo que lo hice en doce años.

Me estoy empezando a dar cuenta de que existir no es tan malo. Aunque mi casa sea un desastre, y aunque yo lo sea a veces. Mi padre es un imbécil, mis hermanos hacen lo que pueden con lo que tienen y mi madre de vez en cuando aparece.

Desde que Katsuki me convirtió también en extraterrestre, no siento la necesidad de huir de ello. Ya no seré cobarde como mamá. Quizá yo también puedo mantener mi casa de pie, algo debió de haberme heredado.

Estoy inmensamente feliz, porque recordé que la misma teoría del Big Bang dice que el universo empezó siendo un punto diminuto. No sé por qué no se me ocurrió eso cuando yo también era un punto diminuto.

Finalmente estoy logrando hacer algo de la nada. Sin nada más de lo que un humano común tiene desde que nació.

Ahora no me siento imaginario, me siento infinito.

La misma señora de siempre se asoma por su ventana a vigilar si el mocoso que se queda a flotar como muerto no está muerto en realidad, y cuando nos ve a Katsuki y a mí jugando en el agua sólo grita:

—¡Tengan cuidado, muchachos!

Esta vez no me preguntó si estaba vivo, pero caí en cuenta de que nunca le había respondido, entonces lo hice.

—¡Señora! —le grité— ¡Estoy vivo!

Estoy vivo.

Tal vez me lo decía más a mí que a ella.

Y se sentía bien estar vivo. Al menos lo hizo hasta que el viento se enfrió más, nuestra piel se erizó y salimos corriendo del lago a ponernos la ropa que ya estaba seca.

Era tarde y debía llevar a Katsuki en la bicicleta.

Recogimos todas nuestras cosas del suelo y nos marchamos, esta vez sin salir volando en ningún punto del camino.

Katsuki empezó a retarme a pedalear más rápido, a levantar el trasero del asiento, a conducir sin sostener el manubrio. Ya no se agarraba más fuerte de mis hombros en las curvas ni me gritaba cuando pisaba alguna piedra.

Creo que los dos perdimos una buena cantidad de miedo y eso me encantaba.

No podríamos mudarnos a Urano si seguíamos siendo cobardes.

Incluso hizo la observación de que la mancha de tinta en mi espalda tenía la forma de un corazón, y la delineó con el dedo para que pudiera sentirla.

Ahora me gustaba esa mancha.

Cuando llegamos a su casa, bajó de la bici de un salto y luego se plantó frente a mí, con el uniforme desacomodado y todavía con manchas de lodo y hierba.

—Llegamos diez minutos tarde —me dijo sin dejar de sonreír—. Mi vieja me va a castrar.

No entendía qué le daba tanta risa.

—Dile que lo sien-

Me calló con un beso. ¡Me calló con un beso! ¡como en las películas!

—Deja de disculparte tanto, carajo. Me das dolor de cabeza.

—Perdo- —otro beso.

—Cállate.

—Bien.

—Ya me voy.

—Okay. Buenas noches.

Katsuki apenas iba a poner un pie dentro de su jardín, cuando volteó hacia mí de nuevo y volvió a besarme, pero esta vez en la mejilla.

¿Es muy raro que me emocione tanto cuando ya nos besamos en la boca varias veces? Tal vez sí lo es.

—Gracias —me dijo, y antes de que le pudiera responder que no es nada, añadió—: Ahora lárgate antes de que mi madre te castre a ti también.

Tragué saliva. Su madre sonaba amenazadora.

Apenas cerró la puerta detrás de él eché a pedalear de regreso a mi propia casa.


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—¡¿Dónde mierda estabas metido, Shoto?! —me recibió cariñosamente mi padre.

Tal vez en mi casa también me van a castrar.

—Por ahí.

—Shoto, en serio te vas a arrepentir de esto —añadió Natsuo detrás de él.

Los miré a los tres confundido. ¿Qué diablos estaba pasando?

Touya, el único que no parecía alterado en absoluto me lanzó el celular sin aviso y tuve suerte de atraparlo en el aire. Tenía cincuenta llamadas perdidas de Fuyumi, pero no vi a Fuyumi en ninguna parte.

—Toma esto —Habló Touya y volvió a lanzarme algo.

Era un sobre de papel. Era de mi hermana, y parecía ser para mí.

Esquivé a los tres y me metí rápido en mi cuarto, antes de que me reclamaran cualquier otra cosa.

Abrí el sobre y el mensaje era claro: Fuyumi se había ido.

De eso hablaba con Touya el otro día.

Por eso pasaba el rato en el celular antes de dormir.

Por eso me llamó tantas veces.

Pero no me sentía arrepentido como Natsuo dijo.

Me equivoqué al creer que Fuyumi no se iría por preocuparse por nosotros. Ya estamos grandes y ella lo sabía. De hecho, creo que, si hubiera estado aquí para despedirme de ella, habría sido yo el que se sujetara de su suéter y le rogaría que se quedara porque en mi mente ella era como mi madre.

Pero así está bien. Todavía puedo enviarle mensajes.

Felicidades

Ahora los dos estamos vivos, hermana.

 

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27/01/2025

Espero que les haya gustado. Había muchísimas cosas que quería escribir.
Este one-shot tiene mucho de mí en todos los sentidos.

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