Capítulo uno: Traición, un hasta luego
Intenté detener a Fishlegs con todas mis fuerzas, obligarle a frenar el maldito coche y rescatar a Astrid. La garganta me ardió cuando grité que parara y exclamé el nombre de AStrid con toda la fuerza de mis pulmones. Vislumbre la escena ante mí como un imposible, un sueño, una pesadilla.
Súbitamente Astrid me acercó a ella con esa determinación que, poco a poco, me estaba dando cuenta que la caracterizaba. Fue repentino y no me di cuenta de lo que estaba pasando hasta que ya hubo acabado. Astrid me besó. Unió sus labios con los míos en un contacto casto, pero que revolucionó cada una de mis entrañas y conexiones nerviosas. Me sentí como una efervescente bomba de vapor.
Cuando quise corresponderle el sorpresivo gesto y aproximarla a mí, olvidándome por completo de la incómoda postura, que Patapez estaba a nuestro lado y que nos estaban persiguiendo, ella rompió el beso.
—Mantente a salvo —susurró, lo suficientemente cerca de mis labios para que la calidez de su aliento me bañara la piel.
No pude reaccionar a tiempo. Astrid, veloz e intrépida, se dio la vuelta y golpeó el dañado cristal. Cuando me di cuenta de lo que intentaba, de lo que suponía ese beso, ya era demasiado tarde. Me alongué por el asiento, intentando atraparla, pero solo pude rozar sus cabellos, revueltos por la brisa y el movimiento. Un agresivo y doloroso <<¡NO!>> arañó mi garganta cuando la vi saltar e impactar contra el coche.
El golpe hizo que retrocedieran y que se perdieran en su lado del puente, mientras nosotros cruzábamos. Dejé de ver a Astrid, siendo recibido únicamente por el asfalto del puente. Sin embargo, sí escuché el chirrido de las ruedas al deslizarse por la carretera y los disparos. El corazón se me encogió tanto y tan fuerte que me olvidé de respirar.
Presa del pánico y con la imagen de Astrid doblándose contra el capó metálico, además de la turbulenta idea de lo que podían haber supuesto esos disparos, intenté detener a Fishlegs y que diera la vuelta. Sin embargo, mi amigo de la infancia, el muy traidor, me leyó la mente antes que yo a mí mismo. Me recibió un repentino golpe en la nuca que me dejó inconsciente, como un muñeco desmadejado en aquel asiento de cuero.
Todo me daba vueltas.
No pude evitar, como un acto reflejo, recordar cómo mi primo Snotlout tenía la extraña costumbre de retarme a sus estúpidas competiciones. Por ejemplo, metiéndome en la montaña rusa más peligrosa de toda la feria atado al asiento en una pose completamente antinatural e ilógica, con las piernas en el aire y la cabeza golpeando el suelo. Jamás me había sentido tan mareado ni me habían temblado tanto las piernas. En fin, las piernas..., ¡hasta mi visión parecía tambalearse con la fuerza de mis latidos! Lo veía todo doble. En general, adoraba cualquier tipo de atracción de feria desde pequeño. Ver como mis pies se alejaban del suelo, el cambio de aire, el movimiento tambaleante de la cabina de la noria al estar en la cúspide... Eran emociones que me embargaban y hacían que me sintiera extrañamente libre. Supongo que, por ello, no era de extrañar que me enamorara instantáneamente de la aviación mucho antes incluso de poder subirme a mi primera avioneta. Leía los libros con un deseo casi lujurioso y fantaseaba con diseñar mi propio avión con más fuerza que nada que hubiera deseado antes.
Sin embargo, por mucho que me gustara sentirme en el aire, las extrañas apuestas de mi primo siempre habían sabido romper mis esquemas y, sobre todo, mi sentido del equilibrio. Sin importar de qué se tratara. ¿Y cómo no aceptar el reto si me iba persiguiendo, acompañado de los mellizos Tuffnut y Ruffnut?
En fin, la sensación de ese instante era exactamente la misma que en aquel momento. Movimiento tambaleante incluido. ¿En qué momento me había subido a una noria y me había puesto boca abajo, que no me acordaba? ¿Qué me habían metido en la boca, que la sentía lenta y llena de algodón? ¿Y por qué? ¿Y por qué demonios sentía el cuerpo tan agarrotado y dormido?
Según se aglomeraban las preguntas en mi mente, mi cordura y mi atontado cerebro fueron haciendo acto de presencia. No, no recordaba haberme subido a una noria porque los últimos acontecimientos de mi vida distaban mucho de las felices ferias de Berk. Se alejaban incluso de las dinámicas fiestas norteamericanas. Como el tañido de una campana, todo mi cuerpo vibró violentamente al recordar lo sucedido. Todas las imágenes, como fotografías quemándose, ardieron bajo mis párpados cerrados. Abrí los ojos de golpe y me enderecé, tan rápido que el mareo se volvió violento y tuve que encogerme en mí mismo para refrenar las arcadas.
Después de varias inspiraciones profundas, pude erguirme con el cuerpo acalambrado por el miedo, reconociendo mi cuerpo y dónde estaba. Tenía el cuerpo agarrotado, aunque no sabía si se debía a aquella cama, dura como el canto, o a lo magullado y estresado que estaba. Me dolía especialmente el cuello, y no necesitaba tocarlo para saber que un molesto moretón cruzaba toda la piel de mi nuca. Maldije el nombre de Fishlegs y a todos sus ancestros entre dientes.
Examiné a mi alrededor con cuidado, temiendo que cualquier movimiento brusco pudiera aturdirme nuevamente. Estaba sentado sobre un catre maltrecho, uno que parecía bastante apurado, siendo sinceros, teniendo en cuenta el inestable estado de las patas metálicas. Estaban oxidadas en las juntas, por lo que dudaba mucho que pudieran doblarse las patas. El colchón parecía una lámina de piedra, más que algo compuesto por material blando. Ni la paja seca era tan incómoda e inflexible. Lo sabía por experiencia, después de más de una noche pasada al descubierto y en graneros perdidos del deseo de Frey. Había una manta azul oscuro que servía a modo de bajera, al igual que me di cuenta en ese momento que otra manta, de color naranja, se arremolinaba en mis pantorrillas y que debía haber ejercido como sábana. Había un cojín, pero estaba tirado en el suelo, por debajo de donde había estado mi cabeza. Me las habría arreglado para tirarlo mientras dormía.
Tanto las paredes como el suelo eran metálicos, de un metal muy frío y oscuro, he de decir. Había cajas mal amontonadas en las esquinas. Eran cajas de madera y parecían estar vacías. Tras de mí, había una puerta que parecía cerrada a cal y canto. En la pared que estaba frente a mí, había una ventana redonda. Era un ojo de buey. Desde mi posición pude apreciar el azul característico del mar de las aguas de Nueva York. En ese momento, mi mente finalmente se despejó y permitió que todos mis sentidos funcionaran con normalidad. Escuché como las gaviotas graznaban en el exterior, por lo que aún debíamos estar medianamente cerca de la costa, y como el mar batía contra el casco metálico del barco. El barco. Realmente me habían traído, rumbo a casa.
La imagen de la sonrisa pícara de Astrid volvió a mí, junto al picor abrasador que se había adueñado de mis labios cuando me besó. Yo estaba volviendo a casa mientras ella, ¿qué? ¿Había..., muerto? No, era imposible. Puede que la conociera de menos de veinticuatro horas, pero sabía que no era alguien que cayera tan fácil. Lo intuía. Aunque, ¿qué habían sido esos disparos? Me tiré del cabello, negándome a contemplar esa simple posibilidad. Todo tenía que tener una explicación, una en la que Astrid estuviera viva. Tenía que estar viva, simple. Sin embargo, eso me dejaba en la tétrica realidad de que Astrid estaba a merced de esos asesinos y esos buitres, malherida, y solo por defenderme. Por ayudarme cuando no era asunto suyo. Quería llorar de la angustia y la preocupación. Una extraña combinación entre un gemido dolorido y un grito de furia escapó de mis labios apretados, mientras golpeaba con todas mis fuerzas el camastro bajo mi peso. Fue sorprendente que no cediera, con lo endeble que era la estructura. Se tambaleó violentamente, pero nada más. Quizás estaba demasiado oxidado incluso para eso.
El crujido de la puerta al abrirse me alertó, pero no me moví de mi posición. Se cerró la puerta tras del intruso.
—Veo que ya estás despierto —me saludo una conocida voz, con un temple tan calmado que me incendió las entrañas—. Creímos que no lo harías nunca —terminó de decir, ubicándose a mi lado.
Antes de ser consciente de mis propios actos, mi cuerpo ya había entrado en movimiento. Mi puño impactó fuertemente contra su mejilla, haciéndole retroceder. Me levanté del camastro, poniéndome en pie en el suelo metálico. Fulminé a Fishlegs con la mirada, demasiado furioso para poder contenerme y pensar que ese hombre era mi amigo. Él se mantuvo impasible, observándome con seriedad. Ni siquiera se molestó en limpiar el reguero de sangre que se escapada de su boca y su labio partido.
Se instaló un breve silencio entre nosotros, en el que nos analizamos fieramente. Sin embargo, estaba demasiado confundido por los cambios y la falta de respuestas para mantenerme callado.
— ¿¡Por qué lo hiciste!? —exclamé, colérico. — ¿¡Cómo pudiste!?
—Era lo que había que hacer —explicó, con una serenidad tal que resultaba irritante.
Me lancé nuevamente contra él. Logró esquivar el primer golpe, el derechazo que iba directo a su cara, sin embargo, no pudo rehuir la patada con la que golpeé sus costillas. Yo tampoco pude evitar que me atravesara el estómago de un codazo, quitándome todo el aire de los pulmones.
—¿¡Cómo puedes hacerle eso a una civil!? —reclamé, recobrándome del golpe y dándole en la barbilla—. ¿¡Eres consciente de lo que le pueden estar haciendo, JUSTO EN ESTE INSTANTE!?
—Era lo que había que hacer —repitió, en el mismo tono monocorde, logrando que mi sangre ardiera como si se tratara de lava.
Con un gruñido me abalancé sobre él como una bestia salvaje, como un vikingo peleando por su vida. Lo empujé con todas mis fuerzas, haciendo que colisionara contra la pared y que varias cajas de despedazaran bajo su peso. Gruño, adolorido, pero no tardó en reponerse y correr hacia mí con la fuerza de un toro.
—¿¡Por qué no me dejaste ir tras ella!? —reclamé, sorteando su golpe y logrando frenarlo. Nos agarramos de las manos, intentando doblegar al otro para que cediera en fuerza—. ¡Podríamos haberla salvado, lo sabes!
—¡NO, NO LO SÉ! —rugió al fin, mostrando más emociones que la fría máscara de soldado que se había puesto desde que nos habíamos reencontrado en Manhattan—. ¡Y tú tampoco! ¿Qué pasa si ellos no estaban solos? ¿Y si venían más secuaces tras ellos, a modo de refuerzo? Si no salíamos de aquel puente victoriosos, corríamos el riesgo de que nos capturaran. ¡De qué te capturaran! La misión era traerte a salvo, porque no lograrlo sería, ¡el fin!
>>Astrid comprendió eso y actuó acorde a sus deseos, ¡no seas tan arrogante para tratarla como una insensata ni como un alma débil cuando dio el pellejo por salvarte! ¡Por qué sabía lo importante que eras!
>>¿Crees que no recuerdo con espanto cómo se lanzó contra ese coche y la forma en que se dobló su cuerpo al lanzarse? ¿¡Qué no recuerdo el sonido de los disparos!? ¡Oh, sí! —exclamó, al descubrir mi cara sorprendida—. No fuiste el único que lo vio, ¡todo se reflejó en el maldito espejo retrovisor!
Llegados a ese punto, casi sin darnos cuenta, habíamos dejado de forcejear y nos habíamos separado. Me alegraba tener de vuelta al Fishlegs humano, al que sentía y se emocionaba más que nadie en todo el poblado vikingo. Sin importarle tener media boca rota, manando sangre, apretó los labios intentando contener sus emociones. Apretó tan fuerte sus puños que se hizo sangre.
Entendía todo lo que él quería decir, lo entendía tan bien que era molesto. Quería estar furioso, quería ser como Snotlout y el resto de vikingos y deshacerme de mi ira y mi frustración de un plumazo después de cruzar cuatro golpes. Pero yo jamás había sido así. Ni yo ni Fishlegs. Éramos unos defensores claros de la lógica y el razonamiento, hombres de ciencia. Imposible actuar así.
En un último arranque de odio y frustración, tomé una de las cajas vacías y la lancé, con todas mis fuerzas, contra la esquina más alejada. Se partió en mil pedazos. Exhausto, me senté en el incómodo catre, esperando que mis emociones se calmaran. Me tomó varios minutos conseguirlo. Supongo que a Fishlegs también, porque, cuando alcé la mirada, me encontré con su expresión calmada nuevamente. Lucía triste, pero sereno.
—Entiendo lo que quieres decir y sé que tienes razón —dije, recuperando mi voz normal en lugar de gruñir como un dragón herido—. Pero no puedo dejar las cosas como están. Muy bien, ya estoy a salvo, pero necesito que Astrid también lo esté. Hay que rescatarla —aseveré, sin ninguna duda en la voz.
Fishlegs suspiró, en lo que parecía un exagerado movimiento de cansancio. Sin embargo, me sonrió.
—Vamos primero a tu habitación a que te conviertas en persona una vez más. Luego te enseñaré dónde están los equipos de comunicación para que puedas contactar a tu padre.
Enarqué una ceja, lanzando nuevamente una mirada a mi alrededor.
—¿Una habitación? Entonces, ¿por qué me he despertado aquí?
—No podemos tener al hijo del comandante en una bodega —aclaró, con una ligera condescendencia más propia de Snotlout que suya, así que supuse que estaba de broma. Igualmente, enarqué una ceja ante el comentario—. Sin embargo, supuse que te pondrías como un energúmeno al despertarte, así que preferí que rompieras cosas aquí, donde no habría más daños.
Lo fulminé nuevamente con la mirada, pero Fishlegs ni se inmutó y emprendió la marcha fuera de la habitación.
¡Hola a todos!
Os traigo, por fin, el primer capítulo de Mortal Dream. Quiero publicar los viernes, pero como me retrase por un par de problemas personales... En fin, he decidido empezar a publicar ya, aprovechando que tengo un ratito libre. Es momento de ponerme manos a la obra y retomar todo lo que dejé en pausa.
¿Qué os ha parecido la reacción de Hiccup? ¿También os habríais liado a puñetazos con Fishlegs?
En fin, con esto y un bizcocho, espero leer vuestros maravillosos comentarios.
¡Hasta el capítulo dos!
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