𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒕𝒉𝒓𝒆𝒆

( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝑇𝐻𝑅𝐸𝐸 )
𝚘𝚙𝚘𝚛𝚝𝚞𝚗𝚒𝚍𝚊𝚍 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚝𝚘𝚛𝚛𝚎.

Alaska aún tenía responsabilidades que cumplir, y a pesar de no sentirse mentalmente calmada, había decidido salir a los pasillos para hacer guardia. La ventaja era que, de esa forma, ninguno de sus amigos la molestaría y podría pensar con claridad. Necesitaba hacerlo, quería decidir qué hacer con Dumbledore. No existía forma de que Alaska no hiciera algo al respecto.

—¿Qué estás haciendo?

Por el reflejo del espejo que se encontraba frente a ella pudo observar a Draco de pie bajo el umbral de la puerta, su ceño estaba levemente fruncido.

—Me preparo —Dijo ella, colocando su insignia de prefecta en su uniforme—. Mi guardia comienza en diez minutos.

—Justo para media noche —Alaska asintió—. ¿Y crees que sea una buena idea ir?

—¿Por qué no lo sería? —Cuestionó la rubia sin entender del todo la pregunta—. De todos modos, no puedo fallar. He despreocupado mis responsabilidades este último tiempo y quiero compensarlo.

—Bueno... —Draco parecía nervioso, inseguro de hablar—. no te ves bien.

—¿A qué te refieres? —Soltó, volteándose hacia él. El comentario no le había caído nada bien.

—Te ves enferma —Siguió hablando Draco, sin notar el cambio de humor de su novia—. Hace una hora no te veías así, creo que deberías descansar. Quedarte en la sala común y que alguien más te cubra.

—Estoy bien, Draco —Le dijo con un cortante todo de voz—. Iré a hacer la guardia y descansaré mañana.

El chico bufó, no parecía contento con su decisión.

—¿Por qué no quieres que salga?

Más, la respuesta de Draco nunca llegó. Astoria apareció por detrás del chico, con una leve disculpa se adentró en la habitación, entregándole un pergamino con una conocida presentación.

—Es del director —Le informa—. Esta noche todas las guardias se han cancelado.

Fue el turno de Alaska de fruncir el ceño—. ¿Dice el por qué?

—No.

Luego de encogerse de hombros, la chica desapareció por el pasillo tan rápido como había aparecido segundos antes. Abrió el pergamino y no se encontró con nada que Astoria no le haya dicho ya. Ella tenía razón, Dumbledore no especifico las razones y eso pareció molestar aún más a Alaska.

—Supongo que no saldré esta noche. —La chica dijo, sentándose en el sofá. De verdad necesitaba ese momento a solas,

—Es lo mejor. —Draco terminó por decir.

—Pensé que querrías quedarte. —Agregó Alaska, al notar que Draco tenía la intención de salir de la habitación.

—Vendré más tarde, hay algo que debo hacer.

—Está bien. —Dijo sin más.

Sin embargo, esa ocasión el chico no se movió de su lugar. Se quedó observando a Alaska sin nada que decir, lo que le pareció raro.

—¿Pasa algo?

Draco pareció salir de su ensimismamiento.

—Nos vemos más tarde.

La chica asintió, más no le dirigió una última mirada. Toda su atención parecía estar en libro de Historia de la Magia que había comenzado a leer. Draco terminó por salir de la habitación.

Alaska soltó el libro en cuanto la puerta se cerró, soltó un suspiro y dejó caer su cuerpo en el sofá.

Su mente era un caos en ese momento, al igual que su control. Sabía que Draco no había hecho nada para molestarla, pero no pudo evitar alejarlo de ella esa noche con su actitud. La verdad era que deseaba estar a solas con sus pensamientos, reflexionar sobre Dumbledore y lo que vio en el pensadero de Severus esa tarde.

Aún no lo comprendía, ¿por qué Severus había dejado el pensadero sobre su escritorio? ¿era su forma de serle leal? Alaska creía que era opción más razonable. Le había dejado la verdad al alcance de su mano, confiando en que ella lo vería por su cuenta, evitando así romper la petición que Dumbledore le había hecho.

Y a pesar de que ya habían pasado un par de horas desde que se enteró de las verdaderas intenciones de Dumbledore, seguía sin creerlo del todo. Tampoco estaba segura de estar agradecida con Severus, sabía que la verdad siempre era mejor que seguir sumida en la mentira, sin embargo, saber aquello no se sentía bien. Temía lo que la verdad le había provocado, no estaba segura de poder controlar por mucho tiempo más el resentimiento que había emergido en ella.

Sumida en sus pensamientos, la tarde avanzó con rapidez. Desorientada, sin saber cuánto tiempo había pasado desde que Draco se había ido, se levantó al escuchar unos golpes en su puerta.

Alaska se quedó inmóvil cuando vio a la persona frente a su puerta.

—¿Vienes enfrentarte conmigo, Ann? —Preguntó, al notar que mantenía su varita bien sujeta en su mano—. ¿Qué fue lo que hice ahora en tus visiones para molestarte tanto?

—Esto no es para ti —Dijo, y de inmediato se guardó la varita dentro de la túnica—. Theodore venía a tu habitación, no tuve más remedio. —Y echó una mirada hacia su costado.

Alaska se acercó al pasillo y pudo ver, un par de metros nada más, el cuerpo inconsciente de Theo en el suelo.

—¡Por Morgana! ¿Qué le has hecho? —Soltó, y se agachó a un lado del chico para asegurarse de que estuviera bien.

—Un hechizo simple para dormirlo —Explicó Ann como si no fuera importante—. Estará despierto en un par de horas.

Sí, había algo en Theo que le provocaba a Alaska algo de desconfianza, pero tampoco iba a dejarlo inconsciente en medio del pasillo.

—¿Qué haces? —Le cuestionó Ann.

—¿Qué es lo que tú estás haciendo? —Le preguntó de vuelta, intentando levantar a Theo con dificultad—. ¿Desde cuándo atacas a otros estudiantes?

—Escucha, no tenemos tiempo para esto ¿entiendes? —Más, cuando la castaña notó que no estaba siendo escuchada, supo que debía ser más directa—. Es sobre Draco, Alaska.

—¿Qué le has hecho? —Quiso saber, deteniéndose por completo.

—Nada. —Respondió, ofendida por la pregunta.

—¿Entonces que sucede con él?

—Conoces la misión de Draco. —Más que una pregunta, Ann parecía estar confirmando sus suposiciones—. Justo en este momento esta de camino a realizarlo. Va a matar a Dumbledore.

Alaska sintió su corazón detenerse. Sabía que, a pesar de haber insistido mucho en el tema, Draco no le diría cuando terminaría con la misión; aun así creyó que podría adivinarlo. Había pensado que sería fácil de notar, que estaría nervioso al menos.

—¿Cómo lo sabes?

—Sabía que algo estaba sucediendo así que vi... —Se detuvo sacudiendo su cabeza— lo importante es que Draco no puede cometer el asesinato. Si eso sucede, estará corrompido para siempre y cosas horribles sucederán. Eres la única en la que confía, encuentra la manera de detenerlo.

—¿Qué fue exactamente lo que viste?

—No puedo decírtelo.

Los ojos de Alaska se volvieron blancos por unos segundos, le frustraba esa respuesta. Sin embargo, no se quedó allí perdiendo el tiempo. Ann y ella se habían separado, eso era claro, pero sabía bien que ella no era una mentirosa, y nunca bromearía con algo como eso. Y si estaba tomando el valor para compartir ese detalle del futuro con ella, estaba segura de que debía intervenir por más que costara.

Con un movimiento de varita Alaska hizo que una minúscula botella de cristal con tapa de corcho llegara hasta su mano: el Félix Felicis que se había en una de las clases de Pociones y había estado guardando para la ocasión correcta.

No volvió a cruzar palabras con Ann. En cuanto la poción se encontró a salvo entre los bolsillos de su túnica salió toda prisa de la sala común.

Alaska corría y utilizaba cada uno de los pasadizos que conocía, y a pesar de no estar segura a donde ir, su instinto la guiaba escaleras arriba. Supo que no estaba equivocada cuando, a medida que subía, escuchaba gritos en los pisos superiores.

Había llegado al pasillo que lleva a la Torre de Astronomía cuando tuvo que reaccionar de forma rápida, escondiéndose tras el muro para esquivar un maleficio perdido que termino rebotando en la pared. Estuvo muy cerca de darle en el rostro.

Ahora, con más cuidado, echó un vistazo a lo que ocurría al otro lado del corredor.

Mortífagos, miembros de la orden, profesores y hasta algunos estudiantes se encontraban en plena batalla a muerte, ¿qué era lo que estaban haciendo? Haciendo tiempo, resguardando algo... las respuestas podían ser infinitas. Su mirada recayó en uno de los mortífagos, se encontraba lanzando maldiciones a diestra y siniestra; el responsable del maleficio que casi la alcanza.

—¡Merlín! —Una voz conocida hizo eco en el pasillo.

Archer se encontraba allí, peleando cerca de su hermana, uno de los mortifagos que reconoció como Gibbon se estaba enfrentando a él y tenía una clara ventaja. No se metió a la pelea, aún no quería ser vista.

Desde su escondite se preparó, agarró su varita con fuerza y divisó al mortifago. Una exhalación, un movimiento de muñeca y pronto Gibbon se encontraba gimiendo de dolor: los huesos de sus dedos estaban ahora rotos. En ese momento de distracción fue cuando se puso en movimiento.

Se acercó de forma sigilosa y, llegando por detrás, cubrió la boca de Archer mientras apuntaba su varia en contra de su cabeza, obligándolo a retroceder hasta la vuelta del pasillo, donde nadie podía verlos.

Cuando soltó su agarre el pelinegro se dio vuelta con rapidez, con su varita en ristre y preparado para atacas. Más, su expresión se suavizo cuando la reconoció.

—Casi me matas del susto. Creí que eras... —Su mirada se desvió a su antebrazo por unos segundos—. Bueno, ya sabes.

—¿Sabes que es lo que está ocurriendo?

—Hermione me explicó algo. Estábamos haciendo guardia en la Sala de Menesteres cuando nos topamos con algunos miembros de la Orden y...

—Los mortifagos, ¿cómo entraron los mortifagos? —Preguntó, deseando una explicación más rápida.

Archer se quedó observándola por unos segundos antes de contestar—. Fue Draco. No estamos seguros de como lo hizo, pero entraron a Hogwarts con él. Los perdimos de vista por unos segundos y luego apareció la marca...

—¿La marca? —Repitió Alaska...

Entonces se dio cuenta por primera vez el verdoso color que teñía la noche. Al levantar la vista hacia las ventanas más cercanas diviso de un color verde brillante y a gran escala la figura: un cráneo con una serpiente saliendo de su boca. Y Alaska sabía bien que significaba.

—¿Quién ha muerto?

—Aún no lo sabemos.

Aún no es tarde, pensó. Sabía que debía darse prisa.

Con sus manos temblando buscó la botella entre sus bolsillos, en cuanto la encontró se la entregó a Archer. No pensaba darle ese uso hace unos minutos, su idea era ocuparla pero sabía que Archer y los demás estaban en desventaja. Más si Danniel estaba cerca, lo que esperaba que no fuera así.

—Bebé esto y asegúrate de no morir.

Y antes de que Archer pudiera decir algo más, se puso en marcha. Entró en el campo de batalla, moviendo su varita de un lado a otro para esquivar los hechizos y maleficios que salían despedidos de varitas ajenas. Escuchó voces que se dirigían a ella, le hacían preguntas y le gritaban ordenes, pero ella ignoró cada una de ellas, sin importarle el emisor.

Cruzó el largo corredor, sin ver a Draco o Dumbledore en ningún lugar. Su mirada se dirigió a las escaleras que llevaban a la Torre Astronomía, donde se encontraban concentrados la mayoría de los mortifagos presentes. Supuso que estaban arriba, debían estarlo.

Sin detener su paso, atravesó el umbral y subió las escaleras sin problema encontrándose con la puerta entreabierta; no se escuchaba mucho desde allí.

Abrió la puerta, preparándose para lo que pudiera encontrar dentro. Draco se encontraba en el centro del lugar mirando fijamente a Dumbledore, una de sus manos mantenía la varita del director bien apretada y la otra se encontraba alzada con su propia varita.

En cuanto la puerta se cerró tras Alaska la mirada del rubio de posó en ella. Un extraño gesto decoro el rostro de Draco, como si se aliviara de tenerla allí pero a la vez preocupado, no quería que ella lo viera completar su misión.

Alaska no tenía un plan, no había pensado en lo que haría cuando encontrara a Draco. Más, cualquier intento de pensar en algo se vieron nublados por algo más. Dumbledore se movió de forma casi imperceptible, pero ella lo notó. Su aspecto era distinto al usual, se veía enfermo, bastante pálido y débil.

Fue de forma automática, en su cabeza repitió la escena que vio esa tarde en los recuerdos de Snape. Escuchó cada palabra haciendo eco dentro de ella, su corazón palpitaba con fuerza y Alaska parecía estar olvidando su verdadero propósito.

Un grito amortiguado se escuchó procedente del castillo. Draco se puso tenso y volvió la cabeza, escuchando los ruidos procedentes del castillo; parecía paralizado.

—En realidad no necesitas ayuda, Draco —Habló Dumbledore con tranquilidad, irritando aún más a Alaska—. Me he quedado sin varita y no puedo defenderme.

Alaska lo sabía. Él no quería hacerlo, y esperaba que al final los mortífagos terminarán su trabajo.

—Entiendo —Prosiguió Dumbledore con tono cordial al ver que Draco no hablaba ni se movía—. Temes actuar antes de que lleguen ellos...

—¡No tengo miedo! —Le espetó el chico de repente, pero sin decidirse a atacarlo—. ¡Usted es quien debería tener miedo!

—¿Por qué iba a tenerlo? No creo que vayas a matarme, Draco. Tú no eres ningún asesino.

Draco me miró por unos segundos con unos ojos que denotaban desesperación. Trago saliva y respiró hondo varias veces sin dejar de mirar con odio a Dumbledore y de apuntarle con la varita directamente al corazón.

—Necesitas irte —Le murmuró Draco a Alaska, que se había acercado a su lado—. Busca al profesor Snape, él debe estar aquí.

Pero Alaska no parecía estar escuchando sus palabras del todo, su mirada estaba perdida en Dumbledore. Draco no estaba seguro de que pasaba con ella.

—El profesor Snape no es quien crees, Draco —Repuso el director—. Él te estuvo vigilando bajo mis órdenes...

—Él no ha estado cumpliendo sus órdenes, se lo prometió a mi madre...

—Desde luego es lo que él te diría, Draco, pero...

—Es un doble agente, viejo estúpido, no trabaja para usted, usted sólo piensa que así es!

—Desde luego tenemos que estar de acuerdo en que pensamos de manera diferente acerca de esto, Draco, pero todavía confío en el profesor Snape

—¡Si confía en él es que está perdiendo la cabeza! —Se burló el rubio—. Snape me ha ofrecido su ayuda.

—Supongo que no puedo convencerte —Dice Dumbledore—. ¿Entonces porque no hablamos de nuestras opciones, Draco?

—¿Opciones? ¿Qué opciones? —Replicó Draco—. Tengo mi varita y estoy a punto de matarlo... ¡Tengo que liquidarlo! ¡Voy a hacerlo!

—Me hago cargo de lo comprometido de tu posición. ¿Por qué, si no, crees que no te planté cara antes? Porque sabía que lord Voldemort te mataría y a quienes amas si se daba cuenta de que yo sospechaba de ti.

Draco hizo una mueca de dolor al oír el nombre del Señor Tenebroso, muy pocas personas lo llamaban de esa forma.

—Ahora, por fin, podemos hablar sin necesidad de andarnos con pretextos... Todavía no has cometido ningún crimen, ni le has causado ningún daño irreparable a nadie, aunque has tenido suerte de que tus víctimas indirectas hayan sobrevivido... Yo puedo ayudarte, Draco.

El rostro de Alaska se contrajo al escuchar sus palabras, la ira pareció invadir su cuerpo, su juicio.

—¿Puede callarse por un segundo? —La interrupción de Alaska tomó por sorpresa al director, quien ahora le dedicaba toda su atención—. Deje de mentir si le es posible, ya estoy harta de escuchar su voz.

—¿Al, qué haces?

La rubia ignoró la pregunta de Draco y se alejó de él, caminando hacia el director. Había comenzado a reír sin gracia, un sonido que eclipsó el murmullo de la batalla que se liberaba al pie de las escaleras.

—Es gracioso, ¿sabe? Que hable de daños irreparables, después de todo lo que ha provocado... —Las expresiones de Alaska eran marcadas y el disgusto de su voz palpable—. Usted cree que soy un peligro, lo entiendo ¿pero llegar a manipular a una joven? ¿no cree que eso está muy por lejos de sus morales?

—Alaska, por favor. —Le pidió el director, parecía querer mantener aquel tema en secreto. Lejos del conocimiento de los demás.

—¿Creyó que no me enteraría?

Una sonrisa cínica apareció en su rostro cuando notó que Dumbledore intentaba entrar en su mente.

—No gaste sus energías, ambos sabemos que nunca ha podido entrar en mi mente.

Alaska se quedó en silencio, paseándose alrededor de Dumbledore con un notorio fastidio, hacia tronar las articulaciones de sus dedos de forma ansiosa, intentaba ordenaba sus pensamientos.

—Yo confié en usted, de verdad lo hice —Confesó la chica, quedando frente a él una vez más—. Fui una tonta, claro. Pero ya cambié, cometí el error una vez y no lo haré una segunda.

Sus últimas palabras fueron una imitación de las de Dumbledore, ella estaba provocándolo y él no lo pasó por desapercibido.

—El profesor Snape...

—Severus no ha tenido que decirme nada —Lo cortó Alaska—. Pero eso a usted no le interesa. Lo que si debe saber es que no permitiré que siga jugando conmigo ¿lo entiende? Ya estoy harta de usted y sus falsas convicciones.

—Alaska...

—¿Le he dicho que puede hablar? —Exclamó con voz queda—. ¿Piensa que le daré la oportunidad de darme una explicación? No, sus razones no me interesan en lo absoluto. Después de todo lo que he hecho por usted, de las cosas que he sacrificado, ya no me interesa lo que tenga que decir. Usted es un manipulador y un mentiroso.

—Debes saber Alaska que mis intenciones nunca fueron herirte ni quitarte nada.

—¡Deje de mentir! Por una vez en su vida, deje de hacerlo —Le espetó, con el temblor en sus manos más notorio—. Sus intenciones eran claras para usted, y lo sabe, quiso controlar mis decisiones. Entrometerse en mi vida para saber mis próximos pasos —Una leve sonrisa apareció en su rostro—. Y todo porque usted me temía. Y estoy segura de que aún se siente así.

Alaska respiró. Inhalo y exhalo de forma profunda, se concentró en el subir y bajar de su tórax, pensando en sus próximas palabras. Sabía que Draco estaba allí, presente, escuchando todo.

—¿Sabe quién más se vio afectada por sus prejuicios? ¿Por creer que el parentesco tiene algo que ver con la confiabilidad de esa persona? —Luego de unos segundos Alaska bufó con gracia—. Adivinó. Lo hizo conmigo y lo hizo años atrás con Elizabeth.

Albus Dumbledore ya no parecía tan tranquilo como antes.

—Escuche, no soy idiota. En algún momento iba a enterarme.

—Lo que sea que Danniel te haya dicho, no es cierto. No debes confiar en su palabra.

—¿Y quiere que confíe en usted? —Inquirió, con una ceja alzada.

—Sé que he cometido errores, te he juzgado mal y a muchas otras personas pero...

—¡Ella murió por su culpa!

—Danniel Kedward fue quien la entregó a Voldemort. —Le recordó el director.

—Y me encargaré de él cuando sea el momento —Prometió la rubia—. Era usted quien podía evitarlo, para cambiar su destino. Pero decidió ignorar sus suplicas, ¡le negó su ayuda cuando pudo salvarla!

—Y si así hubiera sido tu no estarías aquí el día de hoy. —Una sonrisa apareció lentamente en su rostro, macabra contra el reflejo verdoso del cielo.

—Tal vez hubiera sido lo mejor para usted.

Y finalmente lo hizo. Retrocedió un metro y levantó su varita, apuntando directamente a su pecho. El odio corría por sus venas.

—La situación en ese tiempo era diferente, tu madre Elizabeth...

—No diga su nombre —Dijo con autoridad, acallando al director—. No tiene el derecho de hacerlo.

Se oyó otro grito, mucho más fuerte que el anterior, este del interior de la torre.

—Draco —Dijo Alaska sin quitar la mirada de Dumbledore—. Ve con los demás, asegúrate que nadie suba.

—Al, no... no te dejaré.

La rubia no lo discutió, si quería estar ahí no iba a detenerlo. Pero tampoco iba a contenerse, ya no podía esperar más.

—Utilizó la muerte de Ced, el amor por mis amigos... —Sus ojos se nublaron por unos segundos ante las lágrimas que comenzaban a acumularse— lo ha utilizado en mi contra, para hacerme sentir culpable de cosas que no he hecho. Todo para tener control sobre mí y que todo salga bajo su detallado plan. Pero esta es la recta final. Me ha arruinado, y ya no tengo miedo de lo que soy capaz de hacer.

Alaska tenía los ojos fijos en Dumbledore, quien la miraba con una expresión serena y compasiva. Pero ella no podía soportarlo. Sentía un odio profundo hacia él, una furia que la quemaba por dentro. Dumbledore la había engañado, haciéndole creer que ayudaría al mundo mágico, cuando en realidad solo estaba usando sus talentos para manipularla y hacerla cumplir con las expectativas que el resto del mundo mágico tenían sobre ella.

Alaska sabía que estaba siendo controlada por sus impulsos negativos, pero no podía detenerlos. Dumbledore le había quitado todo lo que tenía, la había arruinado y era el único responsable de su desgracia. Estaba enojada, dolida y confundida. Pero más que eso, estaba decidida.

—No tienes que hacer esto Alaska —Habló el director por una última vez—. Estás cometiendo un error.

—Ya fue suficiente —La chica inhaló con profundidad mientras alzaba levemente el mentón—. ¡Avada Kedavra!

El lugar quedo en silencio cuando Alaska conjuro la maldición. Un rayo de luz verde salió de la punta de la varita y golpeó al director en medio del pecho. Paralizada en su lugar observo el cuerpo de Dumbledore saltar por los aires. El anciano quedó suspendido una milésima de segundo bajo la reluciente Marca Tenebrosa; luego se precipitó lentamente, como un gran muñeco de trapo, cayó al otro lado de las almenas y se perdió de vista.

Fue casi imperceptible, pero una mueca de satisfacción apareció en su rostro. Como un efecto de la maldición, todo dentro de ella pareció calmarse cuando todo termino, sus pensamientos estaban en orden. Se sentía bien.

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