Your soul is mine!♡
En donde un joven se aventura en las profundidades de la Isla de Shang Tsung en busca de tesoros y riquezas, en su lugar, encuentra un destino distinto.
• ● •
Ahora que todo estaba vacío, sin un alma que pudiera perturbar aquel "Santuario Personal", él se sentía como todo un aventurero.
Desde la muerte de ese temible hombre, estuvo buscando la isla por casi toda su juventud para cumplir su sueño, hacerse rico acosta de aquellos tesoros. Y ahora que el hechicero ya no vivía sería tan fácil como entrar y salir.
Shang Tsung estaba muerto.
Subió con rapidez las escaleras, había desembarcado en la costa y nadie lo recibió –ni siquiera guardias o algún enemigo– por lo que dedujo que entrar al Templo quizás sería lo más prudente.
Ahí seguramente encontraría las riquezas y artefactos que buscaba.
Se decía que la Forja de la Isla podría ayudarlo a encontrar su próxima buena fortuna.
Las katakumbas lo conducirían a una riqueza.
Otros sitios que prometían un sinfín de maravillas.
Y él lo sabía.
Con fuerza empujo las enormes puertas de caoba mohosa y metal oxidado, un eco estruendoso se puede escuchar en todo el lugar.
Da unos pasos confiado al ver los cofres de tesoros y otras artesanías que seguramente lo llevarían hacer una fortuna en el mercado negro, las posesiones valiosas del brujo ahora eran suyas.
Súbitamente, el suelo crea un soulnado pequeño y una figura se materializa, el hombre que está frente suyo lo paraliza con solo su oscura mirada.
El aventurero tan solo lo mira de regreso, intimidado por completo por el hechicero.
–Bienvenido viajero. Soy Shang Tsung –se presenta, pero él lo conoce... ¡todo el mundo lo conoce!–; y está es mi Isla.
Hace unos ademanes mostrando su vasto archipiélago, aunque fuera una isla era más que obvio que pasaría semanas completas buscando los mejores tesoros.
–Te invito a explorarla, escondidos entre las ruinas se encuentran tesoros, magia y artefactos muy especiales. Toma todo lo que quieras... Dentro de lo razonable –dice serio, está vez sus ojos se entrecierran escéptico al ver como el "visitante" fija su mirada en un cofre cercano.
Sonríe vagamente, casi con sorna.
–Verás que el tiempo invertido aquí se recompensa generosamente.
El pequeño soulnado lo rodea y en un segundo se desaparece dejando una pequeña estela esmeralda.
Estaba en shock.
¿Acaso el ladrón de almas le invito a "tomar" sus riquezas? Shang Tsung no era un "buen samaritano" y mucho menos un "bastardo", él actuaba conforme a sus intereses, su ruta por la Isla le traería un beneficio.
Sus maquinaciones le traerían algo aun mayor que su Isla y él no sabía realmente que sería. Shang Tsung... ¿estaba muerto? Era una pregunta que rondaba su cabeza, ya no le parecía una afirmación.
Algo sucedería y aunque no quisiera participar estaba seguro que de una u otra forma sus acciones acarrearían un beneficio al roba almas.
En medio de su dilema el estruendo de la puerta abriéndose lo saco de sus pensamientos.
La puerta que daba a los patios se abrió de par en par, una invitación bastante evidente.
Con simpleza miro algunos cofres de madera sencilla que había en el salón, la tentación de abrirlos fue tanta, descubriendo las monedas de oro de su interior.
Le parecía aún más tentador salir al exterior del Templo pues diviso aún más cofres.
La Isla lo consumiría.
Maravillado por los objetos salió al largo pasillo de baldosas de concreto duro, al final estaba un martillo bastante pesado, él lo conocía.
Era el martillo de guerra del Konquistador del Mundo Exterior; Shao Kahn.
Lo tomó comprobando su peso, el arma para un bruto como el antiguo Emperador en las manos de un cobarde ladrón como él.
Sonrió bajo la máscara, ya no sentía miedo.
Sentía ansias de poder, de sangre.
Podía konquistarlo todo ahora.
Invencible se adentró a todos aquellos lugares.
Sus pasos y los sonidos nocturnos eran los únicos ruidos en el Patio, abriendo los cofres, algunos tenían consigo oro y rubíes, otros, sin embargo, tenían artefactos que guardaba cuidadosamente en su bolso.
Su curiosidad llego más allá del Torii del Patio, llegando hasta la Forja.
–La brujería no es mi única vocación –escuchó su voz, aunque miro a todos lados no lo encontró–: también soy inventor. Con poco esfuerzo realizo las más bellas forjas.
Sus ojos avellana se fijaron en la monstruosa máquina que estaba frente suyo, el fuego se avivaba solo... quizás producto de la magia oscura de Shang Tsung.
–Puedo transmutar objetos que hayas coleccionado –continuó–; en otros más útiles.
El corazón le latía en la garganta, con miedo retrocedió unos pasos hasta caer de sentón sobre el duro camino de concreto. Hacia unos momentos se había querido engañar que Shang Tsung estaba muerto y lo que vio en esa sala fue su imaginación jugándole una mala pasada.
Pero no era así.
Vivo o muerto.
Está era su Isla y él era omnisciente sobre cualquier cosa que sucediera en esta.
Estaba en shock, asustado.
Claro que él era un asesino, en eso consistía su vida de mercenario y ladrón, asesinar era un acto necesario.
Pero... ¡estamos hablando de Shang Tsung!
Él podría transformarse en una bestia y devorar su corazón.
Llevaba consigo el título de hechicero maestro, era un kombatiente formidable al igual que fue campeón.
Sus habilidades para el kombate superarían las suyas por mucho y el miedo de morir corría por sus venas lo hizo sentir enfermo.
Nauseabundo y jodido.
Muy jodido.
Sintió un asco de sí mismo, hacía muchos años –tantos que ya casi no recordaba con exactitud su niñez–que no sentía miedo y ahora en tan solo unas pocas horas había experimentado terror y asombro.
Asustado y temeroso de no ser más que una marioneta en el juego del brujo.
Con dificultad se levantó del suelo, se sacudió el polvo.
Tomó el martillo del konquistador con fuerza y siguió caminando por el lugar.
Las altas horas de la noche daban paso a la madrugada y mientras más riquezas descubría, iba olvidando la voz del roba almas y el miedo que sentía.
Caminaba por las escalantinas del patio bajo jugando con el rompecabezas del dragón, escuchando como las rejas de los depósitos de almas se abrían.
Dio un sinfín de vueltas en las bóvedas para conseguir el cuerno de Motaro, el terrible General Centauro de los feroces ejércitos de Shao Kahn. Caminaba despreocupado por el pasillo del Santuario del Guerrero, admirando aquellas estatuas.
–Combatí contra Liu Kang en el Santuario. Antes de saborear la victoria final, se me forzó la derrota –sonaba molesto, esta vez pudo sentir en carne propia un odio bastante viejo casi como si sus palabras le transmitieran esa emoción.
Un "meteorito" fue lanzado, destruyendo una de las estatuas.
–Si ese monje cree que lo olvidé, está muy equivocado.
Quedó unos cuantos minutos, estático, mirando el "meteorito" que había destruido la gran estatua de Raiden, a su lado estaban los otros kombatientes que habían luchado en el torneo.
Suspiro con pesadez, el décimo torneo de Mortal Kombat se había efectuado cuando él tenía esa tierna edad, un infante solamente; uno de sus hermanos mayores había sido convocado para pelear, aunque fue derrotado y su alma fue consumida por la Isla, la invasión al reino de la Tierra solamente había ocurrido unos días después de que los habitantes de la Tierra casi asesinaran a su Emperador y ahora... Ahora habían pasado casi 27 años desde todos sucesos.
Ahora él era un hombre.
Los recuerdos se desvanecían entre sus otras memorias, el inestable gobierno del Outworld lo obligo a crecer y ahora era un mercenario más, un aventurero.
Sacudió la cabeza y se enfocó en su "nueva tarea".
Al final del pasillo la pesada puerta que lo llevaría a la Guardia del Príncipe Shokan, sabía que la "llave" era uno de los cuernos de su acérrimo enemigo, Motaro. El cuál por suerte había conseguido no hacía más que un par de horas.
Sonrió encajando la pieza que abriría la puerta, de los costados cayó lava y la pesada puerta de piedra y acero comenzó a retumbar abriéndose.
–Superas mis expectativas.
Era la voz del brujo.
Pero esta vez no mencionó un amargo recuerdo, está vez fue una frase un poco más... Agradable.
Sí, esa era la palabra.
Shang Tsung le había felicitado. Un escalofrío le volvió a recorrer la espalda, sin embargo, se sintió bien; la sensación en su boca fue un trago dulce, todos sabían que el hechicero tenía una lengua viperina, un maestro de la cizaña a decir verdad y solo un puñado de individuos habían conseguido realmente comentarios buenos de él.
Sabía que su campeón Goro, Liu Kang –su honor intervino, se odiaban, pero reconocían su fuerza–, Raiden y Shao Kahn entraban en esa categoría.
Sonrió bajo la máscara, no sabía dónde estaba el brujo y quería contestar aquella felicitación.
Pero no había tiempo que perder.
Se encamino a uno de los lugares que siempre quiso visitar, la Guarida de Goro.
Bajo las escaleras con rapidez abriendo y tomando lo que le parecía interesante. Su bolso ya estaba cargado casi por completo y sabía que la Isla era demasiado extensa para recorrerla en una sola noche.
Con cuidado cargo su bolso y bajo por el rustico elevador.
Si tenía suerte encontraría donde dormir ahí abajo, aunque no dudaba de que hubiera telarañas y polvo en la caverna.
Interesado recorrido el salón principal de Goro, entrando a los pasillos rejados encontrándose con unos botines que a sombrarían a cualquiera.
Después de todo era el príncipe, tal vez no vivía en un castillo o una lujosa mansión, pero vaya que el Shokan sabía lo que era la realeza y monarquía.
Se preguntaba qué sería de ese hombre, dónde estaría ahora mismo.
Dudaba de si estaba en su Guardia ahora mismo, se suponía que Shang Tsung estaba muerto y hacía apenas un par de horas lo vio vivo, estaba casi seguro de que encontraría a Goro y que... Puede que no viva para contarlo.
Con temor camino por el pasillo que era iluminado por velas y luz de luna que se colaba en la gruta.
Al entrar en la sala, pudo distinguir la figura del Shokan.
Sentado en su orgulloso trono.
Aunque... Realmente no era él.
Eran vestigios de lo que alguna vez fue.
Era simplemente su cadáver.
–De todos mis campeones, al que más extraño es a Goro –su tono de voz era... Estaba realmente decaído.
Por un breve momento sintió una punzada en el pecho, estaba celoso.
Ser campeón de Mortal Kombat era un honor indescriptible y él, nunca aspiraría a algo como eso.
Nunca tendría fuerzas suficientes para derrotar a alguien como Liu Kang o los demás aliados de la Tierra, quizás tendría suerte si luchaba contra el actor y un par de monjes, pero era obvio que como kombatiente no duraría ni un solo día.
Y muy en el fondo –realmente no sabía de dónde había sacado ese anhelo– quería ser campeón.
Pero no quería ser cualquier campeón, quería ser el único campeón de Shang Tsung.
Y solo de Shang Tsung.
Al diablo los Dioses Antiguos y Mortal Kombat.
Sus confusos pensamientos se interrumpen al escuchar como una risilla siniestra retumba por la Guarida del Shokan.
–Tienes suerte de que este muerto. Te habría devorado por atreverte a entrar en su Guarida sin invitación.
Eso último le ha hecho que su corazón diese un vuelco, asustado realmente.
Honestamente no pelearía con Goro nunca.
Significaba una muerte segura, no era estúpido y aún menos un suicida.
Agradecida profundamente haberlo encontrado en ese estado.
Se acercó al cadáver momificado de Goro, agito su mano frente a su rostro cadavérico sin ojos.
Cuándo estuvo 100% seguro que Goro no se iba a levantar por arte de magia.
Sonrió bajo la máscara.
Tomó el martillo del Konquistador y sin mucho esfuerzo destruyó la calavera, agradecía traer puesto la máscara pues muchas partículas de polvo cayeron en su rostro.
Sonrió para sus adentros.
Su instinto aventurero le ordenaba buscar que más había en la pocilga que Goro llamaba "hogar".
Se rió, burlándose de él.
Siguió explorando hasta que llego a dar hasta las cárceles, había varios cadáveres aun en celdas, sintió escalofríos al ver las "fuentes" sangrientas y podía jurar por los dioses antiguos que algo se había asomado cuando ya se estaba dando la vuelta.
Siguió caminado hasta encontrar... algo que le dejo un mal sabor de boca.
Se sintió enfermo al ver esa escena y la voz del brujo no le tranquilizo para nada.
–Contempla el lugar de descanso final de Kenshi Takehashi. Fue un excelente guerrero, valiente y rudo.
Estaba mareado, sabía quién era el espadachín ciego.
Por eso verlo... entre cadáveres de Onis y con una espada atravesándole el pecho hizo que su corazón se encogiera con miedo, en especial por lo que escucho después.
–Por eso disfruté aún más cuando absorbí su alma.
Su barítono lo hizo suspirar, un escalofrió le recorrió la espalda. Su voz tenía ese toque sensual en su última frase casi excitado; algo que hubiese asustado a alguien normal, pero a él simplemente lo hizo suspirar.
Kenshi seguramente se había infiltrado como él y ese era el destino de quienes osaban pisar la tierra de ese archipiélago maldito.
Y por eso sentía miedo y aunque quiso regresar por donde había venido sus pies lo arrastraron frente al cadáver descompuesto del espadachín.
Alargo una mano tomando la venda, la mano le temblaba, pero decidió ponérsela.
Era algo extraño, pero realmente sentía su poder.
Ya estaba rebosante de poder, pero el sonido de una reja cerrándose le asustó.
Había sido atrapado.
Con desesperación tomo en martillo del konquistador y golpeo las rejas, sin embargo, estas no cedieron, brillaron con magia.
Estaba atrapado con un montón de cadáveres, golpeo con sus puños desganados la barra de metal gimoteando.
–Ni siquiera ves tus oportunidades.
Le dijo como si fuera lo más obvio del mundo.
Se sintió mal consigo mismo, era un despistado.
Estuvo buscando si las paredes o algún ladrillo lo llevaría a un pasadizo, pero no era así, paso al menos 10 minutos buscando, pero resoplo molesto, no había nada y solamente estaba perdiendo su tiempo.
Cansado se apoyó contra una pared, estaba sudando.
Y por impulso bajó la venda hasta sus ojos para limpiar el sudor de su frente.
Pero mayor fue su sorpresa cuando se encontró mirando el calabozo, pero... distinto.
Sentía las pulsaciones.
Todo era distinto y asustado se levantó.
No entendía nada y a pesar de que lo veía todo también no veía nada.
Se trastabillo cayendo de bruces al suelo y apresuradamente se quitó la venda.
El mundo era normal ahora.
Parpadeo confuso.
Se levantó con lentitud, mirando su alrededor.
Y con las manos temblorosas volvió a bajar la venda a sus ojos, miraba a todos lados y se la volvía a quitar.
Comprobando que todo siguiera en su lugar pero cuando toco el turno de una de las paredes esta al verla sin la venda se veía sólida, pero al ponerse la venda notó una enorme grieta.
Su salida.
Y sin perder el tiempo tomo el martillo y la golpeo hasta que todos los ladrillos vinieron abajo.
Sonrió mientras alzaba la venda.
Al parecer era cierto, Kenshi tenía una mejor visión.
Feliz de su nuevo descubrimiento se encamino a otro pasillo de la Guarida del Shokan, encontrándose con el arpón del demonio Scorpion.
Fascinado por su fortuna siguió buscando entre los tesoros del lugar, miraba los pasillos interminables de la prisión.
Cadáveres y cuerpos que aún se aferraban a los barrotes.
Se sintió poderoso, como un carcelero.
Burlándose de quienes sucumbieron.
Al entrar en un salón de fuentes de sangre volvió a escuchar la voz de su Señor.
Sensual, el tono de su voz aterciopelado y firme; poderoso, tenía el poder para hacer que mundos enteros se postraran a sus pies.
–Muchas almas sucumbieron en esta oscura prisión. Su dolor me produjo tanto placer...
Se mojó los labios bajo la máscara, el tormento ajeno.
Debía ser delicioso.
Súbitamente se detuvo... ese no era él.
Él no era un cordero blanco, sí.
Pero ¿en serio había pensado en la violencia por placer?
Las náuseas volvieron, no, no era él.
Con algo de miedo siguió adentrándose, conforme avanzaba podía sentir un olor pútrido, rancio.
El estómago se le revolvió al entrar a una habitación; era la sala de tortura.
Dio unas arcadas, era un ladrón, un asesino.
Estaba consciente de eso.
Había asesinado a los que se resistieron, roto costillas y cortado gargantas.
Pero el cadáver sin piernas sobre la mesa de tortura y aun sangrante lo hacía pensar que no estaba solo en la Isla.
Había tantos objetos que no entendía su uso, pero si su propósito, torturar.
Picos, espadas y otros objetos que no quiso ver.
Se dio la media vuelta y corrió lejos, el olor estaba matándolo.
Se sentía enfermo, el olor y el lugar lo estaban matando por dentro.
La visita a la Guarida de Goro lo ahogaba en un mar de pesadillas y otras cosas que no pudo identificar, no entendía por qué había pensado en atrocidades, ¿la magia del Brujo afectaba incluso a los objetos y sitios?
Mientras se preguntaba un sinfín de cosas salió de las celdas, pasando por el trono del Shokan.
Un terrible escalofrió le recorrió el cuerpo, aun no se arrepentía por completo de ver al fallecido campeón de Shang Tsung como un deplorable cadáver.
El aire le asfixiaba, como si respirara humo y ceniza.
Los pulmones le pedían aire fresco así que no detuvo su andar hasta poder salir por completo del lugar y así fue.
Aunque cada paso que daba para llegar al Santuario del Guerrero y ver la luz del sol –deducía que había estado horas ahí abajo y planeaba ir a dormir en el barco donde llegó para seguir su búsqueda horas después– pensando en el aire fresco y un poco del calor de los rayos solares le ayudaría, el aire de una caverna sellada por el paso de los años y el polvo era lo que estaba ahogándolo ¿cierto?
Pronto sintió como si hubiese grilletes encadenados a sus tobillos y sus pies con mucho trabajo se alzaban para subir cada uno de los escalones y en algún punto sintió como sus piernas perdían fuerza.
Se detuvo al sentir como se tambaleaba.
Era la sensación de estar borracho, tuvo que usar el martillo de Shao Kahn para apoyarse ya que perdía el equilibrio constantemente.
No entendía por qué había sucedido eso conforme se acercaba a la entrada.
Sus parpados se sentían pesados, como si...
Después de unos largos y tortuosos minutos pudo llegar y aunque ya no sentía las piernas pesadas ni se desequilibró sí podía sentir su cuerpo cansado y vapuleado; los huesos dolían, intento caminar por el pasillo del Santuario del guerrero, sin embargo, la sangre se le heló en el cuerpo cuando frente a las estatuas de los legendarios guerreros había cabezas clavadas en estacas metálicas.
Algunas aun chorreaban sangre y otras tenían pequeños charcos de sangre bajo ellas.
Fue ahí cuando colapsó cayendo a las duras baldosas, mientras su única vista era el manto nocturno que lo acompañaba junto a los grillos y mosquitos.
Mientras su mundo se volvía oscuro pudo escuchar la voz de su Señor.
–Me decepcionas.
• ● •
Despertó con lentitud.
Sus ojos enfocaron borroso el techo de madera, parpadeando un par de veces para notar que estaba dentro de... ¿algún sitio?
Había una única lámpara llameante, iluminando la sala por completo.
Se dio cuenta que estaba acostado y el miedo se apodero de su ser cuando al sentarse se dio cuenta que no llevaba puesto sus pantalones, o sus botas... Ni aún menos ropa interior.
Se levantó con rapidez, examinando su cuerpo; tampoco llevaba prendas superiores (a excepción de su máscara), busco marcas o algún tipo de indicio sobre un abuso pero nada, simplemente... Estaba desnudo.
Justo cuando se disponía a investigar el lugar (al cual había visto de reojo) y abrir sus cofres, esas monedas de oro parecían llamarlo y seguro ese cofre de decoraciones rubí valdría mucho.
Sin embargo, una extraña fuerza lo obligó a doblarse, sus piernas se arrodillaron sobre el suelo.
Que incluso ahora que lo notaba bien...
Este estaba limpio.
No tenía marcas de mugre, baldosas negras y parecían pulidas, frías ahora que las tocaba con sus manos.
Estaba doblegado contra su voluntad, en cuatro como un animal.
Estaba abatido, avergonzado por esa pose.
Recordaba su juventud pasada, se había acostado con un par de chicas y una que otra prostituta. Y exactamente como estaba ahora era como le gustaba tenerlas.
Indefensas, dóciles.
Cerró los ojos bajando la mirada al escuchar como la pesada puerta de la habitación se abría.
Aunque para su sorpresa, nadie entró.
Tan solo una voz que ya había escuchado hace tiempo.
–Obedece.
Era un tono relajado, pero seguía siendo una orden.
Intento volver a levantarse, pero simplemente no podía así que con la mirada gacha comenzó a gatear.
Patético.
Denigrante.
Vergonzoso.
Eran algunos de los adjetivos que se gritaba mentalmente.
Está era la ganancia de Shang Tsung.
Una nueva alma, un esclavo.
¿Cómo pudo ser tan estúpido como para pensar que él...?
Se detuvo al ver escaleras.
Era una larga escalantina por lo que pudo observar.
La exquisita madera de caoba roja, se veía en verdad bella.
Y con una fuerza inhumana empujándole a seguir avanzando como un simple cuadrúpedo; al décimo escalón sentía entumidas las rodillas, estaba adolorido por soportar todo el peso de su cuerpo.
Cansado pudo bajar la escalera, encontrándose con la Sala del Trono se Shang Tsung.
El mejor lugar de toda la Isla.
Iluminado con velas y lámparas colgantes, la luz repartida por toda la sala hacía notar el trono de oro.
La posesión que todos habían visto pero nadie se había podido acercar o tocar.
Los pilares rojizos relucientes con las decoraciones del cuerpo del dragón dorado enroscándose, y el busto del dragón gemelos junto a los posa brazos.
Seguía en cuatro y la sensación de correr y sentarse en el mullido asiento esmeralda que hacía de trono, seguro estar ahí lo haría sentirse dueño de todo y con el poder suficiente para gobernar la Isla.
Como un heredero.
Pero sus sueños se vieron truncados al momento que un pequeño soulnado aparecía en el trono, la figura de Shang Tsung se materializaba por completo.
Era un hombre viejo, canoso y con arrugas en el rostro; el antiguo hechicero al servicio del Kahn. Su barba y cabello blanco griseado advertían sus años –los cuales eran muchos, la edad le sentaba bien, a decir verdad–, pero ese no era ni la sombra del gran poder que poseía.
Ahora que el joven aventurero había explorado la Isla casi completa, descubierto el amuleto de Ermac, extraído almas, robado la venda del espadachín, había usado el martillo del Konquistador y el arpón de un demonio, encendido las llamas de la fogata de estatuas, descubierto al Zaterran que estaba al servicio del hechicero, estuvo a punto de morir tras descubrir la cueva de los Kytinn, levantado el puente de "The Pit" y encontrado el método de resolver el puzle del dragón... entre un sinfín de cosas que hizo.
Todo aquello con el fin de liberar las almas que fortalecerían el alma vagabunda de Shang Tsung que estaba encadenada a la Isla y por lo m mismo necesitaba ayuda.
Ese joven estúpido había liberado energía suficiente para fortalecerlo y ahora, por su insensatez los guerreros de la Tierra se verían en grandes problemas con la llegada del hechicero.
Pero... Shang Tsung no era malagradecido.
Este ladronzuelo se convertiría en su compañero de crimen, estaba agradecido profundamente con él y por ese arduo trabajo lo estaba recompensando.
Otorgándole el mayor tesoro que contenía su Isla; él mismo.
–Acércate.
Abrió los ojos con sorpresa ¡¿qué mierda estaba pasando?!
¿Por qué Shang Tsung estaba ahí?
Su cuerpo se movía en contra de su voluntad, acercándose hasta los escalones que lo llevaban al trono.
La tela de la alfombra bajo su tacto era suave, confeccionada por las mejores manos del Mundo Exterior.
Cuando llego pudo ver con claridad al hombre, esta tenía un aura rodeándolo.
Pronto sus facciones cambiaban de forma radical.
Su cabello negro era tan solo un poco más corto y una parte estaba recogido, su rostro se veía más joven sin esas características arrugas y unos ojos llenos de vida casi sacando chispas, su piel ligeramente tostada le daba un aspecto bastante atractivo.
Ese hombre que estaba sentado en el trono era Shang Tsung, el hechicero maestro.
Un poderoso hombre sin alma, pero amo de miles.
Frente suyo estaba el ladrón de almas, un poderoso kombatiente y formidable hechicero.
Tembló de pies a cabeza, incluso casi se orina sobre sí mismo cuando su cuerpo gateo aún más hasta colarse entre las piernas del brujo, recostando su cabeza en las rodillas de este último.
–Que valiente eres al venir a mi Isla –dijo mientras le acariciaba el cabello.
Se sentía un niño regañado, no podía levantar la mirada –y no por que no pudiera, se sentía tan avergonzado– en pocas palabras no era digno de estar ahí.
Shang Tsung se rió.
Su voz resonante, curiosamente dulce.
Volvió a temblar.
–Recuerdo que hace días te prometí tesoros, magia y artefactos –¿días? Él solo recordaba la noche–: y ahora que los has conseguido te ofrezco ahora el mayor premio.
Con una mano lo tomo del rostro, obligándolo a verlo mirarlo a los ojos mientras me que su otra mano seguía acariciándole con delicadeza a pesar de que sus firmes y duras manos lo apretujaran.
Su expresión era indescifrable.
Shang Tsung era... Perfecto.
Su Señor lo es.
Un ligero escalofrío le recorrió la espalda, estremeciéndose.
Lentamente el brujo le había llenado la cabeza de tantas porquerías que lo estaba haciendo obediente a él en resumidas palabras lo moldeo como quiso en unos cuantos días y ahora podría experimentar con él después de este encuentro.
Le sonrió compasivo.
Y aquello lo hizo derretirse por dentro.
–Quiero que lo tengas.
Dejo de acariciarle el cabello para hacer un lado su maruwa, mientras se sobaba por sobre el pantalón una erección que no había notado antes.
Abrió los ojos con miedo.
No se esperaba eso.
Aunque no iba a negar que la idea le empezaba a gustar.
Sus músculos se relajaron ya no sentía la extraña fuerza controlándole.
–Ngh...
Así que tomó posición tipo vajrasana; sentándose sobre sus talones, con la espalda recta mirando como Shang Tsung sacaba su miembro de la prisión de ropa.
Y era simplemente maravilloso.
Sus latidos se detuvieron.
El brujo con lentitud también exponía sus testículos; si se iba hacer cargo de todo. Completamente.
Su verga era bastante grande y erecta lo era más, vello negro y rizado cubría sus genitales, pero estaba recortado de manera cuidadosa no era excesivo y eso era un gran alivio.
Era, en otras palabras.
Perfecto.
Una sincronía entre muchas cosas lo que hacían perfecto a su señor.
Alargo una mano para tocarlo.
Casi con desesperó se empujó a sí mismo a masturbarlo, que afortunado era.
Tomó aquella virilidad y la apretó –no tenía experiencia en ello, simplemente lo estaba haciendo como a él le gustaba–, deteniéndose cerca de la cabeza del pene; con el pulgar frotó suavemente la cabeza del pene, escuchando un leve jadeo por parte del brujo.
La sensación le gustaba, casi había olvidado lo placentero que era. Hacia tanto tiempo que no estaba con un consorte.
–Me impresionas, veamos si tienes más que ofrecerme.
Sonaba a un reto.
Por lo que no espero más y utilizo su otra mano para jugar con los peludos testículos del hechicero que no paraba de gruñir y jadear.
Shang Tsung era consciente de lo que pasaría después de eso.
Estaba tan excitado y no podía –ni quería– contener su orgasmo.
Frota lentamente la máscara contra el glande del azabache, la ardiente mirada del hechicero lo hace estremecerse, pero tembló más cuando lo tomó por el cabello y lo obligo a frotarse con más fuerza.
No podía evitar gemir, la fricción que hacia su máscara contra la piel del hechicero lo excitaba más.
En especial cuando gruesas gotas de semen se le impregnaron en la máscara, Shang Tsung rió al ver su semilla en el rostro del viajero.
Esperaron unos cuantos minutos, esperando que sus respiraciones se regulen.
El brujo no había eyaculado en años y este orgasmo había sido... excepcional.
Bastante perfecto.
Le hizo un ademán para que se levantara, palmeando sus rodillas.
Quería que se sentará sobre él.
–Con cuidado.
Dijo mientras el joven aventurero podía las rodillas a cada lado, aun sobraba algo de espacio en el trono, pero lo es suficiente, aunque la posición no era incómoda realmente.
Con cuidado introdujo aquel pene, ahogo un gemido de dolor.
Era la primera vez que lo hacía.
Aunque el semen del brujo había hecho fácil la entrada del glande, esa longitud lo hizo soltar unas cuantas lágrimas.
Mientras se acostumbraba miro el rostro joven del ladrón de Almas.
Era bastante bello aunque mortal, pero al final de todo era bello.
Esas manos que acariciaban suavemente su cintura habían sido manchadas de sangre muchas veces.
Pero no le importaba eso ahora.
–¡Ahh!
Gritó a todo pulmón.
Mientras se movía con lentitud seguía mirando los ojos de Shang Tsung; su Señor tenía los ojos oscuros, tan oscuros como la noche.
Se veía hermoso.
–Bien, bien...
Gruño de placer, la sensación de las paredes internas apretando deliciosamente su miembro, llevaba un ritmo constante y placentero, justo como le gustaba.
Esos gritos de placer/dolor eran música para sus oídos, disfrutaba de hacerle eso al más joven.
El anillo de carne "chupaba" su miembro; gritando su nombre, arañando las hombreras metálicas del traje del hechicero. Lo obligaba a levantaba más la cadera moviéndose frenéticamente cuando el castaño eyaculo sobre ambos, mirando avergonzado su orgasmo.
Ya no había podido aguantar.
Se sentía como tener relaciones con un dios antiguo.
Simplemente maravilloso.
–¡Ah, ah, ah~!
Podía escuchar el erótico sonido de sus glúteos golpeando la pelvis del ladrón de almas.
Su pene apretando en su interior... delicioso.
–¡Nghh, por los Dioses Antiguos! –exclamó cuando sintió como la semilla caliente del hechicero se depositaba en su interior.
Estaba consiente que no se podía embarazar, pero no quería semen en su interior.
Aunque rápidamente cambio de parecer al ver los ojos de su Señor.
Se tomaron un par de segundos para recuperar el aliento.
Estaban cansados.
Cuando pudo recuperar la temperatura sintió frío, el ladrón de almas lo notó.
Por lo que no dudó ni un momento de ofrecerle alguna prenda.
–Tengo un vestido de tu tamaño, deberías usarlo.
Sonrió sensual mientras alargaba una mano para retirar la máscara.
Acercándose a besarlo, justo cuando rozó sus labios se detuvo para susurrarle.
–Mi querido campeón.
N⊗TA DEL AUTOR:
Howdy!
Feliz año nuevo a todos los que nos leen, otra vez es D.va con un OS culero
Ultimamente he estado gastando mi tiempo libre en la kripta de MK11 consiguiendo cosas para Bi-Han, mi novia D'vorah, Kotal, Kuai y el guajolote (aunque el ultimo es solo por gusto ni lo uso lel)
Casi no salgo de la kripta despues de todo lo que he ganado
Y mi unica compañia es el chino y su voz espero les guste esta madre
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