I

     —¡No más Hogwarts! 

     La exclamación del chico sobresaltó tanto a una absorta muchacha que se dedicaba a mirar el paisaje en movimiento a medida que el tren se alejaba, que la chica pegó un brinco en el confortable asiento del compartimiento y se golpeó la coronilla con el portaequipaje. Rápidamente se llevó la mano derecha al lugar donde se había llevado el topetazo y realizó unas friegas sobre la zona, lo que provocó que su larga melena ígnea quedase alborotada. Percibió que una mano grande, fuerte y de tacto grueso apretaba la mano izquierda que tenía libre. Cuando giró el cuello, sus ojos de forma almendrada y un color verde esmeralda se toparon con una mirada castaña que la observaba tras los cristales redondos de unas gafas. El joven era muy atractivo, pues su mandíbula era recta y afilada, sus mejillas no aprisionaban ningún gramo de grasa, y sus ojos emitían un destello travieso. Su cabello negro era firme y, por alguna razón que ella desconocía, imposible de peinar en la coronilla, donde se había instalado a perpetuidad un remolino de pelo negro que incrementaba el aura rebelde del chico.  

     —¿Qué ocurre, James? —preguntó Lily al advertir la sonrisa divertida de él.

     —Has querido copiar mi estilo —respondió este entre carcajadas al tiempo que señalaba la despeinada melena de la pelirroja.

     —No seas bobo, James —repuso la chica con sarcasmo—. Da las gracias a Sirius por estar así de fea.

     —De nada, pelirroja —respondió un joven sentado frente a ella cuyos ojos grises y cabello negro azabache, el cual caía con gracilidad sobre sus hombros, le otorgaban un gran atractivo, amén del áurea de elegancia aristocrática que parecía envolverle. El chico sonrió burlonamente y añadió—: Si necesitas un estilista de confianza, llama al tito Sirius. 

     Un chico sentado al lado de James rompió en una carcajada tras el comentario del muchacho de ojos grises y pelo negro. Lily lanzó una mirada de reojo al joven, un chico de cabello almendrado y ojos de color ámbar. Era alto y delgado, y en sus ojos brillaba un rastro de nostalgia al observar cómo el vagón avanzaba por los raíles. Lily no tuvo necesidad de leer la mente de Remus para conocer los pensamientos del muchacho. A su lado una chica de tez aceitunada apoyó su escultórico rostro de marcados pómulos y mentón cincelado sobre el hombro del chico, y Remus sonrió a Mary Macdonald, junto con Marlene, la chica de larga melena rubia que se sentaba al lado de Sirius, conformaban las mejores amistades de Lily. Y, como si de un viaje en el tiempo se tratase, el recuerdo de la noticia de que iba a asistir a la escuela que consideraría su hogar durante siete años se reprodujo con viveza en su mente.

     Había hecho amigos de la misma condición que ella, empezando por un chico de su misma edad que vivía en el mismo pueblo. Severus Snape la había introducido durante los dos veranos previos a su ingreso en el colegio a enseñarle que existía otro mundo con otras normas, cosa que no había gustado mucho a su hermana Petunia, la cual, a diferencia de Lily, resultaba vulgarmente común, tal y como la había definido Snape. Los celos y el resentimiento de Petunia hacia su hermana menor se habían intensificado con el paso de los años, a tal punto que, en la actualidad, la mayor de las Evans no dirigía la palabra a Lily si no era para espetar alguna pulla hiriente.

    También la amistad con Snape se había visto abocada al fracaso debido, en gran parte, a la fascinación que el chico parecía sentir hacia un grupo oscuro con una ideología muy radical que había decidido romper la paz y tratar, por medio de la violencia, el terror y el caos, tomar el poder de la comunidad; Snape, pese a las advertencias de Lily, se había juntado con un grupo de compañeros de su misma casa del colegio que resultaron afines a realizar bromas y actos que resultaron una amenaza para algunos de los estudiantes. Varios de ellos, tales como Rosier, Mulciber o Avery tuvieron que abandonar el colegio por dichas actuaciones sobre compañeros, entre los cuales se encontraban la propia Lily, Mary y James. Pese a las advertencias de sus amigas y a las cada vez más claras evidencias que había contra Snape, Lily había decidido mantener su amistad con el chico por lealtad. Sin embargo, las compañías con las que este se había juntado habían hecho que, poco a poco, ambos fueran tomando caminos distintos.

    Tampoco había ayudado la actitud de los cuatro chicos que iban sentados en el mismo compartimento que ella. Durante los cinco primeros años en la escuela se habían dedicado, en especial James y Sirius, a quebrantar las normas del colegio una y otra vez, recibiendo innumerables castigos por ello y pérdida de puntos para su casa. Lily, quien era muy respetuosa con las reglas, se enfurecía cada vez que los chicos hacían travesuras, sobre todo cuando estas involucraban a otros estudiantes. Porque sí, James, Sirius, y en ocasiones Remus y Peter también gastaban bromas, en ocasiones muy pesadas, a otros alumnos. Sentían aversión sobre todo hacia Snape, en especial James, y desde que cursaban su cuarto año Lily había supuesto que, en parte, esa enemistad había surgido por ella, algo que había sido confirmado tiempo más tarde por el propio James. Si bien el hecho de que Snape estuviera fascinado por las Artes Oscuras también había catalizado la rivalidad entre ambos jóvenes, a finales de su quinto año James y Sirius habían sido los causantes de una humillación al joven Slytherin ante la cual Lily reaccionó en defensa de su amigo. Snape, presa de la vergüenza y la humillación, había insultado a la pelirroja, y esta había optado por finalizar su amistad, reconociendo en ese instante las sospechas que sus amigas tenían del chico.

    La relación de Lily con sus compañeros de casa no había sido buena durante sus cinco primeros años en la escuela. Sus amigas Marlene, Mary y Arista habían sido su gran apoyo en el colegio, y, al igual que ella, también veían con malos ojos las bromas pesadas de los chicos. Sin embargo, a mediados de su sexto año de estadía en el colegio, Lily comenzó a atisbar cambios en la actitud de James, y unos sentimientos que nunca pensó que fuera a tener por el chico comenzaron a aflorar en su corazón. 

     Lily lanzó una ardiente mirada a su novio, el cual conversaba animadamente con Sirius, pero la pelirroja se encontraba en cuerpo pese a que su mente había volado hacia un recuerdo reciente. Y es que en ese compartimento, se dijo Lily para sí,  faltaba una persona más. Lily volvió a mirar a sus amigos y la joven sintió como si un puño de hierro estrujase su corazón al recordar en silencio a su tercera amiga, Arista Jenkins. 

     Pero Arista no volvería a tomar ese tren, ni ningún otro, por culpa de lord Voldemort, el hombre por cuya culpa la población de Gran Bretaña se había visto sumida en una espiral de asesinatos, desapariciones y desastres durante los últimos ocho años. Y es que, pese a que viajaban en un tren convencional, el trayecto que realizab no lo era, pues el tren, llamado Expreso de Hogwarts, conectaba Londres con el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, donde Lily y sus amigos habían pasado estudiando desde los once años. Lily provenía de una familia sin ningún poder mágico, lo que en la comunidad mágica denominaban muggles, pero a los once años ella había recibido una carta que lo había cambiado todo. Había dejado atrás la organizada y convencional vida de la comunidad no mágica para adentrarse en un mundo en el que hablar de pociones, hechizos, invocaciones y estudiar criaturas como hipogrifos, plantas como las tentáculas venenosas o tener de mascota a una lechuza en vez de a un perro o un gato estaba a la orden del día. La sociedad mágica contaba incluso con su propio deporte, tan seguido o más que el fútbol en la comunidad muggle: el quidditch, jugado sobre escobas voladoras, movía miles de seguidores en todo el mundo.

     La joven se encontraba tan sumida en sus pensamientos que no escuchó que Remus la llamaba hasta que Marlene propinó un certero puntapié sobre su espinilla que hizo que Lily gritase de dolor.

     —¡Marlene! —protestó la pelirroja mientras se frotaba la zona dolorida—. ¿Se puede saber, por todos los cuernos quemados de erumpent, qué te pasa?

    —Lunático te estaba hablando, Lils —respondió su amiga, quien abrió mucho sus brillantes ojos verdes y compuso una sonrisa nerviosa.

    —Disculpa, Remus —dijo con un hilo de voz.

    —¡Rápido, Lunático, saca la cámara! —exclamó Sirius en tono burlesco—. Tienes que inmortalizar este momento histórico: Lily Evans pidiendo perdón.

    La mirada que la muchacha dedicó a Sirius habría hecho que cualquier persona, por muy valiente que fuera, se hiciera una bola sobre sí mismo cual puffskein. Pero no Sirius Black. El joven abrió mucho sus ojos de un claro gris y extendió el labio inferior hacia delante; por un instante, a Lily le recordó a la expresión de un perro solicitando comida o mimos y, cuando Sirius le guiñó un ojo, el enfado por el comentario jocoso del chico se disipó dando paso a unas carcajadas alegres que se unieron a las del resto de sus amigos.

    —Quería decir, si Canuto me lo permite —empezó Remus cuando las risas cesaron, aunque él aún conservaba una media sonrisa en su rostro—, que te noto excesivamente pensativa en este viaje, Lily.

    —Estaba acordándome de los últimos siete años —respondió Lily, quien, al notar un nudo en la garganta y que en sus ojos florecían lágrimas, carraspeó y añadió—: Y en Arista.

    Un silencio sepulcral ahogó los previos momentos de risas y bromas, a la par que un sentimiento de tristeza cayó como una pesada losa sobre el corazón de cada uno de los presentes. El compartimento pareció helarse durante unos instantes: Mary contuvo un sollozo, Sirius giró la cabeza hacia el cristal de la ventana, sus ojos grises perdiéndose en el paisaje de la campiña inglesa, la cual ya amarilleaba como consecuencia de la plenitud del verano, Remus ocultó su cara tras las manos mientras Peter movía las suyas con frenesí y Marlene apoyó su cabeza sobre el hombro de Sirius mientras un par de lágrimas surcaban sus blancas mejillas. La infelicidad y desesperanza tan propia de los efectos de los dementores apresaron las mentes de todos hasta que James dio un fuerte pisotón en el suelo sobresaltando al resto.

    —¿Sabéis que vamos a hacer? —preguntó, y al ver la estupefacción en el rostro de sus amigos, añadió—: Nos vamos a bajar del tren en marcha y vamos a organizar la madre de todas las fiestas. Una fiesta privada, solo nosotros, y con todo Hogwarts a nuestra disposición.

    —James, por todas las puás de un murtlap, ¿te has tomado poción enloquecedora? —preguntó Remus con una expresión ceñuda, y sus cejas se elevaron con asombro al observar que su amigo sonreía ampliamente.

    —Para nada, Lunático —repuso James. 

    De un salto, el chico se incorporó del cómodo asiento recubierto de felpa y estiró los brazos para asir la maleta que reposaba en el portaequipajes de la parte superior del compartimento. El baúl emitió un sonoro «clac» cuando los broches que cerraban el mismo cedieron en su función. James comenzó a rebuscar entre sus pertenencias –Lily se sonrojó y al mismo tiempo puso los ojos en blanco al observar de reojo unos slips color burdeos que tenían estampados la frase Mejor cazador de Gryffindor– hasta que se dio la vuelta con un grito de júbilo.

    —¡Aquí están! —exclamó, y todos contemplan que en su mano derecha sujetaba una ristra de cohetes de diferentes tamaños y formas de lo más inimaginables—. Los últimos magifuegos del Doctor Filibuster; se iban a echar a perder, así que, ¿qué mejor manera de darles uso?—Miró a todos sus amigos esperando encontrar la misma emoción en sus rostros, pero su alegría dio paso a decepción al ver sus expresiones serias—.  Venga, no seáis muermos.

    —Estoy con Lunático, Cornamenta —respondió Sirius—. No me mires así —añadió cuando James le lanzó una mirada de incredulidad—. Acuérdate de cuando intentamos escaparnos del tren—dijo, y un escalofrío recorrió su cuerpo—. Todavía me da pavor cuando pasa la señora del carrito de golosinas.

    James sostuvo la mirada de los ojos grises de Sirius durante unos segundos antes de dejarse caer abatido sobre el asiento. Su rostro giró al notar el contacto de unos dedos de piel nívea sobre los suyos. Los ojos marrones se encontraron con el par de esmeraldas verdes que eran los ojos de Lily, y James sonrió. La mirada de la muchacha siempre le había reconfortado. Era como un bálsamo para él en momentos de zozobra. Hacía tiempo, un conocido de su familia le había enseñado acerca de las cualidades de las miradas de las distintas criaturas fantásticas.

    —Lily, tus ojos... —Tragó saliva, pero la pelirroja le colocó un dedo sobre sus labios con suma delicadeza

    —Guárdate tus votos para la ceremonia, James Potter —dijo ella con una sonrisa juguetona y un fuerte destello brillando en sus ojos, y susurró al oído del joven mientras ocultaba su rostro tras su larga cabellera ígnea—. Te honra mucho el gesto, cariño, y Ari estaría honrada. Pero recuerda, la magia nos permite hacer cosas extraordinarias. No tenemos que saltarnos las normas. 

    —James. —La voz de Marlene trataba de sonar firme pese al deje de tristeza que todos pudieron percibir, y Lily observó lágrimas contenidas en los ojos azules de su mejor amiga—. Nos apareceremos desde King's Cross. 

    —Secundo el plan —declaró Remus con fuerza, y Mary asintió mientras se secaba unas rebeldes lágrimas con el dorso de la túnica. 

    —Le haremos la mejor fiesta que Hogwarts recuerde —añadió Peter con tanto entusiasmo que su voz se asemejaba a un chillido.

    —¡Bien dicho, Gus! —lo felicitó Lily, y en los rollizos mofletes del joven se dibujó una amplia sonrisa—. Al fin y al cabo, sois los Merodeadores, ¿no es cierto? ¿O es que acaso la fama de vuestras fiestas era mentira? —preguntó mientras guiñaba un ojo a Sirius, que sonrió y aceptó el guante de la broma.

    —¡Eh, pelirroja! ¿He de recordarte con quién estás hablando? —Lily rió y lo mismo hizo Sirius.

    El Expreso de Hogwarts continuó su camino dejando atrás el viaducto Glennfinan. A medida que descendían de las tierras altas escocesas así lo hacían también las montañas de piedra grisácea, dejando paso a un paisaje verde entremezclado con el color pajizo de la cebada. El sol entraba con toda su potencia a través del cristal, y Lily se echó la capucha de la túnica por encima de su cabeza para evitar parte de los rayos del astro rey. El calor le empezó a provocar un estado de letargo. Sintiéndose en la antesala del sueño, se apoyó sobre el hombro de James. Los párpados se sentían más pesados con el paso de los segundos.

    —Lily, despierta.

    La voz que la llamaba sonó en su cabeza como el fantasma de un recuerdo lejano. Se repitió una segunda vez como el eco propaga el sonido en un valle. Un suave roce en la mejilla resultó el contrapunto a un brusco zarandeo que siguió escasos segundos después. Su mente se activó mandando una señal de alerta a su cuerpo, y sus ojos se abrieron con celeridad.

    —¿Qué ocurre? —preguntó una desorientada Lily.

    La pregunta fue recibida con unas sonrisas burlonas. Una mano le apartó con la misma delicadeza con la que se agarra una taza de porcelana un bucle de cabello rojizo que caía como una ola sobre su ojo izquierdo. Lily giró la cabeza y advirtió la infinita ternura que habitaba en el rostro de James.

    —El tren acaba de llegar a King's Cross, Lily —explicó Marlene.

    La pelirroja volteó el cuello con tanta rapidez que James pensó que se lo había lastimado; la chica, no obstante, miraba horrorizada que todos sus amigos se habían cambiado sus túnicas por ropa muggle, mientras que ella todavía portaba el uniforme escolar.

    —¡Por las garras de un hipogrifo! —exclamó—. Y yo con la túnica de Hogwarts. Tengo que cambiarme, id yendo delante.

    —Pero Evans —intervino Sirius en un tono jocoso— ¿acaso no recuerdas que eres bruja?

    —Sí, sí —farfulló ella atropelladamente—. Tienes razón, Canuto.

    Lily hizo un floreo con la mano en la que sostenía la varita alrededor de ella. La túnica negra que cubría hasta los tobillos dio paso a una camiseta de tirantes color azul imperial que resaltaba su piel pálida y las pecas que la cubrían como un mosaico, una falda negra de vuelo bajo y unos zapatos planos de color salmón.

    —Estás espectacular, Lils —dijo Mary, y la aludida guiñó un ojo a sus amigos.

    —Vamos a una fiesta —respondió mientras se encogía de hombros.

***

     El ruido que provocaron al aparecerse sonó similar al petardeo del tubo de escape de una motocicleta, algo que Sirius no dudó en resaltar. Lily miró en derredor, nerviosa.

    —Tranquila —dijo Mary con voz pausada—. Estamos solos.

    Lily asintió. Habían quedado en encontrarse todos por en la estación de Hogsmeade una vez que hubieran dejado los baúles en sus respectivos domicilios. Para ese entonces, el sol ya se había ocultado tras las altas montañas que circundaban Hogwarts, y la estación era un páramo desangelado. Habituada como estaba a verla con el bullicio del primer y último día del curso escolar, Lily tuvo cierta aprehensión, pero, al igual que el resto, echó a correr hacia el interior de la estación siguiendo a James y a Sirius. Cuando se detuvieron frente a un enorme espejo de pared, Lily recordó en un fogonazo la ocasión en la que Marlene y ella habían salido a través de ese espejo, y la chica se percató de lo que sus amigos iban a hacer.

    —Speculum ostende tuun.

    Una vez que Sirius terminó de recitar la contraseña, el vidrio del espejo comenzó a hacerse más pequeño y un escalón apareció frente a ellos. Cuando el vidrio terminó de menguar ya no se alzaba ante ellos un espejo, sino una puerta de castaño oscuro con el dibujo de una llama y un pomo redondo de hierro. James asió el picaporte y lo giró. Un sonoro y fuerte clac retumbó en el vacío corredor, y la puerta emitió un chirrido equivalente al gemido de un alma en pena. Sirius miró en todas las direcciones y, tras comprobar que no había nadie en las cercanías, hizo un gesto de aprobación a James. El chico empujó la puerta y extrajo la varita de uno de los bolsillos interiores de su gabardina.

    —Lumos —susurró.

    De la punta de la varita surgió un haz de luz que iluminó lo que había delante, y todos pudieron ver un pasadizo tenuemente iluminado por las ondulantes lenguas de fuego que emitían las antorchas que había a ambos lados de los muros que conformaban un corredor que parecía no tener fin. Lily penetró el umbral del pasaje después de Marlene, James y Sirius, mientras que Peter iba tras ella y Remus y Mary cerraban la marcha. La puerta se cerró detrás de ellos con un sonoro golpetazo y los siete amigos echaron a andar por el largo y recto corredor. Después de pasados muchos minutos –a Lily le resultaron horas–, el camino comenzó a ascender con una pendiente cada vez más pronunciada. 

    —Cómo desearía ser un elfo doméstico —escuchó decir a Marlene.

    Lily, en sus pensamientos, también estaba de acuerdo con su amiga, pues el ascenso era cada vez más duro. Cuando parecía que no iba a tener fin, la voz de James se elevó por todo el pasadizo.

    —Hemos llegado —dijo.

    Todos se detuvieron frente a la parte posterior de otro espejo, idéntico al que habían atravesado en la estación de Hogsmeade. Esta vez fue Sirius quien empujó con fuerza y el espejo se abrió hacia un lado. La luz combinada de las antorchas y la luna inundó el interior del pasaje, y Lily pudo ver, a través del hueco existente entre las cabezas de los dos chicos, un corredor decorado con escenas de brujas y magos disfrutando de una salida campestre. Lily reconoció el pasillo del cuarto piso que tantas veces había caminado durante sus siete años de colegio. Sus ojos verdes buscaron los marrones de James, y cuando se encontraron, ambos se entendieron sin necesidad de palabras. Estaban de vuelta para una última noche. Una noche para recordar, sin preocupaciones. Eso, se dijo Lily, vendría más adelante, y las afrontarían juntos. Pero esa noche debía ser especial. Por Arista. Por Ishtar. Por todos los caídos en aquella absurda y desgarradora guerra contra Voldemort. Su última noche en el que había sido su hogar por siete años. 

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   ¡Hola de nuevo a todos! Ya siento la espera, pero por fin, ¡tenemos capítulo nuevo!

   Lo primero de todo, ¿cómo están? Espero que, al menos, tan felices como yo de haber vuelto a publicar. Se echaba de menos, pero los últimos meses el trabajo ha sido demasiado absorbente y apenas he tenido tiempo para sentarme a escribir con tranquilidad. He de decir, eso sí, que los capítulos finales están ya escritos de hace tiempo.

   Para este fanfic, como van a ser bastantes capítulos divididos en varias partes, me he decantado por capítulos de tamaño medio -entre tres y cinco mil palabras- que sean más cortos de leer y más condensados pero que haya más número de ellos.

   Y ahora, volviendo al capítulo actual, contadme qué os ha parecido. He querido empezar con un último vistazo de Hogwarts, ya que es probable que no vuelva a aparecer en este fanfic, y la verdad, me da una cierta nostalgia.

   Como siempre, podéis votar si os ha gustado y dejar vuestros comentarios. Ya sabéis que intento leer y responder todos en cuanto me es posible.

   Sin más, ¡nos vemos en el próximo capítulo!

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