Capítulo ocho: Disparo al corazón

A pesar de las náuseas que seguían agriándome el estómago y arañándome la garganta, produciéndome desagradables entumecimientos, no pasé por alto lo que mis ojos estaban viendo. Astrid parecía una muñeca. A diferencia del fugaz beso que me había dado en aquel coche, Astrid permanecía inmóvil y apática. Ni siquiera parecía que en su rostro se tornara la ira y la tensión por verse obligada a seguir las pantomimas de Drago.

Desde que me había despertado en la bodega del barco mercante había estado seguro de que Astrid podía estar sometida a toda clase de torturas y vejaciones. Y eso me había hecho preocuparme hasta tratar la situación de forma totalmente ilógica.

Al verla así, tan apagada, me pregunté qué clase de maltratos psicológicos había tenido que soportar para lucir así, totalmente ajena a su entorno.

Tuve el deseo irracional de correr hasta ella, cargarla en brazos y largarnos de allí. Sentí los latigazos ardientes en los músculos producto de la inyección de adrenalina que la mera idea me aportaba. Solo el chasquido de la copa entre mis dedos me devolvió a la realidad. El tallo de cristal tenía un ligero corte, relativamente pequeño, totalmente limpio. La sangre bañó mi dedo pulgar al contacto con el vidrio roto. Dejando la copa en una de las mesas, examiné la pequeña herida, buscando restos de cristales. Agradecí internamente que solo había sido un corte por el roce.

Volví a regresar mi atención a los prometidos, que ya habían descendido la escalinata y hablaban con los invitados. Más bien Drago hablaba pues Astrid parecía totalmente incapaz de despegar los labios incluso para soltar un par de monosílabos. Caminaba lentamente, guiada por la fuerte mano de Drago en su cintura, y parecía ser siquiera consciente de quién hablaba con ella y quién no. Aunque los invitados estaban tan centrados en bañar en alabanzas al multimillonario que poco se fijaron en Astrid. Después de oírle hablar de sus pasadas conquistas en su propia fiesta de compromiso, probablemente veían a Astrid como solo una bella pieza de colección. Al recordar las ocasiones en que de manera tan valiente lo había salvado, su sonrisa confiada y su humor aventurero, me pareció estúpido que alguien pudiera verla como una mera adquisición. Esa maldita gente frívola...

Fui moviéndome por distintos puntos del salón de baile, esquivando completamente el centro de la pista cuando la orquesta empezó a sonar y las parejas a bailar. Permanecer permanentemente en un mismo lugar toda la velada sin hablar con nadie solo podía lograr atraer atención no deseada.

Fingí falsa admiración al ver a Drago abrir el baile con Astrid. Aunque era toda una sorpresa comprobar que un hombre tan grande y agresivo como él era capaz de bailar el vals y guiar a su pareja con tanto cuidado.

Después de bailar media hora sin descanso, Astrid pareció agotarse. Se recargó como una muñeca desmadejada sobre el hombro de Drago. Y sospechaba que había logrado mantenerse en pie porque Drago la mantenía firmemente sujeta por la cintura. Junto a dos de sus hombres, la acompañó hasta la terraza e hizo que se sentara en el banco de piedra que había junto a la fuente. Yo estaba en el otro punto de la sala, pero desde esa distancia pude ver cómo Tuffnut se acercaba disimuladamente a los invitados curiosos, ofreciendo cambiar sus copas, sin quitar su atención de los acontecimientos en la terraza.

Vi salir a Drago, solo, al mismo tiempo en que Ruffnut pasaba por delante de su hermano y se detenía junto a él en un disimulado intento de cambiar las copas. Si no hubiera estado tan pendientes de ellos, ni siquiera me habría dado cuenta del juego de manos.

En lo que Tuffnut salía a la terraza y entraba de nuevo, Ruffnut caminó hacia mí a paso ligero, sirviendo y recogiendo copas a la gente del perímetro sur. Se acercó a mí con una sonrisa ligera en los labios.

—¿Se le ofrece, señor?

Me tendió una fina y alargada copa de champán. Me incliné hacia ella para recogerla y aprovechó para susurrar:

—Tuffnut les ha administrado somníferos a los vigilantes. Actuarán en cinco minutos.

Dicho el breve mensaje a toda prisa, llevándole apenas un par de segundos, Ruffnut se marchó para seguir con su labor. Yo esperé dos tortuosos minutos para ponerme en marcha, intentando no levantar sospechas.

Si los somníferos actuaban en el tiempo estimado, Drago no tardaría mucho en descubrir que sus esbirros estaban fuera de combate. Bastaba que algún otro miembro de seguridad continuara su ronda por el salón para que se descubriera la trampa. Tenía que darme prisa.

Pasé por delante de Tuffnut y le dejé la copa sobre la bandeja, sin mediar palabra pero con una mirada cargada de significado. Él pestañeó en señal de comprensión y dio media vuelta en busca de su hermana.

El aire frío de la noche me acarició el rostro al salir. Agradecí el contraste, totalmente distinto al bochorno del interior. Estudié con cuidado la escena, encontrándome con los dos guardias tirados en el suelo de piedra, durmiendo profundamente, a los pies de Astrid. Los vasos de cristal rodaron por el suelo, chocándose uno de ellos con su tobillo, pero ella permaneció inmutable, como si la escena no tuviera nada que ver con ella.

Su peinado se despeinó ligeramente con la brisa, pero ella apenas hizo el esfuerzo suficiente de pestañear. Me acerqué a ella, presuroso y preocupado, pero cuando estuve frente a ella ni siquiera me miró.

—Astrid —la llamé en un susurro, siendo completamente ignorado—. Astrid, ¿puedes escucharme?

Hinqué la rodilla en el suelo, intentando que nuestras posiciones fueran más similares, y busqué su mirada. Jadeé al ver que su rostro se mantenía imperturbable, aunque ahora su mirada buscaba la mía.

—Astrid, tenemos que marcharnos de aquí, ¡de prisa!

Sobre su regazo, tomé las manos de Astrid entre las mías en un agarre que esperé fuera reconfortante. Pero Astrid no mostró tensión ni euforia. Realmente era una muerta en vida. Y al final tendría que llevármela de allí en brazos si no conseguía que reaccionara, cosa que nos dificultaría la huida.

—Por la gracia de Odín, ¿qué te han hecho? —susurré, acariciando la piel de sus manos con mis pulgares.

Ver el fugaz brillo de reconocimiento en sus ojos me sobresaltó y me llenó de esperanza.

—Astrid, ¿sigues ahí? Necesito que salgas y que pelees para poder sacarte de aquí. Haz un último esfuerzo —Frustrado porque hubiera sido un mero instante fugaz que había desperdiciado, la tomé de los hombros y la zarandeé—. Por lo que más quieras, Astrid, ¡reacciona! ¡Pelea!

Intentando que entrara en sí, la zarandeé con más fuerza de la que el cuerpo abandonado de Astrid estaba capacitado de aguantar y, accidentalmente, la empujé a la fuente a sus espaldas. El sonido de su caída fue sordo. Enseguida alargué los brazos al agua para sacarla, esperando encontrarme con su cuerpo como peso muerto. El férreo agarre de dos manos en mis antebrazos, que tiraban de mí para poder impulsarse, me sobresaltó. Al segundo siguiente Astrid salió a la superficie, emitiendo sonoros jadeos en busca de aire. Se dobló sobre sus rodillas, usándome de pilar para poder acercarse al bordillo de piedra de la fuente y sujetarse, escupiendo el agua que había tragado. Le sobrevinieron las arcadas y comenzó a vomitar. Un extraño bilis azulado salió de sus labios, bañando las superficies de roca. Palmeé su espalda con cuidado, ayudándola a desahogarse.

Le tomó un par de minutos recuperar el aliento y mirarme. Tenía el pelo empapado y enmarañado, el maquillaje de los ojos corriendo por la cara y la boca manchada de azul. Sin embargo, al ver el brillo de vida en sus ojos pensé que jamás la había visto tan hermosa. Estaba tan brillantemente viva. Incluso con el desconcierto en su mirada, pude ver la adrenalina y la fuerza brillando en aquellos maravillosos ojos celestes.

—Es hora de irnos.

No necesitó más. Aunque su expresión decía que necesitaba unas cuantas respuestas y su pulso aún temblaba, su sentido del peligro pareció funcionar tan bien como cuando la conocí, porque tomó mi mano de nuevo con renovada fuerza y se levantó.

—¿Os vais tan temprano? Si ni siquiera ha empezado la cena.

La voz grave a nuestra espalda nos hizo brincar. Nos erguimos y Astrid se posicionó a mi lado. Sus piernas aún lucían inestables, pero las cuadró y las obligó a mantenerse inmóviles. Aunque liberó mis manos, pude sentir el roce de su piel con la mía en una caricia reconfortante.

—Astrid, mi querida prometida, estás hecha un desastre. ¿Quieres adecentarte un poco? —Le tendió el pañuelo de su bolsillo con un falso movimiento floreado—. Será una desgracia si los invitados te ven así en una noche tan especial como la nuestra.

—Antes me trago una bala que aceptar algo de ti —susurró Astrid, llenando de rabia sus palabras. Su voz sonó tosca y congestionada a mis oídos, como si le costara un gran esfuerzo poner en movimiento a sus cuerdas vocales.

—¡Qué grosera! Y pensar que solo me he limitado a colmarte de atenciones.

—¿Drogándome?

—Solo es un modo más de domar a una yegua salvaje como tú.

—Estás loco —dije, horrorizado.

—Muchas gracias, aunque no me merezco tal calificativo —respondió con la sonrisa más cruel que había visto a alguien jamás lucir en su rostro. Era depredadora y fría; totalmente horrible.

—No está loco —dijo Astrid a su vez, tan asqueada que parecía que fuera a vomitar nuevamente de un momento a otro—. Un loco actúa por impulso, pero tú no has dejado nada al azar, maldito bastardo. Eres un sociópata.

—No querida, soy un hombre de negocios. Un hombre de guerra.

—Un vendedor de la muerte, querrás decir —refuté yo, viendo como lentamente se acercaba a nosotros. Tomé la manos de Astrid y comenzamos a retroceder. Su mirada helada analizaba todos nuestros movimientos, como si estuviéramos bajo las fauces de una pantera.

—Te tomas las connotaciones de mi negocio demasiado en serio, pequeño genio. Y no sabes valorar lo importante, el poder que otorga. Y tú, con tu brillante cerebro, serás la gallina de los huevos de oro.

—¿Y de verdad crees que me voy a rendir ante ti?

—Solo no, pero con ella —explicó, señalando a Astrid—, estarás totalmente en mis manos. No hay más que ver lo que has hecho hoy para rescatarla. Tenía razón al pensar que movería cielo y tierra por ti, ¿no es así, querida?

Astrid se crispó ante sus palabras, pero yo estaba demasiado centrado en el repentino contacto de la barandilla de piedra a nuestras espaldas como para fijarme en qué quería decir esa conversación entre ellos dos. Estábamos atrapados. Tras esa barandilla estaba el bosque que rodeaba la mansión y que daba a la carretera. Con la pequeña distancia de cinco metros entre uno y otro. No podíamos limitarnos a saltar.

Con lentitud, se llevó la mano a la espalda, buscando la espada de fuego que tenía escondida en un lateral, pero Drago fue mucho más rápido y, abriendo su chaqueta en un golpe seco, sacó las dos pistolas que tenía escondidas bajo la tela y sujetas a su cuerpo en fundas de cuero.

—Tengo que admitir que su adicción al plan no me desagrada en absoluto. La traje aquí para atraerte a ti, pero... —cargó ambas pistolas con un movimiento fluido—. Dos por el precio de uno. Definitivamente hoy es mi día de suerte.

La risa grotesca invadió mis oídos. De un paso rápido me puse frente a Astrid, tirando de ella para ponerla tras de mí, y saqué mi espada. Tres chasquidos se produjeron a la vez: el de mi espada al abrirse y chocar contra una de las balas de Drago, derritiéndola a al contacto; la otra bala al impactar contra mi hombro izquierdo y romper el hueso; y un tercero al que no le encontraba razón de ser.

Drago se quedó en silencio, totalmente en blanco, antes de desplomarse contra el suelo. Los mellizos aparecieron a su espalda, siendo Ruffnut la portadora de una pistola sedante que aún apuntaba a donde había estado el cuello de Drago. Tendido en el suelo, pude ver la inyección sedante clavada en su cuello. El tercer chasquido.

—Tardabais demasiado —dijo Tuffnut, encogiéndose de hombros.

Producto de los disparos de Drago, la algarabía del interior de la fiesta se incrementó y supimos que apenas teníamos unos minutos para que los ojos curiosos y los guardias nos encontraran.

—Bueno, al diablo la salida del plan —gruñí, apretándome la herida del hombro con la mano en un intento de frenar la salida de sangre. Ya no podíamos camuflarnos en la multitud y tomar los pasillos del personal de servicio que daban a los garajes para huir.

—¿Y cuándo las salidas planeadas son divertidas? —dijo Tuffnut con una sonrisa ladina, sacándose el cinturón metálico bajo la camiseta y acercándose a mí—. Me va a tocar a mí aguantarle, está perdiendo demasiada sangre.

—Solo agárrate a mí—dijo Ruffnut, colocando la anilla circular en la barandilla, tirando de Astrid para sujetarla de la cintura y saltando ambas al vacío.

Tuffnut imitó los pasos de su hermana con la destreza que daban los años de práctica haciendo escaramuzas por medio Berk. Sabía que no le preocupaba tanto mi herida como tener que cargar conmigo hasta el coche, así que tuvo cuidado al agarrarme.

Dio un atrevido salto al vacío apenas unos segundos antes de que los guardias de seguridad entraran a trompicones en la terraza. Apoyándonos en la oscuridad, logramos descender hasta el suelo húmedo y frío. Al escuchar el sonido de los disparos nos vimos obligados a correr bajo la protección de los árboles, dando rodeos. Los gemelos tuvieron que cargar con nosotros la mayoría del camino. A Astrid aún le pesaban los efectos de las drogas, pese a haber vomitado la mayoría, y la anemia por la pérdida de sangre estaba tentándome a perder la conciencia.

Logramos hallar el coche negro, semiescondido tras los árboles, próximo a la carretera. Heather y Fishlegs salieron en tropel a ayudar a los hermanos con nosotros y casi al momento tuve las expertas manos de Fishlegs estudiando mi herida y aplicando primeros auxilios en el asiento trasero del coche. Heather, ocupando el asiento de conductor, manejo el coche con una destreza envidiable, sirviéndose únicamente de la luz de la luna para no ser detectados.

En la distancia, escuchamos la algarabía de la fiesta y un grito tan colérico que silenció el interior del coche en un mutismo fúnebre. La distancia que ya había entre nosotros y la casa nos dio a entender que la operación había sido un éxito. Sin embargo, sabíamos que todo tendría consecuencias.

¡Hola a todos, lindas flores!

Ya habéis leído, la operación ha sido un éxito. Sospecho que muchos esperabais un Hiccup mucho más heroico y más acción en la escena de la fiesta, pero me temo que no era el momento. Aunque furioso por las canalladas de Drago, sigue siendo un pacifista. Y por muy frívola que le parezca la gente de esa fiesta no estaría dispuesto a armar la de dios, poniéndoles en peligro...

En fin, con esto y un bizcocho, ¡nos leemos en el epílogo!

Martes, 31 de octubre de 2017

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