Prólogo
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Ash estaba sumergida en un sueño intranquilo. Las sábanas se enroscaban en sus piernas y le arañaban la piel incómoda tras tantas vueltas entre ellas.
Era vagamente consciente de estar en su cama, pero ensoña- ciones de Sooz, persiguiéndola por los pasillos recónditos de la academia para informáticos de Noé, iban y venía. Era una forma desagradable de soñar. El limbo entre la vigilia y los sueños.
Había conocido al muchacho, con el bello aspecto oscuro de un árabe, en el backstreet de Noé, hacía dos días. Hadi le había dado a Ash su primer beso real en una fiesta que terminó de forma abrupta con un accidente en la academia, en el que Tesk, entre otros alumnos, estuvieron a punto de perder la vida.
Ash los había salvado, pero no sin perder su falsa identidad en el proceso. Ahora todos en la academia sabían que ella era Lashira Khan. La informática que había inventado los secbra, los ordenadores que llevaban conectados directamente al cerebro.
A pesar de su repentina huida del backstreet, Hadi era amigo del infame Raoul Davini, y logró contactar con Ash a través de este. Desde aquella noche habían tenido un par de citas, si se podían llamar de esa forma.
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En realidad, sabía que nunca podría enamorarse de él, pero tenía más que suficiente con que la hiciera reír y con que volviera loco a su cuerpo.
De acuerdo, su corazón no se aceleraba cada vez que lo veía entrar en la sala, como le ocurría con Gábor, pero... ¿qué sabía su corazón? Al fin y al cabo, la parte racional de Ash no había aprobado esos sentimientos desde el principio. Y no se había equivocado. Gábor era inmaduro, egocéntrico... y ella no quería un hombre así.
Por esta razón, su corazón iba a tener que callarse y aprender a escuchar a su cerebro antes de lanzarse al vacío por una cara bonita con humor inteligente.
Miró, por encima de su hombro, la pronunciada nariz árabe y las espesas pestañas negras. Hadi tampoco era ningún santo. Tenía tres años más que Ash, y mucha más malicia.
—¡Buenos días, Jengibre!
Ash volvió la cabeza hacia la escalera que llevaba a la planta baja de su habitación, sin poder creer que acabara de escuchar el mote que su hermana le había puesto cuando era pequeña.
—¡Por la Creación! —exclamó Kara, observando al mucha- cho abrazado a Ash con ojos como platos. Se detuvo en el último peldaño de la escalera y los contempló unos instantes boquia- bierta.
Ash dio un salto y tiró de las sábanas para poder taparse el pecho desnudo. El vocerío y el movimiento brusco despertaron a Hadi, que pestañeando se irguió para apoyarse en un hombro.
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Aquello debía de ser una pesadilla lúcida ocasionada por el estrés de las últimas semanas. Era la única explicación para que acabara de escuchar también la voz de su madre:
—¿Qué ocurre, Kara?
Kara miró hacia abajo por las escaleras, con la cara desenca- jada.
—Nada, mamá —con un brazo extendido delante de sí bajó varios escalones para impedir que la mujer continuara subien- do—. ¡No subáis!
Con un bufido incrédulo, Ash se tapó la cara con una mano.
—Mis padres —explicó ante la mirada dormida de Hadi.
El joven se levantó y comenzó a vestirse sin apresurarse de- masiado. En momentos como esos notaba la diferencia de edad entre ellos.
—¿Cómo que no suba? ¿Qué está pasando? —oyó decir a su madre mucho más cerca.
Apenas tuvo tiempo de ponerse una camiseta larga, antes de que la mujer asomara la cabeza y mirara hacia la cama.
—¡Oh! —se limitó a decir Mindi Khan.
De todas las cosas que su madre se había imaginado, encon- trarla en la cama con un chico no era una de ellas. Esa era una de las razones por las que sus padres habían insistido en que de- jara Pentace, la plataforma espacial donde se había criado entre militares y chips informáticos, y se matriculara en la academia. Querían que superara su timidez y aprendiera a relacionarse con gente de su edad.
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Pues bien, ahora que no se sorprendieran tanto al encontrar- la... «relacionándose».
Azoradas, sus familiares regresaron a la planta baja para darles un momento de intimidad y Ash se vistió a toda prisa con las mejillas aun ardiéndole. —Son las seis de la mañana —susurró Hadi, extrañado con la visita.
Ash le respondió con una mueca, para luego explicar:
—No vienen de Noé, vienen de Pentace.
Hadi se detuvo a medio calzarse, y la contempló ceñudo, qui- zá preguntándose quiénes eran sus padres para vivir en Pentace y si le iba a ocasionar problemas que lo hubieran encontrado en su cama.
Para una vez que hacía algo «típico de su edad» tenían que sorprenderla sus progenitores, quienes vivían en otra plataforma a años luz de la suya. ¿Es que todo en su vida tenía que ser em- barazoso?
El joven sacudió la cabeza, y pareció aliviado de que Ash no pretendiera que se quedara a pasar tiempo con su familia.
Cuando bajaron, los presentó brevemente y se apresuró por echarlo. Estaba tan avergonzada que los segundos le parecían minutos.
—¿Por qué no le has dicho a tu novio que se quedara? —pro- testó Mindi en cuanto Hadi desapareció por la desértica calle residencial de la academia.
—Mamá, no es mi novio... Solo es un bara —advirtió Ash.
Su padre le echó una mirada de reojo para enseguida volver a mirar las paredes de la habitación de Ash como si estuvieran cu- biertas de interesantes objetos en lugar de la simpleza naturalista.
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Bara era una palabra que Ash nunca hubiera usado meses atrás cuando vivía en Pentance. Se dio cuenta de lo cambiada que debían encontrarla.
—Espero que te hayas hecho la esterilización transitoria
—dijo Jeckob sin mirarla—. Aún no quiero ser abuelo.
Sus mejillas se calentaron aún más.
—Claro que se la hizo, papá —protestó Kara—. No la deja- ban entrar en Noé sin estar esterilizada.
—La dejaron cuando entró conmigo —murmuró él con cier- to tono triste.
Jeckob Barrott, el padre de Ash, era uno de los bioquímicos más importantes de la nación; y había participado en la creación de los distintos ecosistemas de Noé. Una vez, durante la cons- trucción, antes de que Noé se pareciera en nada a la Tierra, las había llevado a ambas con él.
Su padre agachó la cabeza y en su rostro se podía ver que prefería que hubieran permanecido de esa forma: sus niñas para siempre.
El falso sol estaba alzándose en la cúpula de Noé conforme hablaban y los rayos comenzaron a llegarles por encima de los tejados de la residencia estudiantil.
Mindi paseó su mirada curiosa por el salón de Ash. Parecía preguntarse a qué más se había estado dedicando su hija en esos meses fuera del control paterno. Pero aparte de unos cuantos cojines mal colocados, su pequeña morada estaba sorprendente- mente ordenada. Su madre asintió orgullosa.
Ash ocultó una sonrisa, refrenándose para no decirle que no había superado su desorden, sino que había recogido un poco
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la tarde anterior para la visita de Hadi. Por eso le gustaba que los visitantes le avisaran con antelación.
—¿Por qué os habéis presentado por sorpresa?
Kara dio varios pasos hacia ella con una sonrisa que delataba lo mucho que la había echado de menos y le mesó los cabellos rojos como si aún fuera la pequeña a la que llamaba Jengibre.
—¿No viste las noticias anoche? —preguntó, pero luego pare- ció recordar algo—. No respondas..., ya hemos visto que estabas ocupada.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió demasiado alarmada como para sentirse avergonzada por el comentario.
—Alguien ha filtrado la información en la Tierra de que los progresistas han destruido Kaudalon con misiles nucleares —ex- plicó Mindi.
Ash asintió contemplándola con atención.
—No se sabe..., quizá periodistas progres —intervino Kara—. El caso es que a los civiles progresistas no les ha gustado mucho la noticia. Piensan que es inaceptable destruir un planeta con agua que puede potabilizarse y poner en jaque tantas vidas, aun- que sean naturalistas.
Ash se sorprendió. No había pensado que la población pro- gresista fuera capaz de sentir piedad o conciencia alguna. Pero luego recordó que Driamma y su hermano habían sido de ese movimiento en algún momento de sus vidas. Se dio cuenta de que los progresistas no eran más que personas como ella. Algu- nos, los más jóvenes, lo serían porque sus padres lo eran, pero quizá no compartieran la ideología del todo. Puede que no qui- sieran hacerle daño a nadie.
—Los civiles no entienden que estamos en guerra y que su gobierno nos quiere muertos —dijo Jeckob, tomando asiento
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en el sofá de Ash—. Uno no entiende que está en guerra hasta que ve la muerte en persona y no a través de una pantalla.
—No les ha hecho falta para reaccionar —puntualizó Kara—. Li Zhao, el líder del partido opositor al presidente progresista ha pedido la destitución de Barros, y que se permita la vuelta pací- fica de los naturalistas a la Tierra.
Ash exhaló una bocanada de aire y se sentó al otro extremo del sofá abrazando un cojín violeta contra su estómago. Si aque- llo era cierto, estaban todos salvados. No tendría que viajar a la Tierra ni poner su vida en las manos de un misterioso grupo de resistencia. No tendría que hackear el escudo protector que ro- deaba al planeta y avisaba a los progresistas de cualquier entrada en atmósfera terrestre.
Por primera vez, desde que anunciaran la expedición a la Tie- rra y a ella como su líder, tomó una bocanada de aire sin notar un nudo en su pecho.
Su relajación ante la cancelación de la misión era tal que había vuelto a preocuparse por sus inseguridades habituales de adoles- cente; pues su mente era incapaz de no inquietarla con algo.
Aquella mañana, mientras desayunaba en el comedor de la academia con su familia, se dio cuenta de lo triste que se sentía ante la perspectiva de que se marcharan tras el desayuno de vuel- ta a Pentace. Se consoló pensando que quizá pronto pudieran volver a la Tierra todos juntos.
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—¿Qué ha sido de tu no novio? —inquirió Kara, mientras se preparaba una tostada. Sus padres aún estaban llenando sus bandejas en el bufet—. No parecía tímido, pero no ha vuelto a aparecer por aquí desde que llegamos.
Ash suspiró. Esos últimos días había pensado mucho en cómo se sentía respecto a Hadi y a Gábor.
—Eso es lo que ocurre cuando alguien «no» es tu novio. No tiene que verte todos los días y, especialmente, no tiene que pasar tiempo con tu familia —espetó Ash.
—Pero a ti te gustaba otro, un compañero de clase, ¿no?
—insistió Kara, a pesar de la mueca de Ash—. ¿Por qué no estás con ese?
Ash bajó la vista a su bol de cereales y leche de almendras.
Cómo explicarle a su hermana algo que ni ella entendía.
—No quiero estar con él, aunque me guste. Además, tiene novia.
—¿Sabes lo que creo? Creo que prefieres estar con un chico que no te importa demasiado a soportar la presión de estar con alguien que te gusta de verdad. Esto no es más que tus inseguri- dades tomando las decisiones por ti otra vez.
Ash cerró los ojos un instante mientras suspiraba. Su hermana siempre lograba ver la verdadera razón detrás de sus acciones, cuando nadie más podía. La conocía como nadie.
—Tienes razón, pero Gábor... Él... Él no me quiere de todas formas.
Kara arrugó el entrecejo y la observó con sus pupilas atraviesa cráneos durante un instante más.
—Eso no me lo creo. Eres una chica muy especial, y no conozco a Gábor, pero estoy segura de que siente algo por ti.
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Quizá no sea lo que tú quieres que sienta, pero no es por cómo eres tú, sino por cómo sea él. Toni Morrison dijo: «El amor es tan bueno como el amante». Los chicos malos también aman, pero lo hacen a su manera egoísta e infantil... No saben hacerlo de otra forma. Si quieres que te quieran bien, necesitas un buen hombre.
Las palabras de su hermana hicieron algo en ella. Había pen- sado todo ese tiempo que había fracasado en conseguir que Gá- bor la quisiera de forma honesta; pero quizá su hermana tuviera razón, y no fuera ella. En algún lugar de Noé, Gábor tenía una novia a la que quería lo suficiente como para comprometerse; pero eso no lo había frenado de tontear con Ash y de mostrarse celoso con ella. No podía ser su culpa ni de esa otra chica. Ambas no habían fracasado en conseguir que las quisiera con el respeto que se merecían. Quizá fuera que Gábor era simplemente dema- siado egoísta como para amar como es debido.
Kara le dio un sorbo a su té.
—Entonces llámame más —la regañó con la cabeza ladea- da—. Cuando tengas un momento entre el moreno, la rubia pija, Driamma y los demás amigos que has hecho.
Ash sonrió notando que Kara solo había mencionado el nom- bre de Driamma. Sus padres acababan de regresar a la mesa con sus desayunos.
—Excelente sugerencia, Kara —exclamó Mindi, mirando a Ash con enfado—. A ver si nos llamas más.
—Hablando de Driamma... —forzó Kara.
—Aún le gustan los hombres —acotó ella, zanjando el tema. Su padre, que a menudo solía desconectar de las conversacio-
nes triviales depositó su taza de té en la mesa y miró a Kara:
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—Míralo por el lado bueno, hija... Con esto del fin del mun- do ya van quedando menos hombres.
Las tres mujeres rieron ante el comentario de Jeckob, pero entonces la madre de Ash se puso repentinamente seria.
—¿Qué ocurre, Mindi? —preguntó Jeckob, observándola con el ceño fruncido.
Mindi cerró los ojos un instante sin responder. Tenía un mi- croordenador activado en una esquina de la mesa, aunque en su hogar siempre habían prohibido utilizar computadoras en las comidas familiares.
—¿Mamá? —inquirió Ash al ver que su madre estaba pálida y seguía sin decir nada.
En lugar de responder, Mindi dejó que Kara girara la imagen holográfica del microordenador.
—Es un mensaje de Gato —anunció Kara, y entonces su rostro también pareció cerrarse. Sus ojos se alzaron para mirar a Ash, y lo que vio en ellos le heló la sangre.
—Dilo...
Kara tomó una bocanada profunda de aire antes de proseguir.
—El Congreso ha rechazado la moción de Li Zhao al referén- dum para dejarnos volver a la Tierra.
Ash no respondió nada. Se quedó muy quieta primero, con el rostro impasible, a pesar de que sus familiares la estaban mirando.
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Dejó la manzana que había estado mordisqueando sobre la mesa y notó un vuelco en su estómago acompañado por una presión repentina. Se levantó rauda y corrió hacia el baño más próximo.
Sus días de estómago vacío habían vuelto.
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