Encarnado
Yo... no soy el intruso.
Hotaru, jefe de la guardia de Seidan, no podía creer en qué estado débil se encontraba. Encadenado en quién sabe en qué lugar húmedo, probablemente algún lugar secreto subterráneo en el extraño reino en el que se encontraba. No dudaría de ese extraño lugar, probablemente estaban en todas partes y en ningunas al mismo tiempo. Pero, ¿Cuál era el punto de siquiera pensar en cosas tan triviales? El tenía que salir.
Ni extraño. Ni ajeno.
Havik y Hotaru siempre tuvieron sus pequeños argumentos o sus pequeños combates de kombate a lo largo de los años. Pero esto... Esto era diferente. El Seidan simplemente había estado dormido cuando encontró al clérigo irrumpiendo en su casa, tratando de llevárselo. Claro, Hotaru había contraatacado, pero estando medio despierto, fue fácilmente sometido y se desmayó rápidamente con un fuerte golpe en la cabeza.
Irónico, ¿no es así?
Al principio, quería reír. A través de todas las peleas mezquinas, a través de todas las veces que se había mantenido fuerte, incluso en la derrota, nunca podría haberse preparado para esto. Por una vez, tenía miedo. Estaba débil, expuesto, incapaz de defenderse de alguna manera... No, no tenía la fuerza para defenderse. No con esa maldita inyección que Havik seguiría dando. ¿Era de día? Hotaru escuchó brevemente su nombre cuando se despertó por primera vez en este infierno. Y durante la primera inyección, se cansó rápidamente, apenas se dio cuenta de que estaba siendo despojado de sus prendas y encadenado a una pared. Havik se aseguró de mantenerlo bajo la influencia de lo que inyectaba para asegurarse de que no tuviese fuerzas para defenderse.
Tu me cambiaste. Me distorsionaste.
Me marcaste
Hotaru estaba deshidratado, hambriento, y pronto ni siquiera necesitó que la droga fuera débil. Las lágrimas rodaron por sus mejillas mientras soltaba un grito tenso, sintiendo el dolor punzante atravesar su abdomen. El dolor no se detuvo allí; continuó durante lo que a Hotaru le pareció horas antes de ver a Havik acercarse con los ojos borrosos; esa mirada depredadora en sus ojos.
¿Y sabes? No eres valiente
—¡No... Por favor!– Hotaru luchó contra sus ataduras, como si pudiera romperlas y escapar de este lugar. No quedaba esperanza para él. Su moral había desaparecido, sus heridas eran más profundas que cualquier cosa física. ¿Qué iba a hacer él?
Ni único, ni irrepetible.
Si Hotaru escapará, no solo Havik seguiría vivo y estaría buscándolo, sino que se habría roto tanto que ¿Qué sería de él? Sería un hazmerreír para el Senado. Tendría pesadillas durante años. Recordó una vez, un crimen como este ocurrió en Seido, y recordó haber visto la cara destrozada de una mujer. ¿Él también se terminaría así? ¿Roto de muchas maneras y tan asustado?
Eres tan básico.
Tan primario
Apenas podía gritar, apenas podía decir algo cuando sintió esa sensación lasciva de Havik penetrando en él nuevamente, violándolo maliciosamente hasta que le dolieron las caderas. Havik era conocido por su resistencia y esto solo enfermó mas a Hotaru. Una, dos, tres veces... Se sentía enfermo cada vez que el hombre se liberaba dentro de el. Quería vomitar, quería gritar, quería defenderse.
Ni siquiera puedo recordar cómo llegué aquí.
¿Cuánto tiempo había pasado desde que Hotaru había visto la luz del sol? ¿Días? ¿Semanas? ¿Meses? Perdió la noción del tiempo rápidamente. Quién sabe cuánto tiempo había estado aquí. Tal vez había pasado tanto tiempo que cualquier grupo de búsqueda que el Senado haya enviado ya se había rendido. Probablemente ya lo habían declarado muerto por todo lo que sabía.
Yo
Llegué sin fijarme, sin preocuparme.
Se golpeaba mentalmente cada vez que estaba despierto. Si tan solo hubiera tomado más precauciones, si tan solo no se hubiera demorado y encontrado rápidamente una manera de destruir al clérigo. ¿Había alguna forma de destruir a Havik? Antes de que sus acciones parecieran tan... infantiles. Hotaru nunca había pensado en eso antes, pero ahora sabe que debería haberlo hecho.
¿Y ahora?
¿Me rindo?
¿Qué quedaba por hacer? Si hubiera dejado de pelear, ¿Havik se aburriría y lo dejaría ir? Si hubiera gemido su nombre solo por despecho, ¿Tendría el efecto adverso? Si hubiera mirado a Havik y rogado, ¿Se le permitiría algo de libertad, como comida y agua?
Simplemente no vi ese ángulo.
A Hotaru le enfermaba siquiera pensar en esas cosas. En todo su orgullo de ser un guardia de Seidan, nunca se doblegaría al caos. Incluso si esa llama de orgullo y moral era tan débilmente tenue, todavía estaba allí. Levantó la vista, gritando, preparado para defenderse. Pero, eso aparentemente no le atrajo a Havik cuando el hombre lo abofeteó con fuerza y fue a buscar otra jeringa.
No vi que esto sucedería.
Hotaru subestimó la verdadera naturaleza sádica del clérigo. Pero, ¿Cómo podría haberlo sabido realmente? Hizo una mueca, sintiendo la jeringa entrar en su brazo por lo que parecía ser la décima vez hoy. Siseó, llorando levemente, su visión se volvió borrosa, mientras sus músculos se convulsionaban. Havik no tuvo cuidado con la cantidad de droga que había inyectado.
Yo
El que dejó de ser.
—¡Mierda...!– Havik maldijo bajo, soltando la jeringa mientras retrocedía, observando los espasmos corporales de Hotaru mientras tenía una sobredosis. Tan pronto como comenzó, se detuvo y Havik supo que la muerte se había apoderado de su pequeño juguete. Havik suspiró, sacando el cadáver de Hotaru de sus confines, arrastrándolo por encima del suelo. Probablemente lo tiraría en algún lugar de Seido por todo lo que le importaba.
El que ya no soy.
YO.
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