𝒏𝒊𝒏𝒆

( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝑁𝐼𝑁𝐸 )
𝚞𝚗 𝚏𝚛𝚒𝚘 𝚍𝚒𝚊 𝚎𝚗 𝚑𝚘𝚐𝚜𝚖𝚎𝚊𝚍𝚎.

Durante las semanas siguientes, Alaska sólo vio al director de Hogwarts en dos ocasiones y ninguna de ellas fue en su despacho para una nueva clase particular. Eso la frustraba, desde el último encuentro que había tenido con Danniel, sus deseos de conocer más acerco de sus antepasados era más grande que nunca. Intentó preguntarle a Severus sobre Elizabeth, e incluso sobre Danniel y su época en Hogwarts, pero él se rehusó. Insistió en que no sabía mucho y dio el tema por terminado.

A mediados de octubre tuvo lugar la primera excursión del curso a Hogsmeade, se había puesto en duda que esas excursiones continuaran realizándose, dado que las medidas de seguridad se habían endurecido mucho, pero le alegró saber que no se habían suspendido; era la forma perfecta de despejar su mente.

Más, sus planes se arruinaron cuando McGonagall castigó a Draco por no entregar sus deberes de Transformaciones, Alaska no podría ir acompañada de su novio como habían planeado.

El día de la excursión se despertó temprano por la mañana, que amaneció tormentosa, y aprovechó el tiempo del desayuno para terminar de traducir un largo texto de Runas Antiguas que había comenzado días atrás.

—¿Aún no terminas esa traducción? —Le preguntó Theo cuando llegó a su lado en el Gran Comedor.

—Es más complicado de lo que creí, hay un par de runas que no puedo reconocer. —Explicó ella, juntando sus cosas y guardándolas en el bolso.

—¿Eso significa que no iras a Hogsmeade?

—Se supone que iría con Draco, pero ahora que está castigado... —Alaska frunció el ceño—. Blaise ira con Daphne y en realidad no tengo ganas de ir sola. Aunque me iría bien ir a la biblioteca del pueblo, sé que allí hay una copia del Diccionario de runas más completo y me ayudaría para terminar la traducción.

—Yo puedo acompañarte, no tengo nada más que hacer —Se ofreció el castaño—. Vamos.

Juntos salieron del castillo. Filch estaba plantado junto a las puertas de roble, como de costumbre, comprobando los nombres de los alumnos que tenían permiso para ir a Hogsmeade. El proceso llevó más tiempo del habitual porque el conserje registraba tres veces a todo el mundo con su sensor de ocultamiento.

Cuando por fin se libraron de él, puesto que Filch insistió en revisarlos una cuarta vez, fueron hasta uno de los pocos carruajes que quedaban y se subieron en él. El paseo hasta Hogsmeade no fue nada placentero, el frío era insufrible y, a pesar de estar dentro del carruaje, Theo y yo se refugiaban tras sus bufandas.

Cuando llegaron al pueblo no perdieron el tiempo, se dirigieron a la librería del pueblo con dificultad, pues el fuerte viento los doblaba por la cintura.

—Menos mal. —Dijo Theo, tiritando, al verse acogido por un cálido ambiente—. Me quedaría aquí toda la tarde.

—No me desagrada esa idea —Respondió Alaska—. No tengo intenciones de salir muy pronto, el clima esta horrible.

—Y que lo digas.

Se acercaron a las estanterías para buscar el diccionario que Alaska necesitaba, sin embargo, cuando lo llevaron a una de las mesas para utilizarlo, la dueña del lugar llegó junto a ellos. Resultaba que no podían utilizar los libros sin comprarlos antes.

—¡Es ridículo! —Se había quejado Alaska—. ¿Cinco galeones por un diccionario? Esa mujer está loca.

—La convencí de que me diera un descuento. —Le dijo Theo, que había vuelto de ir al baño.

—¿Qué?

Entonces Theo le entregó el diccionario junto con un marcapáginas.

—Creí que irías al baño.

—Te conozco, no hubieras permitido que te lo comprara.

—Claro que no —Respondió ella, con el diccionario en sus manos—, el precio era excesivo.

—¿Olvidas que mi familia tiene dinero, no?

Ella frunció los labios.

—Todos vienen de familias adineradas, es molesto —Le dijo Alaska—. Tienen una percepción muy distinta del dinero.

Volvieron a la mesa, donde pasaron gran parte de la mañana entre charlas y risas, todo mientras Alaska terminaba su traducción. Theo era un chico interesante y con un sentido del humor inesperado, era la primera vez que Alaska pasaba tanto tiempo a solas junto a él, manteniendo una conversación real. En ocasiones anteriores se pasaban en silencio.

Esa mañana entendió porque Ann siempre había estado tan interesada en él, pero también le hizo preocuparse por su visión. ¿Qué podía ser tan malo como para cortar toda relación con él? A Alaska no se le venía nada a la mente.

—Draco ha estado preocupado por ti.

—¿Ah sí? —Preguntó ella, sorprendida por el comentario.

—Eres su principal tema de conversación, es difícil hablar de otra cosa cuando estamos con él —Le explicaba el castaño—. Todo lo relaciona contigo.

—Que puedo decir —Canturreó Alaska—, el rubio está enamorado.

—Más que enamorado diría yo. De todas formas, cree que no estás descansando lo suficiente.

—Pues este trimestre esta complicadísimo, no esperaba este nivel de dificultad —Dijo—. Además, he estado ocupadísima, me gustaría tener más tiempo para descansar, pero es imposible.

Eso no era del todo cierto. Desde hace unos meses Alaska era la última persona en poseer un giratiempo, objeto que robo del ministerio durante la Batalla antes de que los demás fueran destruidos. Sin embargo, a pesar de verlo cada mañana en su baúl, no lo había utilizado. Severus le había enseñado que el tiempo era frágil, ellos ni nadie más debía intervenir ni alterarlo, y ella lo respetaba. No iba a ir en contra de su palabra.

—¿Qué has estado haciendo exactamente?

—Ya sabes, avanzando con todos los deberes que nos ponen, ayudando a Hagrid con las criaturas del bosque, las practicas de Quidditch y las patrullas nocturnas. A veces creo que es demasiado —Confesó ella—. Pero me gusta mantenerme ocupada, y también ocuparme de mis proyectos personales.

—¿Qué proyectos personales?

Alaska sonrió—. Son proyectos secretos, Theo. No te diré.

Cuando Alaska terminó con su redacción, decidieron que ya era hora de volver al Castillo, donde sin duda el clima era mucho más cálido que allí. Volvieron a ceñirse las capas, enrollarse las bufandas y ponerse los guantes; luego salieron de la biblioteca.

Un grupo de estudiantes salieron al mismo tiempo de la tienda que se encontraba en frente, a la chica no le gustó notar que uno de ellos era Archer, a quien había estado evitando por semanas. Cuando la vió, se despidió rápidamente de sus amigos.

—¿Necesitas ayuda?

—No —Respondió Alaska—. Déjame a solas con él.

Theo desapareció de inmediato y ella intentó alejarse con rapidez, pero avanzaba con dificultad gracias a la nieve semiderretida que cubría el camino a Hogwarts. El Ravenclaw la alcanzó casi de inmediato.

—¿Por qué escapas de mí? —Exclamó el chico, deteniéndola al agarrar su brazo—. Me has estado evitando desde que comenzó el curso.

—¿Y tú por qué me buscas tanto? Por Morgana, eres insufrible Archer.

—He estado pensando, todo el verano Alaska. Sé que no has leído mis cartas.

—Te felicito, eres el mayor genio de la historia. —Se burló.

—No es necesario que respondas, sólo quiero que me escuches. Sé que es lo que tramas.

—No lo creo.

—Para ti, tus amigos son lo más importante que tienes. Por un tiempo estuve celoso de Cedric, sabía que lo amabas, eso era claro, pero luego me di cuenta de que era un amor diferente.

—Lo que hablas no tiene sentido.

—Mi punto es que nunca te unirías a Quien-no-debe-ser-nombrado, no por decisión propia. Luego de lo que le hicieron a Cedric...

—Ya basta. —Le pidió Alaska, sin ganas de oír una vez más el nombre de su amigo muerto.

—Tú no eres así, Alaska. Sé que hay una gran historia detrás de todo esto.

—¿Por qué no puedes creer que simplemente cambie de opinión?

—Por lo que me dijiste ese día en el Departamento de Misterios. Tú me dijiste que recordara quien eras, y es lo que estoy haciendo. No veo a la persona que todos dicen que eres, te veo a ti, a Alaska. Mi primer amor y una de mis mejores amigas. Veo a la misma chica que conocí hace tres años —Archer suspiró antes de continuar—. No te tengo miedo, y no dudaré de ti. No me importa si no me dices nada y no me das una señal, seguiré creyendo en ti.

El esfuerzo que Alaska estaba haciendo para no reaccionar a las palabras de Archer eran grandes, parte de ella, muy en el fondo, le pedía que confiara en él, que le dijera toda la verdad que se había estado guardando. Todos los secretos que ni su propio novio conocía. Pero la parte racional de su cerebro lo impidió, no iba a ponerlo en peligro.

Si quería desahogarse con alguien, tenía a Severus. Él siempre estaría para ella.

Cuando el pelinegro intentó subirle la manga izquierda de su túnica ella reaccionó, se soltó del agarre y poso su mano en la nuca del chico, sacando su varita con la otra y apuntándola a su cuello.

—No vuelvas a intentar algo parecido.

Pero Archer no necesitaba un nuevo intento, la reacción que Alaska había tenido era más que suficiente para saber que la habían marcado. Desde pequeño había escuchado los relatos de su hermana, que estaba enfocada en convertirse en Aurora y saber todo lo que debía de los magos tenebrosos. Gracias a ella supo que todos los seguidores de Quien-no-debe-ser-nombrado llevaban una marca en su brazo izquierdo. Nunca la había visto personalmente, pero le causaba curiosidad.

Empujó levemente al chico lejos de ella y caminó con prisa, a pesar de la nieve, con Archer siguiéndola por detrás.

—¡Alaska! ¡Alaska, por favor! —Decia Archer, repitiendo el nombre de su amiga con preocupación.

Más, ella no se detuvo. No sabía bien cuánto había recorrido cuando sobrepasó a Harry, Ron y Hermione en el camino.

—¡Alaska, espera!

—¡Ya basta, Archer! —Le espetó, volteando hacia atrás.

Su cuerpo chocó contra alguien, una chica que reconoció del equipo de Quidditch de Gryffindor que era acompañada de su amiga. No se disculpó, apenas y la miró, siguió su camino hacia el Castillo. Sin embargo, más atrás, Katie que había intentado levantar el paquete que se le había caído de las manos se elevó por los aires, con gracilidad y con los brazos extendidos, como a punto de echar a volar.

Alaska volteó gracias al grito de la segunda chica. En la postura de Katie había algo extraño, algo estremecedor... La ventisca le alborotaba el cabello y tenía los ojos cerrados y el rostro inexpresivo.

Todos los demás se detuvieron en seco, estupefactos. Entonces, cuando estaba a casi dos metros del suelo, la chica soltó un chillido aterrador y abrió los ojos. No paraba de chillar y Leanne empezó a gritar también, y la agarró por los tobillos intentando bajarla al suelo. Los demás se precipitaron a ayudarla mientras Alaska veía, cuando lograron agarrarla por las piernas Katie se les vino encima. Los tres chicos consiguieron atraparla, pero Katie se retorcía violentamente y apenas lograban sujetarla. La tumbaron en el suelo, donde la muchacha siguió revolcándose y chillando, como si no reconociera a nadie.

—¡No se muevan de aquí! —Ordenó Harry—. ¡Voy a pedir ayuda!

Y sin más se hecho a correr hacía el Castillo.

Hermione se acercó para ayudar a Archer y Ron, quienes seguían sujetando a Katie quien no paraba de retorcerse y chillar en el suelo. Pronto llegó la ayuda, Hagrid llegó junto a Harry.

—¡Apartense! —Ordenó Hagrid—. ¡Dejenme verla!

—¡Le ha pasado algo! —Sollozó Leanne—. No sé qué...

Hagrid miró a Katie y luego, sin decir palabra, se agachó, la levantó en brazos y echó a correr hacia el castillo. A los pocos segundos, los desgarradores gritos de Katie se habían apagado y sólo se oía el bramido del viento.

Hermione abrazó a la compungida amiga de Katie.

—Te llamas Leanne, ¿verdad? —Pregunto Hermione y la chica asintió con la cabeza.

—¿Ha pasado de repente o...?

—Ha ocurrido cuando se abrió el paquete al caerse al suelo. —Gimoteó Leanne, y señaló el empapado envoltorio de papel marrón que había en el suelo.

Ron se agachó para tocarlo, pero Alaska lo detuvo en el momento.

—Ni se te ocurra tocarlo —Le advirtió, agachándose junto al paquete.

Podía observar el collar de opalos que de asomaba por el envoltorio. Conocía el collar, lo había visto un par de veces en sus visitas a Borgin & Burkes. El dueño le había explicado una vez que había cobrado las vidas de diecinueve muggles diferentes, y producia la muerte instantánea si se tocaba.

—Este collar está maldito —Siguió, mirando al resto—. Si lo tocan podrían terminar peor que Katie, muertos.

—¿Cómo llegó a manos de Katie? —Le preguntó Harry s Leanne, que había comenzado a temblar.

—Por eso discutíamos. Volvió del lavabo de Las Tres Escobas trayendo el paquete y dijo que era una sorpresa para alguien de Hogwarts y que tenía que entregárselo. Cuando lo dijo estaba muy rara... ¡Oh, no! ¡Ahora lo entiendo! ¡Le han echado una maldición imperius, y no me di cuenta! —Rompió a sollozar de nuevo.

—¿No te dijo quién se lo había dado, Leanne?

—No... no quiso contármelo... Y yo le dije que no fuera estúpida y que no lo llevara al colegio, pero ella se negaba a escucharme y... y... —Emitió un gemido de desesperación.

—Será mejor que vayamos a Hogwarts —Propuso Hermione sin dejar de abrazar a la chica—. Así sabremos cómo se encuentra Katie. Vamos...

Con un simple hechizo Alaska hizo levitar el collar para examinarlo un poco más antes de partir, podía notar fácilmente los rastros de magia en el collar, magia oscura sin duda. Con un segundo movimiento logró que el collar volviera a su empaque, entonces lo tomó, asegurándose de cerrarlo bien.

—Ten cuidado. —Le pidió Archer, manteniéndose a su lado.

—Sé lo que hago.

Comenzaron a caminar hacia el castillo de manera lenta ya que Leanne aún estaba muy conmocionada y apenas podía caminar de forma correcta. Cuando entraron en el jardín del castillo Ron anunció:

—¡McGonagall a la vista!

Levantó la vista y vio a la profesora bajar a toda prisa los escalones de piedra del castillo, azotada por las ráfagas de aguanieve y se acercó a ellos.

—Hagrid dice que han visto lo ocurrido. ¡Suban enseguida a mi despacho, por favor! ¿Qué es eso que llevas, Ryddle?

—Es el collar que tocó Katie, esta maldito.

—¡Cielos! —Dijo la profesora con espanto, quitándole de las manos el envoltorio—. ¡No, no, Filch, están conmigo! —Se apresuró a aclarar al ver que el conserje cruzaba el vestíbulo hacia ellos, con gesto de avidez y sensor de ocultamiento en ristre—. ¡Lleve inmediatamente esto al profesor Snape, pero sobre todo no lo toque, no retire el envoltorio!

Siguieron a la profesora por la escalera y entraron en su despacho. Las ventanas salpicadas de aguanieve vibraban y en la habitación hacía mucho frío, pese a que la chimenea estaba encendida. Tras cerrar la puerta, McGonagall se ubicó detrás de su mesa, de cara a todos ellos.

—¿Y bien? —Dijo con brusquedad—. ¿Qué ha sucedido?

Con voz entrecortada y haciendo pausas para dominar el llanto, Leanne contó que Katie había vuelto del lavabo de Las Tres Escobas con un paquete en las manos, que a ella le había parecido un poco raro y que habían discutido sobre la conveniencia de prestarse a entregar objetos desconocidos, y que en ese momento Alaska pasó junto a ellas golpeando a Katie accidentalmente y el paquete se había abierto. Al llegar a ese punto, Leanne estaba tan abrumada que no hubo manera de sonsacarle una palabra más.

—Está bien —Dijo la profesora, comprensiva—. Leanne, sube a la enfermería, y que la señora Pomfrey te dé algo para el susto.

Cuando la muchacha abandonó el despacho, McGonagall se volvió hacia los que quedaban.

—¿Qué ocurrió cuando Katie tocó el collar?

—Se elevó por los aires —Contestó Potter adelantándose—. Luego se puso a chillar y al final se desplomó. Profesora, ¿puedo hablar con el profesor Dumbledore, por favor?

—El director se ha marchado y no volverá hasta el lunes, Potter.

—¿Que se ha marchado?

—¡Sí, Potter, se ha marchado! —Repitió la profesora con tono cortante—. Pero cualquier cosa que tengas que decir relacionada con este desagradable incidente puedes confiármela a mí.

Harry vaciló una fracción de segundo, inspiró hondo y dijo:

—Creo que Draco Malfoy le dio ese collar a Katie, profesora.

Archer soltó una maldición al escuchar la acusación; Ron se frotó la nariz con gesto de bochorno; Hermione arrastró los pies como si deseara poner distancias y Alaska, en cambio, se quedó en silencio.

—Ésa es una acusación muy grave, Potter —Manifestó la profesora McGonagall tras un momento tenso—. ¿Tienes alguna prueba?

—No, pero...

Y le contó que había seguido a Draco hasta Borgin y Burkes y parte de la conversación que le había oído mantener con Borgin. Cuando hubo terminado, McGonagall parecía un tanto desconcertada.

—¿Malfoy llevó algo a Borgin y Burkes para que se lo repararan?

—No, profesora, sólo quería que Borgin le explicara cómo reparar esa cosa. No la llevaba consigo. Pero no se trata de eso; lo que importa es que ese mismo día pudo haber comprado el collar.

—¿Vieron a Malfoy salir de la tienda con un paquete parecido?

—No, profesora...

—Entonces sólo son conjeturas basadas en en tu rencor hacia Draco —Habló Alaska—. No sirven de nada.

—Potter, agradezco que me hayas contado esto, pero no es posible acusar al señor Malfoy únicamente porque visitó la tienda donde tal vez se comprara ese collar. Podríamos acusar de lo mismo a centenares de personas.

—Eso mismo dije yo. —Murmuró Ron.

—Además, este año hemos instalado rigurosas medidas de seguridad. Dudo mucho que ese collar haya entrado en este colegio sin nuestro conocimiento.

—Pero...

—Draco ni siquiera visitó Hogsmeade hoy. —Añadió Alaska, antes de que Harry pudiera replicar.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque el señor Malfoy estaba cumpliendo un castigo conmigo —Dijo entonces la profesora Mcgonagall—. Ya van dos veces seguidas que no entrega sus deberes de Transformaciones. De modo que gracias por comunicarme tus sospechas, Potter —Añadió al pasar por delante de ellos—, pero tengo que subir a la enfermería para ver cómo evoluciona Katie Bell. Que tengan un buen día.

Abrió la puerta del despacho y la mantuvo así, de modo que no tuvieron más remedio que salir hacia el pasillo sin más comentarios.

Alaska fue la primera en separarse del grupo, caminando con prisa hacia su sala común, pensando en lo ocurrido. Katie Bell sin duda había tenido suerte, para aquella reacción sólo debió rozar el collar. Pero entonces la culpa recayó en ella, por un momento se echó la culpa de lo que había ocurrido. Si hubiera visto por dónde caminaba a Katie no sé le hubiera caído el paquete, pero entonces alguien más lo habría recibido, y las consecuencias serían peores.

No pensó más en ello, o lo intentó al menos. Lo que aún repetía una y otra vez era la acusación de Harry. Draco no podría ser el responsable, ¿o sí? ¿Acaso su misión era matar estudiantes?

Esa idea le pusó los pelos de punta. Sin embargo, cuando lo vio a lo lejos en la sala común, no fue capaz de preguntarle.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top