Capítulo dos: el mar, lugar de promesas

No hacía falta ser un experto en geografía para saber que Estados Unidos y Noruega no estaban, precisamente, cerca entre sí. Al menos, no podía considerar como cerca a los 6.000km que separaban Nueva York de Oslo. Teniendo en cuenta ese dato y que viajábamos en un buque mercante, no en un navío militar, el viaje podía durar entre treinta y cuarenta días. Apenas habían pasado nueve días desde que me había despertado en aquel barco, diez, si contábamos el que había pasado inconsciente; y ya estaba a punto de quedarme calvo. No podía evitar peinarme inquieto, incluso tirarme del pelo, debido a la tensión. Era desesperante saber que, mientras yo estaba perfectamente a salvo en aquel buque, en medio del mar, Astrid estaría sufriendo quién sabía qué infiernos. Porque tenía que estar viva. No podía si quiera planearme otra posibilidad, por mucho que los ojos cansados y resignados de Fishlegs me acosaran cada vez que sacaba el tema a colación.

Me sentía como un pájaro enjaulado en aquella enorme jaula metálica, sin poder hacer nada. Me pasaba las horas diurnas en el camarote, planteando ideas en una de mis múltiples libretas, plasmando todo lo que sabía sobre Drago y qué es lo que podía estar haciéndole a Astrid en ese momento. Solo salía fuera cuando era mi turno en las tareas asignadas, ya fuera la vigilia o limpiar la cubierta. Estar en el exterior era agobiante. Disfrutaba de la inmensidad del mar, de su olor fresco y penetrante, limpio; pero no podía soportar los cuchicheos de los marines a mí alrededor. Solo me veía capaz de salir en la noche, cuando la gran mayoría de ellos estaba en sus camarotes. En esos momentos, cedía ante la debilidad y me descubría plasmando el rostro de Astrid en las pálidas hojas de libreta, a base de un simple lápiz.

Era consciente de que, si esperaba los treinta días que quedaban para llegar a Oslo, más el encuentro con las fuerzas militares de mi padre y el planteamiento de acción, sumado a la vuelta a Estados Unidos... Ni siquiera yo podía ser optimista al respecto. Astrid estaría muerta para entonces.

Me hice una bola en mi cama, alegrándome de estar solo. Ser el hijo del comandante tenía sus ventajas. Había tenido que insistir para que me trataran como un marine más y me asignaran tareas diarias. No podía ser un parásito humano, inútil todo el tiempo; ¡me volvería loco! Si no lo estaba ya, claro... Sin embargo, se habían mantenido tajantes al hecho de concederme mi camarote personal. No sé qué temían que ocurriera por "invadir mi espacio personal" o, más bien, qué hiciera mi padre al respecto. Sin embargo, no me quejé mucho sobre eso. Estaba acostumbrado a la soledad y, en un lugar donde había tareas rutinarias y cansadas todos los días, el poder pasar las noches de insomnio con la lámpara encendida era un regalo.

Envuelto en las mantas de tela gruesa, me resistí a los punzantes pensamientos que me rondaban la mente, ensartándose en mi corazón angustiado. Era como un reloj de arena. Con cada segundo que pasaba, el terror y la angustia pesaban aún más. El remordimiento. Tenía que volver, pero la tripulación estaba totalmente segura de que debían regresar a Oslo y, allí, recibir ayuda del comandante. No era de extrañar. Todos los jóvenes de Berk recibían formación militar básica, y una de las primeras lecciones era saber cumplir órdenes, seguir la cadena de mando, siempre que el líder fuera una fuente de orgullo suficientemente fuerte para el pueblo como para seguir sus directrices. Y, había que admitirlo, mi padre era el mejor en ese aspecto. Era justo y fuerte, una persona que se había ganado el respeto de su pueblo gracias a su trabajo. Harían lo que él dijera sin rechistar, incluso lanzarse por un acantilado si era necesario. Intentar que pasaran por alto las órdenes de mi padre era una batalla perdida.

Tampoco podía coger un bote de remos y lanzarme a la aventura. Solo no lograría nada, era una obviedad. Estaba en un círculo vicioso.

De repente, el fuerte sonido de las bocinas del barco me sobresaltó. Pegué un brinco, saltando de la cama antes de ser consciente de lo que estaba haciendo. Las mantas se arremolinaron a mis piernas, causando que estuviera a punto de estamparme contra el suelo. Con la torpeza que me caracterizaba por herencia familiar, logré patear las mantas y librarme de ellas. Las coloqué sobre la cama y me dirigí a la puerta. Al abrirla, me di de lleno con una enorme barba rojiza que olía a madera y a pólvora. Retrocedí de un salto al reconocer un perfume que me había acompañado toda la infancia.

Crucé miradas con aquellos ojos redondos y marrones, que parecían dos fuegos ardientes en medio de la enorme barba pelirroja que le llegaba hasta el pecho y del abundante cabello que llevaba anudado en una trenza a su espalda. Mi padre era tradicional con las costumbres vikingas hasta en eso.

Me envaré, más por instinto que por otra cosa. No es que mi padre me hubiera golpeado en mi infancia, ni nada parecido, pero me había sometido a un férreo entrenamiento militar que derivaba en esa clase de comportamientos. No ayudaba que se mantuviera mirándome, imperturbable, con el beneficio que le daba ser una cabeza más alto que yo y dos veces más ancho. Incluso dudaba que fuera capaz de entrar en el cuarto sin girarse.

— ¡Hijo mío! —exclamó de pronto, sobresaltándome.

Daba igual que no cupiera por la puerta, porque alargó sus brazos y me cogió por los hombros, arrastrándome fuera de la habitación con un abrazo que estuvo a punto de romperme las costillas.

— ¡Sabía que todo saldría bien! —profirió, poniendo mis pies en el suelo por fin, pero sin apartar su brazo de mis hombros. Tenía una amplia sonrisa que le cruzaba toda la cara y hacía que su bigote se erizara. Sin embargo, pude darme cuenta de las enormes ojeras que tenía bajo los ojos.

— ¡Papá! —exclamé, sorprendido— ¿Qué haces aquí?

— ¿Cómo que qué hago aquí? —repitió, ofendido—. No puedo permitir que un barco mercante se ocupe de una misión militar de tal envergadura.

Lo observé de hito en hito, comprendiendo lo que decía, pero sin creerle del todo.

—La verdad es que... —dijo una voz a las espaldas de mi padre. Tuve que esquivar su montañosa figura para poder ver quién hablaba. Se trataba de Gobber, el capitán Gobber para ser más exactos y el segundo al mando de mi padre—. Tu padre estaba como loco sabiendo que podría pasarte algo y no ha sabido quedarse sentado frente a su escritorio.

— ¡Gobber! —le reclamó mi padre ante la sinceridad del capitán.

—Casi derrite las calderas, tratando de llegar aquí a toda prisa —continuó, mesándose su descuidado bigote rubio, sin inmutarse.

— ¡GOBBER! —le volvió a reclamar, fulminándole con la mirada.

No pude evitar reírme ante la escena. Fue sutil y descuidada, pero era mi primera risa en días. La nostalgia me invadió. No me di cuenta de lo mucho que los había añorado, con sus peleas continuas y sus bromas punzantes, hasta ese momento. Si no fuera porque ya era un hombre hecho y derecho, ese habría sido el momento en el que habría alzado los brazos, esperando que mi padre me aupara, y que él resolviera todos los problemas. Sin embargo, ya no era un niño. Y no podía dejar que mi padre se encargara de todos los líos que dejaba a mi espalda. Inspirando hondo y cuadrando los hombros, me puse serio.

—Papá, necesito tu ayuda.

Mi padre consiguió llegar en tiempo record, no solo gracias a ir, como bien decía Gobber, derritiendo las calderas, sino por la última tecnología militar de la isla. Concretamente, el Berk (CV-17), el último modelo en portaaviones militares diseñado en la propia isla por el equipo de investigación del Ejército al mando del Comandante Stoick.

Fighlegs y yo nos trasladamos al portaaviones y se dio la orden de que el buque mercante continuara con sus actividades habituales.

Nada más dejar nuestras cosas, nos dirigimos al puesto de mando, donde estaba la oficina extraoficial de mi padre. Mi padre era incapaz de separarse del puesto de mando, siempre necesitaba estar pendiente y enterado de todo. Así que la cómoda oficina que tenía en el barco estaba, realmente, de decoración. Mientras que el puesto de mando estaba repleto de los papeles más importantes y las estrategias. Al menos, el lugar era tres veces más grande que los normales, así que no estábamos encogidos en nuestros asientos intentando no molestar a nadie.

Una vez allí, le conté a mi padre todo lo sucedido, no solo el breve resumen que le había dado a las prisas durante nuestro contacto en el apartamento de Fighlegs. Empezando por las investigaciones, lo ataques, la persecución y..., el plan suicida de Astrid.

Mi padre no dijo nada, nos escuchó en silencio. Sin embargo, atisbé el brillo de la admiración en los ojos de mi padre al hablar de ella. Eso, en sí mismo, era una novedad. Mi padre no era de los que se dejaba impresionar fácilmente. Aunque, quizás, mayor sorpresa era que Gobber se mantuviera en silencio.

Esa respuesta por parte de ambos fue lo que dio pie a lo importante. A lo que llevaba rato queriendo decirle y no sabía cómo hacerlo. La necesidad de rescatar a Astrid.

—No —respondió ante mi pregunta, tan serio y seco como la piedra.

— ¡No podemos dejarla así! —reclamé, sorprendido por su respuesta—. ¡Se sacrificó por mí!

—Se sacrificó por lo que tú supones —explicó, sin cambiar de expresión—. Tú has recibido formación militar de primer nivel, así que deberías saberlo. No protegemos a una o dos personas, protegemos a nuestro pueblo, el futuro.

—Ella es una ciudadana común, mientras que tú eres la llave para toda una nueva ola armamentística —coincidió Gobber, con mucha menos delicadeza que mi padre—. La prioridad de protección está clara.

— ¡Habláis como si fuera un bebé incapaz de defenderse! —vociferé, inclinándome sobre la mesa—. Soy un científico, sí; pero, como bien has indicado, comandante —le dije, haciendo especial fuerza en el título de mando—, también me he formado como militar. Ustedes mismos me han enseñado a no abandonar a los camaradas y a luchar por nuestro futuro, sin miedo a nada. Porque somos vikingos y son los gajes de nuestro oficio. ¿Cuándo ha dejado de ser una verdad de nuestra tribu?

Estaba hablando como la prensa sensacionalista, utilizando las emociones y los dramas para obtener la atención que quería, pero no me estaban dejando otra vía. Mi padre era el único que podía ayudarme a salvar a Astrid. Si él no daba el brazo a torcer, me tendría que replantear seriamente tomar un bote de remos para volver a Estados Unidos.

Gobber y mi padre cruzaron miradas, pensativos, aunque no sorprendidos. Quizás estaban demasiado acostumbrados a mis discursos por la paz y la ayuda del prójimo.

Fighlegs, de repente, carraspeó, llamando nuestra atención.

—La verdad, comandante, es que no sería de extrañar que Drago utilizara a Astrid para tendernos una trampa. Será algo público, que nos obligue a mostrar la cara. Así que, antes de que llegue a ese punto, quizás sería mejor que nos preparáramos a nosotros mismos y fuéramos al ataque por nuestra propia iniciativa en lugar de obligados por alguna de sus estratagemas.

Observé a Fishlegs, agradecido, sintiendo como toda la irritación que aún conservaba contra él desapareció como el humo. Él me miró y rodó los ojos, encogiéndose de hombros lo más sutilmente que pudo.

—Será una misión de rescate —sentenció mi padre al fin—, nada más. Nadie se acercará a Drago si no es necesario. No quiero héroes de guerra. Trazaremos un plan en el que rescataremos a Astrid y nos marcharemos, ¿entendido?

Sentí como gran parte del peso que estaba instalado en mi pecho y sobre mis hombros, se desvanecía, aliviado.

—Sí, comandante —prometimos Fishlegs y yo, enderezándonos en una pose rígida, en señal militar.

Gobber nos hizo una seña silenciosa para que nos marcháramos, lo que significaba que mi padre y él querían conversar del tema en privado. Cuando nos acercamos a la puerta, pude escuchar cómo susurraban:

—Le ha dado fuerte, ¿verdad? —preguntó Gobber, con ese tono burlesco tan propio de él. Aunque no tuviera ojos en la espalda, lo conocía tan bien que podía ver su sonrisa burlona en mi mente.

Con el rostro más sonrojado de lo que me gustaría, salí del puesto de mando, acompañado por Fishlegs. Poco me importó el comentario. Estaba un paso más cerca de poder rescatar a Astrid.

¡Hola a todos, lindas flores!

Os traigo un pequeño regalito de fin de año. La magia de la redacción aceleró su producción y supuse que lo preferiríais hoy que mañana, ya que estaba listo xD.

Espero que el capítulo os haya gustado. ¡Pasad un divertido fin de año y un fresco año nuevo!

Con un beso y un bizcocho, ¡nos leemos pronto!

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