Donde las puntadas se unen (Vera y Kung Jin)
No era la primera vez que habían sido separados de Kung Jin en una búsqueda, especialmente cuando una búsqueda terminó con ellos huyendo por sus vidas. Normalmente, no les preocupaba mucho cuando el menor de ellos desaparecía. Sus escapadas y formas de escabullirse se estaban volviendo tan buenas que le había visto la cara incluso a Raiden y Sonya en ocasiones. Si desaparecía cuando las cosas iban mal, siempre reaparecía después de que el polvo se asentaba. Nunca estuvo muy lejos, nunca los abandonó, simplemente aún no terminaba su entrenamiento y no era un guerrero. Luchó desde las sombras y recurrió al engaño y sus habilidades de ladrón cuando le faltaba fuerza, como solía ser.
Se burlaron de él por eso, por su debilidad y su cobardía, pero Jin seguía siendo un aliado y un compañero de equipo, todavía era uno de ellos, aunque solo fuera en esos momentos por orden escritos de Raiden. Era un luchador potente, a su manera, poco convencional. Y cuando se trataba de la arena de las palabras, no había nadie mejor. El Shaolin había salido de problemas tantas veces que casi desafió la descripción. Seguramente, podría influir incluso a los Tarkatanos si lo hubieran atrapado. Y eso era si atrapaban al hombre con todos sus trucos.
Así que durante unas horas después de que sus amigos regresaron en una carrera loca por Tarkatan, no pensaron en nada. Kung Jin fue probablemente la razón por la que los Tarkatan habían abandonado su persecución el tiempo suficiente para que los demás tuvieran un camino despejado de regreso al portal a la Tierra. Era bueno en las distracciones y la mala dirección. Aparecería a su debido tiempo, como siempre lo hacía.
Pasaron horas, horas de espera y un ritmo inquieto y garantías que se volvieron cada vez más desganadas a medida que pasaba el tiempo. Por lo general, podrían haber tomado su propio camino para descansar y recuperarse, con solo Takeda esperando en la boca del otro lado del portal por cualquier señal de su compañero rebelde.
No sentía una conexión directa con Kung Jin, pero su espíritu aventurero e incluso protector de vez en cuando, le recordaba al difunto Fox.
Takeda espero esa señal, pero no la recibió esta vez. Algo estaba mal y todos podían sentirlo. Y justo cuando la noche había caído sin nada que mostrar, Takeda se preparó para llevar a sus amigos de regreso a Tarkatan para un intento de rescate.
Justo cuando había caído la noche, Takeda vio la luz del portal brillar más fuerte, trayendo a alguien a través de él. No se atrevió a considerar la idea de que podría ser cualquier otra persona. No esperó noticias antes de salir corriendo a encontrarse con Kung Jin, sin saber si le habría golpeado a su compañero o abrazarlo cuando se encontrarán, pero desesperado por ver por sí mismo que Kung Jin estaba en casa y que estaba bien.
Jacqui lo siguió, y con el estado en el que encontraron a Kung Jin, eso resultó igual de bien.
•●•
Su hija vivió una vida peligrosa. Vera lo sabía y aceptó esto. Todos los guerreros vivían vidas peligrosas, pero no todos los guerreros tenían madres que los cuidaban y se preocupaban por ellos, sin importar cuán viejos y fuertes fueran.
Ella acogió amorosamente a Cassie cuando fue el divorcio de Sonya y Johnny, y ayudo a este último con el cuidado de esa pequeña niña que se convirtió en una adolescente fuerte.
Trabajar en las Special Forces le dio una mejor oportunidad para estar más cerca de su amado esposo que cuido y amo desde que se conocieron luego de ser internado tras ser un Revenant. Estuvo ahí para su hija cuando necesitaba apoyo moral cuando no se sentía lo suficientemente fuerte para ser llamada "Briggs" o solo para llevar un desayuno, aún si interrumpía su entrenamiento. Se mantuvo cerca para abrazar a una rubia que aún requería el amor de la falta de una madre, y posteriormente, se mantuvo al margen de otros que también acogió.
Ella ayudo en incontables ocasiones a un Takeda deprimido que solía quedarse hasta muy tarde en las instalaciones, monitoreando cualquier señal de que Quan Chi se presente, buscando acabar con el que libero a ese monstruo llamado Havik que volvió a condenar a su clan. Separándolo del computador para que descanse, sujetando su mano cuando lloraba desconsoladamente por el abandono de Kenshi y la ausencia de Suchin, junto con la falta de la presencia de Hanzo.
Y Kung Jin, tampoco fue la excepción. Se mantuvo ahí, cuidando de sus heridas en cada misión, escuchándolo hablar maravillas acerca de un tal Kung Lao, su legado e incluso le enseño una estatua familiar que tenían ahora a modo de rendirle tributo a él.
Sus muchachos se estaban convirtiendo rápidamente en valientes y poderosos guerreros. Y, quizás lo más importante, se cuidaron el uno al otro. No podrían haber sido más diferentes, pero todo lo que tenía que significar era que podían complementar mejor las debilidades de los demás. Si regresaban heridos y lastimados, no era la primera vez, y no sería la última, y siempre regresaban.
De todos modos, cuando abrió las puertas de su dormitorio establecido para que pudiese descansar si no podía ir a casa por el cansancio; ante los frenéticos golpes afuera para encontrar a su hija con una mirada salvaje y asustada parado allí, Vera temió brevemente lo peor.
—¡Jacqui!
—¡Mamá! – rápidamente la abrazo con fuerza para separarse a los pocos segundos. —Mamá. – repitió sin aliento, denotando la gran distancia que había corrido desde su punto de inicio hasta el umbral del dormitorio. —Lamento despertarte, pero...– Ella vaciló, orgullosa y feroz como la hermosa guerrera que era; no tenía palabras para lo que sea que quería de decir. —...Es Kung Jin. Ha regresado, pero ha sido herido. Takeda y yo estábamos tratando de ayudarlo, pero él no deja de luchar contra nosotros. – finalmente terminó, la frustración era evidente en su voz. —No podemos llevarlo a la bahía médica de esta manera. ¡Estaba amenazando a Takeda con su chackrams! –
El breve aleteo de alivio en su corazón ante la noticia de que Kung Jin estaba vivo fue sofocado por el frío temor mientras su hija continuaba. De todos modos, algo ya estaba resuelto. Si Kung Jin estaba aquí, de regreso y lo suficientemente consciente como para pelear, por cualquier razón, eso probablemente significaba que no estaba en peligro inmediato.
Podía ver la verdad del asunto, en los ojos de Jacqui, bajo la frustración y el miedo. Sabía que ella siente un pequeño afecto precioso por Kung Jin al ser él quien compartía más a su madre. Vera dejo de ir detrás de Cassie cuando Sonya al fin tomo acciones en la vida de su hija y Johnny se volvió más protector en ella que antes. Ella estaría bien por ahora. Jacqui había aceptado que su madre debía ayudar a todos en las Special Forces al ser la encargada del personal médico del lugar, aún si eso significaba compartir el amor de su madre, y siendo ahora que ella pasaba mucho tiempo con Kung Jin y este último había ido a buscarla también, pudo convivir con él.
Vera no pudo sostener eso en su contra. Pero habían pasado el punto de desear daño el uno al otro. Quería ayudar, de eso Jacqui no tenía dudas. Pero las palabras estaban allí, engañosas, pero no menos ciertas.
"No sabemos qué hacer."
—Iré con él. – dijo Vera con firmeza. Incluso mientras se preocupaba y se preguntaba qué podría haber dejado a su "hijo menor" en un estado que inquietara a un Shirai Ryu y una mirar experta, mantuvo ese miedo enterrado profundamente en su corazón y no mostró nada más que calma para su hija. Era como una madre para Kung Jin, sí, pero también era la mejor doctora del lugar, una directora de las instalaciones y una guerrera por derecho propio. Casi había olvidado cómo mostrar miedo donde cualquiera podía ver. —Haré lo que pueda. –
Tomaron el tiempo suficiente para que ambas reuniesen algunos suministros curativos, vendas, sueros, alcohol, todo lo posible, y luego se apresuró a regresar al portal que tenían en las instalaciones para dar a Outworld.
•●•
De alguna manera, al menos habían logrado que Kung Jin quedará frente al portal. O tal vez solo no se había movido. El arquero era orgulloso y terco, más aún cuando estaba herido.
Pero salir al aire libre parecía haber sido todo lo que Kung Jin era capaz de hacer. Lo encontraron acurrucado en el suelo, con las rodillas dobladas contra el pecho y la cabeza presionada contra estas. Sus brazos estaban envueltos alrededor de sus piernas, una mano sosteniendo una flecha ensangrentada. Sus nudillos estaban blancos, y su respiración era entrecortada, y tal vez solo era el aire frío y abierto del portal a su alrededor, pero ella vio que también estaba temblando.
Takeda se sentó cerca, más preocupado de lo que Vera podía recordar haberlo visto en mucho tiempo. Sin embargo, sus intentos anteriores de calmar a su amigo de que ella estaba en la duda que él había hecho no fueron bien recibidos porque él también estaba sangrando. Era un corte superficial en su brazo, sanaría lo suficientemente bien, pero explicaba la sangre en la flecha partida de Kung Jin.
Sabía que, por supuesto, que Takeda nunca dejaría a Kung Jin aquí cuando tenía dolor, incluso si su amigo lo había hecho sangrar por acercarse. Pero también podía decir que Takeda no sabía qué hacer, al igual que Jacqui. Levantó la vista ante el sonido de su acercamiento, y su rostro se dividió en una sonrisa de alivio absoluto.
—¡Vera! – gritó, poniéndose de pie.
Fue como accionar un interruptor. Kung Jin también la miró reflexivamente, pero fue suficiente para que ella lo mirara bien. También se dio cuenta de esto, después de un latido, y rápidamente miró hacia otro lado. En realidad, trató de ponerse de pie, entonces, ya sea para escapar de su mirada o demostrarles a todos que no estaba tan herido, Vera no lo sabía ni le importaba allí y entonces. No importaba.
Había visto la tormenta atormentada en sus ojos y el pesado cordón marrón que le cerraba los labios con fuerza.
—Jacqueline, ve con tu padre. Dile que si tendré que quedarme esta noche después de todo. Cuando regrese tal vez lleve a un invitado a casa. – respondió la mujer negra para tomar de la nuca a su hija con delicadeza, acercándola así para darle un beso en la frente, a lo cual ella correspondió con un abrazo para irse rápido.
—Kung Jin, espera. – protestó Takeda acercándose y luego retrocediendo bruscamente cuando el mencionado le cortó el paso con su flecha rota y gruñó a través de su horrible mordaza.
Vera vio la pretensión de lo que era. Dio un paso adelante y habló, manteniendo su voz tranquila y firme, extendiéndose hacia el Shaolin con algo firme en medio de su mundo sacudido.
—No tienes nada de qué avergonzarte. – dijo.
—¡Por supuesto que no! – Takeda parecía horrorizado e incluso enojado ante la idea de que alguien pudiera sentir de manera diferente.
Kung Jin, sin embargo, se sintió diferente. Se detuvo donde estaba, de espaldas a todos ellos. Él inclinó la cabeza y Vera escuchó algo como un silbido, o como varias exhalaciones débiles en rápida sucesión. Era lo más cercano que podía hacer reír en este momento.
El menor la miró, la miró a los ojos, creyendo claramente que verlo como estaba ahora la horrorizaría y la haría retroceder. No lo hizo. Vera había visto cosas mucho peores en todos sus años, y se encontró con su mirada nebulosa sin pestañear, la encontró y la sostuvo.
—Estás aquí. – dijo con calma, tratando de hacer retroceder al monje solo con palabras, sin atreverse a tocarlo como estaba ahora. —Estás en casa. Y si me lo permites, lo arreglaré. Lo que te robaron puede devolverse. Es... Será una tarea difícil, y habrá dolor. Pero no te dejaré sufrir un momento más, Kung Jin. Si confías en mí, arreglaré esto. – Pasaron varios segundos, mientras ella y el Shirai Ryu, y tal vez el mundo mismo contuvieron el aliento.
Pero entonces, con lo que obviamente era un esfuerzo supremo de voluntad, Kung Jin se volvió para mirarla. Él asintió, y la mujer dejó escapar el aliento en un pequeño y suave suspiro de alivio que era todo lo que podía permitirse, allí y entonces. Cuando se acercó, el Shaolin no se apartó.
—Takeda. – dijo, lenta y cuidadosa, y lo más importante, tranquila. —Necesito que lo sostengas. –
Kung Jin se tensó de inmediato, y cuando volvió la cabeza un poco para mirar al que llamo, vio que él parecía igual de molesto.
—teniente Briggs, yo... Antes, él...–
—Él entiende, ahora. Él entiende que está con la familia y personas que lo quieren, está a salvo. Cualquier dolor que viene después es solo para poner fin a todo. – Miró a los ojos del adulto más joven, dejándolo ver y quizás aprovechar un poco de su fuerza. Se permitió extender la mano y acariciar su cabeza en un gesto tranquilizador. Kung Jin gimió, lo suficientemente suave como para que ella lo oyera, e inclinó su cabeza ligeramente contra su mano, dejando que sus hebras oscuras se. Y luego, después de un largo momento, asintió una vez más. —No podemos pedirle que se quede quieto por esto. – continuó.
Takeda dejó escapar el aliento en un suspiro largo y estremecedor.
—No. – estuvo de acuerdo. —Supongo que no podemos.
Se acercó lentamente y se movió para limpiarse las palmas en la parte delantera de la camisa. Mientras lo hacía, Vera vio que le temblaban las manos.
Takahashi Takeda, el guerrero más poderoso de la tierra que pudo pelear contra un dios, y sus manos temblaban. Justo como lo hicieron las de Kung Jin.
Sus manos estaban firmes. Aquí y ahora, ella podría estar aquí para los soldados cuando quizás nadie más podría estar.
—Ven. – le dijo suavemente al arquero. —Siéntate. – Ella lo guio cuidadosamente hacia abajo para sentarse allí en la superficie del portal, y él la dejó. Takeda se acercó, lento y vacilante, antes de finalmente sentarse detrás de Kung Jin. —Lo siento. – susurró, con la voz quebrada. Kung Jin solo asintió, vibrando por la tensión, con los ojos bien cerrados. Pero fue suficiente para que Takeda lo agarrare, sujetando las piernas del monje con las suyas, envolviendo sus brazos alrededor del pecho del arquero. Su agarre era fuerte e inmóvil como una montaña, manteniendo a su compañero herido firmemente en su lugar. Tal vez por accidente, tal vez a propósito, sus manos se encontraron en el pecho de Kung Jin, al alcance de este para alcanzarlo y agarrarlo. Esto lo hizo su amigo menor, con un agarre lo suficientemente fuerte y feroz como para hacer que Takeda se estremeciera. Pero no se apartó, solo murmuró suavemente, y la bodega fue un abrazo y una restricción. —Está todo bien ahora, Vera lo arreglará, terminará pronto, solo trata de relajarte...–
Sus ojos estaban cerrados. Obviamente no podía soportar mirar. Pero ya tenía más propósito para él, y su voz temblaba menos, y Vera sabía que Takeda estaba contento de finalmente tener la oportunidad de hacer algo para ayudar.
Los ojos de Kung Jin también estaban cerrados, atornillados en anticipación del dolor. Estaba respirando pesadamente por la nariz, y su boca también estaba un poco abierta, buscando aire para calmar su corazón acelerado y una oleada de miedo. La mujer negra descansó delicadamente una mano debajo de su barbilla y cerró la boca completamente. Necesitaba los puntos lo más flojos posible.
—Jin– dijo en voz baja. —Estoy a punto de desatar el nudo. –
Él asintió, solo una vez, y luego se quedó tan quieto como pudo cuando sintió la ligera presión, que no era más que Vera agarrando el cordón donde estaba anudado en un extremo. Ella susurró algunas palabras de consuelo, extendiendo la mano para desatar el nudo imposible de la cuerda con sumo cuidado. Era algo difícil y tenía que ser sumamente delicada si no quería arrancarle el labio inferior al menor, afortunadamente ella tenía el toque delicado de una madre y un médico especialista. Sintió que la presión dejaba la atadura odiosa. El nudo se soltó en sus dedos, y ella lo desabrochó el resto del camino.
Briggs respiró hondo y descubrió que incluso ella necesitaba estabilizarse un poco ante la tarea que tenía por delante. Especialmente cuando Kung Jin dejó escapar un sollozo muy silencioso, tanto como pudo, cuando comenzó a pasar el cordón a través de la primera marca de aguja, sintió que su corazón se rompía por su "hijo". Era un sonido de humillación, dolor y vergüenza, silenciado por la fuerza en lugar de por elección, nada que él debería estar sintiendo sino todo lo que era. Takeda sacudió la cabeza y le susurró a su compañero.
—Shhh, Kung Jin. Está bien, silencio...–
Kung Jin respondió a esto clavando sus uñas en el brazo de Takeda lo suficientemente fuerte como para hacer que su amigo gritara, aunque casi con toda seguridad en sorpresa más que dolor. Ambos reconocieron un intento activo de atacar, de lastimar, incluso si Takeda seguramente no sabía la razón.
—Lo siento, Kung Jin. No puedo dejarte ir todavía, Vera esta casi lista. Estarás bien. –
Vera entendió que el monje había reaccionado tan violentamente cuando le dijeron que se callara, incluso con buenas intenciones detrás del intento. El menor había tenido suficiente silencio, se le había negado la voz que era, en muchos sentidos, su mayor fortaleza. El silencio era de lo que intentaban liberarlo. Cuando lo hicieron, ella planeó dejar que llorara tanto y tan fuerte como fuera necesario.
Pero no ahora. Ahora ella necesitaba que él se quedara quieto y tan callado como pudiera, porque si él rasgaba los puntos ahora, incluso con la tecnología que tenían a la mano, podrían no ser capaces de ayudar. Así que Vera presionó ligeramente sus labios una vez más, antes de acariciar su cabello suavemente mientras sacaba el siguiente punto. Kung Jin extendió la mano y sostuvo su mano con tanta fuerza desesperada que entendió por completo cómo había logrado causarle dolor a su amigo, allí y entonces. Pero al igual que Takeda, ella no se apartó ni retrocedió.
Incluso cuando las sensaciones e impresiones que había estado recibiendo de la mente de Kung Jin por parte de Takeda, de repente se aclararon como un espejo.
Las defensas mentales de Kung Jin normalmente eran casi inexpugnables, y las mantenía así en todo momento. Durante años, Vera nunca había sabido que no tenía su mente protegida de todo tipo de ataques, del tipo que ella siempre había rezado para que él nunca tuviera que soportar. Nunca había tratado de pensar que se encontraba dentro de su mente, por supuesto, no sin su permiso expreso, su vía para poder entender la mente de otros y como acercarse era Takeda, y solo con el consentimiento de ambos para hacerlo; nunca fuera de las lecciones que una vez le había dado que lo habían ayudado a perfeccionar estas defensas.
Después de que Jax se liberará de las garras de Quan Chi, y cuando ella fue asignada para cuidar de él, le contó sobre como el hechicero se filtraba en su mente para torturarlo.
Por lo que todo miembro debía de estar preparado no solo física, sino mentalmente con tal de que su mente no sea perturbada por la magia de otros reinos.
Fue entonces que Vera, de vez en cuando, solo para verificar, podía ver los estados de otros con la ayuda de Takahashi Takeda, para ver que esas paredes que los protegían de la mente de otros y la suya propia aún estaban en pie.
Se habían derrumbado, ahora. Ella sentía eso, pero confiaba en que Kung Jin también lo sabía. Tenía que confiar en que él estaba conscientemente dejándola ver a ella y a Takeda lo que de repente se encontraba dentro, acercándose a ella como la única que tenía alguna forma de escucharlo.
Ella y el otro joven resistió la tormenta de oscuridad y horror para él, incluso cuando su corazón se rompió y no deseó nada más que atraerlo a sus brazos. Hasta que pudo, hasta que él estuvo libre, ella solo trató de tomar algo de ese trauma en sí misma, por lo que pesaba un poco menos en la mente de Kung Jin.
•●•
Estaba oscuro, demasiado oscuro para ver otra cosa que sombras entre las sombras y los ojos que brillaban en la oscuridad, y sentía dolor. Los hizo trabajar para atraparlo, y le hicieron pagar por el largo plazo que les había dado, no detuvieron nada para someterlo y arrastrarlo hacia atrás.
Manos fuertes, demasiadas manos, apretando su cuerpo, obligándolo a bajar, obligándolo a arrodillarse. "Demasiados, demasiado cerca, demasiado, aléjate, aléjate, aléjate, no me toques." Una mano se apoderó de su mandíbula, obligándolo a mirar hacia arriba, a encontrarse con la mirada fría y determinada del rey de las siete tribus.
—Uno es mejor que ninguno, su cabeza hará una buena advertencia. –
Kung Jin sonrió con valentía y se tragó su miedo, sintiendo una pequeña pizca de esperanza incluso superado en número y solo y abrumado.
—No estoy atacando a nadie. Dije que podías tener mi cabeza si me atrapaban, pero no tienes derecho a ninguna otra parte de mí. Si me cortas el cuello, habrás roto nuestro trato. —Gruñidos de sorpresa y susurros en la oscuridad se hicieron presentes, comenzando con un tono de incredulidad y estupidez antes de que lentamente se dieran cuenta de que tenía razón. Había ira en sus voces, desprecio. Uno de sus captores lo golpeó fuertemente en la cara, moviendo la cabeza hacia un lado y haciendo que su mundo explotara en un violento motín de dolor y sabor a sangre. Pero Kung Jin solo sonrió, esperando. —No estoy rompiendo mi parte del trato. –
—Sosténgalo rápido. – Había algo decidido en la voz del rey Baraka. Y cuando Kung Jin levantó la vista alarmado, vio algo que brillaba en la oscuridad. El hueso brillaba como la luna.
Esto fue todo lo que el monje tuvo tiempo de ver antes de que estuvieran sobre él, tirándolo al suelo, sosteniéndolo rápido, sujetándolo. Kung Jin pateó, luchó y se retorció, desesperado, sintiéndose enloquecido por el miedo e incapaz de detenerlo, detener lo que estaba por suceder.
—¡Sostén su cabeza! ¡Tranquilízalo! No tiene sentido hacer que esto sea más desordenado de lo que tiene que ser. –
—¡Traidores! – Gruñó el arquero. —¡Rompe juramentos! La tierra y el Mundo Exterior te conocerá por mentirosos y ladrones, te destruirán, ellos-–
Se le cortó la respiración cuando el Tarkatan lo montó a horcajadas sentándose en su abdomen. El corazón de Kung Jin se aceleró, su respiración se convirtió en jadeos estrangulados de miedo y dolor, porque había demasiados enemigos y eran demasiado fuertes, su agarre lo golpeaba, cada centímetro, sus brazos, piernas, pecho, costados, hombros, cabello, su cara. Sus ojos lo miraban burlonamente y su risa estaba en sus oídos y era demasiado, no podía moverse, eran demasiado fuertes, lo que sea que pretendieran hacerle, estaba indefenso y débil
—Muy bien entonces, lengua silvestre. Todavía tengo derecho a tu cabeza. Y creo que todos los reinos serían un lugar mejor si esa lengua tuya fuera silenciada por un tiempo. –
Y tan cerca, Kung Jin vio que lo que empuñaba el Tarkatano era una aguja y estaba colocando un cordón de cuero sobre esta.
No había orgullo en esto. Solo en la oscuridad, abrumado e indefenso, no había valentía. El monje se retorció locamente en su agarre, luchando con la desesperación animal, pero él era débil y ellos eran fuertes y se reían. El pánico hizo que todos nombres o trucos que tenía para pedir ayuda salieran volando de su mente. Los únicos pensamientos en su mente se perseguían desesperadamente como perros enfermos.
—Déjenme ir, déjenme ir, ¡Déjenme, por favor no lo hagas! ¡Raiden! – Y luego la aguja atravesó su labio y su grito de dolor resonó en la cámara oscura, la sangre llenó su boca y goteó por su barbilla,
"no, no, no, no, no. Esto no puede estar sucediendo"
Kung Jin gritó, cuando sintió el primer punto apretado.
—Así es, pequeño humano. ¡Grita ahora mientras puedas! –
Y todo lo que pudo hacer fue gritar, sintiendo lágrimas arrancadas de sus ojos para mezclarse con la sangre en su rostro y en su lengua. Duele demasiado para no hacerlo. Y a pesar de todo lo que luchó, todo lo que pudo hacer fue sentir que sucedía, sentir que tiraban del cordón a través de los agujeros en la cara, sentir que sus labios se apretaban poco a poco, sentirse silenciado mientras era incapaz de detenerlo.
Las palabras eran imposibles, de vez en cuando, pero Kung Jin seguía pidiendo ayuda. Rogaba porque Raiden viniera, porque Takeda su escuadrón acudieran. Rogaba porque Kung Lao llegará a salvarlo.
Nadie vino. Nadie sabía dónde estaba.
Hasta que, finalmente, dolió demasiado gritar más, dolió mientras apretaba los puntos en su cara. Kung Jin se puso flojo debajo de ellos, demacrado y derrotado, llorando, exhausto, dolorido. Y Baraka solo sonrió, y apretó los puntos lo más fuerte posible, sellando sus labios por completo para que Kung Jin se encontrara casi sofocado hasta que recordó respirar por la nariz.
"Que termine, que se detenga, que termine, que se detenga, no más."
Lo hizo, después de una eternidad, y se ató el nudo al otro lado de la boca con visible satisfacción estirando su fea cara.
Los Tarkatan lo liberaron, entonces, y Kung Jin descubrió que solo podía acurrucarse sobre su costado, recurriendo a sí mismo en un vano intento de defenderse de más dolor. Se sintió temblar por el dolor y la conmoción, sintió una agonía desgarrándose en él cada vez que respiraba mientras su cara mutilada latía.
Kung Jin no sabía cuánto tiempo había pasado antes de que una patada en las costillas lo volviera a la realidad.
—¡Adelante, entonces! ¡Vuelve a tu casa! Estoy seguro de que alguien tan inteligente como tú, encontrará alguna manera de contarles sobre este día. ¡O quédate y encontraremos algo más para coser! –
Estaba temblando lo suficiente, con dolor, conmoción y miedo, que levantarse era una prueba humillante. Pero lo dejaron, incluso mientras se reían de sus esfuerzos.
Y lo dejaron ir, tropezando en la oscuridad, tratando de recordar el camino que había intentado primero para escapar y preguntándose si no sería mejor morir aquí.
•●•
Vera sintió lágrimas en sus mejillas. Kung Jin la estaba mirando, ahora, con ojos huecos y brillantes, y ella sabía que él quería que ella viera todo eso usando a Takeda como conexión entre ambos. ¿Por qué razón? Ella no lo sabía. Quizás así lo entendería, quizás porque esperaba que ella lo despreciara por su debilidad, quizás porque el silencio se había vuelto demasiado.
—Oh, hijo mío. – susurró la mujer negra. Ahora solo quedaban dos puntadas, y los soltó con dedos firmes. —Oh, mi Kung Jin. No, no tienes por qué avergonzarte. Lo que te hicieron nunca debería tener que ser soportado, pero lo soportaste y volviste con nosotros. Mi niño fuerte y valiente, ahora estás a salvo...–
Kung Jin la miró casi hambriento, aceptando sus palabras de consuelo como un hombre hambriento tomaría comida. Había sangre manchada alrededor de su boca, goteando por su barbilla, sobre las manos unidas de Takeda, manchándole los dedos mientras lo liberaba.
Al principio, él no pareció entenderlo, cuando finalmente ella sacó el odioso cordón manchado de sangre y lo dejó a un lado. No hasta que Takahashi habló, el alivio hizo que su voz se quebrara.
—Respira, Jin. Puedes respirar, está bien. – Y luego el monje soltó un largo y estremecedor grito ahogado que terminó como un sollozo. —Vas a estar bien. – murmuró Takeda con dulzura quebrada, y su agarre se volvió menos restrictivo y más como un abrazo, ahora que el peligro había pasado. —Vera tiene razón, hay tan pocos que podrían haber soportado lo que pasaste hoy. Y si alguna vez escucho a alguien llamarte cobarde después de hoy, me ocuparé de ellos yo mismo. Estoy orgulloso de ti, Kung Jin, ambos lo estamos. –
El monje sonrió, inmediatamente hizo una mueca para ocultarse, incluso inclinó la cabeza para que Takeda no pudiera ver todo su orgullo destrozado. El habla sobre que estaría para consolarlo por un largo tiempo, hasta que el dolor tuvo tiempo de desvanecerse un poco, pero expresó su gratitud por las palabras de su compañero aferrándose con fuerza a sus manos nuevamente, su sangre hacía que sus dedos resbalaran a veces.
Pero Vera vio que había una cosa que Kung Jin necesitaba. Una que necesitaba y no se permitiría en presencia del Shirai Ryu, especialmente después de recibir tantos elogios de su amado compañero.
—Takeda. – dijo con suavidad. —Debes ir a la central de la base. Diles que Kung Jin ha regresado y.... que está bien. –
Takeda la miró, sorprendido y preocupado.
—¿Solo? ¿Pero por qué no pueden venir conmigo los dos? Jin puede decírselos él mismo.
—Te seguiremos. – La forma en que el arquero la miraba ahora le dijo a Vera que estaba tomando la decisión correcta. —En un momento. Pero primero... Quiero que me cuente todo lo que ha sucedido, antes de verse obligado a contarle a los demás.
—Dirá sólo lo que él quiera decir que pasó. – dijo Takeda con firmeza. —Cualquiera que insista en lo contrario tendrá que lidiar conmigo. – Pero incluso si su "hijo mayor" no conocía la verdadera intención detrás de las palabras de su madre, no insistió en el asunto. Soltó a su compañero, y casi de inmediato puso una mano firme en la espalda del menor mientras este se balanceaba levemente sin el apoyo. —Te veré en un rato, Kung Jin. –añadió en voz baja.
El mencionado asintió y no miró a su amigo, estaba demasiado asustado para dejar que lo viera ahora. Takahashi Takeda a veces fue insensible, e incluso cruel, pero en esto, no lo presionó. Simplemente se puso de pie tan pronto como el menor pareció lo suficientemente estable como para sentarse por su cuenta, y comenzó su trayecto solo de regreso a las instalaciones centrales.
Kung Jin se sentó, acurrucado sobre sí mismo, respirando con jadeos largos y profundos, tratando de mantenerse firme. Por supuesto, su orgullo sería lo primero que volvería a él. Vera, a su vez, esperó hasta estar segura de que el Shirai Ryu se había ido y no sería capaz de escucharlos.
Entonces, y solo entonces, se acercó lo suficiente para tomar al menor en sus brazos, en un abrazo suave y cálido. Y solo en ese momento, Kung Jin dejó que un sollozo se liberara de sus labios arruinados.
—Madre...–
Tenían una relación que estaba más allá del orgullo. Era algo que siempre había gratificado a Vera saber, porque de lo contrario no tenía ninguna duda de que Kung Jin se había convertido en el tipo de hombre que se habría desangrado hasta morir en lugar de admitir estar herido. Más de una vez se preguntó cómo había llegado a eso. En momentos como este, se contentaba con saber que él todavía acudiría a alguien, y decidió estar siempre aquí para él cuando lo necesitará.
Kung Jin lloró en sus brazos. Lloró lo suficientemente fuerte que tembló y sollozo, finalmente estaba libre para dar voz al trauma y el dolor del último momento e incapaz de contenerlo por más tiempo. Vera lo abrazó fuerte y de forma protectora, pasando una mano por su cabello, por su espalda, frotando su piel suavemente y tarareando suavemente solo para recordarle que ella todavía estaba aquí para él.
La bata que portaba pronto se empapó de lágrimas y sangre. Por un momento, Kung Jin se recuperó lo suficiente como para presionar una mano sobre su boca, probablemente de vergüenza por manchar su ropa de esa manera. Vera apartó suavemente su mano ensangrentada y la sostuvo ligeramente, sacudiendo la cabeza.
—Incluso el guerrero más valiente sangra, Kung Jin. – le susurró suavemente. —No hay vergüenza, ni debilidad en sangrar cuando estás herido. –
Ella pensó que lo sintió asentir contra ella, tal vez entendiendo o tal vez simplemente aceptando sus palabras. Después de eso, durante mucho tiempo, no hubo palabras, solo lágrimas y sollozos finalmente libres para ser escuchados.
Pero tampoco hubo silencio, y eso era lo más importante.
Quería escribir algo de lemon duro y crudo, pero esto yo literal termine llorando cuando lo hice, no quería seguir con lo de una violación, ni con la idea original que era mas bien de Takeda abusando de Kung Jin. No se, la idea era tratar de hacer llorar a alguien por llegar a pensar que un amigo cercano y muy importante podría hacerte algo así, pero no es un tema del que estoy listo para escribir aun.
Ah, la idea de poner a Vera como madre postiza de los Kombat Kids me gusta, se que es solo un personaje de relleno y sin un verdadero aporte mas que la depresión que su muerte causo en Jax. Pero a mi me gusta. Es de los pocos padres de toda la saga que realmente se preocupa por sus hijos para mi, junto con Jax, Kenshi y Gorbak, el padre de Goro. Este ultimo es curioso porque en dos viñetas de los comics de MKX, logro mostrar ser al menos para mi, el segundo mejor de la tetralogía de NRS. Sonya es solo una perra malagradecida que no se preocupo por Cassie hasta que esta estuvo en un verdadero peligro mortal por tantos años de ausencia. Johnny es Johhny, Cassie sigue viva gracias a el, no es tan malo. Incluso Shao Kahn es bueno. Pero a lo que quiero llegar, es que Vera, al no tener mucho protagonismo o un enfoque siquiera, uno se lo puede dar. Y yo se lo quise dar como una mujer que no solo lidia con su trabajo en las Fuerzas Especiales, sino una que también lidia con adultos menores que experimentan al fin una vida mas allá de la soledad familiar y de el dolor emocional.
Perdón por quitarles su tiempo y no darles algo que esperaban.
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