OO8 : Ecos del pasado

El tiempo había seguido su curso, pero las cicatrices no desaparecían tan fácil.

La escuela seguía sumida en su oscuridad, como si la muerte de Jin nunca hubiera sucedido, como si simplemente se hubiera desvanecido. Nadie hacía preguntas, nadie hablaba de él. Su ausencia fue un murmullo que se extinguió rápido. Jongho lo sabía, Yeosang lo sabía. En ese lugar, la violencia era un lenguaje más, y las desapariciones eran solo parte de la rutina.

Pero Jongho y Yeosang habían cambiado.

Después de aquella noche en el depósito, algo en Jongho se quebró. Quizá fue el golpe de la realidad, el miedo de haber lastimado a Yeosang en su frenesí de venganza, o simplemente la forma en la que su sangre se mezcló con la de Jin cuando la lámina lo partió en dos. Fuera lo que fuera, lo dejó en un estado de vacío y confusión.

Había aceptado la terapia. No fue fácil.

Yeosang lo acompañó en el proceso, cumpliendo su promesa de sanar juntos. Su embarazo avanzaba, aunque el trauma no desaparecía. Y aunque ahora su cuerpo sostenía una nueva vida, aún temblaba en las noches al recordar lo que le hicieron. Jongho lo veía luchar, lo veía esforzarse.

Y él... solo intentaba mantenerse en pie.

Seonghwa ya no estaba.

Jongho se enteró por algunos contactos que había logrado escapar. No fue difícil suponer que Hongjoong tuvo algo que ver. Desde siempre, Seonghwa había sido un extraño dentro de ese ambiente podrido. Al final, encontró una salida. Jongho no podía culparlo.

Pero había algo que no desaparecía.

Mingi.

La última vez que Jongho lo vio, su estado era incluso peor que antes. Más delgado, con ojeras profundas y una mirada apagada. Yunho lo tenía atrapado en una espiral de dependencia y control. Casi parecía una sombra de sí mismo. Yeosang intentó acercarse nuevamente, pero cada vez que lo hacía, Yunho reaccionaba peor.

La historia seguía repitiéndose.

Era un círculo vicioso.

Y Jongho ya no sabía si quería seguir dentro de ese infierno o encontrar la forma de escapar.

Jongho encendió un cigarro en la azotea del edificio abandonado donde solían reunirse. Yeosang estaba sentado en el borde, con las piernas colgando en el vacío. La luna iluminaba su perfil, dándole un aire etéreo, casi irreal.

—Aún piensas en Seonghwa, ¿verdad? —preguntó Yeosang, sin mirarlo.

Jongho exhaló el humo con lentitud.

—No pienso en él. Solo... me pregunto cómo lo logró.

—No fue fácil —Yeosang bajó la mirada—. Pero él tenía a alguien que lo sacó de aquí. Esa fue su motivación para irse.

Jongho rió, pero sin humor.

—Hongjoong. Claro.

—¿Crees que si tuvieras la oportunidad, te irías? —Yeosang se giró para mirarlo directamente.

Jongho tardó en responder.

—No lo sé —admitió al final—. No sé si realmente quiero salir.

—¿Por qué no?

—Porque... esto es todo lo que he conocido.

Yeosang se quedó en silencio por un momento.

—Yo tampoco sé si quiero irme —susurró—. Pero lo que sí sé es que quiero que Mingi salga de esto.

Jongho chasqueó la lengua con molestia.

—No puedes salvarlo, Yeosang.

—Pero quiero intentarlo.

—Yunho no lo dejará ir.

Yeosang se frotó las sienes con frustración.

—Lo sé... lo sé.

Jongho apagó el cigarro y se puso de pie.

—Si de verdad quieres hacer algo, deja de actuar con sentimentalismo.

—¿Qué quieres decir?

Jongho se acercó y le sostuvo el rostro con ambas manos, obligándolo a mirarlo fijamente.

—Que si quieres salvar a Mingi, tienes que estar dispuesto a hacer lo que sea.

Los ojos de Yeosang reflejaron una mezcla de miedo y determinación.

—¿Y qué estarías dispuesto a hacer tú?

Jongho sonrió, pero había una sombra oscura en su expresión.

—Lo que sea.

Mingi estaba sentado en la cancha de baloncesto del colegio, con la cabeza gacha y los brazos rodeando sus piernas.

Yeosang se acercó con cautela, sabiendo que Yunho podía aparecer en cualquier momento.

—Mingi...

El chico levantó la vista lentamente. Su rostro tenía un par de moretones frescos y sus labios estaban partidos.

—Yeosang... —su voz sonó débil, apenas un susurro.

—¿Qué te hizo esta vez?

Mingi negó con la cabeza, intentando forzar una sonrisa.

—No fue nada. Solo... ya sabes cómo es él.

Yeosang sintió un nudo en el estómago.

—Tienes que salir de esto, Mingi. No puedes seguir con Yunho.

—No puedo dejarlo...

—Sí puedes.

—No, no puedo.

La desesperación en su voz hizo que Yeosang se estremeciera.

—Jongho y yo podemos ayudarte.

Mingi soltó una risa amarga.

—Jongho es peor que Yunho.

Yeosang apretó los puños.

—No lo es.

—Sí lo es. Solo que tú no quieres verlo.

Yeosang sintió un escalofrío recorrer su espalda.

—Mingi...

—Déjalo, Yeosang. No puedes salvarme.

Yeosang sintió un peso insoportable en el pecho.

—Pero quiero hacerlo.

Mingi lo miró con tristeza.

—A veces querer no es suficiente.

Esa noche, Jongho encontró a Yeosang en su habitación, abrazándose a sí mismo, con la mirada perdida.

—¿Qué pasó? —dijo acercándose lentamente a él.

Yeosang tardó en responder.

—No puedo salvar a Mingi.

Jongho suspiró.

—Te lo dije.

—Pero aún así quiero intentarlo.

Jongho se acercó y se arrodilló frente a él.

—Yeosang... Mingi está demasiado roto.

—Yo también lo estoy —su voz sonaba desesperada.

Jongho lo miró fijamente.

—Pero yo estoy aquí para arreglarte.

Yeosang tragó saliva.

—¿Y quién te arreglará a ti?

Jongho sonrió con amargura.

—Tú.

Yeosang sintió un nudo en la garganta.

—¿Prometes que nunca me dejarás solo?

Jongho tomó su mano y la apretó con fuerza.

—Lo prometo.

Yeosang cerró los ojos, dejando que el peso de esa promesa lo envolviera.

Las sesiones de terapia no eran fáciles. Para ninguno de los dos. 

Jongho se sentía como un animal enjaulado cada vez que entraba a esa oficina con paredes blancas, donde una mujer con voz calmada intentaba hacer que hablara de cosas que nunca antes había dicho en voz alta. Yeosang, por otro lado, aunque estaba más abierto al proceso, todavía luchaba con sus propios demonios. 

Pero estaban ahí. Juntos. 

El sonido del reloj en la oficina de la terapeuta era constante, como un recordatorio de que el tiempo avanzaba sin detenerse. Jongho tamborileaba los dedos contra su rodilla, con la mirada perdida en la alfombra gris. 

—¿Jongho? —La voz de la terapeuta lo sacó de su ensimismamiento. 

—¿Qué? 

—Te pregunté qué sientes cuando piensas en lo que has hecho. 

Jongho entrecerró los ojos, como si la pregunta le resultara absurda. 

—Nada. 

La terapeuta no reaccionó a su respuesta. Solo asintió y escribió algo en su libreta. 

—¿De verdad nada? 

Yeosang, sentado a su lado, lo miró con atención. 

—A veces... —murmuró Jongho, con la mandíbula tensa— siento que debería arrepentirme. Pero no lo hago. 

—¿Por qué? 

Jongho suspiró. 

—Porque lo merecían. 

—¿Quiénes? 

—Todos. Jin. Los idiotas que lastimaron a Yeosang. Los que se metieron conmigo en el pasado. 

La terapeuta mantuvo su mirada fija en él. 

—¿Y crees que la violencia es la única forma de arreglar las cosas? 

Jongho sonrió con ironía. 

—No. Pero es la única que conozco. 

Yeosang tomó aire y apretó las manos sobre su regazo. 

—Por eso estamos aquí, Jongho. 

Jongho bajó la mirada. 

—Lo sé. 

La terapeuta desvió su atención a Yeosang. 

—¿Y tú, Yeosang? ¿Cómo te sientes con todo lo que ha pasado? 

Yeosang tragó saliva. 

—Cansado. 

—¿Cansado de qué? 

—De todo. De la escuela. De este lugar. De recordar lo que me pasó. 

La terapeuta asintió, comprendiendo. 

—Eso es natural. 

Yeosang presionó los labios en una fina línea. 

—Pero no puedo simplemente huir de esto. 

Jongho lo miró de reojo. 

—¿Y si pudiéramos? 

Yeosang parpadeó, confundido. 

—¿Qué? 

Jongho no dijo nada más en ese momento. Pero la idea ya estaba sembrada en su mente. 

Cuando salieron de la clínica, Jongho caminó en silencio junto a Yeosang, con las manos en los bolsillos. El frío de la tarde se filtraba a través de sus chaquetas. El invierno se acercaba. 

Yeosang, ajeno a la tormenta de pensamientos en la cabeza de Jongho, acarició su propio vientre sin darse cuenta. Aunque solo tenía cuatro meses de embarazo, su estómago comenzaba a notarse bajo la ropa más ajustada. 

Jongho lo notó. Se detuvo en seco y Yeosang frunció el ceño. 

—¿Qué pasa? 

Jongho lo miró fijamente. 

—Deberíamos irnos. 

Yeosang parpadeó. 

—¿Irnos a dónde? 

—Lejos de aquí —dijo sin más.

—Jongho... 

—Míranos, Yeosang —interrumpió Jongho, con una expresión intensa—. Esta escuela nos está matando. Esta ciudad nos está matando. Nos quedamos aquí y terminaremos como Jin, como los demás. 

Yeosang sintió un escalofrío. 

—No podemos simplemente desaparecer. 

—Sí podemos. Seonghwa lo hizo. 

Yeosang dudó. 

Jongho siguió hablando, más convencido de su idea con cada palabra que decía. 

—Si Seonghwa logró escapar con Hongjoong, ¿por qué nosotros no? Podríamos encontrar otro lugar, empezar de nuevo. 

Yeosang se mordió el labio, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, la idea de huir no le parecía descabellada. 

Pero la realidad era otra. 

—No es tan fácil... 

Jongho lo miró fijamente. 

—Podría serlo. 

Yeosang bajó la mirada a su vientre. 

—No sé si estoy listo para eso. 

Jongho no insistió. Pero la semilla estaba plantada. 

La cafetería olía a café recién hecho y pan dulce. Era un lugar pequeño, pero acogedor. 

Yeosang no sabía por qué había aceptado encontrarse con Wooyoung después de tanto tiempo. Quizás porque una parte de él quería sentirse normal de nuevo. 

Wooyoung llegó puntual, con la misma energía de siempre, pero sus ojos tenían algo diferente. Algo más serio. 

—Te ves bien —dijo Wooyoung con una sonrisa, sentándose frente a Yeosang. 

Yeosang intentó devolverle la sonrisa, pero no le salió del todo. 

—Gracias. 

Hubo un breve silencio antes de que Wooyoung hablara. 

—Tengo que contarte algo. 

Yeosang frunció el ceño. 

—¿Sobre qué? 

Wooyoung jugó con la taza de café entre sus manos. 

—¿Recuerdas a San? 

Yeosang asintió lentamente. 

—Claro. 

—Lo arrestaron hace unas semanas. 

Yeosang sintió un nudo en el estómago. 

—¿Por qué? 

Wooyoung dejó la taza sobre la mesa y lo miró a los ojos. 

—Porque fue él quien mató a Changbin. 

El silencio entre ambos fue abrumador. 

—¿Qué...? —Yeosang apenas pudo formar la palabra. 

Wooyoung suspiró. 

—Changbin se metió con San. Lo humilló frente a todos. Lo amenazó. Y San... lo apuñaló hasta matarlo.

Yeosang sintió la sangre abandonando su rostro. 

—¿Cómo lo sabes? 

—Porque yo ayudé a descubrir la verdad.

Yeosang abrió los ojos, sorprendido. 

Wooyoung sonrió con tristeza. 

—Llevaba semanas sospechando de él, así que un día contacté a la policía. Me dieron un micrófono oculto y lo usé cuando fui a visitarlo. En una de esas conversaciones... lo confesó sin darse cuenta. 

Yeosang no podía procesar todo lo que estaba escuchando. 

—Wooyoung... 

—Lo siento —Wooyoung bajó la mirada—. Sé que todo esto es una locura. Incluso me siento mal con todo esto, porque no me gusta verlo detrás de las rejas, a pesar de salvarme de Changbin, siento que aún así, él debe pagar por sus actos, no lo sé...

Yeosang cerró los ojos un momento, tratando de ordenar sus pensamientos. 

—No puedo creerlo. 

—Yo tampoco —Wooyoung suspiró—. Pero tenía que decírtelo. 

Yeosang asintió lentamente. 

—Gracias por confiar en mí. 

Wooyoung sonrió levemente. 

—Siempre. 

Y aunque el mundo a su alrededor seguía siendo un caos, Yeosang se sintió un poco menos solo.

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