𝒆𝒊𝒈𝒉𝒕𝒆𝒆𝒏

( ☆. 𝐶𝐻𝐴𝑃𝑇𝐸𝑅 𝐸𝐼𝐺𝐻𝑇𝐸𝐸𝑁 )

𝚗 𝚍𝚒́𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜.


El tiempo había pasado, y a pesar del que lo intentaba, Alaska no estaba mejor de humor. Se mantenía desvelada durante las noches sin razón alguna y su aspecto había decaído, cada mañana se sorprendía al ver las grandes ojeras bajo sus ojos. Estaba más que cansada.

Lo peor de la situación que todos le hacían notar su demacrado aspecto. Theo y Blaise pasaban día y noche preocupados por ella, y Archer había vuelto con sus intentos de acercarse a ella. Por lo poco que escuchaba de sus palabras, parecía que había estado investigando sobre los mortifagos y la marca que vio en su brazo. Decía que podía ayudarla, pero ella no le creía.

Durante varios días pensó en la idea de ir con Severus y pedir su ayuda: que le borrara la memoria a Archer tal como lo había hecho una vez con la Sanadora de la escuela, pero creía que eso era demasiado cruel... quitarle las memorias a alguien. Después de todo, siempre se preocuparía por Archer y no podría hacerle algo como eso.

—De nuevo no nos está escuchando. —Se quejó Blaise a su lado.

Los tres amigos se encontraban sentados en el suelo del vestíbulo principal, en uno de los rincones. Blaise y Theo leían unos folletos del Ministerio de Magia: Errores comunes de Aparición y cómo evitarlos, porque esa misma tarde iban a examinarse, pero en general los folletos no conseguían calmarles los nervios.

—No tengo que escucharte para saber lo que dices —Respondió Alaska, levantando la mirada para observar a sus amigos—. Los nervios son normales en tí, sólo debes tenerte tanta confianza y lo harás excelente. Ambos lo harán bien, no tienen de que preocuparse.

El timbre sonó en el castillo, y el moreno se incorporó de un brinco con cara de susto.

—Les irá genial —Volvió a asegurarles la chica—. Y mientras ustedes están dando el examen, yo estaré en la clase de Pociones, triste de no poder estar con ustedes.

—Intenta no desanimarte mucho —Le dijo Theo—. Nos vemos para la cena.

Alaska le sonrió, pero en cuanto dio media vuelta la expresión se borro de su rostro. Se había encaminado hacia las mazmorras pero alguien la detuvo cuando solo se había alejado unos metros; era Blaise.

—¿Qué ocurre? —Preguntó con ceño.

—Estoy preocupado por ti.

—Cuando dices eso cada cinco minutos deja de hacer efecto, Blaise. —Soltó ella, sin deseos de escuchar otro de sus discursos.

—Lo digo en serio.

—Estaré bien, ¿sí? Sólo me gustaría que este curso termine de una buena vez. —Alaska volvió a sonreír, pero Blaise no se dejó llevar por aquello.

—Sé que tienes otros problemas a parte de Draco, cosas en las que no puedo ayudarte. Por eso, si quieres, puedo hablar con ese idiota. Intentar que se dé cuenta de lo mucho que esta dañando su relación.

Alaska apreciaba las intenciones de su amigo, pero sabía que nada podía hacer—: Ese es el problema, ni siquiera sé si aún estamos en una relación. No me dirige la palabra hace más de cuatro meses y ni siquiera parece afectado por ello.

—Escucha, ambos estamos de acuerdo en que Draco es... un reverendo idiota. Pero de lo que estoy seguro es de sus sentimientos hacia tí, él te ama y dudo que haya dejado de hacerlo.

La chica negó levemente ante las palabras de Blaise, de pronto se sintió incomoda.

—No necesito que hables con él, estaré bien.

—La propuesta siempre estará sobre la mesa para cuando lo necesites.

Y sin agregar nada más, dejó un beso en su frente para luego correr por el vestíbulo y desaparecer por la puerta principal.

Esa tarde sólo habían cuatro alumnos en la clase de Pociones: Alaska, Harry, Draco y Ernie, cada uno sentado en mesas diferentes.

—¿Los cuatro son demasiado jóvenes para aparecerse? —Sonrió slughorn—. ¿Todavía no han cumplido los diecisiete? —Los chicos negaron con la cabeza—. Bueno, como hoy somos muy pocos, haremos algo divertido. ¡Cada uno de ustedes preparará algo gracioso!

—¡Excelente idea, señor! —Lo aduló Ernie, frotándose las palmas.

Draco, en cambio, ni siquiera esbozó una sonrisa.

—¿Qué quiere decir con «algo gracioso»? —Masculló el rubio.

—Lo que quieran. ¡A ver si me sorprenden! —Contestó Slughorn.

Alaska abrió su libro de pociones con un suspiro, pasó las paginas con rapidez hasta que encontró la receta que buscaba: poción volubilis, su efecto alteraba la voz de quien se la bebe. Creía que sería lo suficientemente divertido para el profesor.

A pesar de recordar los ingredientes, los releyó una vez para no olvidar nada. Pasó su dedo indice sobre la aspera hoja de papel murmurando lo que leía, y en cuanto terminó se dirigió hacia el estante de ingredientes. No le agradó notar que Draco había ido justo detrás de ella.

Mantuvo su mirada fija en los frascos de ingredientes, tomando todo lo que necesitaba mientras intentaba ignorar la insistente mirada de Draco sobre su nuca. Era exasperante. Después de meses estaba allí, de pie detrás de ella sin hacer nada más que mirarla, ¿que era lo que quería? Más, no se quedó para averiguarlo. Pasó por su lado sin dirigirle la mirada y volvió a su mesa, dejando sus ingredientes sobre la mesa y preparando sus instrumentos.

Encendió el fuego para calentar el caldero y comenzó cortando la mandragora cocida para así tener un mayor efecto, sin embargo, no pudo evitar mirar de reojo hacia la mesa donde Draco se encontraba. El chico acababa de volver con sus ingredientes, los cuales dejó sobre su mesa, pero en vez de comenzar con su trabajo, se acercó a su mesa en cuanto captó su mirada.

Alaska se reprendió por lo bajo, no quería hablar con él. Sin embargo, no había mucho que pudiera hacer al respecto, el profesor ni siquiera estaba prestándoles atención.

—Creí que esto era lo que no queríamos —Le dijo de forma tan casual que molestó aún más a Alaska—. Ya no nos hablamos, ni siquiera me miras. Se suponía que esto no iba a separarnos.

Alaska rodó los ojos antes de responder:

—Sí, las cosas no siempre salen como uno espera —Espetó, volteando levemente para observarlo—. ¿Qué es lo que quieres, Draco? ¿Por qué de pronto me hablas? Han pasado meses.

No recibió una respuesta. Draco apretó la mandíbula mientras observaba a su alrededor.

—Acompáñame.

—¿A dónde?

—Sólo sígueme.

Por más que hubiera querido, Alaska no se hizo de rogar. Dejó a un lado sus ingredientes y siguió a Draco por detrás, hasta el armario del aula donde guardaban distintos instrumentos e ingredientes de repuesto.

Asegurándose de que el profesor no los hubiera visto abandonar el aula, cerró la puerta con cuidado y antes de que pudiera voltearse por completo, Draco se había abalanzado hacia ella. Una de sus manos estaba posada fuertemente en su espalda baja, atrayéndola hacia él mientras la besaba. La presión de sus labios contra los suyos era una sensación que extrañaba, pero no lo permitió. No después de todo lo que había pasado.

Elevó sus brazos y empujó a Draco con fuerza, alejandolo de ella. Estaba molesta.

—¿Qué crees que haces?

Draco parecía dolido—. Te extraño, yo crei que...

—¿Creíste qué? ¿Qué luego de cuatro meses ignorandome iba a querer besarte en cuanto tuviera la oportunidad?¿Cómo si nada hubiera pasado? —Alaska se carcajeó, sin creer lo que estaba ocurriendo—. ¿Seguimos siendo novios siquiera, Draco? Porque es algo que me he estado preguntando mucho últimamente.

—Yo te amo Al, nunca he dejado de hacerlo.

—Pues para decir que me amas me has dañado bastante. —Soltó, sintiendo sus ojos arder.

—No fue mi intención...

La chica se quedó observando a Draco, se encontraban en completo silencio en un armario con tan poco espacio que ambos estaban demasiado juntos. Más de lo que a Alaska le hubiera gustado. Podía sentir su aroma sin mucho problema: su perfume, las pequeñas notas de cítricos... No podía negar lo cierto, su cercania le seguía transmitiendo aquella seguridad que solo él podía darle, algo que no sentía hace meses. El calor que Draco emitía no hizo más que apenarla. Amaba a Draco, esa era la verdad, pero no estaba segura de poder arreglar las cosas con él. No cuando se rehusaba a ayudar a Severus.

—Alaska...

—Huiste en cuanto las vacaciones de invierno comenzaron —Comenzó a decir—. Hable con Cissy casi todos los días, ella siempre decía que no estabas en casa, que estabas ocupado. Pero sabía que mentía, podía notarlo en su voz. Ella quería decirme la verdad.

Alaska se restregó los ojos, en un intento de eliminar las lagrimas que comenzaron a acumularse en sus ojos, no quería llorar.

—No fuiste capaz de enviarme ni una sola carta, Draco. Ninguna disculpa o felicitación... Se supone que era nuestro aniversario y ni siquiera te importó.

—Por supuesto que me importó, me importa —Le recalcó, agarrando sus manos—.  Nuestra relación es lo más importante en mi vida.

—Pues no lo parece —La voz de Alaska se quebró y se soltó del agarre—. Me ignoraste, Draco, por cuatro meses. ¿Sabes como eso me hizo sentir? Cuatro meses...

—Yo no quería...

—Pero aún así lo hiciste —Concluyó la frase por él mientras se sorbía la nariz. Bufó antes de seguir—. Me viste antes de la fiesta de Navidad de Slughorn y ni siquiera pudiste decir algo sobre mi aspecto.

Era algo ridículo, pero no había dejado de pensar en aquello desde aquel día. Draco tampoco respondio en aquella ocasión.

—Esperaba que me dijeras lo linda que me veía a pesar de estar enojados, pero tampoco pudiste hacer eso.

—No se que quieras que te diga Al, he echado a perder todo. ¿Crees que no he pensado eso todas las noches? No sé que puedo hacer para que me perdones.

Las cejas de Alaska se elevaron con sorpresa al escuchar esas palabras. Tuvo que desviar la mirada por unos segundos mientras mordía su labio inferior. Cuando volvió a mirar a Draco su expresión tenía un deje de incredulidad.

—Y después de todo, sigues sin saber que es lo que mas me molesta.

—No soy un adivino, Alaska —Replicó Draco con molestia—. Y tampoco puedo leer tu mente.

La rubia se pasó las manos por el rostro, estaba muy afligida.

—Snape es... —Alaska tuvo que aguantarse las lagrimas que amenazaban con salir una vez más—. Severus se ha preocupado de mi desde mi primer año, me ha criado desde que llegue aquí, Draco. Ahora su vida esta en peligro por mi culpa, porque le dije a Cissy a comienzos de las vacaciones que yo te ayudaría cuando fue a pedir la ayuda a Snape. Por mi culpa aceptó el trato con Bella, y aunque dices que me amas, no eres capaz de aceptar su ayuda cuando sabes lo importante que él es para mí.

Antes de que Draco pudiera responder o pensar en una respuesta, alguien detrás de ellos abrió la puerta del armario. Era Harry, quien tenía su balanza rota en una de sus manos, parecia haber tenido la intención de buscar un repuesto pero parecía demasiado sorprendido de haber encontrado a ambos allí como para hacer algo más. Alaska aprovechó la oportunidad para escapar.

Dió media vuelta mientras secaba las lagrimas que habían caído por sus mejillas, y sin mirar a Harry o decir algo más, volvió a su puesto de trabajo. Intentando continuar con su poción.

Siguió con las instrucciones sin mucho problema: Calentó hasta que se volvió naranja, añadió las ramitas de menta para que tomara un color verdoso y volvió a calentar hasta obtener un color rosa. Continuó agregando los ingredientes, revolviendo y calentando hasta obtener el color final, un amarillo fuerte. Supo que la realizó con éxito cuando la poción lanzó unas chispas.

—¡Ah, una poción volubilis! —Comentó Slughorn revisando su poción—. ¡Graciosisimo! —Dijo con una gran sonrisa de satisfacción para luego darle un Extraordinario.

El eco de la campana se extendió por toda el aula, dando fin a la clase. Draco fue el primero en salir mientras que Alaska se quedó allí, en su puesto mientras los demás se iban. Tenía sus codos apoyados sobre la mesa y descansaba su cabeza sobre sus manos, no se sorprendió cuando una mano se posó en su hombro, sabía que Harry aun no se había ido.

—¿Estás bien?

Alaska no iba a responder. No quería seguir mintiendo pero tampoco quería decir la verdad: que en realidad su vida era un desastre y lo único que deseaba era escapar al pasado, cuando no conocía nada del mundo magico. En cambio, recuperó su compostura y dijo:

—¿Ocurre algo?

Harry alargó una carta que ella aceptó.

—Creí que deberías as saberlo. —Y sin agregar nada más, la dejó sola.

En cuanto la abrió notó que era una carta de Hagrid empapada en lagrimas:

Queridos Harry, Alaska, Ron y Hermione:

Aragog murió anoche. Harry y Ron, ustedes lo conocieron y saben que era extraordinario. Hermione, Alaska, sé que les habría caído bien. Me gustaría mucho que esta noche asistieran al entierro. He pensado oficiarlo hacia el anochecer porque ésa era su hora preferida del día. Como sé que no los dejan salir del Castillo a esas horas, tendrán que utilizar la capa. No debería pedírselos, pero no tengo ánimos para hacerlo solo.

Hagrid.

Para Alaska era claro su deber, no iba a dejar a Hagrid pasar sólo por aquello. Además, tenía la ventaja de ser Prefecta.

Luego de la cena, Alaska no volvió a la sala común con sus amigos. Se dirigió a la sala de profesores para avisar que comenzaría con su patrulla nocturna y recorrió los pasillos del Castillo. De arriba a abajo, con su varita en mano y tarareando una canción.

Se mantuvo haciendo su trabajo hasta que el reloj dió las diez, ya era hora de su escapada. Sin acaparar mucha atención la chica salió por el vestíbulo principal, atravesó los jardines y llegó frente a la puerta de la cabaña de Hagrid.

—¡Alaska, que gusto! —Gruñó el guardabosques cuando le abrió la puerta—. ¿Viniste sola? ¿cómo lograste salir del Castillo?

—Uno de los beneficios de ser Prefecta —Le dijo mientras entraba—. Lamento mucho lo de Aragog, Hagrid. Nunca tuve la oportunidad de conocerlo pero estoy segura de que fue una criatura maravillosa.

—¡Oh, si que lo era! Estoy seguro que te hubiera encantado —Sollozó el hombre—. Tú siempre has sabido apreciar a las criaturas, por más peligrosas que otros creen que son.

El guardabosques soltó un sonoro lamento y limpio su nariz con estrépito, justo después alguien llamó a la puerta.

—¡Ah, harry! Has venido. —Saludó Hagrid, dejando entrar al pelinegro.

—Sí, aquí estoy. Ron y Hermione no han podido venir, pero lo sienten mucho.

—No importa, no importa... A Aragog le habría emocionado verte aquí, Harry... —Y volvió a llorar.

El chico le dio unas palmaditas en el codo, la parte más alta de Hagrid a la que llegaba.

—¿Eónde vamos a enterrarlo? —Preguntó Harry luego de dedicarle una leve sonrisa a Alaska—. ¿En el bosque prohibido?

—¡No, de eso nada! —Respondió Hagrid, secándose las lágrimas con los faldones de la camisa—. Las otras arañas no dejan que me acerque por allí desde que murió Aragog. ¡Resulta que no me devoraban porque él se lo había prohibido! ¿Se lo pueden creer?

Alaska podía. Sabía muy bien como eran las Acromantulas, las habían estudiado con Hagrid hace unos días atrás. Tenían planeado para su próxima clase de Cuidado de Criaturas Mágicas ir a conocerlas, pero suponía que de ahora en adelante las excursiones al Bosque Prohibido se verían suspendidas.

—¡Antes podía pasearme a mis anchas por el bosque prohibido! —Se lamentó Hagrid meneando la cabeza—. Les aseguro que no fue fácil sacar el cadáver de Aragog de allí porque normalmente las Acromántulas se comen a sus muertos... pero yo quería que él tuviera un entierro bonito, una despedida apropiada.

El guardabosques rompió a sollozar de nuevo y Harry volvió a darle palmaditas en el codo mientras Alaska le servía una taza de té caliente para que se tranquilizara. En ese momento el chico le dijo:

—Cuando venía hacia aquí me he encontrado con el profesor Slughorn.

—¡Anda! ¿Te ha regañado? —Preguntó Hagrid con súbita alarma—. Ya sé que no los dejan salir del Castillo por la noche, ha sido culpa mía...

—No, no. Cuando le expliqué lo que ocurría, dijo que le gustaría venir y presentarle sus respetos a Aragog. Creo que ha ido a ponerse ropa más adecuada para la ocasión... y añadió que traería un par de botellas para brindar por la pobre araña...

—¿Ah, sí? —Repuso hagrid, entre asombrado y conmovido—. Qué detalle por su parte... muy amable, y además no se va a chivar... Horace Slughorn nunca me ha caído muy bien, pero si quiere venir a despedir a Aragog... seguro que a él le habría gustado.

—Entonces, ¿vamos a enterrarlo aquí, en tu jardín, Hagrid? —Le pregunté Alaska.

—Sí, detrás del huerto de las calabazas —Contestó con voz entrecortada—. Ya he cavado la... la tumba. He pensado que podríamos decir algo agradable antes de enterrarlo. mencionar algún recuerdo feliz, o algo así... —La voz le temblaba tanto que no pudo terminar.

En ese momento llamaron a la puerta y el guardabosques fue a abrir al tiempo que se sonaba con su enorme pañuelo de lunares. El profesor Slughorn, que se había puesto un lúgubre fular negro, entró rápidamente con dos botellas bajo el brazo.

—Te acompaño en el sentimiento, Hagrid. —Dijo con solemnidad.

—Muchas gracias, eres muy amable. Y gracias por no castigar a Harry...

—Ni se me habría ocurrido. qué noche tan triste, qué noche tan triste... ¿Dónde está la pobre criatura?

—Ahí fuera —Respondió hagrid con voz quebrada—, ¿qué? ¿Quieren que empecemos ya?

Los cuatro salieron al jardín trasero. La luna refulgía detrás de los árboles y, mezclada con la luz que salía de la ventana de hagrid, iluminaba el cadáver de Aragog, que yacía al borde de una enorme fosa, junto a un montón de tierra de tres metros de alto.

—Magnífico. —Declaró Slughorn acercándose a la cabeza de la araña, donde ocho ojos blanquecinos miraban el cielo sin ver y dos enormes pinzas curvadas brillaban al claro de luna, inmóviles.

—No todo el mundo supo apreciar su belleza —Comentó Hagrid mientras las lágrimas le desbordaban las comisuras de los ojos, rodeados de arrugas—. No sabía que te interesaran tanto las criaturas como Aragog, Horace.

—¿Interesarme? ¡Las adoro, mi querido Hagrid! —Repuso slughorn y se apartó del cadáver—. Y ahora procedamos a enterrarlo.

Hagrid se adelantó unos pasos. Levantó la gigantesca araña con ambos brazos y, lanzando un sonoro resoplido, la arrojó a la oscura fosa. La bestia cayó en el fondo con un espantoso y crepitante ruido. Hagrid rompió a llorar de nuevo.

—Claro, para ti es muy duro porque eres el que mejor lo conocía —Observó slughorn, quién sólo llegaba al codo de hagrid y no tenía más remedio que darle en ese punto las palmaditas de consuelo—. ¿Quieres que diga unas palabras?

El profesor se acercó al borde de la fosa y, con voz lenta e imponente, recitó:

—¡Adiós, Aragog, rey de los arácnidos, cuya larga y fiel amistad jamás olvidarán los que te conocieron! Tu cuerpo se desintegrará, pero tu espíritu sigue vivo en los apacibles rincones del bosque prohibido donde antaño tejías telarañas. Que tus descendientes de muchos ojos crezcan sanos y saludables y que tus amigos humanos encuentren consuelo por la pérdida que han sufrido.

—¡Qué... qué... bonito! —Aulló Hagrid, y tras desplomarse en el suelo, se puso a llorar aún con mayor abatimiento.

—Vamos, vamos —Dijo slughorn; agitó su varita y el enorme montón de tierra se elevó para luego caer con un ruido sordo sobre la araña, de modo que formó un perfecto túmulo—. Entremos en la cabaña y bebamos algo. Harry, Alaska, agarrenlo por el otro brazo... así... arriba, Hagrid... bien, bien...

Llevaron a Hagrid a la cabaña y lo sentaron a la mesa. Fang, que durante el entierro no se había movido de su cesta, se acercó con sigilo y apoyó su enorme cabeza en el regazo de Harry. Slughorn descorchó una botella de vino de las que había llevado.

—Lo he analizado para asegurarme de que no está envenenado —Aseguró para tranquilizar a Harry mientras vertía casi todo su contenido en una de las tazas, del tamaño de cubos, de Hagrid y se la daba al guardabosques—. Después de lo que le pasó a tu pobre amigo Rupert, hice que un elfo doméstico probara un poco de cada botella. Bueno, pues, una para Harry... —Continuó slughorn al tiempo que repartía el contenido de la segunda botella en otras tres tazas—, una para Alaska y otra para mí. Brindemos —Levantó la taza—. ¡Por Aragog!

—¡Por Aragog! —Repitieron.

Slughorn y Hagrid bebieron sin reparo mientras que Alaska y Harry solo se bebieron su vaso, de forma lenta para no caer bajo los efectos de las bebidas. Ambos tenían responsabilidades aquella noche.

—... lo tenía desde que estaba en el huevo —Explicaba Hagrid con aire melancólico—. Cuando salió del cascarón era un bichito minúsculo, del tamaño de un pequinés...

—¡Qué monada! —Dijo Slughorn.

—Lo guardaba en un armario, en el colegio, hasta que... bueno...

El rostro de Hagrid se ensombreció y no siguió hablando. La cabaña se sumió en un silencio que fue interrumpido por Alaska, quien se levantó en cuanto vio la hora.

—Creo que es mejor que me vaya —Dice, bebiendo el último sorbo de su bebida—. Debo seguir patrullando antes de que se den cuenta de que desaparecí.

—Gracias por venir, Alaska —Se despidió Hagrid entonces—. No sabes lo mucho que me ayudó tu compañía.

Y abandonó la cabaña luego de observar la cálida sonrisa que el guardabosques le dedicaba, con sus mejillas rojas por la bebida. Alaska se sintió inesperadamente bien, se sintió querida. Después de todo, Hagrid siempre había creído en ella.








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