KAREN
KAREN
Tenía que controlar la situación. Me pilló desprevenida su acercamiento. Sabía quién era, ¿y qué? Ya no era la mocosa de diecisiete años que le impone el chico guapo del instituto con sus bromas pesadas. Ahora era una persona adulta. Y con un poco de suerte al saber quién era perdía el interés por entablar una conversación.
—Bueno... ¿Y cómo te va todo?
"O tal vez no" pensé. ¿Por qué narices quería hablar conmigo? Le caía mal en el instituto. Medité un segundo el hecho de no contestarle, pero eso suponía que se diese cuenta de lo mucho que me habían afectado sus tonterías del instituto. Ya había hecho bastante el ridículo al asustarme cuando se presentó. Lo mejor era entablar una conversación como personas adultas que llevan mucho tiempo sin verse. Eso sí, ni en broma pensaba decirle que era una desempleada que seguía viviendo en casa de sus padres. Bastante con que conociese que mi adolescencia había sido un horror como para que se enterase de mi patética vida actual.
—Genial —dije con una sonrisa mientras pensaba una forma de decorar mi vida. Era horrible mintiendo pero siempre se podían ver las cosas desde otro punto de vista—. Me saqué la carrera de Administración y Dirección de Empresas y ahora trabajo de forma independiente como freelance. —Al fin y al cabo, llevar las facturas de casa era un trabajo, ¿no?
—¡Guau! Eso suena genial —dijo con una sonrisa algo más relajado. Si no fuera porque venía de Chris hasta hubiese pensado que era sincero—. Yo comencé a estudiar Económicas pero tuve que dejarlo —comentó con algo de nostalgia—. Así que al final hice un módulo de formación profesional.
—Esos módulos están muy bien —dije de repente.
¿Por qué había dicho eso? No tenía ni idea de si los módulos estaban bien o no, sólo lo había dicho para que no se sintiera mal. ¡¡Y me tenía que dar igual que se sintiera mal!! Me sonrió al entender mi comentario. No, no, no. No quería esa sonrisa, no quería ser maja con él y no quería que se sintiera bien. Tenía que ser un gordo, calvo y miserable. Supongo que el hecho de que las cosas no le salieran tan bien como esperaba, me hacía sentir un poco mejor y eso ablandaba mi corazón.
—Pensaba que habías venido por la entrevista.
—¿Qué? —pregunté desconcertada por su comentario.
—La entrevista de trabajo para administrador de la planta doceava. No sé, me dio la impresión de que venías de allí.
Me había olvidado por completo de la entrevista.
—Eh... sí, bueno... ya sabes... nunca viene mal un trabajo extra —Me estaba poniendo colorada, sólo esperaba que con la poca luz que había no se viese. Se rió al escuchar mi penosa excusa.
—Vamos, que el trabajo de freelance no va tan bien —dijo entre risas.
¿Cómo podía haberme compadecido de ese capullo? Seguía siendo el mismo idiota.
—Me va perfectamente —dije desafiante. Respondió con esa sonrisa suya de lado que había visto tanta veces en mi adolescencia sin dejar de observarme. Esa forma de mirarme... era la misma que en el instituto. Hubo un tiempo en que Chris me parecía el chico más guapo de secundaria. Tenía ese toque rebelde con el pelo rubio más largo que el resto y esos ojos azules oscuros que desafiaban a todo el mundo. Todavía seguía manteniendo ese aire. Pero todo eso cambio el día que nos cruzamos cuando iba de camino a casa de mi abuela. Ahí comenzó mi tortura. E igual que otro chico se hubiese asustado con la situación y nunca más me hubiese mirado ni dirigido la palabra, a Chris le pareció gracioso. Tan gracioso que hasta me puso un mote.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo asentando de nuevo el miedo que sentía por Chris. No podía volver a las burlas, a los desafíos y a estar todo el día en alerta mirándome la espalda. Él era un ser retorcido al que le divertían esas cosas, a mí no. Tenía que controlarme y evitar que viese mi punto débil.
—¿Y por qué dejaste la carrera? —pregunté intentando tener una conversación normal.
—Tuve que ayudar a mi padre en la tienda —contestó de forma despreocupada mientras apoyaba los brazos en sus rodillas—. He estado trabajando en ella hasta hace unos meses que quebró y la tuvimos que cerrar.
—Por eso te has presentado a la entrevista —concluí mientras él afirmaba con la cabeza—. Siento lo del negocio de tu padre.
—No lo sientas. Siempre he aborrecido esa tienda —dijo con total naturalidad.
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo podía hablarme de algo tan personal con tanta facilidad? Con esa seguridad. Le daba lo mismo lo que opinase. Le había ido igual de mal que a mí, pero él no sentía la necesidad de demostrar nada. ¿Por qué yo sí sentía la necesidad de hacerlo frente a él? En seguida lo supe. Porque a diferencia de él, yo fui el hazmerreír de todo el instituto. Le podría haber ido mal después pero durante ese año de instituto fue el rey. Y todo gracias a sus bromas pesadas. Sentí el sabor amargo del rencor en el paladar.
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