𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒕𝒘𝒐
( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝑇𝑊𝑂 )
𝚕𝚊 𝚟𝚎𝚛𝚍𝚊𝚍 𝚜𝚘𝚋𝚛𝚎 𝚍𝚞𝚖𝚋𝚕𝚎𝚍𝚘𝚛𝚎.
Sabía que no debía confiar en la palabra de Danniel, él estaba enfermo y ella lo odiaba. Pero no podía negar que, en parte, tenía razón. Y aquel pensamiento no había abandonado su cabeza desde que volvió a Hogwarts.
Por más su lado racional le decía qué debía estar pensando en lo que Danniel había hecho: el asesinato de sus propios padres y la entrega de su hermana, lo único que se repetía en su cabeza eran las palabras acerca de Dumbledore. En cómo el destino de Elizabeth se vio condenado cuando Dumbledore le negó la ayuda al creer que no valía la pena ayudarla, tan solo por pensar que su parentesco con Danniel no la hacía alguien de confianza. Que Elizabeth era alguien que era mejor mantener a raya.
Ese pensamiento torturaba su mente cada segundo que pasaba.
Y aunque Alaska no conocía mucho del pasado de su madre ni de sus actitudes cuando aún estaba viva, que no estuviera a favor de Voldemort y los mortifagos era razón suficiente para saber que era una buena persona. Era alguien que merecía vivir.
¡Pum! Un golpe en la puerta sacó a Alaska de su cabeza luego de un largo rato, se escuchó como si alguien hubiera intentado entrar a su habitación y se hubiera dado un golpe contra la madera. Pronto se escuchó la voz de Blaise:
—Lasky, la cena comenzó hace veinte minutos —Le avisó el chico—. La puerta cerrada debe ser un indicador de que quieres estar sola, así que te traeré algo de comida más tarde, ¿sí?
Ella no respondió y casi de inmediato se escucharon pasos alejándose por el pasillo.
Alaska soltó un suspiró. El fin de semana estaba por acabar y ella estuvo todo ese tiempo encerrada en su habitación, sentada en el frío piso con la vista fija en algún rincón de su habitación, sin dejar de sobre pensar en su reunión con Danniel mientras jugueteaba con el anillo de su familia. El anillo de los Gaunt.
Últimamente encontraba refugio en él, utilizarlo no la hacía sentir mejor, pero había algo en el que la hacía sentir confiada, segura. No obstante, el recuerdo de su familia le hacía difícil olvidarse de la situación de Elizabeth, y un nuevo rencor hacia Dumbledore no tardo en surgir. Más que un rencor, se trataba de odio. Bo como el que sentía por Danniel, por supuesto, no había nada que pudiera superar aquel sentimiento. Era diferente en una forma que no sabía diferenciar.
Lo único que podía distraer a Alaska durante esos momentos era Draco. Durante los días siguientes su estado físico mejoró notablemente, y aunque seguía algo desanimado por las pocas cicatrices que quedaron en su cuerpo (de lo cual evitaba hablar cuando ella estaba cerca), estaba como nuevo.
El resto de las cosas avanzaba con normalidad, y como sucedía en cada último trimestre, los profesores comenzaron a darles más deberes de lo normal para prepararlos para los exámenes próximos. El problema durante ese curso era que Alaska no había estado estudiando del todo y aquello se vio reflejado en la calificación de su examen de Transformaciones
—Ahora les repartiré los resultados del último examen, tomen su calificación como un resultado cercano al que obtendrán en sus exámenes finales. Estudien si es necesario.
Alaska se sorprendió cuando observó una gran letra "A" escrita en el extremo superior de su examen, era la primera vez que sacaba un Aceptable en Transformaciones, y eso no la hizo sentir nada bien.
El timbre sonó anunciando el término de la clase y el comienzo de la comida, pero el apetito se había esfumado. Se apresuro en esconder su examen entre las cosas de su mochila y se puso de pie junto a Blaise, encaminándose por uno de los pasillos.
—¿Te has enterado de que Harry Potter y Ginny Weasley comenzaron a salir? —Le comentó el chico—. He escuchado que ocurrió este sábado, luego de que Gryffindor ganara la Copa. Hablé con Romilda y ella...
—Lo siento Blaise, pero en realidad no me interesa la vida amorosa de Harry ni de nadie más —El moreno asintió apenado y con los labios apretados ante la frustración de no poder entablar una conversación con su amiga—. Me iré a la sala común, te veo luego.
Justo cuando iba a darse vuelta, se topó con la mirada de Theo, quien había aparecido por uno de los atajos. Su intento fallido de hablar con Alaska no pasó desapercibido para Blaise, y tampoco como la rubia ignoro a quien solía ser su amigo.
—¿Qué es lo que sucede? —Preguntó entonces.
—¿De qué hablas? —Era notorio que Alaska no quería hablar, pero se quedó allí haciendo el esfuerzo.
—Estás ignorando a Theo —Le hizo notar—. Y ustedes se habían acercado mucho este año.
—Por si no lo has notado, he estado ignorando a todos últimamente —Respondió Alaska—. Sólo no estoy de humor.
—No me ignoras a mí, ni a Draco ——. ¿Está relacionado con la razón por la que Ann termino con él? ¿Hizo algo contigo que no debía? ¿O con Ann?
—No, no es eso —Se apresuró a aclarar la rubia—. Aún no estoy segura, pero debes confiar en mí. Cuando sepa la razón por la que Theo no es de confianza serás el primero en saber.
—¿Qué es lo que sospechas?
—Algo no muy bueno.
Alaska no le dio más explicaciones y tampoco volvió a hablar con él aquel día. En un intento de apaciguar su mente, pasó toda la tarde en la biblioteca junto a Draco. Ambos habían perdido tiempo de estudiar para los exámenes por lo que juntos se pusieron al día.
Sin embargo, una vez la cena dio comienzo, sus caminos se separaron una vez más. Excusándose de que tenía una reunión pendiente con Snape, la rubia subió las escaleras del Castillo para llegar al despacho de su profesor.
La realidad era que no tenía ninguna reunión con él. Aquel tiempo que compartió con Draco notó que su inseguridad física había aumentado mucho, y aunque intentaba esconderlo de ella, Alaska podía notar como miraba su reflejo en cada superficie brillante por la que pasaba. Su expresión nunca parecía estar satisfecha con lo que veía.
Por eso le pareció una buena idea darle una visita a Snape. Ponerse al día con ciertos temas y luego hacer la petición, sabía de la existencia de una poción que ayudaba con el autoestima. No era muy fácil de encontrar pero sabía bien que Severus la prepararía para ella si se lo pedía.
Al llegar al despacho llamó un par de veces y esperó por varios minutos sin recibir respuesta alguna, lo que era extraño ya que Severus raramente asistía a las cenas.
Se adentró en el lugar al encontrar la puerta sin su seguro, supuso que tal vez el profesor se encontraría en el armario donde guardaba los ingredientes para sus pociones y por eso no había escuchado sus llamados. Sin embargo, tampoco se encontraba allí.
Iba a irse, después de todo no tenía nada más que hacer allí. Más, algo sobre el escritorio llamó su atención. Su pensadero se encontraba fuera de su cajón y los recuerdos, plateados y de una textura extraña, se arremolinaban en el pensadero. Pudo observar la silueta de Severus y Dumbledore de forma borrosa.
Con la curiosidad ganándole, se aseguró de cerrar la puerta del despacho y luego, sin vacilar, hundir la cabeza en los recuerdos.
Cayó precipitadamente por un espacio oscuro y aterrizo de pie sobre un suelo de madera. Cuando se enderezó, comprobó que se encontraba en el despacho del director. Era de noche, y Dumbledore estaba ladeado en el sillón detrás de su escritorio, entretanto, Snape estaba frente al escritorio, caminando de un lado al otro con el entrecejo fruncido. Parecía preocupado.
—Estás preocupado, Severus. Me sorprende.
—Ella esta agobiada —Susurró, volteándose hacia el director—, esto la está desmoronando. Es fuerte, pero sigue siendo solo una niña.
Alaska se acercó a ambos, fue claro en ese momento que estaba hablando de ella. Parecía ser la noche luego de que Draco fue a la enfermería.
El director no contestó.
—Si me dijera que es lo que espera de ella, yo podría ayudarla —Dijo sin preámbulos—. Trabajaría con ella, la apoyaría. No creo que deba seguir haciendo las cosas por su cuenta.
—Eso no será necesario, Severus.
—Lo es —Siguió insistiendo—. Su desempeño está decayendo. Tanto en sus calificaciones como en sus reuniones, Danniel me lo ha hecho saber. Cree que está perdiendo la concentración, está pasando por demasiado. Luego de que el señor Malfoy fue ataco esta tarde...
—¿Es por eso que has castigado a Harry? —Lo interrumpió Dumbledore—. ¿Por Alaska?
—No estoy aquí para hablar de Potter.
—Es cierto. ¿Por qué estás aquí entonces?
—Dígame sus planes con Alaska —Le pidió de forma directa—. Y haré lo necesario para ayudarla.
—Ya te lo dije, Severus, eso no será necesario.
—Pero Albus...
—No es necesario porque, de hecho, no tengo un plan para Alaska. —Repuso Dumbledore con tranquilidad.
—¿A qué se refiere? —La pregunta de Snape reflejó a la perfección lo que pasaba por la mente de Alaska.
Se acercó más al escritorio, quedando frente a Dumbledore. Su expresión era calmada, casi como si no les diera importancia a sus palabras.
—No tengo un plan y tampoco una misión para Alaska. —Repitió el director, en su intento de ser más claro.
—¿Ocurrió algo que cambiara sus planes?
—Nunca tuve un objetivo para ella —Confesó entonces y Alaska tragó saliva. Estaba empezando a darse cuenta de lo que estaba sucediendo—. La noche que murió el señor Diggory vi la oportunidad, y sabía que no podía desperdiciarla. Ella estaba expuesta, de una manera que nunca lo había estado. Así que la convencí de unirse a los Voldemort para proteger a sus amigos, era la excusa perfecta. Y mientras me entregaba toda la información que necesitara, ella estaría trabajando bajo mi orden.
—¿De qué le ha servido eso? ¿Por qué ha sido tan importante para usted que ella se uniera a Voldemort a petición suya?
—Porque predecía que ella se uniría tarde o temprano, y quería tener control sobre ella —Dijo Dumbledore con seriedad—. Cometí el error una vez, no lo haría una segunda.
De repente, Alaska sintió que su corazón latía más fuerte cuando escuchó la respuesta de Dumbledore.
—Debo admitir que sus capacidades me intrigaban y asustaban a la vez. Su historia es trágica, por supuesto, y eso la hacía más peligrosa. Una vez se enteró de sus antepasados, supe que lo mejor era mantenerla ocupada. Si Alaska pensaba que tenía una misión, que tenía algo de valor en esta historia, no pensaría por su cuenta. Al tenerla pensando en el riesgo de sus amigos o dándole información de su familia la mantendría satisfecha, controlada.
Alaska se sintió traicionada y devastada. No podía creer lo que estaba escuchando. La joven apretó los puños con fuerza, sintiendo la ira y la tristeza arder en su interior. Era como si una parte de ella se hubiera roto al escuchar esas palabras. Se sentía como si todo lo que había creído se hubiera desmoronado en un instante.
—¿Y no ha pensado en lo que puede ocurrir si ella llegase a enterarse?
—No lo hará —Repuso Dumbledore con confianza—. Ella no se enterará porque confío en que mantengas esto en secreto, Severus. Es de suma importancia que Alaska siga creyendo en su misión.
—Puede que sea tarde para eso —Habló Severus con frialdad—. Alaska es inteligente, sabe que algo sucede. Y no seré yo quien la guíe por este camino, no cuando no ha sido su decisión.
Severus llegó a la puerta y salió del despacho al mismo tiempo en que Alaska sacaba la cabeza del pensadero y, un instante después, yacía tumbada sobre la alfombra con lágrimas en los ojos.
Alaska sentía la ira arder en su interior, pero también sentía una sensación de liberación al romper la cadena que había estado simbolizando su lealtad a Dumbledore. La rabia que sentía hacia Dumbledore se había convertido en algo más fuerte y peligroso. No solo se sentía traicionada, sino también enojada y resentida. Ya no era solo por lo que había hecho Dumbledore, sino por todo lo que había tenido que sacrificar en el camino.
Su reputación, su moral y creencias. Todo lo había perdido en vano, sacrificado por el bien mayor del que tanto hablaba Dumbledore. Y después de todo eso, él nunca terminó de confiar en ella. Nunca lo hizo y era claro que nunca lo haría.
Ya no estaba dispuesta a tolerar cómo Dumbledore la había usado y maltratado, tratándola como si no tuviera ningún valor y menospreciándola. Había sido manipulada y utilizada como si fuera una simple herramienta. Pero ahora, Alaska había tomado la decisión de no permitir que esto volviera a suceder nunca más.
Ya no se sentía atada a él, ya no estaba dispuesta a seguir haciendo lo que él quisiera. Ahora era libre para tomar sus propias decisiones.
Colocándose el anillo de los Gaunt en su dedo, Alaska sintió un extraño cosquilleo en su cuerpo. Siempre había evitado esa parte de su herencia, pero ahora estaba dispuesta a aceptarla. Si Dumbledore y el mundo mágico la veían como un peligro, entonces ella sería un peligro para ellos.
Con determinación, salió del despacho de Snape y caminó hacia su sala común. Desde ese momento, Alaska Ryddle ya no era la misma persona, ahora estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para protegerse y defender a sus seres queridos y lo que era suyo.
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