𝒔𝒆𝒗𝒆𝒏
( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑆𝐸𝑉𝐸𝑁 )
𝚕𝚊 𝚑𝚒𝚜𝚝𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚐𝚊𝚞𝚗𝚝.
La primera semana en sexto año había terminado de forma excelente para Alaska, eso en el ámbito académico. Socialmente, las cosas no iban tan bien. Ann no volvió s hablar con sus amigos desde la situación en el tren, y cuando supo que Draco sólo había dicho esas cosas para molestar a Harry, de molestó aún más. El rubio por su parte, pasaba todo su tiempo junto a Crabbe y Goyle, aún no perdonaba a Alaska por intentar, una vez más, averiguar su misión; aunque ella tampoco había pedido perdón.
Más, tuvo que dejar de lado todas aquellas frustraciones de la semana para prepararse para el día siguiente. El día sábado era uno casi tan ocupado como los anteriores. Luego de una clase de Oclumancia con Severus tuvo que utilizar Polvos Flu para ir hasta su casa y luego, desde allí, aparecerse en la sala junto a Danniel.
Alaska no estaba feliz con verlo una vez más, pero parecía que él tampoco estaba de humor. Fue una sesión rápida y sin muchos comentarios, en su interior ella lo agradeció. Tampoco quería soportar una de esas clases.
Volvió a Hogwarts con un poco de tiempo libre para avanzar en sus deberes y luego, después de la cena, se encaminó por los desiertos pasillos hasta un pasillo del séptimo piso donde había una gárgola. La entrada a la oficina de Dumbledore.
—Píldoras ácidas. —Dijo ella.
La gárgola se apartó de inmediato y la pared de detrás, al abrirse, reveló una escalera de caracol de piedra que no cesaba de ascender con un movimiento continuo. Gracias a ella llegó a una puerta con aldaba de bronce. Se extraño al escuchar voces que provenían del despacho, sabía que había llegado a la hora correcta por lo que creyó que Dumbledore estaría solo, no con compañía.
La puerta se abrió y cuando dio un paso para entrar tuvo que ocultar su sorpresa, dentro estaba Dumbledore y Harry sentado frente a él.
—¿Por qué está ella aquí? —Pregunto Harry al momento en que su cabeza se volteó.
—Creí que serían clases particulares —Comentó ella, aunque no estaba realmente molesta con aquella situación, no tenía ningún problema con el chico.
—Creo que, convenientemente, olvidé comentarles que ambos compartirán estas clases particulares —Les dijo Dumbledore con una particular sonrisa—. Espero que no sea un problema.
—No es una molestia para mi —Respondió Alaska—. Aunque sé que para Potter si lo es.
—Ella no debería estar aquí.
Más, Dumbledore hizo caso omiso al comentario de Harry.
—Como le estaba diciendo a Harry —Siguió el director una vez Alaska se sentó—, he decidido que ha llegado el momento de que conozcan cierta información crucial para su futuro. El de ambos. A partir de ahora abandonaremos la firme base de los hechos y viajaremos por los turbios pantanos de la memoria hasta adentrarnos en la fronda de las más ilógicas conjeturas...
—Director.... Le agradecería si puede ser más específico —Pidió la rubia, quien se encontraba demasiado cansada como para descifrar las palabras de Dumbledore.
—Nos adentraremos en las memorias de varias personas, para conocer más a fondo la historia de Voldemort y sus antepasados.
—Quiere decir que podré conocer a mis antepasados. —Especifico la chica, con un tono de interés.
—Así es.
No iba a negarlo, esa idea le atraía. Había sido su deseo más grande cuando era pequeña, y su incentivo para entrar a Hogwarts. Durante su primer año hizo una exhaustiva investigación que no le dio ninguna respuesta, y con el pasar de los años aquel deseo fue desapareciendo cuando su vida comenzó a satisfacerla más que su pasado.
—¿Y no podemos hacer las clases por separado? —Propuso Harry, sacándola de sus pensamientos—. Ya sabe, un día yo y otro ella.
Alaska bufó con gracia.
—Eso sería bastante contra producente, como deben saber no dispongo de mucho tiempo libre como director. Ahora por favor...
Dumbledore se levantó y luego se inclinó sobre el armario que había junto a la puerta y acercó una vasija de piedra poco profunda, con extrañas runas grabadas alrededor del borde. Alaska reconoció el grabado gracias a sus estudios.
"Donde las memorias prevalecen".
—Ambos entrarán al pensadero conmigo.
Alaska se acercó para observar su interior, cómo había leído estaba lleno de una sustancia de aspecto gaseoso tipo vaporoso. Memorias de Dumbledore se almacenaban dentro. Ella nunca había utilizado un Pensadero, pero no le asustaba la idea.
—¿Adónde iremos, señor? —Quiso saber Harry, a quién ya no le molestaba tanto la idea de la compañía de Alaska.
—Daremos un paseo por los recuerdos de Bob Ogden —Dijo sacando una pequeña botella que contenía una sustancia plateada—. Bob trabajaba para el Departamento de Seguridad Mágica. Hace tiempo que murió, pero logré localizarlo antes de que falleciera y conseguí que me confiara estos recuerdos. Nos disponemos a acompañarlo en una visita que realizó mientras cumplía sus obligaciones.
Vertió el plateado contenido de la botella en el pensadero, donde empezó a arremolinarse y brillar.
—Tú primero, Alaska.
Al acercarse notó que la superficie se agitó como el agua bajo el viento, para luego separarse formando nubecillas que se arremolinaban. Ella se inclinó más, metiendo la cabeza en el armario. La sustancia plateada se había vuelto transparente, parecía cristal.
Observó dentro esperando distinguir el fondo de piedra de la vasija, y en vez de eso, bajo la superficie de la misteriosa sustancia, vio un camino rural, una vieja cabaña parecía observar desde una el cielo.
La punta de la nariz tocó la extraña sustancia y entonces el despacho de Dumbledore se sacudió terriblemente. Alaska fue propulsada de cabeza a la sustancia de la vasija, pero no dio de cabeza contra el césped: se notó caer por entre algo negro y helado, como si un remolino oscuro la succionara. Y, de repente, se hallaba de pie bajo un sol deslumbrante.
Casi de inmediato aparecieron Dumbledore y Harry junto. Se encontraban frente a un edificio semioculto entre la maraña de troncos, las paredes estaban recubiertas de musgo y se habían caído tantas tejas que en algunos sitios se veían las vigas. Además, el edificio estaba rodeado de ortigas que llegaban hasta las pequeñas ventanas, perdidas de mugre.
Frente a la puerta había un hombre, que debía ser Odgen, se había quedado mirando la puerta de la casa, donde alguien había clavado una serpiente muerta.
Entonces se oyó una especie de chasquido, y un individuo cubierto de harapos saltó del árbol más cercano y cayó de pie delante de Ogden, que pegó un brinco hacia atrás con tanta precipitación que se pisó los faldones y tropezó.
—Tu presencia no nos es grata.
—Buenos días. Me envía el Ministerio de Magia. —Dijo Odgen retrocediendo.
Alaska, en cambio, se acercó al hombre.
—Tu presencia no nos es grata. —Inspeccionó su modulación, su lengua se posicionaba repetidas veces bajo sus dientes frontales. Era claro.
—Oiga... Lo siento, pero no le entiendo.
—Parsel. —Dijo ella.
—Exacto. —Le respondió Dumbledore.
—Mire... —Empezó a decir Odgen, pero era demasiado tarde: se oyó un golpe sordo y el hombre cayó al suelo cubriéndose la nariz con las manos. Entre sus dedos se escurría un pringue asqueroso y amarillento.
—¡Morfin! —Gritó una voz.
Un anciano salió a toda prisa de la casa y cerró de un portazo, por lo que la serpiente quedó oscilando de forma macabra. Se paró delante del hombre que empuñaba el cuchillo, que se había puesto a reír a carcajadas al ver a Ogden tendido en el suelo.
—Del ministerio, ¿eh? —Dijo el anciano, observándolo con ceño.
—¡Correcto! Y usted es el señor Gaunt, ¿verdad?
—El mismo —Dijo el anciano—. Debió advertirnos de su presencia, ¿no cree? Esto es una propiedad privada. No puede entrar aquí como si tal cosa y esperar que mi hijo no se defienda.
—¿Que se defienda de qué, si no le importa? —Preguntó Ogden al tiempo que se levantaba.
—De entrometidos. De intrusos. De muggles e indeseables. —Gaunt le hizo una seña a Morfin y éste entró a la casa.
—He venido a ver a su hijo, señor Gaunt. Ese era Morfin, ¿verdad?
—Sí, es Morfin. ¿Es usted sangre limpia?
—Eso no viene al caso.
—Si usted hace preguntas yo también las hago. —Dijo Gaunt.
—¿Qué le parece si continuamos esta discusión dentro?
—¿Dentro?
—Sí, señor Gaunt. Ya se lo he dicho. Estoy aquí para hablar de Morfin. Enviamos una lechuza... He venido con motivo de una grave violación de la ley mágica cometida aquí a primera hora de la mañana...
—¡Está bien, está bien! —Bramó Gaunt—. ¡Entre en la maldita casa! ¡Para lo que le va a servir...!
La vivienda parecía tener tres habitaciones, pues en la habitación principal, que servía a la vez de cocina y salón, había otras dos puertas. Morfin estaba sentado en un mugriento sillón junto a la humeante chimenea, jugueteando con una víbora viva que hacía pasar entre sus gruesos dedos mientras le canturreaba en lengua pársel:
—Silba, silba, pequeño reptil, arrástrate por el suelo y pórtate bien con Morfin, o te clavo en el alero.
En un rincón había una chica cuyo andrajoso vestido era del mismo color que la sucia pared de piedra que tenía detrás. Se hallaba de pie al lado de una cocina mugrienta y renegrida, sobre la que había una cazuela humeante, manipulando los asquerosos cacharros colocados encima de un estante. Tenía el cabello lacio y sin brillo, la cara pálida, feúcha y de toscas facciones, y era bizca como su hermano.
—Mi hija Mérope. —Masculló Gaunt al ver que Ogden miraba a la muchacha con gesto inquisitivo.
—Buenos días —La saludó Ogden sin recibir una respuesta—. Bueno, señor Gaunt, iré directamente al grano. Tenemos motivos para creer que la pasada madrugada su hijo Morfin realizó magia delante de un muggle.
Se oyó un golpe estrepitoso: a Mérope se le había caído una olla.
—¡Recógela! —Le gritó su padre—. Eso es, escarba en el suelo como una repugnante muggle. ¿Para qué tienes la varita, inútil saco de estiércol?
Desesperada, se apresuró a tomar su varita con una mano temblorosa, apuntó hacia la olla y farfulló un rápido e inaudible hechizo que hizo que el cacharro rodase por el suelo, golpeara contra la pared de enfrente y se partiera por la mitad.
—¡Arréglala, pedazo de zopenca, arréglala!
Mérope se precipitó dando traspiés, pero antes de que pudiera apuntar su varita, Ogden elevó la suya y dijo: «¡Reparo!», con lo que la olla se arregló al instante.
—Tienes suerte de que esté aquí este amable caballero del ministerio, ¿no te parece? Quizá él no tenga nada contra las asquerosas squibs como tú y me libre de ti.
—Señor Gaunt —Volvió a empezar Ogden—, como ya le he dicho, el motivo de mi visita... Morfin ha violado la ley mágica.
—Le dio una lección a un sucio muggle. ¿Es eso ilegal?
—Sí. Me temo que sí. —Sacó de un bolsillo interior un pequeño rollo de pergamino y lo desenrolló.
—¿Qué es eso? ¿Su sentencia? —Preguntó Gaunt elevando la voz, cada vez más alterado.
—Es una citación del ministerio para una vista...
—¿Una citación? ¡Una citación! ¿Y usted quién se ha creído que es para citar a mi hijo a ninguna parte?
—Soy el jefe del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales.
—Y nos considera escoria, ¿verdad? —Le espetó Gaunt—. Una escoria que acudirá corriendo cuando el ministerio se lo ordene, ¿no es así? ¿Sabe usted con quién está hablando, roñoso sangre sucia?
Gaunt levantó el dedo del medio mostrándole a Ogden el voluminoso anillo que llevaba, agitándoselo ante los ojos.
—¿Ve esto? ¿Lo ve? ¿Sabe qué es? ¿Sabe de dónde procede? ¡Hace siglos que pertenece a nuestra familia, pues nuestro linaje se remonta a épocas inmemoriales, y siempre hemos sido de sangre limpia! ¿Sabe cuánto me han ofrecido por esta joya, con el escudo de armas de los Peverell grabado en esta piedra negra?
—Pues no, no lo sé —Admitió Ogden—, pero creo que eso no viene a cuento ahora, señor Gaunt. Su hijo ha cometido...
Gaunt dio un alarido de rabia y, volviéndose, se abalanzó sobre su hija. Al ver que dirigía una mano hacia el cuello de la chica y la arrastró hasta Ogden tirando de la cadena de oro que la muchacha llevaba colgada del cuello.
—¿Ve esto? —Bramó agitando un grueso guardapelo mientras Mérope farfullaba y boqueaba intentando respirar.
—¡Sí, ya lo veo! —Se apresuró a decir Ogden.
—¡Es de Slytherin! —Chilló Gaunt—. ¡Es de Salazar Slytherin! Somos sus últimos descendientes vivos. Qué me dice ahora, ¿eh?
Alaska no esperaba aquella confesión. Su mentón se elevó, y con un repentino nudo en la garganta observaba la situación, a la mujer apenas respirando y a aquel hombre, que, de alguna forma, estaba relacionada a ella. Era uno de sus antepasados.
—¡Su hija se ahoga! —Se alarmó Ogden, pero Gaunt ya había soltado a Mérope, que, tambaleándose, regresó al rincón y se quedó allí frotándose el cuello y recuperando el aliento.
—¡Muy bien! ¡No vuelva a hablarnos como si fuéramos barro de sus zapatos! ¡Procedemos de generaciones y generaciones de sangre limpia, todos magos! ¡Más de lo que usted puede decir, estoy seguro! —Y escupió en el suelo, junto a los pies de Ogden.
—Señor Gaunt, me temo que ni sus antepasados ni los míos tienen nada que ver con el asunto que nos ocupa. He venido a causa de Morfin, de él y del muggle al que agredió esta madrugada. Según nuestras informaciones, su hijo realizó un embrujo o un maleficio contra el susodicho muggle provocándole una urticaria muy dolorosa.
—¿Y qué pasa si lo hizo? Supongo que ya le habrán limpiado la inmunda cara a ese muggle, y de paso la memoria.
—No se trata de eso, señor Gaunt. Fue una agresión sin que mediara provocación contra un indefenso...
—¿Sabe?, nada más verlo me di cuenta de que era usted partidario de los muggles. —Repuso Gaunt con desprecio, y volvió a escupir en el suelo.
—Esta discusión no nos llevará a ninguna parte. Es evidente que su hijo no está arrepentido de sus actos, a juzgar por la actitud que mantiene. Morfin acudirá a una vista el catorce de septiembre para responder por la acusación de utilizar magia delante de un muggle y provocarle daños físicos y psicológicos a ese mismo mu... —Ogden se vio interrumpido por un cascabeleo y un repiqueteo de cascos de caballo acompañados de risas y voces.
Por lo visto, el tortuoso sendero que conducía al pueblo pasaba muy cerca del bosquecillo. Gaunt aguzó el oído con los ojos muy abiertos; Morfin emitió un silbido y volvió la cabeza hacia la ventana abierta, con expresión de avidez, y Mérope levantó la cabeza.
—¡Oh, qué monstruosidad! —Dijo una cantarina voz de mujer proveniente del exterior—. ¿Cómo es que tu padre no ha hecho derribar esa casucha, Tom?
—No es nuestra —Respondió el aludido—. Todo lo que hay al otro lado del valle nos pertenece, pero esta casa es de un viejo vagabundo llamado Gaunt, y de sus hijos. El hijo está loco; tendrías que oír las historias que cuentan sobre él en el pueblo...
—Tom —Dijo entonces la mujer, ya delante de la casa—, quizá me equivoque, pero creo que alguien ha clavado una serpiente en la puerta.
—¡Vaya, tienes razón! Debe de haber sido el hijo, ya te digo que no está bien de la cabeza. No la mires, Cecilia, querida.
Los sonidos de los cascabeles y los cascos se alejaron poco a poco.
—Querida —Susurró Morfin en pársel, mirando a su hermana—. La ha llamado «querida». Ya ves, de cualquier modo, no te habría querido a ti.
—¿Cómo? —Dijo Gaunt con aspereza, mirando primero a su hijo y luego a su hija—. ¿Qué acabas de decir, Morfin?
—Le gusta mirar a ese muggle. Siempre sale al jardín cuando él pasa y lo espía desde detrás del seto, ¿verdad? Y anoche... —Mérope sacudió la cabeza con brusquedad e imploró en silencio, pero Morfin prosiguió sin piedad—: Anoche se asomó a la ventana para verlo cuando volvía a su casa, ¿verdad?
—¿Que te asomaste a la ventana para ver a un muggle? ¿Es eso cierto? ¿Mi hija, una sangre limpia descendiente de Salazar Slytherin, coqueteando con un nauseabundo muggle de venas roñosas?
Mérope negó de nuevo con la cabeza frenéticamente y apretó el cuerpo contra la pared; por lo visto se había quedado sin habla.
—¡Pero le di, padre! —Dijo Morfin riendo—. Le di cuando pasaba por el sendero, y lleno de urticaria ya no estaba tan guapo, ¿verdad que no, Mérope?
—¡Inepta! ¡Repugnante squib! ¡Sucia traidora a la sangre! —Rugió Gaunt perdiendo el control, y cerró las manos alrededor del cuello de su hija.
Ogden levantó su varita y chilló: «¡Relaxo!» Gaunt salió despedido hacia atrás, tropezó con una silla y cayó de espaldas. Con un rugido de cólera, Morfin saltó del sillón y, blandiendo su ensangrentado cuchillo y lanzando maleficios a diestro y siniestro con su varita, se abalanzó sobre Ogden, que se protegió la cabeza con los brazos, se precipitó por el sendero y salió al camino principal, donde chocó contra un lustroso caballo castaño montado por un joven moreno muy atractivo.
Alaska intentó verlo mejor, había algo en él que lo hacía familiar. Pero no sabía que. Y antes de que pudiera descubrirlo Dumbledore dijo:
—Creo que con esto basta por hoy.
Y al cabo de un instante aterrizaron de pie en el despacho, que estaba en penumbra.
—¿Qué pasó con la chica? —Preguntó Harry.
—Descuida: sobrevivió. Ogden se apareció en el ministerio y regresó con refuerzos al cabo de quince minutos. Morfin y su padre intentaron ofrecer resistencia, pero los redujeron y los sacaron de la casa, y más tarde el Wizengamot los condenó. Morfin, que ya tenía antecedentes por otras agresiones a muggles, fue sentenciado a tres años en Azkaban. A Sorvolo, que había herido a varios empleados del ministerio además de Ogden, le cayeron seis meses.
—¿Sorvolo? —Repitió entonces la rubia, mientras todo el rompecabezas se completaba.
—Eso es —Confirmó Dumbledore con una sonrisa de aprobación—. Me alegra ver que te mantienes al tanto.
—¿Ese anciano era...? —No pudo terminar la pregunta.
—Sí, el abuelo de Voldemort. Sorvolo, su hijo Morfin y su hija Mérope. Se creía que eran los últimos de la familia Gaunt, una familia de magos muy antigua, célebre por un rasgo de inestabilidad y violencia que se fue agravando a lo largo de las generaciones debido a la costumbre de casarse entre primos. La falta de sentido común, combinada con una fuerte tendencia a los delirios de grandeza, hizo que la familia despilfarrara todo su oro varias generaciones antes del nacimiento de Sorvolo. Como han podido ver, él vivía en la miseria y tenía muy mal carácter, una arrogancia y un orgullo insufribles y un par de reliquias familiares que valoraba tanto como a su hijo, y mucho más que a su hija.
—Entonces Mérope... —Fue el turno de Harry de hablar—. ¿Significa que era... la madre de Voldemort, señor?
—Así es. Y resulta que también hemos visto al padre de Voldemort. ¿Se han dado cuenta?
—Tom, el muggle que Mérope admiraba —Dijo Alaska con la mirada perdida en algún punto del despacho—. Fue por eso que me parecía familiar. —Agregó, devolviéndole la mirada a Dumbledore.
—En efecto, ése era Tom Ryddle señor, el apuesto muggle que solía pasar a caballo por delante de la casa de los Gaunt, y por quien Mérope sentía una pasión secreta.
—¿Y acabaron casándose? —Aventuró Harry, más, Alaska esperaba que la respuesta fuera negativa. Tenía la sensación de que había mucho más debajo de esa historia.
—Me parece que olvidas que Mérope era una bruja, Harry. No es de extrañar que no sacara el máximo partido de sus poderes mientras estuvo sometida al yugo de su padre. Sin embargo, cuando encerraron a Sorvolo y Morfin en Azkaban y ella se encontró sola y libre por primera vez, estoy seguro de que consiguió dar rienda suelta a sus habilidades y planear la huida de la desgraciada vida que había llevado durante dieciocho años. ¿Se les ocurre alguna medida que Mérope pudiese tomar para lograr que Tom Ryddle olvidara a su compañera muggle y se enamorara de ella?
—Amortentia. —Respondió Alaska, casi por inercia.
—Exacto, y no creo que le resultara difícil convencer a Ryddle para que aceptara un vaso de agua cuando, un día caluroso, él pasó por allí a caballo. Sea como fuere, transcurridos unos meses del episodio que acabamos de presenciar, hubo un gran escándalo en Pequeño Hangleton. Imaginen los chismorreos de los vecinos al enterarse de que el hijo del señor del lugar se había fugado con la hija del pelagatos.
»Pero la conmoción de los vecinos no fue nada comparada con la de Sorvolo. Salió de Azkaban y regresó a su casa, donde creía que Mérope estaría esperándolo con un plato caliente en la mesa. En cambio, lo que encontró fue una capa de polvo en toda la vivienda y una nota de despedida en la que la muchacha explicaba lo que había hecho. Según mis averiguaciones, a partir de ese día Sorvolo nunca volvió a mencionar el nombre ni la existencia de su hija. El trastorno que le produjo su abandono quizá contribuyó a su prematura muerte, o quizá ésta se debió a que, sencillamente, no sabía alimentarse adecuadamente por sí solo. Sorvolo se había debilitado mucho en Azkaban, y al final murió antes de que Morfin regresara al hogar.
—Y Mérope murió también, ¿no es así?
—Sí, así es. Unos meses después de la boda, Tom Ryddle se presentó un buen día en la casa solariega de Pequeño Hangleton sin su esposa. Por el pueblo corrió el rumor de que el joven aseguraba que Mérope lo había seducido y embaucado. Con todo, cuando los vecinos se enteraron de lo que Tom contaba, supusieron que Mérope le había mentido fingiendo que iba a tener un hijo suyo, y que él había consentido en casarse con la bruja por ese motivo.
—Pero es verdad, tuvo un hijo suyo.
—Sí, pero no dio a luz hasta un año después de casada. Tom Ryddle la abandonó cuando ella todavía estaba embarazada.
—¿Qué fue lo que salió mal? ¿Por qué dejó de funcionar el filtro de amor?
—Supongo que Mérope, que estaba perdidamente enamorada de su marido, no fue capaz de seguir esclavizándolo mediante magia y probablemente decidió dejar de administrarle la poción. Quizá, obsesionada, creyó que a esas alturas Tom ya se habría enamorado de ella, o pensó que se quedaría a su lado por el bien del bebé. En ambos casos se equivocaba. Él la abandonó y nunca volvió a verla ni se molestó en saber qué había sido de su hijo.
—¿Qué fue lo que sucedió con Voldemort entonces? ¿luego de la muerte de su madre?
—Esa es una historia para otro día. —Le dijo Dumbledore, sin más.
Insatisfecha por la respuesta, y con grandes deseos de averiguar más de su familia, preguntó—: ¿Y que fueron de las reliquias? El anillo y el guardapelo.
Dumbledore se levantó a buscar algo y volvió con una delicada caja donde se encontraba el anillo que vieron en la mano de Sorvolo, era de oro y con una gran piedra, negra y hendida, engastada. Ella se inclinó para verlo de más de cerca, cuando lo sintió: aquella presencia, casi como un susurro de maldad que le susurraba en la oreja y le ponía los pelos de punta. Los rastros de magia oscura no podían ser mas claros, el anillo estaba maldito.
—¿Quisieras examinarlo, Alaska? —Le ofreció Dumbledore, acercándoselo aún más.
—No es necesario —Comentó ella mirándolo a los ojos—. Puedo sentirlo. Está maldito. Sorvolo debió hacerlo para proteger su reliquia.
—Estas en lo correcto —Dumbledore terció el gesto—. ¿Puedes saberlo con solo verlo?
—Como dije, siento el rastro de magia —El anciano sonrió, como si acabara de confirmar lo que deseaba—. Así fue como se lastimó la mano. Al tocarlo, la maldición lo afectó. —Agregó, con tono afirmativo.
—Pero ¿cómo lo consiguió? —Interrumpió Harry, antes de que Alaska pudiera conseguir alguna otra respuesta.
—Lo adquirí hace poco. Unos días antes de ir a recoger a Harry a casa de tus tíos.
—Director —Dijo entonces Alaska, luego de haber estado observando el anillo por un largo rato, sentándose en la orilla de su asiento—. Me gustaría tener el anillo.
—¿Tener el anillo? —Repitió Harry con confusión—. No puedes. Director, no puede dárselo.
—No veo porque no. Pertenece a mi familia después de todo.
—Alaska tiene razón, Harry —Habló Dumbledore—. Por más que me gustaría negarlo, el anillo al igual que el guardapelo son reliquias que pertenecen a la familia Gaunt. La familia de Alaska. Pero tendrás que permitirme un poco mas de tiempo con esta sortija, hay un par de cosas que me gustaría averiguar de él.
Ella no se quejó ni lo impidió, después de todo, no esperaba que el director aceptara tan fácilmente.
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