Capítulo 7

No fue fácil volver. El sueño, aparte de proporcionar alivio y seguridad, se había convertido en algo pegajoso y pesado, debido a la medicina. Aun así, la voz que en la lejanía repetía su nom- bre una y otra vez, se hizo más potente hasta lograr enseñarle el camino a la vigilia.

El paso más complicado fue abrir los ojos, pero en cuanto lo logró el festín de imágenes que le llegaron la espabiló del todo.

Ash friccionó su lengua y sus labios, notando la sequedad y la pastosidad incómoda de su saliva.

—Agua —murmuró con una voz rasposa que aún no había despertado.

Sooz se movió para acercarle la cantimplora, y la visión del globo terráqueo a través del cristal de la nave la hizo exhalar.

—¡Por la Creación! —musitó, su pecho se encogió y su piel se erizó hasta el punto de dolerle.

Estaban allí. La Tierra se encontraba a sus pies más cerca de lo que jamás la había visto, y Noé se había quedado atrás, en la lejanía.

Estaba ocurriendo. Ya no había vuelta atrás, y por mucho que se hubiera imaginado aquel momento miles de veces en su cabeza, verlo tan de cerca con sus propios ojos era impactante.

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A los mandos principales de la nave estaba sentado Nayakan. El hombre de origen asiático, era lo suficientemente menudo como para no obstaculizar su visión de lo que había más allá de la ventana de la embarcación.

—Vamos bien de tiempo —informó al mirar a Ash por enci- ma de su hombro.

Por suerte, él se mostraba alerta y espabilado, ya que lo habían despertado un rato antes de salir de Noé. Los médicos habían calculado el momento perfecto para levantarlo y que su cogni- ción funcionara al máximo al penetrar el escudo.

—¿Cómo te encuentras? —le preguntó Sooz, mientras le ten- día la cantimplora con agua.

Miró a través del cristal. Iban a tal velocidad que ya no se ad- vertía la forma redondeada de la Tierra, sino que parecía un tapiz de colores azulados y blanquecinos bajo sus pies.

No sentía la felicidad con la que había asociado su vuelta al planeta desde pequeña. Miraba el globo terráqueo, haciéndose más gigantesco y detallado a cada segundo, y lo intuía lleno de incertidumbre y salvajismo. Allí no encontraría la civilización ordenada y controlada en la que había crecido, sino una Tierra posbélica sin normas, ni instalaciones y plagada de enemigos. Como una de esas ciudades en las películas de zombis, que una vez fue segura, pero que ahora era una jungla de asfalto.

—Estoy aterrada —confesó.

Sooz sonrió, con evidente nerviosismo.

—Yo también.

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Nayakan le pidió la cantimplora a Sooz sin moverse del sillón de mandos.

Los mandos de las naves siempre le habían recordado a la zona de trabajo de un dentista, con mesas pequeñas sujetas por un tubo alargado que podía apartar y acercar a su antojo.

—Falta poco —les anunció, mirándose la muñeca—. Si te- néis que ir al servicio, hacerlo ahora.

Sooz emergió del aseo un minuto más tarde, mientras Ash observaba la nuca azabache del hombre que tenía sus vidas en las manos.

Nayakan detuvo la nave y la imagen holográfica de la ministra de Seguridad junto con un contador apareció frente a ellos. Los números en rojo marcaron 5 minutos con sus correspondientes segundos y milésimas, y empezaron a descender.

—Esta es la última comunicación que podremos establecer

—comenzó a decir Violeta.

—Conocen el protocolo de esta misión, aplíquenlo —conti- nuó la ministra—. Buena suerte a todos. Los corazones de Noé están con vosotros.

Su imagen desapareció un segundo después de su despedida y el contador se amplió en su lugar.

Ash intercambió una mirada con Sooz y supo que sentía lo mismo que ella. El más inmenso desamparo al saberse fuera del alcance de la protección naturalista. Estaban demasiado lejos, en terreno progresista, y no había nada que pudieran hacer para asistirlas. Pero ni siquiera iban a poder comunicarse con ellos.

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El cordón que las unía a su hogar acababa de ser cortado, deján- dolas a la deriva en el espacio.

El contador continuaba descendiendo, y para ese momento Ash estaba segura de que indicaba el tiempo que le quedaba de vida.

En realidad, marcaba el momento exacto en que la macro- celebración progresista apagaría el escudo protector durante 20 segundos.

Si algo iba mal, los progresistas sabrían que una nave natura- lista había llegado.

—¿Qué ocurre si no cruzamos a tiempo? —preguntó Sooz—.

¿Damos media vuelta y regresamos?

Nayakan la contempló con seriedad y cierto fastidio, como si considerara que no se había estudiado el protocolo.

Sooz cerró los ojos al comprender lo que estaba diciendo.

—No hay vuelta atrás.

—No hay vuelta atrás —repitió Nayakan—. Soy el mejor pi- loto naturalista. Por eso estoy aquí. Voy cruzar ese escudo en el momento perfecto y voy a llevaros a vuestro destino, salvas y sanas. Confiad en mí.

Las chicas intercambiaron una mirada grave, al recordar que Driamma les había dicho justo lo contrario. Quizá fuera el mejor piloto de Noé, pero no pensaban confiar en él.

Sooz se sentó y se abrochó el cinturón y Nayakan seleccionó distintas opciones en el mando cuando el último minuto corrió, deslizándose segundo a segundo como arena entre los dedos.

En cuanto terminó la cuenta regresiva, una alarma comen- zó a resonar con cada segundo que les quedaba para cruzar,

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junto con los dígitos en rojo de los veinte segundos que avanza- ban con la velocidad máxima. Mientras, la línea verde holográfi- ca, que indicaba el recorrido que les quedaba por delante, apenas parecía moverse. Rojo y verde avanzaban de forma inversamente proporcional, en una lucha encarnizada, de la que dependían sus vidas, mientras Nayakan llevaba la nave a su límite de velocidad.

Las paredes y los asientos temblaban debido al exceso de esta y varios sensores activaron las alarmas ensordecedoras de la pro- pia nave advirtiendo del peligro de continuar con esa rapidez.

Ash, con la nuca pegada a su silla, observaba la imagen sin aliento, sin ser consciente de que estaba apretando tanto los re- posabrazos que se estaba destrozando las manos.

Al fin pasaron la zona verde, a dos segundos de que el escudo protector se reactivara, y todos recuperaron el aliento.

Nayakan se giró hacia ellas y les sonrió con una mezcla de alivio y orgullo.

La nave tembló otra vez, ligeramente al cruzar las nubes.

—Dos minutos para el aterrizaje —anunció Nayakan, con un tono más relajado.

Sooz alargó la mano desde su silla para ofrecérsela a Ash, que la cogió con agrado, sintiéndose mejor por el simple contacto. Se sonrieron y la fuerza pasó de una a otra, aliviando el extenuante pánico que devoraba su interior.

—Me alegro tanto de que estés con... —Ash no llegó a ter- minar la frase, pues un impacto colosal sacudió la nave, golpeán- dola contra su propio asiento. La mano de Sooz escapó de entre la suya cuando el cuerpo de la joven salió disparado junto con su silla.

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—¡Sooz! —gritó Ash en medio del caos trepidante de la nave cayendo en picado y el estruendoso sonido de una alarma. Se había golpeado la sien contra el asiento y le dolía el cráneo en oleadas intermitentes.

Ash ya no se encontraba en vertical, sino prácticamente en horizontal, por lo que apenas podía vencer la inercia de la caí- da y levantar el cuello. Lo único que escuchó antes de sentir el impacto contra la Tierra y que todo se desvaneciera, fue la voz femenina de la nave repitiendo:

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