Capítulo 36: LA OSCURIDAD

"Dime todas las cosas terribles que has hecho, y déjame amarte de todos modos".

Edgar Allan Poe

Luna cerró la carta y suspiró. Siempre lo hacía al recibir buenas noticias y las palabras de Blaise, describiendo la belleza del lugar que los esperaba lejos de Londres, era ciertamente alentadora.

Tres meses habían pasado desde que hicieran explotar Azkaban y que un incendio consumiera la Mansión Malfoy, provocando la supuesta muerte de su heredero. Un sinfín de aurores se había paseado por el salón de Theodore, con sus interminables preguntas y sospechas que no llegaban a nada. Luna recordaba bien la sonrisa de su amado, el día que confiscaron su varita. "Por precaución", dijeron. Ella debió contener la risa.

Pero no culpaba a los aurores por su ignorancia. Después de todo, era difícil imaginar que un poder así hubiera permanecido oculto en las sombras durante tanto tiempo. Más sorprendente aún era el hecho de que su portador fuera un pobre chico incapacitado por una inestabilidad mental irrecuperable.

O eso pensaban los demás.

Mientras que ella...

Ya en sus tiempos de Hogwarts, durante el aterrador reinado de Dolores Umbridge, antes incluso de que intercambiaran palabras, ella intuía que Theodore Nott era diferente a los demás. La primera vez que lo percibió como algo más que el chico alto y silencioso de Slytherin fue al verlo acariciar a los Thestrals. En aquel entonces, eran pocos los que además de ella podían ver a las criaturas, y eso la llevó a intuir la existencia de un vínculo entre ambos. Aunque en ese momento, Luna no imaginaba el motivo.

"¿Verdad que es guapo?", le había susurrado Crisseida Hawthorn, inclinándose lo suficiente cerca para no ser oída por nadie más en la mesa del gran comedor, en una de las muchas veces en que la notó con la mirada extraviada en el hijo de mortífago que no participaba demasiado en nada. Cómo entonces, que aunque sonreía levemente ante una broma de Blaise Zabini, su concentración estaba puesta en distribuir con excesiva meticulosidad la miel en su tostada. "Lástima que sea tan extraño".

Esa tarde, cuando se sentó a poca distancia de él en la biblioteca, se percató de que a ella no le parecía atractivo en el sentido físico que Crisseida destacaba -aunque Luna reconocía que lo era- sino precisamente por la extrañeza que los demás lamentaban. Para otros, él era peculiar. Diferente. Y eso lo excluía del grupo, al igual que a ella. Porque aquellos que no seguían el ritmo monótono del rebaño, los que se atrevían a danzar al son de su propia melodía, eran rechazados o considerados raros. Una percepción que sólo reforzó su convicción de que tenían mucho en común.

Y lo comprobó en el periodo más oscuro de su vida, cuando el chico sombrío y taciturno que consideraban tan guapo como raro, fue la única luz en su encierro.

"¿Lovegood?", Luna casi saltó de emoción al oírlo. A pesar de haber pasado días en una mazmorra húmeda y solitaria, con el rostro sucio, despeinada y aún en el pijama con el que la habían secuestrado, su alegría no aminoró al comprender que, pese a que nunca habían hablado, él sabía su nombre.

"Theodore Nott", le sonrió, logrando confundirlo.

Fue al día siguiente cuando le llevó ropa y el té más delicioso que Luna hubiera probado nunca. Pero aún le tomó tres días lograr que se quedara a hablar con ella. Recordaba su incomodidad inicial, cómo se había sentado en el piso del otro lado de los barrotes para oírla. Y recordaba también la primera sonrisa que le sacó con sus anécdotas.

"Cuéntame algo de ti", le pidió ella un día y el rostro de Theodore se había tensado de golpe.

"Mi historia comienza mal", había dicho, sin añadir más nada, y ella respetó su silencio.

Dos días después el viejo Nott llegó a casa. Nunca bajó a verla o saber si vivía, pero su presencia era evidente por el modo en que Theodore parecía estar en una alerta constante. Por la resignación que transformaba su rostro algunas noches, y el alivio que lo invadía en otras. Mientras Luna observaba.

"No mereces que te golpee", le dijo un día. "Ningún padre debería hacer eso a un hijo". La confusión fue evidente en el rostro de Theodore ante sus palabras.

"¿Por qué asumes que me golpea?", le preguntó, entre labios demasiado rígidos.

"He visto cómo te concentras en interpretar el ruido de sus pisadas cuando llega. Según cómo suenan, te relajas y subes a recibirlo, o tomas aire y subes igualmente, pero con la expresión de quien camina a enfrentar algo horrendo. Un niño que no es maltratado no necesita aprender a interpretar pisadas."

"¿Dices que soy un niño, Luna Lovegood?", su sonrisa triste era un claro intento de desviar la conversación. Y ella supo que debía ser bueno en eso.

"¿No somos todos un reflejo del niño que fuimos?"

Y poco a poco, Luna fue descubriendo la historia de ese niño. A veces con palabras, otras, con gestos. Y no pasó mucho antes que esas conversaciones se hicieran para ella tan necesarias como el aire.

"Seguro te parece difícil de entender", le confesó Theodore un día. "Pero no puedo dejar de pensar que mi vida depende de que él me permita vivir, aunque solo sea por preservar su apellido. Y aunque suene ridículo, una parte de mí se siente en deuda por dejarme vivir pese a lo que hice."

Pero para ella, no era ni ilógico ni ridículo. Comprendía que, al ser privado de afecto y constantemente golpeado, Theodore debió crecer con la convicción de que su existencia dependía de someterse a quien lo maltrataba. Una distorsión cruel del amor que se debe a un padre, nacida del dolor y la culpa.

" ¿Lo saben tus amigos?", le preguntó un día mientras compartían un té en la cocina, aprovechando que el monstruo estaba lejos.

"Supongo que adivinan gran parte. Draco me conoce desde antes de que aprendiera a ocultar los golpes, y Blaise... es muy observador. Pero nunca hacieron preguntas y yo nunca mencioné el tema. Siempre tuve miedo de espantarlos a ellos también."

"¿Por qué se espantarían?"

" Porque es una historia de horror, donde yo soy el monstruo" Luna no lo contradijo entonces, porque sabía que antes de confrontar su creencia, debía dejar de verse como un monstruo. "¿Quién querría oír una historia así?"

"Te sorprendería. Algunos disfrutamos con las historias que parten mal, porque es una oportunidad", recordaba bien como el cuestionamiento se había dibujado en su rostro.

"Una oportunidad de que exactamente?"

"De escribir un final que termine bien", Theodore había sonreído ante su lógica y Luna se percató de pronto que el joven sombrío tenía unos labios muy bonitos.

Pero no lo amó inmediatamente. Sino que empezó a admirarlo desde lejos, como se quiere cuando se anhela lo desconocido. Algo que se desea y se teme a la vez. Aunque ya entonces sabía que amarlo era inevitable.

"Eres una persona muy extraña, Luna Lovegood", le dijo un día.

"Supongo que por eso me resulta fácil hablar contigo. Ambos somos extraños, aislados por ser diferentes, y eso nos permite entender la soledad de la incomprensión. Es reconfortante encontrar a alguien que sabe lo que es estar solo en una sala llena de gente que ríe contigo", le confesó, con sus dedos muy cerca de los de él sobre la mesa.

"Lo dices como si fuera algo bueno".

"Tiene sus ventajas, ¿sabes? Ser diferentes nos permite ver la belleza en lo simple. En aquello que anhelamos y los demás dan por sentado."

"¿Qué es lo que anhelamos?"

"Ser comprendidos". Y cuando sus dedos tocaron finalmente los de Theodore, sus oscuros ojos viajaron a ese punto y se detuvieron ahí, por un largo instante. Y Luna apreció lo tupidas que eran sus pestañas y contó sus lunares, mientras él entrelazaba sus dedos con los suyos.

Y ella sintió su corazón explotar de alegría, sólo días antes de que la oscuridad lo invadiera todo.

"Luna, ¿estás bien?", le había preguntado Theodore a través del espejo el día en que al fin pudo hablar con él. No podía apreciar con detalle la totalidad de su rostro a través de la imagen, pero el sonido amortiguado de su voz y el oscuro de sus ojos, daban clara cuenta de que había pagado cara su rebeldía. Un acto nacido de su deseo de ayudarla a escapar.

"¿Lo estás tú?", preguntó de vuelta.

"No es nada que no haya soportado antes".

"Theodore..."

"¿Luna?", la llamó, notando la demora en sus palabras.

"Cuando estemos nuevamente juntos, quiero llevarte a casa y presentarte a mi padre. ¿Irás?", lo que habría querido decir era algo muy distinto, pero no pudo entonces. No quería mentirle, pero tampoco estaba lista para hablar de horrores.

"Iré dónde tú quieras que vaya, Luna".

Y cumplió su promesa. Cuando la guerra hubo terminado, fue a Luna a la primera que buscó. La encontró a través del espejo que ambos habían conservado, entre recuerdos borrados y sentimientos que fueron reviviendo poco a poco en ella. Aunque estaban desde ya y para siempre escritos en la memoria de su alma.

Como también lo estaba la oscuridad.

Y luego los recuerdos regresaron. Y la oscuridad adquirió un rostro. El de un monstruo, que era el mismo para ambos.

Recordaba las llamas danzando alrededor del anillo, fundiéndose en un baño de fuego. El mismo fuego que ardía en sus ojos negros.

"¿Me dirás en qué piensas?", le preguntó, rozando con sus dedos su barbilla, apreciando la delicada aspereza de su piel en esa zona.

"En cómo matar a un monstruo". Ella cogió su rostro, girando sus ojos hasta hacer que la mirara. La oscuridad que siempre le había parecido hermosa lucía fría, profunda, presa de un odio infinito.

"Matarlo no hará que desaparezca si no logras antes que desaparezca el odio".

"Él es el origen de mi odio".

"No, Theodore. Él es el origen de tu dolor. No permitas que el dolor se transforme en odio".

Si tenía una respuesta a su súplica no la dijo, y ella no insistió esa noche.

Cuando ocurrió, no necesitó palabras para saber lo que él había hecho. Lo comprendió en el instante en que lo vio de vuelta. Lo percibió en el olor a humo de su ropa, en cómo evitaba su mirada, en la ausencia de respuesta a sus caricias y en la insondable negrura de sus ojos.

Y Luna lo besó. Y lo besó y lo besó. Y cuando eso no fue suficiente, le pidió que luchara contra el odio que lo consumía, que no le permitiera tomar su propio rostro. Que no buscara en él mismo a quien dirigir lo que sentía.

"No eres un monstruo, Theodore", le susurraba, acariciando sus castaños rizos, y apretándolo con sus brazos. Dejando que sintiera su calor, y el modo en que latía su corazón dentro de su pecho.

"¿No lo soy?"

"¿Crees que podría amar a un monstruo?"

"Lo he matado, Luna. Primero a mi madre y ahora a él"

"Lo sé. Y aún así, no eres un monstruo".

"¿Y qué soy?"

"Un niño que sufre en el cuerpo de un hombre que no sabe qué hacer de ese sufrimiento", le cogió el rostro entre sus manos. "Pero tú tienes el poder para tornar ese dolor en algo más que odio".

"¿Cómo?"

"Conquistando tus heridas y transformándolas en algo nuevo. En algo mejor. En un triunfo sobre aquello que intentó acabar contigo. Tienes el poder de vencer la oscuridad, Theodore"

"¿Y si no logro vencerla? ¿Y si el odio me transforma en mi padre?"

"Entonces yo estaré ahí, para recordarte quién eres. Y no eres nada como tu padre".

Theodore la besó con la desesperación contenida que caracterizaba cada uno de sus besos. Siempre controlado, con el fuego ardiendo en su pecho y el deseo evidente en sus ojos, pero meticuloso y paciente en sus exploraciones. Se esmeraba en hacerla sentir todo lo que él deseaba que sintiera, recorriéndola con su boca, haciéndole cosquillas con su aliento y uniendo sus cuerpos de tal manera que Luna no podía pensar en nada más que en ellos dos. Y en el exquisito placer que era encontrarse a uno mismo en el otro.

Pero Luna sabía que Theodore necesitaba tiempo para dejar de lado su dolor. Y ella le daría ese tiempo. Aguardaría pacientemente a su lado, recordándole que estaba allí, que jamás lo dejaría solo, mientras él luchaba su batalla contra la oscuridad que lo consumía.

Y mientras caminaba en su busca, esperaba que la carta de Blaise ayudara con ello.

Lo encontró con las manos apoyadas en la chimenea, perdido en pensamientos que fruncían su ceño de manera peculiar. Luna se acercó con suavidad, rodeando su cintura con sus brazos y apoyando la cabeza en su hombro. La tensión pareció disiparse de inmediato.

"Llegaron noticias de Blaise", susurró. "Al parecer, Draco está extrañamente fascinado con la tecnología muggle. Aunque sigue reclamando contra el mal gusto que tienen con la ropa. Y Blaise ya consiguió la casa que pediste. Mencionó que seremos prácticamente vecinos".

"Su forma de decir que lo tendremos de comensal a diario", sonrió Theodore, antes de girar su cuerpo hasta quedar frente a ella. Parecía querer hablar, aunque sin encontrar las palabras, por lo que Luna siguió su discurso.

"Hay algo más. Encontró un lugar donde podré exhibir mi libro. A los muggles parece encantarles las historias de criaturas mágicas que mi padre me contaba de niña." Los ojos de Theodore se entrecerraron ligeramente. "Él pensaba que así me ayudaba a entender el mundo tras la muerte de mi madre. Me alegra la idea de que ahora sus historias puedan ayudar a otros niños."

"Niños", repitió él, con tristeza, antes de coger la mano libre de ella entre sus manos. "Luna, en todo este tiempo, nunca me has preguntado por qué no he querido formalizar lo nuestro".

"Creo adivinar por qué", sonrió Luna. No veía necesidad de hacer un tema de algo que era un problema para él.

"No traspasar un apellido que considero maldito a nadie en esta vida fue la promesa que me hice hace mucho", explicó, aunque ella ya lo adivinaba. "Era mi forma de evitar sufrimiento a otro niño, a la vez que una suerte de venganza contra mi padre".

Luna inspiró hondo al tiempo que confirmaba lo que presentía desde antes.

"Pero en mi empeño de mantener mi promesa, no consideré cómo eso te afectaba a ti", susurró, alzando la barbilla de ella hasta enfrentar sus ojos. "Sé que tener hijos es importante para ti, Luna".

"Theodore...", las palabras se atascaron en su garganta. Era cierto. No pasaba un día en que no se imaginara cómo madre. Ni un día en que no pensara en un niño sonriente con los rizos de él, tal vez los ojos de ella, al cual leerle por las noches o besar por las mañanas. Luna quería el ruido de risas inundando la casa y marcas de tierra y pintura en pisos y paredes. Y quería ver a Theodore de la mano de ese niño, haciendo bien todo lo que con él habían hecho mal. Pero, ¿cómo podía Theodore ser padre, si por dentro seguía siendo un niño herido?

"Lo he sabido siempre", continuó él, "pero creí que podía esperar. Esperar a estar mejor. Esperar a aceptar que Él ya no podía tocarme. Esperar a acabar con Él, a hacer desaparecer la culpa. Y luego, esperar a matarlo". Mordió sus labios antes de continuar. "Y cuando lo maté, creí que me liberaría de esa promesa, que ya no necesitaría mantener otro tipo de venganza más que su muerte, pero no fue así. El odio no desapareció". Sus ojos negros recorrieron los de ella, como si buscara adivinar sus pensamientos. "Y entonces pensé que escapando lejos, a un lugar donde nadie me mire como a un desquiciado, donde nadie recuerde quién es mi padre, podría dejar de sentir lo que siento, pero algo me dice que nunca va a desaparecer, no importa dónde vaya o lo que haga".

"No, Theodore. No va a desaparecer", comprendió ella.

"Pero me di cuenta de algo más, Luna", sus manos acunaron el rostro de ella, mirándola con tal intensidad que Luna no supo qué esperar. "Que puedo convivir con ese odio", asintió, "siempre y cuando también tenga tu amor". Sonrió, y ella le devolvió la sonrisa por reflejo. "Es como tus cuadros", agregó, girando su rostro hacia la pintura sobre la chimenea. "No es la luz ni las sombras por sí solas lo que les da forma. Solas, son solo un caos sin sentido. Pero cuando las combinas de la manera correcta, se transforman en algo completamente distinto. Y hay belleza en eso, ¿no es así?".

"Sí, Theodore. Hay belleza en eso", dijo Luna, sintiendo cómo las lágrimas nublaban su visión mientras lo observaba sonreír. No era su mejor sonrisa, pero el brillo en sus ojos era diferente. Había esperanza en ellos. Una esperanza que no había visto antes ahí.

"No sé si eso sea suficiente para ser mejor padre que el que tuve", siguió él, bajando la mirada y torciendo el labio con tristeza. "Pero sé que tú serás una madre tan increíble, que no habrá modo de que un hijo tuyo termine siendo como yo".

"Y si fuera como tú, sería igualmente maravilloso, Theodore. ¿No entiendes acaso que te amo precisamente por cómo eres?"

"Lo sé", una sonrisa bailaba en sus labios cuando volvió a mirarla, tomando su mano entre las suyas. "¿Me aceptarías como algo más de lo que somos?"

"No se puede ser más de lo que somos, Theodore", replicó ella, sin lograr entender la oferta, lo que pareció causar gracia en él.

"¿Serías mi esposa?"

"No necesitamos casarnos para tener hijos", aclaró. La oferta le pareció tan inesperada que no supo de qué otra forma enfrentarla. Luna no era buena para los ritos, ni las ceremonias, porque todo aquello tenía pautas con las que nunca había encajado demasiado.

"Lo sé, pero... ¿Me aceptas entonces como padre de tu hijo?"

"O hija", lo corrigió, haciendo que la sonrisa se ampliara en su rostro. "O hijos...", agregó luego, en actitud pensativa.

"¿Cuántos exactamente?", preguntó Theodore en un susurro, sin lograr ocultar un dejo de preocupación, y Luna Lovegood le respondió con un beso.

Y luego otro, y luego otro...

Porque Theodore tenía razón. No todos podemos vivir sin odio. Y, aún así, ese odio puede transformarse en un contraste vibrante, una suerte de telón capaz de realzar la intensidad de nuestras luces, y convertirlas en estrellas que brillan con más fuerza en el manto negro de la noche.

Y así, la oscuridad puede dar vida a algo hermoso.

-Fin-

Y ahora si, sólo nos queda el epílogo. Sé que Theo y Luna no son los personajes principales para muchos de ustedes y que probablemente esperaban que fuera Hermione y Draco quienes cerraran esta historia, pero dado que ya en el capítulo previo decidí que esto debía terminar fiel a los personajes y a como la historia fue concebida al principio, tenían que ser estos dos quienes cerraran.

Pero les adelanto que Hermione y Draco tendrán el epílogo para ellos. No puede ser un capítulo más porque solo falta una conclusión satisfactoria, que es el objetivo de un epílogo. No el Happily Ever After que algunas de ustedes querían y que cometí el error de prometer (mis disculpas por ello) pero sepan que lo intenté... y se sintió una traición a esta historia.

Muchas gracias a todos los que me siguieron hasta aquí, mis disculpas a aquellos a los que defraudé, y solo les pido que aprecien este capítulo, porque Theo y Luna tienen para mí la relación más bella de este fic.

Atenta a sus comentarios y palabras... y nos vemos pronto con el Epílogo.

Alex.

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