𝒔𝒊𝒙
( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑆𝐼𝑋 )
𝚕𝚊 𝚌𝚕𝚊𝚜𝚎 𝚍𝚎 𝚙𝚘𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜.
Su siguiente clase fue Pociones. Pudo comprobar que tan sólo una docena de alumnos iban a cursar el nivel de ÉXTASIS. Eran cuatro alumnos de Slytherin, cuatro alumnos de Ravenclaw, uno de Hufflepuff y tres de Gryffindor.
—Oye Lasky —Le dice Blaise cuando llegó a su lado—. ¿No has visto a Draco? Aún no llega y la clase ya va a comenzar.
—Aunque no lo creas, Blaise, no siempre sé que es lo que Draco está haciendo.
—¡Ah! Creí que ustedes dos se comunicaban telepáticamente, ya sabes.
Alaska negó con diversión. En ese momento se abrió la puerta de la mazmorra y entraron en fila en el aula, el enorme bigote de Slughorn se curvó hacia arriba debido a la radiante sonrisa del profesor, quien saludó con especial entusiasmo a Blaise y Harry.
La mazmorra ya estaba llena de vapores y extraños olores, lo cual sorprendió a todos los alumnos. Alaska olfateo con interés al pasar por delante de unos grandes y burbujeantes calderos, haciéndose la idea de que pociones podían contener. Alaska, Blaise y Daphne se sentaron en una misma mesa, dejando una silla para Draco, si es que se molestaba en aparecer. Cerca de ellos tenían un caldero dorado que rezumaba uno de los aromas más seductores que Alaska había inhalado jamás: una extraña mezcla de menta, un ligero aroma a una colonia sutil y unos toques de cítricos.
—Muy bien, muy bien —Dijo Slughorn—. Saquen las balanzas y el material de pociones, y no olviden los ejemplares de Elaboración de pociones avanzadas...
—Señor... —Dijo Harry levantando la mano.
—¿Qué pasa, Harry?
—No tengo libro, ni balanza, ni nada. Y Ron tampoco. Verá, es que no sabíamos que podríamos cursar el ÉXTASIS de Pociones...
—¡Ah, sí! Ya me lo ha comentado la profesora McGonagall. No te preocupes, amigo mío, no pasa nada. Hoy pueden utilizar los ingredientes del armario de material, y estoy seguro de que encontraremos alguna balanza. Además, aquí hay unos libros de texto de otros años que servirán hasta que puedan escribir a Flourish y Blotts...
El profesor se dirigió hacia un armario que había en un rincón y, tras hurgar en él, regresó con los materiales para los dos Gryffindors.
—Muy bien —Dijo el profesor, y regresó al fondo de la clase—. He preparado algunas pociones para que les echen un vistazo. Es de esas cosas que deberían poder hacer cuando hayan terminado el ÉXTASIS. Seguro que han oído hablar de ellas, aunque nunca las hayan preparado. ¿Alguien puede decirme cuál es ésta?
Señaló el caldero más cercano a la mesa de Gryffindor. En el caldero hervía un líquido que parecía agua normal y corriente.
—Es Veritaserum —Respondió Alaska sin levantar la mano—, una poción incolora e inodora que obliga a quien la bebe a decir la verdad.
—Está en lo correcto, señorita Ryddle —Le dijo el profesor, que parecía complacido. Ella no pasó desapercibido el modo de decir su apellido, con disgusto y algo de rechazo—. Esta otra —Continuó, y señaló el caldero cercano a la mesa de Ravenclaw— es muy conocida y últimamente aparece en unos folletos distribuidos por el ministerio. ¿Alguien sabe...?
—Es poción multijugos, señor. —Dice Hermione con atropelló, luego de haber reconocido la sustancia, que borboteaba con lentitud y tenía una consistencia parecida a la del lodo.
—¡Excelente, excelente! Y ahora, esta de aquí... —Se acercó a la mesa dónde se encontraban ellos.
—Es Amortentia.
—En efecto. Bien, parece innecesario preguntárselo a usted —Dijo Slughorn corriendo la mirada de Alaska hacia los demás estudiantes—, ¿alguien más sabe qué efecto produce?
—Es el filtro de amor más potente que existe. —Respondió Hermione.
—¡Exacto! La has reconocido por su característico brillo nacarado, ¿no?
—Sí, y porque el vapor asciende formando unas inconfundibles espirales —Agregó ella con entusiasmo—. Y se supone que para cada uno tiene un olor diferente, según lo que nos atraiga. Yo huelo a césped recién cortado y a pergamino nuevo y a... —Pero se sonrojó un poco y no terminó la frase.
Fue cuando alguien llamó a la puerta del aula, provocándole al profesor Slughorn un buen susto y que golpeara de forma accidental el caldero con Amortecida. Un poco de poción cayó al suelo, y Blaise se apresuró en inclinarse para oler la fragancia. Dejó escapar un gemido de satisfacción antes de hablar.
—Dinero —Murmuró—, mi olor favorito
—¿Es eso es lo que hueles? ¿dinero? —Le cuestionó la rubia.
—El olor característico de Gringotts, el metálico olor de los galeones y vainilla.
Daphne se vio satisfecha con la última mención.
—¿Y tú que hueles Alaska? —Le preguntó Blaise mientras el profesor se dirigía a la puerta.
—Menta, unas frutas cítricas y una sutil colonia.
—Bueno, estoy seguro de saber de quién esa colonia. Pero ¿y los otros olores?
Alaska no le dijo que el olor a menta se debía al olor que dejaba la pasta de dientes de Draco, o que aquel olor a cítricos era el que siempre olía en el cabello del chico. Se limitó a darle una mirada y quedarse callada.
—Lamento la tardanza —Escucharon la voz de Draco, que entraba al aula junto al profesor—. Tengo una nota del profesor Snape que justifica mi tardanza.
—¿Estaba con Snape? —Le murmuró Alaska al moreno, pero Blaise tampoco había estado al tanto.
—No hay nada de que disculparse, sólo del buen susto que me dio —El rubio sonrió de forma fingida—. Tome asiento con sus compañeros, por favor.
Draco asintió y se acercó a sus amigos, pasando justo por encima de la Amortentia que estaba en el suelo. Sus amigos notaron que movía sus fosas nasales e inspiraba de forma más profunda que de costumbre, estaba oliendo la poción. Sus ojos se encontraron con los de Alaska, una media sonrisa apareció en su rostro, provocándole un cosquilleo a la rubia.
—Toda el aula huele a ti, ¿lo sabes, Al? —Le dijo en un sutil tono de voz al sentarse a su lado.
Daphne frente a ellos chaqueó la lengua y mira a su novio con molestia, dándole un pequeño golpe. Era su forma de decirle a su novio que eso era lo que debió decir al oler la poción.
Alaska sonrió—. ¿Qué es lo que hueles exactamente?
Draco volvió a inspirar, esta vez con los ojos cerrados.
—Tinta fresca, esa que te gusta con olor a frambuesas; tierra húmeda y tu perfume, el floral que usas desde tercero.
Blaise levanto las cejas sorprendido y soltó unos grititos de burla.
—Sí que estas perdido, amigo.
—¿Por qué el olor a tierra húmeda te recuerda a mí?
—Siempre estás en los jardines: cuando practicas Quidditch o ayudas a Hagrid a cuidar a sus animales, siempre vuelves con olor a tierra húmeda.
Ella también se sorprendió. Aquel era un detalle que ni ella misma había notado de sí misma.
—... la Amortentia no crea amor —El profesor Slughorn seguía explicando—. Es imposible crear o imitar el amor. Sólo produce un intenso encaprichamiento, una obsesión. Probablemente sea la poción más peligrosa y poderosa de todas las que hay en esta sala. Sí, ya lo creo. Cuando hayan vivido tanto como yo, no subestimaran el poder del amor obsesivo... Bien, y ahora ha llegado el momento de ponerse a trabajar.
—Señor, todavía no nos ha dicho qué hay en ése. —Dijo Blaise señalando el pequeño caldero negro que había en la mesa de Slughorn.
La poción que contenía salpicaba alegremente; tenía el color del oro fundido y unas gruesas gotas saltaban como peces dorados por encima de la superficie, aunque no se había derramado ni una partícula.
—¡Aja! —Asintió Slughorn—. Sí. Esa. Bueno, ésa, damas y caballeros, es una poción muy curiosa llamada Felix Felicis. No tengo ninguna duda que sus compañeras, la señorita Ryddle y Granger saben bien qué efecto produce el Felix Felicis.
—¡Es suerte líquida! —Respondió Hermione con emoción—. ¡Te hace afortunado!
—Muy bien. Sí, el Felix Felicis es una poción muy interesante —Prosiguió el profesor—. Dificilísima de preparar y de desastrosos efectos si no se hace bien. Sin embargo, si se elabora de manera correcta, como es el caso de ésta, el que la beba coronará con éxito todos sus empeños, al menos mientras duren los efectos de la poción.
—¿Por qué no la bebe todo el mundo siempre, señor? —Preguntó un chico de Ravenclaw.
—Porque su consumo excesivo produce atolondramiento, temeridad y un peligroso exceso de confianza. Ya sabes, todos los excesos son malos... Consumida en grandes cantidades resulta altamente tóxica, pero ingerida con moderación y sólo de forma ocasional... Y eso es lo que les ofreceré como premio al finalizar la clase de hoy.
Todos guardaron silencio, y durante unos instantes el sonido de cada burbuja y cada salpicadura de las pociones bullentes se multiplicó por diez.
—Una botellita de Felix Felicis —Añadió Slughorn, y se sacó del bolsillo una minúscula botella de cristal con tapón de corcho que enseñó a sus alumnos—. Suficiente para disfrutar de doce horas de buena suerte. Desde el amanecer hasta el ocaso, tendrán éxito en cualquier cosa que se propongan. Ahora bien, debo advertirles que el Felix Felicis es una sustancia prohibida en las competiciones organizadas, como por ejemplo eventos deportivos, exámenes o elecciones. De modo que el ganador sólo podrá utilizarla un día normal. ¡Pero verá cómo éste se convierte en un día extraordinario!
Alaska sonrió, tener una botella de suerte líquida no le vendría nada mal, siempre podía ser útil para alguna ocasión que lo ameritara. Y ella estaba segura de que la necesitaría en algún momento. Pero parecía que ella no era la única que lo pensaba, Draco a su lado parecía tan interesado como ella en la poción, y en sus ojos incluso pudo divisar un brillo.
—¿Y cómo podremos ganarlo?
—Pues bien, abriendo el libro Elaboración de Pociones avanzadas por la página diez. Nos queda poco más de una hora, tiempo suficiente para que obtengan una muestra decente del Filtro de Muertos en Vida. Ya sé que hasta ahora nunca han preparado nada tan complicado, y desde luego no espero resultados perfectos, pero el que lo haga mejor se llevará al pequeño Felix. ¡Adelante!
El premio estaba asegurado para ella, eso era más que seguro. Durante sus vacaciones había preparado aquel Filtro dos veces con ayuda de Severus, quien le había dado los mejores consejos para prepararla de forma más fácil.
Se oyeron chirridos y golpes metálicos cuando todos comenzaron a arrastrar sus calderos y empezaron a añadir pesas a las balanzas. La concentración que reinaba en el aula era casi tangible. Al cabo de diez minutos, el aula se había llenado de un vapor azulado.
La chica estaba demasiado concentrada para hablar, su poción ya se había convertido en «un líquido homogéneo de color grosella negra», como debía ser. No necesitaba las instrucciones, ni siquiera había sacado su libro para prepararla como los demás, se sabía los pasos al revés y al derecho y todo era gracias a Snape.
—Creo que te equivocaste, Lasky —Comentó Blaise a su lado, que había estado observando sus pasos—. El libro dice que...
—Sé lo que hago Blaise.
—¿Por qué no estás ocupando las instrucciones?
—Porque no las necesito.
Eso fue claro cuando llegó a la parte de las instrucciones donde Snape le había sugerido un par de cambios: en vez de cortar el grano de sopóforo debía aplastarlo con la hoja de una daga de plata, así obtendría más jugo. Luego de conseguir una gran cantidad de jugo deprisa lo echó en el caldero, logrando que la poción adquiriera al instante el tono lila descrito en el libro.
Continuó revolviendo la poción una vez en el sentido de las agujas del reloj después de cada siete veces en sentido contrario, era tedioso, pero sólo así conseguiría la poción perfecta. El efecto fue inmediato: el contenido se tornó rosa claro.
Tiempo después, cuando la clase estaba por terminar, el profesor Slughorn se levantó de su asiento y dijo:
—¡Tiempo! ¡Paren de remover, por favor!
A continuación, se paseó despacio entre las mesas mirando en el interior de los calderos. No hacía ningún comentario, pero de vez en cuando agitaba un poco alguna poción, o la olfateaba. La mesa de Ravenclaw fue la primera en ser juzgada, y ninguna pareció convencer al profesor, luego siguió con los Gryffindors. Lo que tomó a Alaska desprevenida fue la expresión de júbilo que le iluminó el rostro al profesor.
—¡He aquí el ganador, sin duda! —Exclamó para que lo oyeran todos—. ¡Excelente, Harry, excelente! ¡Caramba, es evidente que has heredado el talento de tu madre!
La rubia se levantó sobre la punta de sus pies para observar mejor, sin duda la poción de Harry era igual de buena que la suya, y eso la sorprendió aún más; el chico nunca se había destacado en aquella asignatura. También le parecio injusto que el profesor Slughorn lo nombrara ganador sin antes revisar todas las otras.
—¡Profesor! —Exclamó, llamando la atención de la clase—. ¿Puede ver mi poción antes? Sé que la he preparado de forma correcta, perfecta diría yo.
—Veo que es segura de si misma, señorita Ryddle —Le comentó el profesor acercándose a ella, aunque no supo si lo decía de buena manera o no—. Veamos que tiene.
El profesor removió la poción, dejó caer una hoja seca en el caldero y cuando esta se desintegró por completo se le volvió a iluminar el rostro.
—¡Creo que tenemos un empate! ¡Muy bien hecho Harry, Alaska!
La chica sonrió con satisfacción.
—Ambos se han ganado una botella de Felix Felicis. Aunque por el momento solo tengo una botella, uno de ustedes tendrá que venir a buscarla mañana.
Antes de que Harry pudiera hacer algo, Alaska se acercó al profesor primero, agarrando la pequeña botella con el elixir.
—Debo ser honesto, señorita Ryddle —Le comentó el profesor—. Tiene un talento innato, la vi realizar la poción sin ver las instrucciones.
—¿Qué puedo decirle, profesor? Me gusta destacar en todo lo que me propongo. —Ella le sonrió antes de volver a la mesa.
Allí aún estaba Draco, que se veía decepcionado por haber perdido. Ella evitó sonreír, aunque lo hizo de forma interna. En realidad no le interesaba mucho ganar el elixir para ella misma, sabía que Draco iba a quererlo más que ella, para su misión.
—Te daré la poción —Le dijo Alaska al rubio, mientras comenzaba a limpiar su caldero—. Yo no la necesito.
—¿Lo dices en serio? —Draco se veía agradecido, casi aliviado.
Se había acercado para tomar la botella que sostenía, pero Alaska se echó para atrás antes de que pudiera hacerlo.
—¿Qué pasa?
—Te lo daré —Comenzó a decir—, cuando me lo digas.
—¿Qué te diga qué? —Inquirió él, con una ceja alzada.
Alaska miró a su alrededor, asegurándose de que nadie estuviera cerca antes de hablar—. Tú misión.
—¿Lo dices en serio, Alaska? —Espetó con molestia—. Pues no necesito el elixir, y tampoco a ti.
Y sin más, agarró sus cosas y se fue. Alaska lo observó salir del aula, sabía que sus palabras eran en serio, o al menos en ese momento, porque en muy pocas ocasiones la llamaba por su nombre.
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