Alguien en quien confiar (Kitana AU)

Kitana gritó en silencio.

Le quitaron la mordaza cuando la pusieron en su nueva celda, la nueva prisión que habían construido solo para ella, una pequeña habitación destinada a "sanar". Le devolvieron el don de hablar y las manos, y las mujer que se autodenominaba su madre, la mujer a la que todavía amaba a pesar de sí mismo, vino a tomar su voz.

Estuvo en silencio durante unos días hasta que se volvió divertido, hasta que la histeria y la locura comenzaron a burbujear detrás de sus ojos. Podía sentir que se desgarraba cuando los puntos que la mantenían unida saltaban uno a la vez y ella se deshacía, caía en pedazos al suelo, en silencio, inmundicia, vergüenza y odio.

Era un fracaso, no era nada, era la pieza robada de un hombre que ella no pudo amar jamás.

Gritó, abriendo la boca y DF dejando que su garganta llegará a sangrar cuando se forzó a sacar todo, tratando de expulsar el odio de sí misma, la alteridad, la injusticia, la asesina que trabajo para simples mercenarios y mancho su ser al igual que su legado.

No llegó ningún sonido. Sintió su garganta desgarrarse, sintió los pedazos sueltos de su antiguo yo astillarse y romperse bajo el asalto sónico, pero no había nada que la marcara, nada que nadie pudiera ver excepto la pobre y loca Kitana, sentada en un rincón en su propia inmundicia. sin hacer ruido.

•●•

Kitana rápidamente perdió la noción de los días a medida que se desvanecían en semanas y meses, y regresaban a horas y segundos... Y el tiempo era relativo, el tiempo era mortal, el tiempo era algo de lo que estaba completamente desprovista.

Jade vino, Sheeva vino, Liu Kang vino, Kung Lao, Raiden, Baraka- todos los guerreros que la princesa había visto alguna vez como su familia y amigos vinieron a burlarse de ella en su locura, vinieron a deleitarse con su castigo, confinamiento y subyugación.

Sheeva dijo mentiras, y Jade también, sobre cómo querían ayudar, sobre cómo la amaban y sobre cómo querían recuperar a su hija y amiga.

Con Sheeva diciendo que quería tener a la mujer que ama de vuelta, Kano no tenía poder sobre ella. Sindel no estaría orgullosa, está no era su hija.

Por supuesto que Sindel y Jerrod tuvieron una hija.

Su hija estaba muerta.

Kitana no era hija de esa perra, ni de ese cobarde.

Sheeva NO es su madre.

Kitana gritaba a veces y reía otras, lloraba en los tiempos oscuros que una vez habría llamado noche. Estaba sola, absoluta y miserablemente, e incluso cuando los curanderos se acercaron a ella y le pusieron las manos sobre el cuerpo, no sintió ningún alivio.

En una época desconocida, lo que podría haber sido el segundo más largo o el milenio más corto o cada vez entremedias, Sheeva le devolvió la voz a Kitana.

—La cámara ha sido encantada.– Le dijo —Fue el trabajo de muchos días, y lamento que no pudiéramos hacer esto antes. No podrás realizar ningún tipo de magia que hayas aprendido en el reino de la tierra mientras estés dentro de estas paredes, y como tal tendrás tu voz.–

No recuperó su ingenio, no del todo, así que solo gruñó, dejando que la misma acción del ruido la impulsara hacia adelante, que llenara la habitación, su mente y sus oídos, el sonido bajo de su furia.

La reina trató de hablar con ella, trató de hacerle preguntas y solicitar promesas, pero Kitana no era suya, no estaba con ella, no esta vez, y Kitana no estaba allí para complacer a esta mujer o su familia, la familia a la que intentaron asignarla.

Y cuando la reina se fue, dejando caer otra ácida presión de labios en su frente, la princesa se rió hasta que su voz cedió, por la pura alegría de escucharla de nuevo.

•●•

Balbuceaba sin cesar, las palabras se derramaban como agua, aire o luz. A veces solo lograba hacer sonido, su garganta se secaba y su voz cedía, pero aún había sonido, había gemidos y clics, los ruidos que podía hacer sin decir una palabra. Incluso hubo estornudos. Un universo de ruido que sonaba tan fuera de su realidad, tan extraño, tan real.

El Aesir vino a ver cómo estaba y no tenía palabras para ofrecer, vinieron a preguntarle por qué hizo lo que hizo y no tenían respuestas, así que solo parloteó, sola en su celda sin compañía, y sola con sus recuerdos para darle calor.

A veces pensaba en Kira, en la suave inclinación de la mente de la mujer, arqueada como un arco, en cómo el poder se sentaba en ell como un trono, como el trono de Kitana, como el trono que le debían. Pensó en la reverencia de la humana por ella, el trabajo que hizo para complacer a Kitana y, cruelmente, el trabajo que tendría que hacer para purificarse.

Ahora había días. Tiempo real y medible. Kitana descubrió que cuando podía hablar, podía entender el tiempo. Empezó a sondear cuáles eran las horas y cómo pasaban, veía cómo no le dolía comer cuando podía preguntar a los guardias qué le daban, no le dolía su propio ruido cuando le podían dar noticias.

Se sintió encajar a medida que pasaba el tiempo, mientras el sol y la luna se movían a su manera mortal, mientras la gente entraba y salía de sus habitaciones, tomando, y tomando, y tomando, pero ahora tenía una voz para decir lo suficiente, para detener su marcha.

Sabía que estaba bien el día en que miró a sus guardias cuando le sirvieron la comida y dijo, con voz tranquila y clara:

—Quiero ver al hombre que dice ser mi padre.–

Asintieron con la cabeza, dejaron su comida y salieron. Kitana se sentó sobre sus talones y esperó.

La respuesta fue que Jerrod no aparecería ese día. El Padre de Edenia tenía asuntos que atender además de su hija enfermo, y que Kitana esperaría, como siempre lo hace, y estaría satisfecha con lo que le dieron.

Si querían que ella esperara, entonces Kitana esperaría. Y planearía, y cuando apareciera Jerrod en ese asqueroso y morbido cuerpo ajeno que llega a llamar "bálsamo", cuando se dignara mostrar su rostro a Kitana, la princesa estará lista para la pelea.

•●•

Estaba contemplando su trabajo en el reino de la Tierra, donde salió mal su ataque contra Daegon y donde debería haber ganado, cuando la luz cambió y Kitana miró hacia arriba para encontrar la silueta de Jade en la entrada.

—Princesa.–dijo Jade a modo de saludo, y Kitan se preguntó qué era lo que quería, qué podría tener que decir que no se había dicho ya entre ellas.

—Jade.– respondió Kitana, porque esta mujer no era su subordinada, su guardaespaldas o su amiga, de ninguna manera Kitana podía juzgar.

Había pasado una vida, en donde ella abandonó el reino y vago en la Tierra, casi al borde del colapso antes de encontrar al Black Dragon, y Kitana tuvo tiempo más que suficiente, en su loco trayecto, para contemplar cada desaire que Jade le había hecho; cada réplica para conocer su lugar, cada recordatorio burlón de que Jade era fuerte y Kitana no daba la tallada, siendo la primera más agraciada, y con la princesa estando cada vez más interesada en la magia sobre la conquista. Había mucho que recordar; sus vidas eran largas, y la heredera a la corona estaba segura de que cuanto más pasara pensando en ello, más errores encontraría; todas las veces que Jade eligió a Kotal sobre quién debía proteger, la forma en que Sindel y el propio Shao Kahn la preparon como la mayor ascendiente al trono sin dejar de decirle, aún con Kitana siendo la verdadera heredera- había infinitos errores que contar, un millón de pequeñas violencias que Kitana aún tenía que catalogar.

—Tus padres-– comenzó la morena, y la princeso interrumpió con una risa amarga.

—No tengo padre.–

—Los padres de Edenia son falibles.– Jade entró en la habitación y la puerta se cerró sólidamente detrás de si, la mujer de hebras negras pudo escuchar murmullos afuera, escucho a sus vigilantes guardianes, sus "amistosos carceleros". —Ellos sabían muchas cosas, pero no todas. Si se equivoca en esto, no es ni más ni menos malo que yo asesinando a Tanya o que tú cortando parte del cabello del campeón de la Tierra.–

La respiración de Kitana se atascó en su garganta y se atragantó, con fuerza, con una voz que acababa de recuperar.

—¿Comparas una vida de mentiras con una batalla y una broma ociosa?–

—Comparo tus mentiras con las mentiras de los demás.– suspiró Jade. —Aunque no somos mortales como tal, todavía tenemos algunas de sus tonterías. No hay hombre, mortal o Dios, que no cometa errores.

—Mentir no es un error.– gruñó Kitana

—Mentir en nombre de la protección y el amor es un gran error, pero se comete de buena fe.

—Tengo todo el derecho a odiarlo.– escupió la princesa. —Y a ti.–

La tristeza nubló el rostro de Jade, y Kitana sintió la compulsión de borrarlo, de disculparse y enmendarse, pero se educó a sí misma hasta dejar su corazón en hielo.

—Puedes odiar a quien quieras, princesa. Pero no finjas que eres inocente en esto.

—No elegí que me privaran de mi felicidad y que me mintieran.– dijo Kitana, luchando contra la ira que provocó Jade, la furia que subió a su pecho cuando su antigua amiga se paró frente a ella.

—Así que tus mentiras son irreprochables, y cuando te dicen una mentira, es un desaire del más alto nivel. ¿No ves por qué Sindel haría lo que hizo antes de corromperse?–

—Ella no es mi madre.– Kitana estaba enojada, sí, y podía sentir el calor hirviendo bajo su piel, amenazando con romperse y derramarse, para ahogarlas a ambas en la rabia.

—Hablas en círculos, Kitana.–

La mencionada levantó las manos con frustración.

—Tengo una lengua plateada.–

Jade alzó las cejas hacia su amiga.

—¿Y qué hay de tu madre?

—¿Te refieres a la mujer que se centró en ti y me traicionó?–Kitana se encogió de hombros. —No sé quién es mi madre.

—¡Me refiero a Sheeva! La mujer que nos crió. ¿La odias también?–

Jade se sentó pesadamente en el jergón donde dormía Kitana, uno de los pocos muebles que le habían dado en nombre de su supuesta recuperación.

—¿Y yo?

—Siempre fuiste la perfecta, Jade. ¿Puedes ver por qué podría odiarte?

—No. Yo te amo.–

La princesa negó con la cabeza. Por supuesto que su antigua guardaespaldas la amaba; ella amaba a todos sin ningún sentido de decoro ni discriminación, amaba con la inocencia que tenían en la infancia, el amor de una mujer que nunca se había roto y que siempre había sido retenido.

—Entonces escucha bien.– dijo Kitana, aunque no tenía esperanzas de que la escucharan esta vez. —Siempre estuve a tu sombra, nunca me vieron como su hija, a pesar de que ofrecí más. Ese monstruo conocido como Shao Kahn, me ofreció más atención, a pesar de ser solo vista como un objeto para matar, de la que Sindel y Jerrod me dieron. Odio que te llevaras al sol, que te llevaras el favor de mis padres, ¡Odio que-

—¡Suficiente!– Jade grito, lanzándose a sus pies. —Cuando fui exiliada, cuando Sindel estaba muerta, al igual que Jerrod, Sheeva te puso en el trono. Sabía de tu linaje enegrecido y, sin embargo, no vino a mi para recuperarme. Te puso en el trono y mira lo que hiciste con eso.

—Traté de traer gloria- gruñó Kitana.

—¡Escapaste al reino de la tierra para unirte a ese sucio mercenario! Intentaste matarme y empezar una guerra. ¿Y todo para qué?–

Kitana sintió que el poder se desvanecía de su rabia. Es verdad, había hecho esas cosas. Pero las había hecho por Edenia, por el Mundo Exterior, por el hombre que había sido su padre, por las personas que aún pensaban que la veían como igual.

—¿No hay forma de que veas la razón?– Preguntó la princesa, luchando contra el impulso de extender una mano literal a Jade.

—Yo debería hacerte la misma pregunta.–

Kitana cerró los ojos y dejó caer la cabeza contra la pared. ¿Cómo podría ser que Jade afirmó amarla, afirmó verla como una hermana y, sin embargo, no pudo entenderlo en un nivel tan fundamental? Era inconcebible para Kitana, quien había pasado tanto tiempo tratando de comprender a su familia en su juventud. Había recurrido a su escape y su propósito como asesina como una identidad porque era una forma de comunicación porque no podía encontrar otra forma de hacerse oír. Y aquí estaba una mujer que decía amarle pero aún no podía ver quién era.

—Por favor.– comenzó la mujer de ropajes verdes, pero Kitana negó con la cabeza.

—No tengo nada de lo que me pidas, Jade. No tengo palabras, y no tienes ningún entendimiento que ofrecer si las tuviera.–

Jade suspiró suavemente y se volvió sobre sus pies para irse.

Ella no miro atrás.

•●•

Cuando la puerta se abrió a continuación, cuando llegó el visitante, no era a quien Kitana esperaba.

Se quedó de pie, incómoda, en la habitación, como si le preocupara que cada ladrillo, cada mueble o trampa de comodidad que le habían brindado atacara.

—Lord Raiden.–

—Kitana.–

Era irritante que el no la llamara por su título, como lo hacía con Jade o sus padres. Eran iguales, Jade y Kitana, siempre habían sido iguales y, sin embargo, la hija de piel oscura de Edenia tenía a Kitana por debajo del resto de la que se supone es su familia.

—¿Te encuentras bien?– preguntó, y ella se encogió de hombros.

Por la evidencia de las estrellas que podía ver, Kitana había estado en su celda durante años; calculó que dos de ellos se perdieron en las noches silenciosas y locas y el balbuceo interminable que lo había devuelto a sí mismo, y uno a la coherencia que tenía.

—Tan bien como puede ser.– dijo. —¿Y tu?

—¿Que pasó?– preguntó, y la pelinegra se quedó mirándolo por un largo momento.

—¿En el reino de la Tierra?–

Raiden negó con la cabeza.

—Tras la muerte de Liu Kang.–

Kitana sintió un escalofrío atravesarla, frío como las tormentas de arena de los reinos en los que exploró y que habían perforado su piel, como si estuviera perdida de nuevo.

—Yo-– su voz sonaba entrecortada, sus ojos se cristalizaron ante el repentino recuerdo y sus hombros temblaron ligeramente, así que se puso de pie, sintiendo un oscuro placer por la forma en que la mano de Raiden pasó como un fantasma sobre el pomo de su espada cuando se movió, y tomó un trago de agua del vaso que estaba con los restos de su almuerzo. —Sentí que pase una eternidad sola...– dijo, con la garganta húmeda. — Quise alejarme de todo. Quise olvidarme de todo con tal de no sentir el dolor de su perdida. Quise huir de su legado y del hecho de que no lo haya salvado.–

Raiden no dijo nada durante un largo y vacío momento, y Kitana volvió a beber, a falta de algo mejor que hacer.

—¿Te volviste loca?–

Ella se encogió de hombros, luego asintió con la cabeza y luego negó levemente. —Te harían pensar que sí.– respondío. —Y tal vez lo hice.–

No le contó sobre el aterrizaje, roto y esperando sanar. No le contó sobre las largas y frías noches en el desierto del asteroide de vacíos casi interminables, no le dijo que había pasado toda la vida odiando a su amjga y a su madre y a todos ellos, que había jurado venganza y la tomó. Lo hizo mejor que pudo.

No le contó sobre sus aventuras con Kano, no le dijo lo que quería Mavado quería, ni que tenían de aliados a los hermanos que formaban parte de las leyendas, conocidos como los hijos de Argus. No le dijo a cuántos de sus antiguos aliados asesino, nu lo que los hombres del Dragón Negro podían ganar si trabajan con ella.

—¿Por qué trataste de atacar el Mundo Exterior, sabiendo que Liu Kang lo aprecia tanto como tú le seneñaste?

—¿Por qué te daría esa información?– preguntó.

Antes de que pudiera responder, Kitana sonrió, mostrando su ceño afilado como un cuchillo, y estuvo a su lado en un suspiro.

Antes de que Raiden pudiese crear su espada de rayos, ella puso una mano sobre la de el y sus labios estaban contra su oído.

—¿Y qué me darías por eso?– respiró en seco, a modo de burlarse.

Su codo volvió a encontrarse con su estómago, como ella sabía que haría, y dio un salto hacia atrás, recibiendo el golpe con desdén. Aun así, cayó y fingió estar herida. Lord Raiden también la creía frágil, eso estaba claro. Mejor ayudarla a abrazar su ego.

El se mofó de ella por un momento, antes de volver sus rasgos a la neutralidad.

—Recuperese, Lady Kitana.– dijo con su voz apenas por encima de un susurro, y salió de la habitación.

Esperó hasta que sus pasos se desvanecieron y luego dejó que la risa viniera. Fue lo más divertido que pudo tener en años.

¿¡Por qué vergas nadie me avisó que no había actualizado!? ¿Cuánto me fui? ¿Debo pedidos? Lean mis otras historias, wey. Por favor. Ya intentaré actualizar de nuevo seguido, quería hacer puro drabble pero no se si acepten eso.

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