Coins, gold and blood♡
Un día normal en la vida de Kollector.
Normal, claro si agregas que ahora su nuevo método de pago es follar a quienes no pagan con sangre.
• ● •
El sol brillaba sobre las cabezas de los hombres y mujeres de Outworld, la temporada de calor iniciaba.
En los mercados de la capital, los vendedores en sus puestos esperando a sus compradores ansiosos pues los días de cobró se acercaban.
Algunos temerosos de no tener el dinero suficiente para pagar la cuota, los robos y saqueos habían aumentado.
Otros más, aliviados de poder saldar la deuda... Por ahora al menos.
El sol de la tarde y la ausencia de nubes solo eran conjeturas de que él se encontraba entre ellos.
Luminosos ojos color sangre mirando con ansias a cada mercader; no importaba si vendían telas, brebajes y pociones, fruta, armas o incluso bestias.
Su sola presencia lograba inquietar a quién se le pusiera en su camino.
Todos sabían que los naknadanos eran una raza esclava, mano de obra barata.
Pero este, era especial.
Favorito de Shao Kahn.
Era un coleccionista.
Las horas pasaron hórridas, por todo el mercado se corría la voz que él había llegado.
Muchos clientes huyeron ante la noticia, no querían encontrarse con ese hombre.
El sol lentamente descendía al oeste, con un cielo anaranjado ya con leves manchas azuladas entre las pocas nubes que se asomaban.
Sombras negras surcando el cielo, aves que regresaban a sus nidos.
Pero el cobrador aun no llegaba a su puesto de fruta y esa era suficiente razón para querer huir.
No tenía las monedas de oro suficientes, las ventas habían bajado y teniendo hermanos enfermizos tuvo que pagar a curanderos.
A duras penas había juntado un poco más de la mitad.
De cualquier forma, sabía que no era suficiente y él se daría cuenta.
Los nervios y el miedo sobre lo que podía pasar lo comían vivo.
Impaciente, llegaba a su destino vestido con joyas y manchado en sangre.
Ese que llegaba caminando lento y con la sonrisa de oreja a oreja, dejando ver sus peligrosos colmillos.
Sudando frío, le saludó con cortesía.
Puede que fueran una raza inferior pero, recuerda con lujo de detalle cuando un herrero se atrevió a insultarlo.
No tuvo tiempo de reaccionar cuándo una cuchilla atravesó su cráneo de lado a lado, acabando con su vida en un solo instante.
Desde ese día, todos tienen respeto por el naknadano.
Él no dice nada, por qué sonríe con superioridad.
Sabe perfectamente que le temen.
Y eso le gusta.
Extiende una de sus manos.
Es un método que se repite cada final de mes.
Se lo sabe de memoria, llega sin falta.
Sin embargo, está es la primera vez que le tiemblas las piernas cuando rodea la mesa y los huacales donde acomodó la deliciosa fruta.
Sostiene temeroso la bolsa de tela dónde están las monedas.
Abriéndola ante la vista del hombre más alto.
Con sumo cuidado depósito el montón de monedas, dando un paso hacia atrás cuando depósito la última.
–¿Crees que soy un estúpido?
Le preguntó, cerrando su puño con las monedas.
–No lo es señor –réplica, bajando la mirada con vergüenza.
Ese debía ser su fin.
Moriría de esa forma por intentar engañarlo.
–Mis hermanos enfermaron y usé el dinero para los medicamentos –calló de rodillas, tenía dificultad para hablar sin querer derramar lágrimas ¡no quería morir, no así!
Tan solo pudo escuchar la risa del naknadano, cínico como siempre.
–Ya veo, has puesto su vida antes que la tuya –dio unos pasos hacia él.
Con una de sus manos lo tomó del hombro, haciendo que el joven subiera su mirada.
–Un acto verdaderamente conmovedor –una mano se deslizó por la piel morena, una suave caricia–; pero eso no le importa al Kahn.
Una mano salió de su espalda sujetando una daga.
–Los que no pagan con monedas, pagan con sangre.
El comerciante cerró los ojos, sería un corte rápido en su garganta o una puñalada.
No sabe que era y no le importaba, solo tenía miedo de dejar a sus hermanos desamparados. Sin comida y sin los menjurjes que necesitaban para sanar.
–Pero pareces un hombre fuerte, sí.
Con sus brazos lo tomo de ambos hombros y con una extraordinaria fuerza lo obligó a erguirse.
Otra extremidad surgió de su espalda, sujetándolo de la barbilla mientras el hombre de piel azulada parecía examinarlo con la mirada, moviendo su rostro de lado a lado.
Ah sí, este era perfecto.
–Yo pagaré la deuda –prometió mientras una perversa sonrisa se asomaba en su horrible rostro–; a cambió me darás placer.
Abrió los ojos con sorpresa, haciendo que su corazón se detuviera por unos segundos.
¿Escucho bien?
¿Iban a qué...?
Intentó disimular su expresión de asco, tan solo imaginar el mancillar su cuerpo con la esencia de un naknadano le provocó náuseas.
Le temía más no lo respetaba.
Sus ojos rojizos notaron la repulsión del comerciante, algo que había visto antes.
–Si tienes algún inconveniente –acercó peligrosamente el filo de la cuchilla al rostro del moreno–. Podemos arreglarlo ahora, no tengo mucho tiempo así que será mejor que decidas rápido.
–¿N-no hay...? –las palabras morían en su boca, no tenía opción–. ¿No hay problema si vamos ahí detrás?
Señaló con un dedo la cortina que estaba detrás de la mesa, era su pequeña bodega y solo tenía huacales vacíos y cajas.
–¿Tienes miedo de que los demás vean cómo te uso? –se burló.
–La costurera de enfrente tiene hijos pequeños, ellos podrían vernos. No quiero... No quiero que vean algo que no entienden.
No era una mentira del todo, sabía que esa mujer tenía hijos pequeños sin embargo, no los dejaba vagar libremente por el mercado.
Era una excusa para que nadie más se enterará de que él y el avaricioso naknadano unirían sus cuerpos.
Con lentitud lo guio detrás de su humilde "mostrador", antes de poder abrir la cortina escuchó la voz de un hombre.
El moreno se giró, encontrándose con lo que posiblemente sería un cliente, sosteniendo una fruta madura mientras preguntaba por su precio.
Abrió la boca, pero antes que pudiera decir algo, sintió un fuerte agarre en su brazo.
–Lo siento, estamos cerrando. Tengo negocios que atender.
• ● •
Ordenó que se desnudara frente a él.
El avaricioso naknadano se apoyó en la pared, con un par de brazos cruzados en su pecho.
Los dos grandes orbes rubí miraban con atención al joven que tenía enfrente.
–¿Y bien?
Preguntó con molestia en la voz, no iba a perder su tiempo.
El azabache dio un respingo, frotándose el brazo que el coleccionista había tocado.
Aún no estaba listo pero, tenía motivos para vivir y no se estaba echando para atrás.
Con lentitud empezó a desabotonar su chaleco raído, dejándolo sobre algunas cajas al igual que alzaba su camisa.
La sonrisa apareció en los resecos y rotos labios del favorito del Kahn.
Sus manos temblaron cuándo tomo los bordes de su pantalón sintió como gotas de sudor se deslizaron por su espalda.
Ni siquiera notó cuando comenzó a sudar y no se iba a detener ahora por eso.
Tomó todo el valor que tenía reunido, suspirando antes de hacer la cosa más enferma.
Con una rapidez bajo sus pantalones y su ropa interior hasta los tobillos.
–Guardabas todo ese tesoro para ti –su tono seductor no pasó desapercibido.
Mierda.
Eso no significaba nada bueno.
En especial cuando vio que se acercaba, notó como su sucia mirada estaba fija en su entre pierna.
–Mmh...
Tan pronto se acercó al joven sus ojos se enfocaron en todo el cuerpo, dio un par de vueltas a su alrededor.
Mirándolo de pies a cabeza.
Lo estaba examinando, la palabra cobaya era una constante en su cabeza.
Alargo una mano para levantar uno de los brazos del moreno, lo hizo separar las piernas e incluso lo forzó a ladear la cabeza.
Cuando creyó que el naknadano había acabado su "inspección", saco de la mochila que tenía en la espalda lo que parecía un registro y un bolígrafo.
–¿Cuánto sueles cargar? –pregunto mientras escribía algo.
–Casi doscientas libras –respondió con rapidez.
Escuchó como respondió con una escueta afirmación, mientras seguía anotando.
–Complexión ectomorfa, tipo de cuerpo fresa, fornido, joven, promedio de 1.80, buena higiene, verga flácida de 7 pulgadas probablemente 7.3 erecta, grosor medio, vello oscuro y recortado.
Habló en voz alta mientras seguía anotando cosas que el mercader no podía leer.
–Eres un tesoro invaluable, algo que ninguna fortuna puede pagar.
Aseguró mientras una de las manos de su espalda sujetaba el mentón del azabache, brindándole la sonrisa más morbosa que haya visto.
–Estás en perfectas condiciones, una preciosa gema.
Dejo de escribir, guardando el registro, mientras se le acercaba.
Pudo sentir su aliento contra su rostro, el de piel azulada era aún más horrendo de cerca.
Con algo de miedo levanto sus temblorosas manos, entrelazándolas detrás del cuello del coleccionista.
–¿Quieres empezar? No soy muy hablador, pero –se forzó a sonreír lascivo–: soy un compañero vocal.
Aquello hizo que los rubíes se iluminaran con deseo.
La pasión sexual es algo que mueve a la gente.
Con ferocidad capturó los labios del azabache, besaba sus labios con hambre como si nunca antes lo hubiera hecho.
Una lengua rara y viscosa se introdujo a la boca del joven quién se separó con rapidez al sentir aquél intruso.
Tosió un par de veces, incluso su saliva tenía un sabor distinto.
–No seas intransigente –gruñó el tacaño naknadano.
–No esperaba que fuera... Tan larga –mintió, fingiendo modestia.
¡Ah, sí! Un punto a favor del comerciante.
Era un narcisista y le gustaba ser adulado, tomaba los halagos directos e indirectos –como este caso– para fortalecer su ego.
–Deberás acostumbrarte –respondió con un deje de superioridad.
Era un bruto para las relaciones y le gustaba sacar el mejor provecho de sus tesoros.
Lamió los labios del joven con rudeza.
El mensaje era claro, quería que abriera la boca.
Los dientes le castañearon, no quería hacerlo pero tenía qué.
A regañadientes abrió su boca y sin más acogió la lengua del coleccionista, podía sentir los peligrosos colmillos contra sus labios, el miedo era latente.
Los segundos pasaban como horas, la lengua del avaricioso naknadano le quitaba el aliento, explorando su cavidad bucal como si buscara algo.
Gimió, estaba tan excitado había olvidado como adoraba hacer eso.
La falta de aire los obligo a separarse, un hilillo de saliva casi imperceptible unía sus bocas.
Jadeaba como bestia, mirando los ojos oscuros y tímidos del comerciante.
Se sintió afortunado, en verdad tenía un tesoro.
Sus manos comenzaron a vagar por el torso del más joven, encontrando la verdad en las palabras del moreno.
No paraba de gemir cuándo las hábiles manos trazaron un camino en su cuerpo; palpando, frotando y acariciando meticuloso, sabía qué hacer y dónde tocar para generar placer. Era un experto sin duda, la pregunta era ¿cuándo se había hecho un profesional en el arte del manoseo a un amante?
Levanta la vista, su mirada obstinada es un filo letal pero no le importa en lo más mínimo, hace muecas de disgusto.
No solo porque odia a los naknadanos, sino por que odia sentirse tan bien cuándo uno lo toca.
Pero no evita gemir en ningún momento, largos jadeos salen de su boca, tragándose el orgullo.
–Nghh... Kollector.
Suelta su nombre, siente desprecio por él y nunca va a poder evitar el odio.
Sin embargo, ahora mismo, no importa.
Por qué Kollector lo tiene ahí, justo dónde lo quería, entre sus brazos y atrapado en la lujuria.
Asqueroso.
Piensa mientras abre la boca para recibir otro salvaje beso.
Un par de dedos dibujan su columna y descienden juguetones, antes de llegar a la parte baja se detuvo soltando una risilla fastidiosa.
Subió sus dígitos repasando el camino, todos los nervios de su cuerpo vibran en es vaivén de caricias.
Muerde su labio inferior cuando a Kollector se le ocurre halar sus pezones, es un descarado y le gusta probar todo el botín que tiene entre manos.
No es que dude de la calidad, pero un buen coleccionista debe cerciorarse de todo.
Comienza aburrirse de verlo retorcerse entre sus múltiples brazos y se arrodilla frente a la erección del moreno.
Notó como estaba tan tenso, sonrió.
Lo tocó levemente con el índice el miembro venoso, notando como este se "sobresaltaba" por un momento.
–¡A-aaah~!
La lengua larga y extraña del naknadano lame toda la longitud; desde la base hasta la punta, en la cual deposita un tierno beso con esos labios agrietados.
–Que joya más delicada –halaga, mientras reparte besos por toda su área genital.
Quiso responder, pero Kollector se metió todo el pene a la boca, su lívido se intensifica cuando siente como la lengua se enrosca en el tronco.
Ni siquiera había notado lo larga que era, era... Asqueroso.
Pero excitante.
A su manera.
Lo que no se esperaba era ver como dos brazos salían de la espalda del naknadano, sujetándolo con firmeza de sus caderas moviéndolas en un suave vaivén.
No pudo reprimir sus gritos y jadeos.
En especial cuándo los brazos principales se aferraron a su trasero.
Pudo sentir las uñas en su blanda carne, algo que, en lugar de asustarlo, lo excito de sobremanera.
Los movimientos son paulatinos, tiene una excelente garganta, profunda y muy cálida; la cabeza de Kollector se balancea hacia delante y hacia atrás, mientras los segundos pasan la velocidad aumenta.
Gimotea el nombre del cobrador, pidiéndole que se detenga.
No quiere eso.
No quiere llegar sabiendo que lo hizo porque un asqueroso y horrendo naknadano le dio la mejor mamada que pudo recibir.
Pero realmente ya no lo soporta y termina soltando su semen en esa boca mentirosa.
Kollector lo traga sin mucho esfuerzo.
Quita su lengua mientras que con lentitud saca la verga de su boca.
Su diestra se asegura de tomarlo de la base cuando la saca por completo; empapado en saliva y semen.
Se ven tan delicioso.
Era perfecta.
Restregó su mejilla contra la verga erecta y húmeda, entre cerró los ojos como si esto le ayudará a incrementar las sensaciones.
–Ah muy bien –felicita mientras vuelve a levantarse, sacudiéndose polvo de sus guantes–. Ponte contra la pared.
Iba a replicar, pero recordó que ese asesino tenía una daga, era mejor obedecerlo.
Dio unos cuántos pasos hasta el muro de ladrillo rojo desgastado, había partes enmohecidas.
Con terror apoyó sus brazos, dejando ver su redondo trasero.
No era virgen –al menos, sería mejor morir que ser desvirgado por un naknadano– pero no conocía el tamaño del pene de Kollector y el simple hecho de voltear le repugno.
No fue hasta que sintió un objeto entren sus nalgas, al igual que las uñas sosteniéndolo con firmeza, apretándolo.
–Suave, muy suave como la más fina seda.
Se rió con suficiencia.
Frotaba su miembro entre los glúteos del azabache, era una sensación gloriosa.
Lástima que tuviera tan poco tiempo, le hubiese gustado jugar con ese agujero.
Hubiese traído juguetes y mucho aceite, ¡oh como le encantaba uno que había adquirido hace poco! Según era la réplica casi exacta de la verga del Comandante del Ejército se Shao Kahn; Motaro.
Pero no era momento de hablar de eso.
Debía acabar en ese irresponsable deudor.
Por lo que se dispuso a penetrarlo de una buena vez. Si había algo que le gustaba, era tener relaciones a pelo.
Raudas.
Casi con odio.
Su verga se abría paso en ese bonito culo, haciendo al joven comerciante gritar con dolor, un par de lágrimas se juntaron en las esquinas de sus ojos.
Dolía con el Infierno y, aun así, creía fielmente que los demonios no castigaban de esa forma a los prisioneros.
En especial no lo hacían cuando empujaban fuertemente su verga, revolviéndole las tripas y haciéndolo gritar como una puta barata.
• ● •
Caminaba por las solitarias calles, escribiendo en su registro.
–Enérgico, semen dulce probablemente por el tipo de alimentación, experimentado, expresiones encantadoras... Un amante digno.
Se decía así mismo.
En su registro había un bosquejo del joven, junto a todos los datos que había mencionado con anterioridad.
Se mordió un dedo, haciendo que algunas gotas de sangre brotaran de la herida.
Con mucho cuidado utilizó la punta del bolígrafo, mojándolo con su sangre.
Y con una caligrafía perfecta escribió en letras grande la palabra deudor.
Esperaría ansioso la próxima vez que llegara a ese mercado.
Mientras pasaba las páginas podían verse nombres, datos y dibujos.
Más amantes, más deudores.
Eran su tesoro después de todo.
Por qué eso era, un coleccionista.
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