𝒕𝒘𝒆𝒏𝒕𝒚 𝒐𝒏𝒆
( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑇𝑊𝐸𝑁𝑇𝑌 𝑂𝑁𝐸 )
𝚙𝚛𝚎𝚘𝚌𝚞𝚙𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚊 𝚏𝚕𝚘𝚝𝚎.
—¿Entonces?
Alaska se encontraba en la oficina de Snape cruzada de brazos. Habían pasado al menos una hora desde el incidente, sus ojos seguían rojos e irritados por haber llorado, pero se había controlado. Luego de que un estudiante le dijera que el profesor Snape la esperaba en su oficina se limpió las lagrimas y fue rápido con él, después de todo no era de ayuda esperando fuera de la Enfermería. Madam Pomfrey le comentó que no le permitirían visitas a Draco hasta la mañana siguiente.
—¿Me contarás que ocurrió con Harry o...?
—El libro que te di con mis hechizos —Habló entonces Severus sin mirarla directamente—, tenía otra copia. Una en mi libro de Pociones de cuando estuve en la escuela.
—¿Y crees que Harry, de alguna forma, encontró ese libro?
—Estoy seguro. Lo vi en su mente. —Alaska chasqueó la lengua.
Soltó una leve carcajada antes de volver a hablar.
—¿Es una broma? —Soltó—. Tú eres quien me dijo que debía tener cuidado con el libro, ¿y dejaste una copia tirada por Hogwarts?
—¿Disculpa? —Severus frunció el ceño, parecía sorprendido y algo disgustado con su actitud—. ¿Qué te ocurre?
—¿Qué me ocurre? —Repitió ella, sintiendo una angustia abrumar su pecho, oprimiendo su garganta—. ¿Qué crees que me ocurre, Severus? Yo sólo —Le faltó aire para seguir hablando—... siento que...
Pero no fue capaz de terminar. Como si la pregunta hubiera accionado algo en su interior, las lagrimas comenzaron a salir sin control. Le costaba respirar y se llevó las manos al rostro, evitando así que Severus pudiera observarla. Sabía bien que para él ese tipo de demostraciones eran incomodas, no le gustaban, pero no pudo contenerse.
Se sentía mal, agobiada, y lo que había ocurrido con Draco solo había sido la gota que había rebalsado sus problemas.
—Toma esto —Snape le había acercado una caja de pañuelos en cuanto dejó de llorar, de su pecho aún escapaban algunos espasmos—, ¿quieres algo de beber?
—Estoy bien. —Dijo, luego de usar los pañuelos.
—Pues no lo pareces. —Le hizo notar Snape, recibiendo una mala mirada por parte de Alaska como respuesta.
—Creo que estoy haciendo algo mal. —Habló en un murmuro, luego de que su respiración se controlara.
—¿Qué cosa?
Alaska se encogió de hombros—. No lo sé.
—¿Entonces por qué crees eso?
—¡Porque al parecer no hay nadie a quien pueda ayudar! Siempre que lo intento... cuando intento hacer lo correcto algo sale mal o...
—Sé clara. —Le pidió Snape.
—Draco está en la enfermería y no puedo ayudarlo —Dijo—. El Señor Tenebroso parece no confiar en mi después de todo lo que hice por él el curso anterior, Dumbledore... Él insistió en que sería de ayuda que yo estuviera infiltrada pero no me ha dicho nada desde hace semanas, dijo que aquellos recuerdos tendrían sentido pero ahora creó que solo quería mantenerme ocupada.
—¿Has intentado hablar con él?
—Nunca tiene tiempo para hablar conmigo —Bufó ella—. Dice que esta ocupado o no abre la puerta de su oficina. La ultima vez que pude hablar con Dumbledore dijo que lo sabría en el momento adecuado.
—¿Saber qué?
—Lo mismo me pregunto.
Severus no era el mejor hablando, fue por eso que esa noche Alaska se devolvió a su sala común sin ningún consejo para arreglar sus problemas, pero con la mente un poco menos abrumada. Con Severus logró exteriorizar todas las incertidumbres que la habían mantenido ocupada y con dolores de cabeza.
En su habitación se encontró con Blaise, quien no dijo nada más que quedarse a su lado y apoyarla sin hacer preguntas. Ella le contó todo lo ocurrido, desde la traumante imagen de Draco inconsciente en el suelo del baño cubierto de sangre hasta la frustración que sentía de no poder hacer nada para ayudarlo, de ni siquiera poder estar allí, a su lado para apoyarlo.
Su amigo la escuchó durante toda la noche, hasta que se quedó dormida en el sofá de su habitación. Al despertar se encontraba en su cama, supuso que Blaise la había cambiado de lugar antes de dejarla sola. Tardó unos momentos antes de recordar los sucesos de la tarde anterior, pero en cuanto lo hizo una presión en su cabeza apareció.
Al ver la hora en su reloj de mesa se levantó de un salto, la enfermería estaba por abrir y quería estar allí a primera hora.
Se encontraba frente a las puertas dobles antes incluso que la misma Enfermera. Alaska estaba observando por la ventana de cristal, intentando ver a Draco entre las filas de camas con sábanas blancas y pantallas de privacidad.
—Supuse que la encontraría aquí, señorita Ryddle —Madam Pomfrey la hizo a un lado para poder abrir la puerta y dejarla pasar—. ¿Se encuentra bien?
—¿Cómo se encuentra él? ¿Draco? —Preguntó, evitando responder a la sanadora.
—Se está recuperando, estará sano muy pronto —Le aseguró Madam Pomfrey—. Apliqué dittany a sus heridas y le administré algunas pociones. No debe preocuparse por el señor Malfoy, está en buenas condiciones.
—Eso no lo dudo —Respondió Alaska, con la mirada buscando a Draco entre todas las camillas—. ¿Puedo verlo?
—Está por allí —Le indicó una de las camillas del fondo—. Señorita Ryddle.
—¿Sí?
—No lo altere demasiado, el señor Malfoy debe descansar. Le daré tiempo hasta que deba darle su dosis de pociones, luego de eso deberá irse.
—Seguro.
Alaska se alejó hacia el lugar indicado en cuanto la mujer se fue hacia su oficina, corrió la pantalla de privacidad y su cuerpo se paralizo en cuanto vio a Draco allí. Sabía bien como se vería su reflejo en ese momento: aterrorizada. No temía por su aspecto o algo similar, lo que en realidad le preocupaba era lo que Draco debió haber sentido, el dolor de recibir aquella maldición.
Una delgada manta cubría el cuerpo de Draco hasta los hombros, por lo que solo pudo observar su rostro. Aún estaba durmiendo por lo que las cicatrices eran más que visibles, en varias partes pudo notar un par de delgadas y largas lineas, como si lo hubieran cortado con una espada invisible. Supuso que el resto de su cuerpo se vería igual.
Alaska se sentó en una silla al lado de la camilla, con los ojos fijos en el cuerpo inmóvil de Draco. La respiración de la rubia era superficial, y sus manos temblaban ligeramente. La ansiedad y el miedo la consumían mientras esperaba que el chico despertara. Su mente estaba llena de recuerdos de los días anteriores, cuando compartían su tiempo libre y Alaska podía disfrutar de la sonrisa de Draco después de tanto tiempo sin verla. Nunca se hubiera imaginado que el peligro de perderlo estaría tan cerca.
De repente, la mano de Draco se movió ligeramente, y Alaska dejó escapar un suspiro de alivio. Sus ojos se posaron en su rostro, observando cada gesto y cada movimiento.
—¿Draco? —Preguntó con una voz temblorosa, sin poder ocultar su alivio al ver que estaba despertando.
Draco frunció el ceño con dolor, agarrando su torso herido, y lentamente se giró para mirar a Alaska. Sus ojos se encontraron finalmente.
—Alaska —Dijo Draco débilmente, su voz era ronca y apenas audible—. ¿Estás bien?
—Sí, estoy bien —Respondió Alaska con un suspiro y una leve sonrisa—. Solo preocupada por ti.
Draco intentó moverse, pero ella lo detuvo de inmediato.
—Debes descansar —Le advirtió—. Todavía necesitas tiempo para sanar.
Draco asintió débilmente y cerró los ojos, suspirando profundamente. Alaska no pudo evitar sentirse agradecida por tenerlo allí con ella.
—Estoy bien, no tienes que preocuparte por mí. —Soltó con un despreocupado tono de voz mientras se reincorporaba en la cama, intentando aliviar a Alaska.
Sin embargo, Draco aún parecía desorientado y aturdido. Alaska le explicó lo que había pasado, tratando de mantener la calma mientras su corazón latía con fuerza mientras Draco a su lado asentía levemente, decía recordar bien lo ocurrido, más no le dio excusas ni explicaciones sobre porque ocurrió.
Draco ahora estaba examinando las cicatrices que le habían quedado, a pesar de las pociones, en su cuerpo se veían ciertas cicatrices, lineas blancas que eran más visibles con la luz. Se sentía desfigurado, como si su apariencia física hubiera sido alterada para siempre.
—Draco —Le susurró la chica a su lado, entrelazando su mano con la del chico—. No tienes de que avergonzarte. Las cicatrices no cambian nada de ti.
Draco la miró con tristeza, sintiéndose agradecido por sus palabras, pero todavía inseguro de cómo se vería.
—Lo sé —Dijo—. Sólo debo acostumbrarme a verlas.
—Si pides mi opinión —Se acercó a él, quedando a solo unos centímetros de su rostro—... creo que te hacen ver más atractivo.
La chica le mostró una gran sonrisa y Draco se acercó, agarrando a la chica de la nuca para besarla con ternura, sintiéndose agradecido por tenerla a su lado después de todo por lo que habían pasado. Sabía que no importaba cuántas cicatrices tuviera, siempre tendría a Alaska apoyándolo y amándolo incondicionalmente.
—Espera —Alaska lo detuvo, colocando una mano sobre su pecho desnudo—. Madam Pomfrey llegará en cualquier momento, no deberías estar haciendo tanto esfuerzo.
—Quiero correr el riesgo —Dejó un beso en sus labios antes de continuar—, estoy segura que un par de besos más y me sentiré mejor que nunca.
—Vamos Draco, debes descansar —La chica se alejó—. Recuéstate.
Draco no tuvo más opción que obedecer—. Que mala eres Al, pensé que querrías que me recuperará.
En cuanto el chico intentó levantarse para besar una vez más a su novia, escucharon carraspeos resonar por la habitación.
—Señorita Ryddle. —La llamó la Sanadora.
—Te lo dije. —Alaska se levantó reprimiendo una sonrisa y se dirigió hacia la mujer.
—Debo administrarle las pociones al señor Malfoy —Le indicó Poppy—. Cómo le mencioné antes, él debe descansar. Debe irse.
—¿A qué hora puedo volver? ¿la hora de visita?
—Cuando sus clases terminen, no antes. —Alaska frunció los labios ante la respuesta.
—De acuerdo —La chica iba a acercarse a la camilla del chico una ultima vez pero la Sanadora no se lo permitió—. Sólo quiero despedirme.
—Tiene que irse ahora, señorita Ryddle.
—Esta bien—Se volvió hacia Draco antes de salir—. Volveré en cuanto pueda, ¿sí? Descansa.
—No es necesario que vengas, estaré bien.
—Volveré de todos modos.
Alaska salió de la enfermería cerrando la puerta tras ella. Se quedó allí, apoyada en la madera por unos segundos, disfrutando de el alivio y felicidad que experimentaba luego de asegurarse de que Draco estaba bien. Sin embargo, la sonrisa que tenía desapareció de forma instantánea de su rostro cuando vio a archer de pie a unos metros de distancia.
—No estoy de humor para hablar contigo. —Le advirtió sin mirarlo.
—No estoy aquí para discutir contigo —Dijo, deteniendo su escape—. Sé lo que ocurrió y, de hecho, todos en el Castillo ya están enterados. Creí que necesitarías algo de apoyo.
—No necesito apoyo —Respondió, mostrándose firme—. Estoy perfectamente bien.
Más, Archer no se rindió.
—Te conozco Alaska —Le recordó el pelinegro—. Sé como te pones cuando alguien a quien aprecias resulta herido. Y tal vez no te apoyé como debí cuando sucedió lo de Cedric, pero no quiero volver a cometer ese error. Y aunque no me agrada Draco, quiero estar aquí para ti. Incluso aunque tú no quieras relacionarte conmigo para protegerme.
La rubia soltó una carcajada al escuchar aquello, se cruzó de brazos.
—¿Por qué piensas que estoy protegiéndote?
—¿Por qué no mejor dejas de lado esta actitud? Actúa como si nada hubiera cambiado entre nosotros, ¿sí? Eres buena en eso. —Alaska frunció el ceño.
—Creí que estabas aquí para apoyarme, no para desquitarte conmigo.
Archer no respondió. En cambio, decidió acortar la distancia entre ambos. Se acercó a ella, y Alaska no retrocedió.
—Estoy aquí para apoyarte, no tengo segundas intenciones —Le aseguró en voz baja—. Hubo un tiempo en el que confiabas en mí, te pido que vuelvas a hacerlo. Necesitas desahogarte y puedes hacerlo conmigo, no voy a juzgarte.
La sensación de angustia que Alaska siente es palpable, aunque intenta ocultarla, la presencia de Archer la hace sentir vulnerable y expuesta. Pero al mismo tiempo, su oferta de apoyo es tentadora, y Archer parece notar aquello y que, por su ego, tampoco dará el primer paso.
El chico tomó las riendas en el asunto. Entró a su espacio personal sin pedir permiso, miró a la chica con sincera preocupación y abrió sus brazos, ofreciéndole su pecho para que pudiera refugiarse. Fue como si un interruptor se hubiera apagado en su interior. Toda actitud dura y protectora desapareció y antes de que Archer pudiera darse cuenta de lo ocurrió, tenía a Alaska envolviéndolo en un fuerte abrazo mientras escondía su rostro entre su cuello y comenzaba a sollozar.
Pero por más intima conexión que Alaska y Archer compartieron esa tarde, no volvieron a hablar al día siguiente. Como si nada hubiera ocurrido, la Slytherin pasaba por el lado de Archer sin inmutarse ante su presencia y el chico tampoco intentaba entablar una conversación con ella, actuaban como si nada hubiera ocurrido.
Mientras tanto, Draco seguía en la Enfermería y en los pasillos del Castillo todos se preparaban para ir al partido de Quidditch, el usual aire festivo se podía sentir, todos estaban emocionados por el último partido del año y averiguar quien se llevaría la copa.
Alaska por otra parte no podía estar menos interesada. Evitando a todas las masas que intentaban salir del Castillo, subió por las escaleras para llegar a la oficina de Snape. Como cada día sábado, debía asistir a sus reuniones semanales con Danniel, y a pesar de no estar de ánimos para estar en la misma habitación que él, no había nada que ella pudiera hacer al respecto.
Las horas pasaban con tanta lentitud que a la chica la preció una tortura. Estaba en una oscura habitación, rodeada de velas y con la mirada perdida en el horizonte. Debía practicando hechizos de magia oscura con Danniel, pero no parecía estar prestando atención. Sus ojos estaban hinchados y rojos, como si hubiera estado llorando.
El hombre notó el estado de ánimo de Alaska y frunció el ceño.
—¿Qué te pasa? —Preguntó con voz fría y cortante.
Alaska levantó la mirada y trató de mantener la compostura.
—No es nada. —Dijo con voz temblorosa.
La chica tragó saliva y trató de olvidar sus problemas por un momento, sabía que no podía permitirse ser débil en ese lugar. Pero Danniel no se dejó engañar. Había sido entrenado para detectar cualquier debilidad en su oponente, y Alaska estaba claramente distraída.
—No estás prestando atención —Le dijo con desprecio—. ¿Qué es lo que te está molestando?
—Dije que no era nada. —Y se alejó para beber el resto del agua que quedaba en su vaso.
—Deberias dejar a ese chico —Le soltó Danniel—. Solo te trae problemas.
El corazón le palpitó con fuerza contra el pecho—. No se de que hablas.
—Tú defensa es débil, no estás concentrada por culpa del niño Malfoy —El hombre parecía demasiado seguro de sus palabras como para estar adivinando—. Deja de preocuparte por el inútil de tu novio. No es más que un mocoso mimado que no sabe lo que quiere y se pelea en los baños de la escuela. El termina herido y tú te presentas aquí con la guardia baja, no parece lo mejor para ti.
Alaska evitó responder más preguntas o seguir con aquel tema. No sabía como se había enterado de su relación con Draco, pero no alentaría su curiosidad.
—Te preguntas como lo supe —Canturreo Danniel con diversión, caminando alrededor de ella—. Un pajarito rubio me lo dijo. —Susurró contra su oreja.
—No me interesa lo que creas. —Dejó el vaso de vuelta sobre la mesa y volvió al centro de la sala.
—Te preocupas por tus cercanos, no es un crimen —Continuó hablando el hombre, siguiéndola por detrás—. Tu madre empatizaba demasiado con las personas, y debo admitir que yo mismo tuve mis momentos.
Alaska se carcajeó. Volteó para quedar frente a Danniel y habló encarcando una ceja:
—Por favor —Exclamó—. Tú solo te preocupas por ti mismo.
—No me interesa lo que creas. —Repitió sus palabras, imitando su tono de voz.
Alaska creyó que era infantil su modo de actuar.
—Debes aprender a diferenciar lo que es bueno para ti y lo que no —Sacó su varita y comenzó a jugar con ella, moviéndola entre sus dedos—. Elizabeth, por ejemplo, nunca aprendió. Creyó que aportando en lo que ella creía que era una "buena causa", sería siempre apoyada por quienes creía sus pares. Pero ellos no fueron más que unos egoístas. La dejaron de lado cuando ella más lo necesitaba y, bueno... terminó como sabes.
—¿De qué hablas? —Preguntó Alaska, estaba confundida. En realidad ella no sabía mucho de Elizabeth, nada mas además de que desapareció luego del asesinato de sus padres y que ayudó a Voldemort—. Si intentas decirme algo, sé claro.
—Quiero decir que nunca debes confiar en alguien que no seas tú misma —Danniel le echó una rápida mirada antes de continuar—. Mi hermana tomó la decisión de dejar su seguridad en manos de alguien más, y sufrió las consecuencias. Si estás aquí es porque existe una razón para ello. Aunque yo no lo crea así, el Señor Tenebroso confía en ti, no lo arruines.
A pesar de escuchar todas sus palabras sólo se concentró en algunas, en la parte en la que mencionó a Elizabeth.
—¿Sufrir las consecuencias? —Repitió con el ceño fruncido—. ¿De qué consecuencias hablas?
—De qué si Dumbledore hubiera escuchado a tu madre, yo nunca hubiera llegado a ella.
—¿Dumbledore?
—Si no fuera por su egoísmo, ella hubiera estado a salvo bajo su protección. Pero él decidió que su vida no era tan importante, fue así que pude llegar hasta ella. Luego de acabar con la vida de mis miserables padres y de encontrar su escondite la lleve con el Señor Tenebroso, ella me ayudó a ganarme su confianza. Las acciones de Dumbledore fueron las que nos llevaron hasta este momento.
Alaska no podía creer lo que escuchaba. Repetía las palabras de Danniel una y otra vez en su cabeza, intentando procesar su confesión. Su mentón temblaba en cuanto abría la boca para intentar hablar, de pronto había sentido el miedo del que todos hablaban cuando se referían al mortifago Danniel Kedward.
—Cuando dicen que Elizabeth desapareció todo este tiempo, ¿fuiste tú el responsable?
—¿Y quién más, pequeña? —Danniel parecía recordar con satisfacción aquella época—. El Señor Tenebroso me confió uno de sus planes más secretos, y requería de una joven así qué pensé: ¿quién mejor que mi hermanita menor?
Aquel miedo pronto se vio reemplazado por la más pura repugnancia. Alaska siempre había sabido que Danniel estaba demasiado ensimismado con el poder del Señor Tenebroso y sus ideales, obsesionado con el poder y la violencia. Más nunca imagino que él sería el autor de la muerte de sus padres, que por lo que había investigado, había sido una de las mas violentas del siglo. Y mucho menos de la desaparición de su hermana.
Todo ese tiempo creyó que Elizabeth, al igual que su hermano, se unió a los seguidores de Voldemort por decisión propia, pero resultaba que había tenido una idea errónea de su madre. No solo había sido obligada a pasar por todo aquello, sino que su propio hermano la había metido en eso. Su hermano mayor, quien debía protegerla la entrego en bandeja de plata al mago tenebroso mas peligroso de la historia.
—Estás enfermo... —Balbuceó entonces Alaska.
—¡No! —Le gritó con una inesperada rabia—. No. Dumbledore es el problema aquí. Él cree que puede decidir quien vive y muere, que vidas son más importantes para el futuro del Mundo Mágico. Pero a diferencia de lo que todo el mundo cree, él no es ningún ser sagrado. Es un simple mago como todos los demás, uno con el suficiente egoísmo de creer que puede dejar de lado a toda persona que no es de interés para él. Porque si él hubiera ayudado a tu madre Alaska...
La rubia alzó la mirada, encontrándose con los ojos de Danniel—: Ella estaría viva. —Terminó por decir, con un nuevo sentimiento de rencor en ella.
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