Capítulo siete: Brindis burbujeante
Guardé la tarjeta con la invitación en el bolsillo interno de mi chaqueta, adentrándome en el edificio con el resto de los invitados. Noté el rígido papel verjurado acariciándome la piel a través de la tela, convirtiéndose en un incómodo recordatorio de mi estancia en aquel lugar.
Heather, la mejor espía con la que contaba el servicio secreto del Ejército de Berk, no tuvo ningún problema en hacerse con las invitaciones y los contratos de servicio, falsificarlos y manipularlos. Gracias a ella yo podía estar atravesando las finas puertas internas de cristal que daban al salón de baile. Al recordar su sonrisa satisfecha al entregarme la invitación falsificada, presumiendo de ser la mejor agente que había pisado los suelos del ejército en toda su historia, no pude evitar sonreír yo también. Y recorriendo la habitación en busca de Astrid no pude evitar la idea de que las dos se llevarían a las mil maravillas.
El salón ya estaba prácticamente lleno cuando llegué. Las mujeres vestían largos y cuidados vestidos de gala y los hombres elegantes esmóquines negros, igual al que llevaba yo mismo en ese momento. El aire estaba lleno por la mezcla entre los perfumes florales de las damas y los almizcles de los caballeros y el resultado hacía que me picara la nariz, aunque me contuve de rascarme. Me moví a través de la gente con la sinuosidad de una sombra, recorriendo la estancia rectangular en busca de un lugar donde pasar desapercibido. El mármol negro del suelo brillaba bajo mis pies, al igual que hacían las piezas blancas que cubrían las paredes y las colosales columnas que mantenían el techo de diez metros de altura. Observé de forma fugaz los adornos de oro que juntaban las piezas en un alarde ostentosamente decorativo.
Pasé por delante de Ruffnut en mi camino hacia la pared de cristal que daba a la terraza. Vestía un discreto uniforme de camarero, con su cabello rubio corto repeinado con lo que parecieron cantidades ingentes de gel. Generalmente lo llevaba tan largo como su hermana, pero un accidente con unas antorchas y algo de gasolina habían terminado con aquel salvaje corte de pelo.
Pude ver a su hermana de refilón, en la otra punta de la sala. Al igual, vestía el uniforme blanco y negro y tenía el pelo peinado en un recogido de bailarina. Esa fue la primera vez en años que vi a Tuffnut sin el pelo suelto. Era igual de salvaje y alocada que su hermano. Pero también eran de los soldados más capaces y despiertos que tenía mi padre a su disposición. Y verlos tan metidos en su papel, analizando con ojos brillantes cada rincón, por alguna extraña razón me llenó de tranquilidad y orgullo.
Drago ni Astrid estaban en el salón todavía. Conociendo a Drago,querría que su gran entrada fuera a lo grande y que todo el mundo fijara su vista en él, así que estaba seguro de que no le vería hasta que todos los invitados hubiesen llegado.
Tenía la intuición de que ambos descenderían por las enormes escaleras que daban a la segunda planta de la mansión. Eran enormes y magníficas, con un pasamanos de mármol lleno de trazados y ondas sinuosas que debieron resultar un auténtico triunfo realizar. Se bifurcaban al dar con el piso superior, dando dos entradas diferentes. Quería acercarme a ellas pero, aún con mi apaño de disfraz, sabía lo arriesgado que podía ser estar cerca de Drago, así que permanecí cerca de las columnas más próximas a la pared acristalada que daba a la terraza.
De reojo pude ver mi reflejo en el cristal. Se veía difuso y opaco, pero aún así atiné a vislumbrar mi pelo repeinado teñido de negro. Me picaba el cuero cabelludo a causa de usar geles a los que no estaba acostumbrado. Y las gafas metálicas de corte serio sobre mi nariz ayudaban a ocultar mis ojos. El esmoquin negro, diseñado por Snotlout, mi primo, era de corte sobrio. Seguía el patrón de la mayoría de los asistentes así que me resultaba muy fácil moverme de un lado a otro sin ser especialmente llamativo.
Una camarera se acercó a mí, tendiéndome una copa. La acepté, a la expectativa de que no se me acercara nadie más del personal hasta que me librara de la que tenía, manteniendo la mirada baja. Me la llevé a los labios y fingí beber. Analicé a la muchedumbre, escuchando la algarabía natural que daban tantas conversaciones juntas en un lugar de techos tan altos, con tanto eco. Todo el mundo parecía alegre, sumido en su mundo de fantasía y joyas, disfrutando de lo que esperaban que fuera una velada encantadora. Acaricié el cristal de la copa de vino blanco, maldiciendo el hecho de que todo el mundo se estuviera divirtiendo a costa de las desdichas que a saber Astrid estaría sufriendo.
El repentino tañido de una copa chocada por uno de los camareros hizo que todo el mundo guardara silencio poco a poco. Un minuto después, toda el salón estaba a la expectativa de ver a Drago y a su prometida. Y, como había supuesto, todo el mundo dirigió su mirada a las escaleras.
Aparecieron a la vez, como si estuviera perfectamente ensayado. Astrid por la bifurcación de la izquierda y Drago por la de la derecha. Caminaban al mismo paso, con la mirada fija en el otro. Drago, vestido con su brillante y costoso esmoquin gris, resultaba aún más imponente y peligroso que la última vez que lo había visto. A mis ojos, era incapaz de ver a Drago como otra cosa que un monstruo encerrado bajo la piel de un hombre. Y su apariencia cuidada solo hacía que me fuera más obvio el contraste.
Escaneé a Astrid con la mirada, buscando preocupado cualquier señal de malos tratos en ella. La piel de su espalda y sus brazos que enseñaba su vestido se mostraba limpia y sana, pero temía las que podía esconder debajo del traje. Su vestido, elaborado mediante miles de perlas blancas, caía hasta el suelo y se movía con la gracia de sus pasos. Me pregunté en qué estado se encontraría su pierna, si ya se había recuperado de la herida de bala al verla caminar tan elegantemente.
Se encontraron en el centro, Drago le tendió el brazo y Astrid entrelazó el suyo. Así, abrazados, dieron cara a los espectadores. Dos camareros ascendieron por las escaleras con bandejas de plata que únicamente portaban una copa cada uno. Después de terdérselas a los prometidos, rehicieron sus pasos.
—Buenas noches, damas y caballeros, amigos míos —La voz de Drago rompió el silencio. Era grave y profunda, y resonó en aquellas paredes como el rugido de un león sin necesidad de micrófonos—. No puedo estar más contento de contar con vuestra compañía en una noche tan especial como ésta.
Aunque mis oídos escuchaban sus palabras, mi atención estaba centrada en el rostro de Astrid. Aún con el rubor de su maquillaje y los labios pintados de un impactante rojo, lucía pálida. Y la forma en que su cabello lucía recogido en ondas a un lado de su cara me pareció preocupante. ¿Estaría escondiendo algo? Su rostro lucía tan frío e inexpresivo, con una falsa y congelada sonrisa serena en los labios, que solo pude sentir congoja.
—Desde que el emporio Bludvist nació de mis propias manos, mi vida no ha hecho nada más que crecer a pasos agigantados, al igual que mis empresas, y convertirse en el digno fruto de mi esfuerzo. He tenido la oportunidad de conocer a personas de todas las clases, ya fuera en las blancas playas de Malibú, en los paseos húmedos de París o en los bosques del Amazonas. Pero jamás me imaginé que me daría una recompensa tan gratificante como la llegada a mi vida de mi bella Astrid.
Drago deshizo el agarre de sus manos y tomó posesivamente a Astrid de la cintura, pegándola a su cuerpo. Se me retorció el estómago de ver la imagen y me preocupé aún más cuando vi que la siempre guerrera Astrid se dejaba llevar como una muñeca de trapo.
—Hoy venimos a celebrar que mi querida dama y yo hemos decidido dar un paso adelante y dar el sí quiero —Alzó la copa por encima de su cabeza en señal de brindis—. Por una unión prospera.
Me habría enfurecido que hablara del matrimonio con Astrid como cualquier otro negocio después de aclarar que había sido un casanova de fama internacional, si no fuera porque prefirió dejar el brindis inacabado y, en lugar de sellarlo llevándose la copa a los labios, prefirió tomar los de Astrid.
La imagen, que produjo una auténtica salva de aplausos y choques de copas, me provocó ganas de vomitar.
¡Hola a todos, lindas flores!
Hemos llegado al campo de batalla. ¿Cómo se desarrollarán las cosas?
En fin, espero que lo hayáis disfrutado. Con esto y un bizcocho, ¡nos leemos pronto!
Martes, 24 de octubre de 2017
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top